Abrió los ojos de nuevo, la pérfida broma de la
marmita la había enfurecido más de cuanto se admitiría a sí misma. Cerraba sus
puños y se clavaba las uñas en las delicadas palmas de las manos, si presionaba
un poco más la sangre manaría de ellas, absorta en concluir su propósito
ignoraba el dolor de su propio martirio involuntario.
Sus movimientos eran más cautos, ahora conocía que
los ardides estaban preparados de propio para ella. Sabían como iba a actuar y había
caído en su impulsiva afirmación de expresar su diferencia, no podía evitar ser
como era, la sangre hervía en sus venas y se veía sin ningún razonamiento
abocada a estas situaciones. Solocontiza se lo había advertido, en innumerables
ocasiones, que debía sosegar su espíritu intranquilo.
Testadurra era arrogante en extremo, impelida por
la propia fuerza de su magia desbordante, ansiaba siempre más. Más
conocimiento, más poder y más reconocimiento. El conocimiento le llegaría sin
duda a través de sus lecturas infatigables, el poder ya lo poseía y nunca le abandonaría,
en cuanto al reconocimiento, este jamás lo obtendría. La despreciaban por ser
mujer, por su talento, su juventud y su innegable belleza que no quiso
compartir con ellos.
Esto le dolía, era mucho mejor que cualquiera con
quien cruzó sus habilidades, por más demostraciones de su valía, menos
apreciada era. Y cuando se negó a prestar sus “favores”, la relegaron como a
una paria y si no pudieron echarla era por el apoyo manifiesto de uno de los
miembros del Consejo, por Solocontiza, su protector.
La sala de reuniones era enorme, más de lo esperado, hechizos de ocultación relegaban la amplitud de esta y su
magnificencia. Los artesonados del techo eran coloridos y se prestaban a una
observación duradera, pero ella no estaba allí para admirar tan ricos trabajos,
sino para descubrir los libros. Llego hasta un pasillo largo, este parecía estar
desierto, solo las estatuas de caballeros y representaciones en piedra de la
mejor calidad de seres fantásticos la guarnecían.
Se plantó ante la primera, era gigantesca, de dos
veces el tamaño del idealizado personaje. Había un nombre grabado en la losa de
su pedestal, pero por más que lo intentaba no lograba leerlo. Apartó su vista,
comprendiendo sería una nueva trampa para distraerla y llevarla a un trágico
final. Miró la figura, esperando a esta cobrar vida y destruirla sin
miramientos, pero nada paso. Eso la sorprendió, haciendo bajar su guardia.
Continuo por el pasillo, el final de este se presumía
lejano, con el rabillo de sus ojos observaba las estatuas, dispuesta a actuar
en caso necesario, pero ninguna de estas daba muestras de intentar atacarla. Se
volvió y entonces se percató de que la entrada del mismo se antojaba demasiado
lejana para cuanto había recorrido, miró hacia ambas direcciones de nuevo, no
se veía el extremo en ninguna de ellas.
“Un laberinto sin fin” pensó un tanto angustiada.
Había oído hablar de ellos, eran mortales para los desafortunados caminantes,
una magia de alto nivel, preparada con tiempo para atraparla y hacerla
desaparecer para siempre. No tardaría en encontrar salidas, pero estas llevarían
a nuevos pasillos casi interminables, que se abrirían a su vez en una infinidad
de corredores quienes desembocarían en otros y así hasta su muerte por
desesperación, hambre o sed.
Si, había oído hablar de ellos. Mortales para casi
todo el mundo, no para ella, ahí habían equivocado su juego. Su conocimiento
era ya lo suficientemente amplio como para poder acometer con calma una
solución.
Notó entonces el dolor en las palmas de las
manos, las había apretado demasiado y las marcas de sus uñas reflejaban cuan
apretadas estuvieron estas contra su carne. “Debo relajarme y pensar con
claridad, soy una maga de Tamtasia. La mejor de todos sus tiempos, les daré
motivos para obligarles a pensar así”
Alzó la mano derecha, los dedos corazón e índice juntos
señalando la profundidad de aquel interminable camino. Liberó su mente de
cualquier otro pensamiento o deseo, empezó a ver cuánto ante ella se
encontraba, avanzando a gran velocidad por los caminos que se abrían a su paso.
Recorrió leguas en instantes, pasillos tras pasillos, bifurcando estos en todas
sus posibles salidas y convergiendo en otras nuevas. Pronto pudo constatar de
nada le serviría caminar por estos, eran infinitos, abriéndose según eran
descubiertos para llevarla a la locura y convencimiento de que no había
escapatoria de aquel lugar.
“Es como suponía. Interminable y descorazonador”.
La idea de permanecer allí atrapada no le entusiasmaba, habían sido muy hábiles
en la sutileza de ese engaño y caído en el como una novata ignorante. No era
nada inclinada a utilizar hechizos de búsqueda de esencias mágicas, estos le
hubieran revelado la posibilidad de artificios y obrado en consecuencia, pero
estaba tan habituada a seguir su camino que esto aún acentuaba más su
determinación.
“Si no puedo continuar a ningún sitio, crearé mi
propio camino” movió de nuevo su mano, dirigiéndola hacía la maciza pared, a
los dedos erguidos se sumó el anular y el meñique, mientras mantenía el pulgar
bajo su palma. Un haz de luz empezó a formarse en cada uno de los dedos hasta
que este se junto, formando una única lanza de potente color naranja. Curvo
estos y los irguió de nuevo con fuerza.
La pared se resquebrajó como si fuese papel, los
trozos cayeron a sus pies y volaron en variadas formas, abriendo un gran
agujero que desembocaba en la amplia habitación de reuniones. La vía de escape
estaba a su alcance, pero cuando se disponía a salir, noto vibrar el aire a su
espalda, lo suficiente como para agacharse y evitar una pesada espada de piedra
quien golpeo en el pedestal que a su lado se encontraba, levantando una nueva
lluvia de cascotes que la acribillaron sin causarle mayor daño.
Las figuras cobraron vida, todas ellas
dispuestas a evitar que huyera.
Testadurra se incorporó, la lucha cuerpo a cuerpo
no era un tema de su agrado, ella era maga no una guerrera, no tenía espada ni
escudo, ni siquiera llevaba armadura, solo un sencillo traje de lino azul con
el cual se sentía cómoda y ligera. Pero eso no significaba estuviera indefensa.
Su pelo se removió, el largo cabello liso empezó
a ondularse mientras ligeros estallidos de luz lo conmovían en un viento
invisible. No se inmutó ante las impresionantes estatuas, preparándose a
descargar golpes fatales, decenas de armas de piedra elevándose para caer a un unisonó
sobre su delicado cuerpo.
Abrió su mano, una bola de roja incandescencia floreció
de entre los delgados dedos, esta se elevó en el aire iluminando todo el lugar,
dividiéndose en múltiples bolas más pequeñas, todo ocurrió en un latido de
corazón y con un grito de pura furia estas se dirigieron a sus objetivos. Una
burbuja cristalina envolvió a la maga evitando sufrir las esquirlas quienes a continuación
inundaron el lugar, miles de ellas, provenientes de las figuras de piedra
deshechas por el terrible conjuro. Todo el lugar quedo destrozado y en
silencio, ni una sola de las estatuas soportó su ataque quedando de ellas polvo
y fragmentos del tamaño de una uña.
“Aburrido, aburrido y aburrido” pensó con pena
mientras atravesaba el agujero de la pared y desembocaba de nuevo en la
habitación del principio.
Se tocó el pelo, ahora lo llevaba un tanto rizado
y encrespado. La larga cabellera se había desligado del cordel de hilo de plata
con el cual se lo anudo por la mañana. “Esas dos bobas ni siquiera saben atar
una trenza como es debido” reflexionó mientras intentaba devolver a una
compacta unidad su densa pelambrera.
Estaba como al principio, dentro de aquella
extensa habitación no había librería alguna ni nada digno de su atención, solo
engaños de la peor calaña, preparados para intentar darle muerte y eliminar su
incomoda presencia. Ni siquiera tenían la valentía de desafiarla cara a cara,
eran una panda de cobardes y traidores, no merecían ninguno de ellos el cargo
en el Consejo, ninguno salvo Solocontiza, era la única persona honorable que merecía
su respeto.
Allí no era el sitio indicado para buscar, la
había convencido el hecho de que todo estuviera diseñado para engañarla. Uso un
hechizo de búsqueda arcana y descubrió como hasta el más mínimo objeto estaba
encantado. Decidió irse, no sin antes colocar de nuevo la soberbia puerta en su
lugar, esta encajó como si nunca la hubiesen quitado de sus goznes. Se quedo mirándola
y decidió actuar de forma diferente a como ellos esperarían.
Uso su brazalete y lo golpeó en el manillar, un
sencillo toque tras el cual un peculiar siseo y un sonido de engranajes
sonaron. Las puertas volvieron a abrirse y esta vez daban acceso a un recinto
muy diferente al cual accedió un rato antes.
Era un amplio vestíbulo, con dos escaleras
amplias a los laterales que desembocaban en un primer piso, entre estas una
nueva puerta la esperaba, mucho más sencilla, con una pequeña inscripción. Se
acercó hasta esta, no le interesaba nada cuanto hubiera en la planta superior,
las palabras que aparecían grabadas en la madera eran mucho más interesantes.
“Biblioteca del Consejo” leyó con gran
entusiasmo, pero había aprendido la lección de no confiar en nada y después de
asegurarse no existían subterfugios algunos, apretó la manilla y abrió la
puerta con gran expectación.
Todo permanecía oscuro y en silencio, conjuró una
pequeña luz que se elevó sobre ella descubriendo cuando allí existía.
Era una habitación pequeña, con un asiento y una
mesa. Sobre esta un grueso tomo descansaba, parecía de buena edición, con tapas
de fino cuero y grabados de símbolos mágicos, pero estos no estaban activos,
eran solo puro ornamento.
Se acercó con cierto reparo, examinando con
detenimiento cualquier aspecto de la escueta salita, convenciéndose de que no
había peligro, se sentó dispuesta a mirar el contenido de este. Lo abrió con
reverencia y empezó a leer, era un listado de libros de gran interés, de raras
ediciones. Algunos de estos se creían perdidos para siempre y otros se contaban
muy pocos ejemplares, los conocía todos de las murmuraciones que entre quienes
practicaban magia se podían escuchar, pero nadie los había visto jamás e
incluso se dudaba de que alguien los hubiese tenido en sus manos en muchos
años.
Solo se conocían breves fragmentos de estos y ese
escaso conocimiento hacia de aquellos magos, poderosos entre los suyos. Los
guardaban para sí y rara vez revelaban esa escueta información.
Pasaron varias horas, su rápida lectura le supo a
poco, al terminar de ojear la última hoja descubrió un pequeño anexo que venía
a decir: “Conjunto de libros a disposición del Archimago de Tamtasia,
biblioteca particular”.
Entonces lo comprendió, comprendió porqué la habían
dejado formar parte del Consejo. Ese libro que entre sus manos se encontraba,
era la única escritura nueva que se revelaría para ella al formar parte de esa
élite. Solo el Archimago tenía la potestad de acceder a la autentica
biblioteca, el más grande de los tesoros. Y para que todos sus miembros tuvieran
conocimiento de cuan rica era, existía ese tomo.
También supo que el actual Archimago suplente
Esperallí, tampoco tenía acceso a ese saber. Solo un auténtico Archimago podría
leer esos libros, no podía ser elegido ni elevado a esa categoría por otros,
debía demostrar su valía y la propia biblioteca se abriría para su señor.
Reverenció el nombre del último verdadero Archimago, muerto hacía muchas
centurias, el honorable Muerdeamargo, se juró a si misma le llevaría a su tumba
un bonito ramo y se la limpiaría, pues llevaba descuidada mucho tiempo y nadie
la atendía. Fue un hombre sabio, defendió tan estimable fuente de poder y sabiduría
como mejor supo. Le gustaría haberle conocido, parecía un individuo honesto, de
esa clase de personas que no suelen encontrarse en una larga vida.
Cerró el tomo, toco su cubierta con admiración y
se fue de allí con pasos lentos y meditabundos. Sabia ahora la causa del temor
de los otros magos hacia ella, era la única realmente capaz de poder aspirar al
título y abrir la biblioteca oculta. Por ello la odiaban y la envidiaban, se veían
empequeñecidos ante su dominio mágico y deseaban destruirla antes de que
pudiera encontrarla. La querían para ellos, pero eran demasiado necios para
reconocer estaba fuera de su alcance.
“Me prepararé durante todo un año, conservaré mis
fuerzas para solicitar en la próxima entrada de ciclo, mi derecho a ser Archimaga”
sabía era una decisión difícil y la prueba sería dura, incluso para ella, pero
más dura sería la reacción de todos cuantos la rodeaban vieran cumplir sus más
negros vaticinios: Testadurra, Archimaga de Tamtasia.
Estaba cansada, no se encontró con nadie hasta
sus habitaciones. Allí estaban las dos sirvientas, esperándola para atenderla
de nuevo, pero ella las despidió de la mejor forma posible, deseaba estar sola.
Se tumbó en la cama y pensando en cuantos nuevos problemas le acarrearía su
decisión, cerró sus ojos.
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