martes, 25 de marzo de 2014

NOTEDIGO, LA MALDECIDA



Si hay una ciudad de la cual nadie quiere hablar y ni siquiera recordar, esa es la maldita, oscura, abandonada y terrible ciudad de Notedigo.

Su nombre es sinónimo de lo más perverso, de las peores bajezas que un viviente puede llegar a acometer. Ningún habitante de Tamtasia se atrevería a usar ese nombre en vano, salvo aquellos que nada tienen que temer, pues comulgan con las mismas villanías que a tal lugar se le suponen.

Su principal particularidad es que no puede ser encontrada. La ciudad aparece, sin previo aviso, allí donde quiere y vuelve a ocultarse, para no ser vista hasta que ella lo desea. Muchos dicen haberla visto, pero pocos en realidad han tenido el desagradable privilegio de verla realmente. Los charlatanes y buscavidas, harapientos mendigos o nobles de alta cuna, alardean por igual de haberse encontrado ante su muros y haber sobrevivido a su llamada.

La describen de muchas maneras, tal es la visión que dicen tener y en sus comentarios apasionados la adornan como si fuese una ciudad común, sin misterio alguno y eludiendo contar las verdaderas sensaciones que sus horribles muros transmitirían.

Pero quienes la han visto, esos pocos infelices que en verdad tuvieron dicha desgracia, no la colocan a la altura de las normales comunidades encerradas en piedra y ladrillo, madera y metal. Dicen que sus muros son cristalinos, opacos, resbaladizos, como si una gran temperatura los hubiese cristalizado. Dicen que espeluznantes gritos, los cuales helarían la sangre al más bravo guerrero, inundan sus calles. Dicen que nadie en sus cabales se atrevería a traspasar su umbral e introducirse en su interior y quienes así lo hicieran, jamás volverían.

Allí reina algo peor que la propia muerte, un terror procedente del otro lado, del lado donde la risa no existe y el llanto es perpetuo. Donde la agonía es la sinfonía y el quebranto, ocupa la jornada completa e inextinguible que perdura hasta el infinito.

Notedigo forma parte de la leyenda oscura. Una tradición que como un cuento de niños, se va transmitiendo de generación en generación y donde, según el tiempo pasa, va adquiriendo el carácter de un mito, como la canción de Los Cuatro que todo infante ha conocido y canta sin ningún pudor para alejar el mal de su lado.

Los viajeros más acérrimos, como fórmula para honrar a la buena fortuna y pedir protección a los ancestros, siempre se despiden al cruzarse con la siguiente frase: “Camina hacia donde quieras y no quieras hacia Notedigo”.

Si es verdad que la ciudad existe, nuestra recomendación es alejarse cuanto antes de su presencia. No mirarla, huir cobardemente si así lo preferís. Escabullirse lo más rápido posible, en cualquier dirección, siempre que sea hacia donde ella no se encuentra. Más vale ser precavido, para poder contarlo al día siguiente o en la hoguera de la noche por venir.

Dice la leyenda todos sus habitantes desaparecieron, cuando la antaño prospera ciudad se vio sometida a tan infausto hechizo. Dicen hay registros comerciales que aseguran existió a las orillas del Miajomoja y era un buen lugar donde asentarse. Dicen aún existen algunas manufacturas con el sello de la ciudad y estas se guardan en cámaras secretas, como tesoros más preciosos que el propio oro o la plata, más preciados que los diamantes, los rubíes o las esmeraldas; porque dicen, que quien tiene un objeto de aquel sitio, si emprende viaje y piensa en una noche sin luna sobre poner sus pies en ella, ve su deseo cumplido.

Tamaña insensatez no ha sido corroborada, aunque en círculos secretos aseguran allí hay tesoros fabulosos, objetos de tal poder que reunidos en una sola mano incluso podrían imponer su dominio sobre toda la tierra de Tamtasia. Nadie ha vuelto para demostrarlo o al menos, nadie ha sobrevivido a su permanencia en Notedigo. 

Cada día, cada año, cada época de este mundo, ve desaparecer, menguar los preciados objetos cotidianos que tal valor se le presumen y su cotización, para aquellos que son verificables y autentificados por variados expertos, se disparan. 

Los comunes mortales nada aspiran a conseguir entre unos muros inexistentes, burdos cuentos para asustar a los incautos, pero hay grupos poderosos, variadas estirpes que creen podrán eludir la maldición y obtener el fruto tan ansiado.

Pero, si sinceramente existe, habrán de descubrir tiene vida propia y no es una vida como la que podamos entender. De seguro, siempre habrá algún insensato dispuesto a desafiar cuanto hemos contado.

Aunque eso, es otra historia…




lunes, 24 de marzo de 2014

NO HAY LÍMITES



-¡No hay límites! –gritó enfurecida Test mientras alzaba su mano derecha y los dedos hacían presa en un poderoso haz de luz. Lo contuvo al mismo tiempo que en la izquierda forjaba un escudo envolviéndola, una fina y en apariencia débil pantalla con la cual pretendía defenderse del ataque de los marchitos rodeándola.

Quien hubiera observado sus ojos en aquellos momentos, habría visto un fogonazo en sus iris prendiéndolos desde el interior y unos minúsculos rayos eléctricos atravesando su melena negra, disolviéndose tan deprisa que hubiera parecido un acelerado sueño. Su bello rostro adquirió una superior beldad, brillando como si la furia interna que la dominaba transformase en otro ser muy diferente a la humana maga.

Debía defender a los indefensos hombres, cuyos cuerpos yacían extenuados en el suelo rodeándola en un intento vano de protegerla. Todo parecía en su contra, pero la archimaga de Tamtasia iba a demostrar el porqué de su bien merecido rango.

El tiempo se detuvo, mientras los haces de luz de su mano cerrada y amenazante, empezaron a desplazarse sinuosos y erráticos. Simples luminarias, no más intensas que la luz de un pobre candil, arrastrándose en todas direcciones como múltiples tentáculos intentando rodear a sus presas y eligiendo las posiciones donde fuesen más efectivos.

Los marchitos actuaron. De sus bocas vacías murieron palabras huecas, sonidos inexistentes terrores de la oscuridad, alcanzaron el plano de la realidad y en negra densidad se abalanzaron sobre la protección de Test. Llevaban la muerte, horrible y certera, contra toda vida. Eclipse de sol perpetuo, luna nueva sangrienta, la oscuridad más profunda donde no puede existir luz alguna ni la vida soporta. El fin de todo y la nada para siempre.

Golpearon la paupérrima carcasa, el fino hilo tejido en un instante por aquella humana desafiante y altanera que habían de castigar. El escudo pareció ceder, encogiéndose ante la presión de algo que no existía y clamaba ser. Pronto quebraría, atrapando en sus redes la vana llama de la viviente mujer y agotándola en un suspiro. Como cascarón hueco, nada de ella quedaría y desplomaría al suelo, siendo polvo y nada más.

Pero… la capa de luz, esfera perfecta que amparaba también a los caídos, no cedió. Los ojos de la mujer brillaron más intensos, iris oscuros más vivos que nunca con su esclerótica límpida, clara como la voluntad que tras ella se amparaba.

Sus manos férreas se movieron con decisión, abriendo la que atrapaba la luz serpenteante y cerrando la forjadora de su escudo. Una única palabra salió de sus labios, rojos y sugerentes, tan dichosos de ser contemplados como cualquier otra parte del inmaculado rostro. En boca de otro individuo nada significaría, en los de la archimaga, significaban la más brutal destrucción.
 
Luz, intensa y sin mesura; fuego ardiente, llama insuperable, resplandor sin fin.

Los marchitos atravesados por los brazos de la temible explosión se deshicieron, arrasados, pulverizados por la incontenible energía desatada. No podían comprender la intensidad de la emociones de la muchacha que se les oponía, confundidos y vencidos, los restantes decidieron huir, escapar de esa aniquilación segura que la mujer prometía concederles si la retaban a ello.

Había vencido. Orgullosa como siempre demostraba, apenas pudo tenerse en pie al momento siguiente. No deseaba mostrarse débil y desamparada, pero el brazo derecho le ardía con fuerza y sentía unas nauseas inapropiadas para poderse mantener en pie. 

Alguien la sostuvo mientras vomitaba sin pudor alguno, bilis de colores indefinidos y lo que era el producto de su última comida. El sabor acido le inundaba la garganta y solo una de las manos que la amparaba, sujetándola con fuerza en la frente, le evitaba perder el sentido y con ello, el orgullo que la mantenía alerta.

Esas manos sosteniéndola eran muy grandes y por cuanto podía observar en su malhadado estado, unos brazos mucho más poderosos las continuaban. Solo conocía alguien así, la confiada y bonachona clériga de la Orden Ordenada de Notedigo. 

-Debes administrar tu fuerza –escuchó en su dolorida cabeza, la reprimenda de esa verdadera amiga era acertada, demostrando su sabiduría callada y nada ostentosa.

-No, mi buena clériga. No hay límites, no debe haberlos en esta eterna guerra –habló con la tráquea ardiente, aunque ninguna palabra se escuchó, salvo en la mente de quien era su destino –no hay límites, cuando se trata de salvar vidas. Es la principal lección que me enseñaron y la he aprendido bien. Muy bien.

viernes, 14 de marzo de 2014

LA ESPADA DE LA HECHICERA



Atravesó la llanura como si fuese una centella errante, como si la propia vida le indujese en aquel empeño, mirando al suelo repleto de la exuberante vegetación de la primavera que renacía en aquella época y daba color a lo que antes había cubierto con espesas nieves.

Fuegodeazur animó a su brava montura a continuar galopando, salvaje y veloz, cual ella se sentía en aquellos breves momentos donde daba rienda suelta a la pasión que encerraba.

Llevaba su melena suelta, ese espeso pelo brillante con la infrecuente tonalidad verde que parecía incendiarse al volar libre tras su cabeza, provocando el extraño efecto de una hoguera mágica campando a sus anchas y amenazando con extender su fuego a todas partes.

Sentía deseos de liberarse, de huir de todo cuanto la rodeaba y seguir trotando con su caballo hasta el fin de sus días. Quería haber sido otra persona, una vida sencilla alejada de todo aquel ajetreo y exigencia, de toda responsabilidad, de toda consecuencia. Lejos, deseaba encontrarse muy lejos de cualquier parte, sin ataduras de ninguna clase.

Iba rumbo hacía donde el sol se escondía. Siempre en su dirección, azuzada por la bruma de su interior, esa tempestad que la asolaba abrumándola con preguntas cuyas respuestas no deseaba escuchar, provocándole un mayor deseo de desaparecer para siempre y descansar. Un descanso que creía merecer desde hacía mucho tiempo.

Su caballo trastabilló. Empezó a comprender debía detenerse y dar ese reposo que tanto quería a su compañero de huida. Miró hacia atrás, intentando ver si alguien la había seguido y si era prudente detenerse en aquel sitio con tan pocas probabilidad de escapar a la vista de un posible rastreador. La llanura poblada de una variada inmensidad de flores silvestres no era lugar para ocultarse, sino para deleitarse con su contemplación, pero también estaba agotada y una breve parada serviría a su propósito.

Tiró de las riendas con desgana, no deseaba dar esa orden, cuerpo y pensamiento obraban de diferente manera negándose a corresponder uno con el otro, hasta pararse del todo.

Seguía envarada en su silla de montar, un bello regalo que su maestra y amiga le había hecho hacia tiempo. Sentía el duro cuero y el armazón de su estructura como si tuviera vida propia, aunque sabía no se trataba sino el agitado cuerpo del caballo, recuperando el aliento tras la prolongada carrera.
Decidió poner pie en el suelo, resbalando con torpeza y cayendo larga en la blanda superficie formada por una multitud de viva naturaleza que la acogió con delicadeza.

“No debería de levantarme nunca” pensó en aquella relajada posición, mientras su caballo la olfateaba preocupado por el estado de su dueña luego, al comprobar nada serio le pasaba, empezó a pastar de las ricas hierbas que a su parecer eran un delicioso bocado.

Se abandonó al sueño, cansada por la excitación de su comportamiento y por hechos pasados que prefería olvidar. 

De repente se vio trasladada a otro lugar, muy lejano de donde se encontraba, pero no podía evitar reconocerlo y sentirse sobrecogida por su contemplación. En lo alto de una montaña una visión de cuanto se movía a sus pies la dejaba sin habla. Nunca creyó pudiera haber tantos y tan variados seres, a pesar de que su viva imaginación podía muchas veces dominarla y hacerla pensar cosas imposibles, aquello superaba cualquier expectativa y razonamiento. No podía dar crédito a sus propios ojos, todo eso era un sueño. El sueño de una niña que se negaba a ser mujer y en su fantasía, creaba aquella ilusión.

Sintió el peso de su espada como nunca hasta entonces lo había percibido. La notaba tirante, exigiéndole el pago de sangre que siempre deseó derramar, el filo preparado para cortar y dar muerte, aullaba la dejase libre, suelta en sus manos lista para la batalla que tendría lugar.

Siempre había querido manejar un arma así. Se la había regalado alguien a quien apreciaba de veras, una excelente espada de la cual se desprendió su dueña sin ningún pesar, sabiendo que jamás podría volver a reclamarla. 

La duda le dominaba, aún cuando había demostrado ser una excelente luchadora aquel no era su mundo. Las palabras y la concentración, símbolos y habilidades innatas como el reunir suficiente potencial entre sus manos para arrasar ejércitos enteros. Ese era su real dominio, no el del acero que tanto se empeñaba en controlar y al cual, tantas horas había dedicado.

Desenfundó su arma, observando el lema que llevaba grabado en una bella orla a través de toda su hoja: El verde es mi color. Era una frase con la cual estaba totalmente de acuerdo, ella misma pertenecía al “Fuego Verde”, verde era su piel y la voluminosa mata de cabello, una señal innata de que estaba bendecida para el uso de la magia, de que debía servir a su pueblo hasta la última gota de su sangre. Que por cierto, no era verde sino roja, y aquello siempre le hizo cuestionarse si además del reverenciado color que la definía, no tendría que sentir cierto aprecio por esa sustancia que le pertenecía y constituía parte de su propio ser.

-Todos los colores deben ser respetados, amiga mía –se volvió para encontrarse a su lado a quien menos esperaba en aquel momento- es la ausencia de todo color lo que debería ponerte en alerta. Es tu mayor enemigo –sonrió con aprecio- y por supuesto, también el mío. -Hurtadillas llegó en silencio como siempre hacia y Fuegodeazur asintió con su cabeza esa reflexión. Si era necesaria la haría suya también y procuraría aprender de esa breve enseñanza que tan sencilla parecía, aunque llevarla a la práctica fuese realmente complicado.

-Tanserena te hizo un excepcional regalo y no dudo sabrás manejarla con soltura, pero ahora deberías envainarla. Ningún enemigo hay en las cercanías, tiempo tendrás de utilizarla en su momento, aunque por desgracia en nuestra tierra soplan malos vientos y toda buena guerrera será bienvenida.

-¿Crees puedo ser una buena espadachín? –preguntó con toda la curiosidad del mundo.

Hurtadillas no parecía haber escuchado estas palabras, se acercó como si quisiera observarla con detenimiento antes de esbozar ninguna respuesta y solo cuando estuvo segura le contestó.

-¿Acaso eres una mal hechicera? O en tan poco te estimas que necesitas de mi aprobación.

-Soy una excelente hechicera. He tenido una magnifica maestra y unas excepcionales compañeras, las aprecio con todo mi ser pero una parte de mí, me susurra otros caminos…

Hurtadillas sonrió. Era esa clase de sonrisa que raras veces se reflejaba en su rostro, últimamente serio y preocupado, muy alejado de la vivaz elfa que conocían de antaño. Su faz brilló con la intensidad de una hiriente estrella, cegando a la orca e impidiéndole ver nada a su alrededor.

-Entonces, debes tomarlo… -sintió la mano de la Dama Verde empujándola. Fue breve aquel contacto, aunque suficiente para hacerla caer por la ladera de la montaña, rodando hacia un monstruoso precipicio que daría fin a todos sus dilemas.

En aquel momento, nada le importaba salvo intentar agarrarse para evitar su inmediata muerte. Manoteó y pataleó en todas direcciones, pero seguía cayendo sin remisión y no veía solución alguna. Su mente le forzó a sacar el arma y en un instante de desesperación, clavarla fuerte en el suelo, donde nieve y roca compartían su presencia.

Se detuvo, asida con firmeza en la empuñadura de su espada. Respiraba con agitación, debido a la tensión que aquel acontecimiento le había impuesto y sentía su cuerpo estremecerse por cuanto podía haber pasado. Fue en ese instante, cuando vio claro el error que había cometido y su torpeza en cuanto a su actuación. Arrancó la espada y se dejo caer por el insondable abismo.

Sus ojos se abrieron, cual revelación había comprendido el camino a seguir. Se levantó y haciendo uso de sus poderes, levitó hasta sentarse en su montura. Daba igual a donde cayese o que ocurriese, podía hacer uso de su fuerza y magia por igual. Valida en ambas aptitudes, nada debía de temer si era precavida y los combinaba en la lucha.

Suspiró, convencida de su decisión y con renacido aplomo, dio la vuelta y emprendió el camino de vuelta con los suyos. Con toda la gente de Tamtasia.


domingo, 2 de marzo de 2014

CONSUELO DE MAGOS



Era uno de sus pocos consuelos, un instante de tranquilidad entre la atormentada existencia de pertenecer al Consejo de Magia. Caminaba por entre las líneas perfectas de los cuidados caminos que formaban el parque más extenso de la ciudad de Nueva Capital. Un lugar del cual nunca nadie recordaba su nombre, pues por voz popular llamaban “Parque Grande”, con ello todos los ciudadanos sabían a qué se referían y nadie dudaba de su localización.

Observaba a las familias pasear como ella, con los niños correteando a su alrededor y rompiendo esa paz que tanto anhelaba, con su griteríos y juegos misteriosos. Se introdujo por una parte cubierta por unas enormes encinas alineadas a lo largo del sendero, quienes procuraban una amplia sombra a los viandantes. El día era caluroso y se agradecía esa protección, se había obligado a vestir uno de sus trajes más finos y delicados, debía por lo tanto tener cuidado por donde iba o arruinaría el caro vestido.

Había caminado un largo trecho cuando deseó sentarse en un solitario banco. La sombra en aquel lugar era espesa e incluso se notaba un agradable frescor, pues una brisa acariciaba el sitio convirtiéndolo en un preciado tesoro.

Se acercó a su asiento y vio con disgusto la causa de su abandonada quietud. Estaba completamente lleno de excrementos de pájaros, los cuales dormitaban entre aquellos fornidos árboles y no apreciaban respeto alguno por las estructuras humanas.

“No es ningún problema” pensó con decisión. Cogió un papel grueso caído en el suelo y se dispuso a limpiarlo. Al momento recapacitó, hacía mucho calor para andar frotando y dejar limpia una superficie aceptable. Por decreto imperial, la magia estaba prohibida fuera de los recintos designados y era necesario un permiso especial para ejercerla fuera de ellos.

“Al cuerno con los decretos y los chupatintas que los hacen” movió levemente uno de sus dedos y el banco resplandeció como nuevo. Miró hacia los lados para comprobar nadie había sido testigo de su delito, salvo los pequeños animales que la sobrevolaban. “Perfecto” pensó de nuevo, sentándose con ninguna delicadeza y esperanzador alivio para sus delicados pies.

Fue a tirar el papel que había recogido cuando se dio cuenta que era el periódico de mayor difusión de la ciudad y casualidades de la vida, del anterior día. Alguien se había deshecho del mismo y abandonado en aquel sitio, lo cual ya suponía una seria infracción de las ordenanzas de limpieza que ella estaba dispuesta a incumplir, no le apetecía nada portar aquel pedazo de papel hasta un contenedor apropiado.

Aquella forma de difundir rumores o certezas era muy reciente, hasta hace poco los heraldos autorizados la transmitían de viva voz, repitiéndola a lo largo de unos trayectos acordados, donde la gente las esperaba y luego se movían, de boca en boca, para conocimiento de todos.

Una noticia encabezaba la portada. Letras grandes, desmesuradas que transportaban un intranquilizador mensaje para la mayoría de los habitantes de la aglomerada ciudad: Una mujer, archimaga de Nosonlastantas.

“Maldito panfleto, a todo le sacan cosquillas. Acaso les importa sea una mujer y encima joven, bonita e inteligente. Si estuviera de mi mano a este periodicucho con una buena fogata pondría fin a sus desvaríos. Mi esfuerzo me ha costado, aunque con semejante panda de haraganes y buscavidas de mis compañeros magos, no me supuso ningún sacrificio. Son un conjunto de predecibles, inútiles e insoportables aprovechados, no entienden ni saben nada de la verdadera magia. No la aprecian como yo, ni la comprenderán nunca. Creen sirve a sus intereses propios y no al bien de la comunidad. Pero yo habré de hacerles cambiar de opinión, contra viento y marea, habrán de saber quién manda. Aunque me cueste años, aunque deba de luchar contra todos ellos, incluso deba oponerme al propio Emperador. Habrán de aceptarme, cueste lo que cueste. Palabra de Testadurra Durradeverras”.

“Y a esto llaman progreso. Sarta de víboras, no les basta vilipendiarme a escondidas y criticarme a todas horas, debería…” su mente se detuvo. Una maquinación apareció, perversa y magnífica, clara como los cuidados estanques de aquel inmejorable parque.

Se levantó, comprobando de nuevo no hubiera presencias molestas que pudieran delatarla. Uno de sus dedos resplandeció, trazando una rápida serie de complejas líneas, uniéndose y deshaciéndose a cada movimiento, manteniéndose en el propio aire en una escritura fugaz que se iluminó y desapareció por completo. El papel del periódico ardió y Testadurra sonrió malévolamente.

Al día siguiente, los heraldos recuperarían sus puestos de trabajo, no tenia duda de ello.