Abrí los ojos, la explanada de tierra seca ofrecía
la visión de remolinos empujados por el viento y nubes de polvo azotando
mi dolorido cuerpo. Había luchado contra aquel ejército comandado por un mago
dominado por la oscuridad, enfrentada al dilema de terminar una vida o ser
clemente. Al final decidí lo primero, estaba cansada de ofrecer oportunidades
que nunca eran aprovechadas. Acaso pensaban los contrincantes mi paciencia no
tenía un límite, aún con todo mi poder, estoy atada a la vida y nada puede excluirme de esta unión.
Podría si quisiera ser la reina de este mundo.
Imponer mi voluntad sin ningún temor a ser destronada, pues mi fuerza y mente
superan en mucho a cualesquiera otra expuesta a mi encuentro. No tengo rival, ni
nadie amenazando el titulo de ser más poderoso. Lo soy, sin ninguna duda, pero
muchas veces me siento inclinada a no obrar, a dejar que los demás comprendan
pueden ser diferentes, aunque requiera esfuerzo.
Yo sufro constantemente, sin un solo momento de
tregua, incluso cuando la tranquilidad me envuelve y no hay una amenaza clara en el futuro,
sufro. Llevo un dolor eterno junto a mí, dentro de mí, el cual no encuentra
consuelo nunca. He aprendido a convivir con este y aceptarlo, sin ello poner en
peligro cuanto creo y amo. Nunca he deseado reinar, solo vivir la vida,
tranquila junto a alguien a quien pueda querer, me respete a pesar de
mis defectos, con quien reposar en su hombro y sentir el cálido contacto de su
cuerpo. Amo a cuanto existe, pero ansió pertenecer a un cariño mutuo, a ser
correspondida, la tierra me ata a ser así.
Camino por esta superficie desolada, pensando en si
podría mejorarla, bajo el influjo de la oscuridad ha quedado maltrecha y me
asola verla así. Amo el verde de las praderas y los bosques, me recuerda
constante al mar de mi alegría. Siento pesar por el dolor de todos esos seres
empeñados en destruir y aniquilar, su sufrimiento me entristece esa continua alegría
a la cual siempre deseo aspirar. Estoy sola en esta batalla sin fin, con la
esperanza un día llegue donde los demás luchen conmigo. Todos están lejos,
en pensamiento, en la esencia de la verdadera existencia, demasiado alejados
del dolor que sería reconocer la perdida de cuanto fueron. Ojala pudiese
evitarles ese daño, lo sufriría con gusto si con ello pudiera obtener su compañía.
Abandonada a mi suerte. Así me encuentro,
caminando por entre este polvo, por la tierra agostada por la malicie. Es
opuesto a cuanto soy, el cuerpo lo nota y su dolor cala en mis huesos, duele
feroz, aborrece ese contacto y desea volver a reposar en lugares más plácidos,
pero impongo mi voluntad. Eso soy, voluntad férrea y convicción absoluta de
cuanto debo hacer.
Me detengo, extiendo el manto de mi ser a toda
esa extensión baldía, introduzco mis pensamientos en las raíces más profundas,
donde duermen aún las semillas que nunca florecieron. Las llamo, les ruego
atiendan mi petición. Estas me escuchan, saben quién soy y me respetan, pues
conocen de mi todo cuanto otros ni siquiera imaginan.
El polvo cae al suelo y se une a la tierra. Nubes
forman en el cielo y precipitan su contenido en la llanura, el agua entra por
sus rendijas, empapa la vida oculta y la fortalece. Todo nace, todo crece y
todo ello me conforta, es un rato de consuelo poder unirme a ese nacimiento.
Ahora el verde se extiende hasta perderse en el horizonte, la hierba cubre
hasta mis rodillas y los arboles me dan descanso del sol abrasador.
He padecido con este acontecimiento, sangrando en
abundancia para sanar este lugar. La vida requiere sacrificio y le ofrezco el mío,
incrementando mi dolor hasta llegar a límites que nadie querría soportar. Yo lo
he hecho por amor a cuanto existe, no me importa ese sufrimiento, puedo
dominarlo y hacerme más fuerte.
Esto me diferencia del resto de habitantes, nadie
estaría dispuesto a compartir este padecimiento, prefieren una vida sencilla,
alejada de la problemática incertidumbre sobre lo que se oculta detrás de este
escenario. No quieren pensar, solo cosas banales, en vivir vacios de todo
verdadero contenido.
-He visto lo que has hecho –escucho a sus
espaldas. Sabia quien era, le había acompañado en aquella amarga experiencia e
ignorado ahora por su pesar en el fatal desenlace.
-Mi buen Lavamasblanco, espero no desees ahora me
exhiba de nuevo –dijo volviéndose. Allí tras ella se encontraba aquel
hombrecillo, el cual se obstinaba en seguirla a cuantos lugares dignase
visitar.
-No, ya he visto suficiente. Uno no suele
aburrirse en tu presencia, mi señora –vestía unas pobres ropas, a pesar de que
Hurtadillas le ofreció buenas vestimentas, este prefería llevar esas como signo
de humildad.
-No soy tu señora, solo tu amiga. Nada más –la elfa
se vio obligada a coger la manga del hombre y arreglársela, esta se deshacía con
solo mirarla- no deberías ser tan descuidado, hay un límite entre la modestia y
la desidia.
-Para mi es un privilegio tengas tantas
atenciones con quien no es nada –respondió mientras dejaba que la mujer le
hiciese una manga nueva, con solo tocarlo su ropa había adquirido mejor aspecto.
-Debería de golpearte con una de esas rocas. Tal
vez así, adquirirías más sentido común. Si fueras nada, nada harías aquí y nada
me molestarías –le miro a los ojos, era una mirada cansada, agotada por los
trasiegos de días anteriores y las tensiones durante la batalla– este “nada” necesitaría
un buen descanso y los cuidados de quien te ha convertido en un ser anónimo.
-Si, reconozco me vendría bien tumbarme un
ratito. Pero ello te retrasaría y no es mi deseo hacerlo –los ojos se cerraban
solos, no podía dominarlos y pedían a gritos darse un sosiego.
-Hum, no tengo nada pendiente. Debes confiar en
mi, no voy a dejarte aquí solo, abandonado a tu suerte. Duerme, te vendrá bien,
te necesito despejado para que sigas diciéndome tantas tonterías como siempre.
La voz tenía un tono especial, Lavamasblanco se
desplomo rendido, aunque la elfa lo cogió con cariño y le dispuso un lugar
donde pudiera dormitar. “Descansa, un día u otro habrás de dejarme. No puedo
ser tu niñera toda tu vida”. Le acaricio la frente, sentía un gran aprecio por
ese humano, pero no era la compañía que ella ansiaba, aún cuando le iba bien
conversar con este, hacía sentir menos dura esa soledad interior.
Oyó sonidos al norte, el lugar donde la batalla
había culminado aquel día y todo se hubo decidido. Eran unas pisadas metálicas,
aplastando la larga hierba sin ninguna consideración. Decidió salir a su
encuentro.
Bellandante quedo con Lavamasblanco. No los necesitaba
a ninguno de los dos, podía valerse por si misma, aunque también estaba
agotada. Estos días se esforzó mucho y el dolor en la planta de los pies era
atronador, palpitaban con fuerza, hubiera deseado gritar pero eso asustaría al
hombre y no deseaba turbar su sueño.
Vio a un hombre con armadura. Era uno de los
miembros del grupo que había destruido, debía haber sobrevivido a toda la
matanza, lo veía renquear de una pierna, aunque parecía decidido a alcanzarla.
-No sigas. No deseo causarte ningún daño, da la
vuelta y vete –dijo Hurtadillas con notable decisión.
-¡Bruja! He de matarte, no descansare hasta que
tus huesos rompan con mi acero. Has matado a mi señor y a los míos.
-Merecían morir. Les di varias oportunidades para
rectificar y no quisieron, envalentonados por su arrogancia y soberbia.
Tuvieron cuanto pidieron –la elfa sentó en el suelo, despreocupada por la
amenazadora figura de aquel bruto dispuesto a matarla.
-Voy a matarte, escoria elfa. Luego violare tu
carne y matare cuanto se encuentre en este lugar maldito. Quemare toda esta
hierba y arboles, no dejare nada vivo aquí.
La elfa cruzó las piernas y apoyo la cabeza en
sus manos, parecía aburrida por esa declaración de intenciones.
-Si, si. Bla, bla, bla –repitio varias veces
cansada de escuchar siempre las mismas amenazas-. No tienes ninguna
imaginación, podrías haber dicho me destriparías, descuartizarías, deslomarías y
demás, pero no tienes incentiva alguna. ¿Acaso nunca has aprendido a razonar un
poco, insensato? Siéntate y baja esos humos, aquí no va a haber ninguna lucha.
-¿Qué? Te estas burlando de mi, asquerosa rubia –respondió
con notable enfado. Luego sin saber la razón, se sentó sin elegancia entre la
verde hierba.
-Quiero conocerte y no me apetece hablar con
alguien armado. Deja tus armas y charlemos, tengo ganas de algo de sentido común. En verdad, tú no deseas enfrentarte a mí, te sientes obligado pero no quieres. Estas enojado por no haber sabido luchar mejor, eso no es lo tuyo y tu
primer impulso es vengar a tus compañeros, aunque estos nunca lo fueron de ti. Percibo
deseas cambiar de vida, nuevos retos… te gustaría ser ganadero, lo veo tan
claro como el agua de un arroyo de montaña. Yo puedo ayudarte –saco un saquete
y se lo arrojo a sus pies.
-¿Qué es esto? Un soborno por tu miserable vida –sopeso
el peso de la bolsa, estaba llena. La abrió y no pudo sino soltar una
exclamación malsonante, eran monedas de oro de la mejor calidad, un autentico
tesoro con el cual podría vivir regalado el resto de su vida. Una sola de ellas
ya le haría ser un señor y todas ellas un príncipe.
-Con eso podrás comprar ganado, una bonita casa y
poderte casar con esa chica que sus padres siempre han dicho eres poca cosa
para ellos. Podrás tener un montón de niños y un día, agradecérme de corazón
el haberte perdonado la vida y además pagado por ello –la elfa sonrió,
satisfecha por aquella agradable historia.
El hombre se levantó con la bolsa entre sus
manos, guardo las armas y se dio media vuelta sin decirle nada. Tras un rato,
lo perdió de vista y se levantó.
Sabía nunca utilizaría ese dinero para nada
bueno. Contrataría a un ejército de mercenarios y saldrían tras ella, pudiera
ser también algunos magos sin escrúpulos los acompañasen. Le hubiese gustado
esa otra historia, con el ganado y los niños, con su familia al completo,
saliendo a recibirla en su majestuosa casa e invitarla a una buena comida o una
mejor cena. Pero no iba a ser así, lo había visto en los ojos llenos de odio de
aquel hombre, sin sitio para compasión o amor alguno, pleno de mal pero
práctico a la hora de enfrentarse a ella.
Seguramente la había visto acabar con todos y
sabia no tenía ninguna posibilidad. Solo su orgullo herido le hizo acudir,
luego recapacito y pensó sería mejor contar con ayuda diestra.
Otro día habría de combatir con él y los de su
calaña. Tal vez pudiera cambiar de intención, aunque lo dudaba. Sus ojos no mentían.
Volvió a donde Lavamasblanco dormía tranquilo. “Dichoso
sueño, ojala pudiera imitarte y olvidar cuanto me envuelve” E intentando simular esa paz,
cerro sus ojos.