Abrió los ojos, no veía nada. Los volvió a
cerrar, debía estar soñando, no podía ser de otra manera, aquello era una
locura y él no estaba loco. La fisura crecía con cada mirada y un hedor cada
vez más penetrante le inundaba las fosas nasales. Estaba allí, ante sus propias
narices, la curiosidad había dado paso al temor, al miedo irracional que le
dominaba. El primer impulso fue observar, ahora deseaba salvar su vida de lo
que al otro lado pudiera encontrarse, no quería conocerlo. Todo su entusiasmo se
convirtió en un lamentable error, fisgonear esos viejos textos no fue sino un idea
desafortunada.
Mucho antes, antes de ver como la insensatez
cobraba forma, era un estudiante modelo, uno de los mejores, sino el más
ejemplar. En Nosonlastantas tenía buena reputación y podía acceder al material
de la biblioteca de sus maestros sin ninguna restricción.
Había pasado quince años estudiando sobre la
magia elemental y unos tantos menos sobre la espiritual. Entre los alumnos la
elemental era conocida vulgarmente como “natural”, un término aceptado por todo
el mundo para referirse a ella de una forma simple y más cercana. Esto no
quería decir que hacer uso de esta fuese sencillo, a decir verdad no lo era ni
lo fue nunca, se necesitaba mucho autocontrol y dedicación exclusiva para poder
entender sus mínimos conceptos.
Al principio la libertad para poder acceder a ese
fondo de sabiduría le convirtió en el ser más feliz de Gran Capital, pero los
fundamentos de cuanto aprendía le parecían faltos de un verdadero contenido.
Parecía como si le fuesen negados los verdaderos conocimientos, ocultándosele
la fuente auténtica de poder mágico, el reverenciado “compendia”.
Necesitaba saber más, hundirse en la oculta ilustración de esa rama de extrema complejidad. Todo cuanto conocía le era
insatisfactorio y empezaba a tornar su humor irascible e incontrolable.
Inició una búsqueda fuera de los límites de la
escuela de magia, allí pudo comprobar no encontraría nada para saciar su
apetito. Cuanto encontrase en la capital al final no merecía la pena, pues no
eran sino redundancias de lo que ya conocía. Decidió entonces frecuentar
lugares de esta, donde alguien pudiera darle indicaciones de cuanto quería, para
comprobar aquella tarea no era fácil. La mayoría querían embaucarle y en más de
una ocasión, tuvo que hacer uso de sus poderes para escapar de ladrones, no les
interesaban los libros, sino la bolsa repleta de monedas del mago principiante.
Después de varias tentativas, el fracaso estaba
asegurado. “Compendia” quedaría siempre lejos, cual susurro, como si fuese un
cuento de niños. La autentica magia no existía, tan solo era un bulo, una
fantasía creada para hacer suponer a todos una irreal dimensión de poder que
nunca se alcanzaría. Debería conformarse con aprender cuanto pudiera de las dos
ramas si demostradas, de ellas obtendría cuanto podían ofrecer y este era un
vasto conocimiento, lo suficiente para complacer al más insatisfecho.
Dejo de buscar. Volvió a emprender la caza de
libros en las inmensas librerías, acudiendo de vez en cuando a los maestros
para resolver sus dudas, aunque en realidad estos no hacían sino confundirlo
aún más. Con resignación, acalló sus enigmas y volvió a sus estudios. Todos sus
dilemas tendrían solución si se esforzaba más en sus retomadas investigaciones.
Por aquella época, había causado sensación la
llegada de un nuevo alumno, la gente hablaba sin pudor del enigma de su ingreso,
más nadie conocía su aspecto. Se decía tenía un don excepcional y poseía un dominio de la magia
jamás visto. Era joven, muy joven y por tal causa estaba restringido el acceso
hasta él. Incluso su nombre estaba fuera de las listas normales de admisión, se
comentaba bajo la tutela de uno de los integrantes del propio Consejo
Rector y por lo tanto a la propia responsabilidad de este. Ya nadie pudo
averiguar nada más, así que olvidó este acontecimiento, siempre tendría tiempo de
conocerlo cuando su tutor diese permiso para ello.
Un día quedó solo en la biblioteca, pasados ya
varios meses de sus esfuerzos fallidos en el arte supremo, se centraba en comprender los entresijos de una
complicada trama de conjuros. Con un montón de libros extendidos, su mirada iba
y venía de estos con atenta resolución. Decidió necesitaba rebuscar en unas estanterías
algunos textos que le ayudarían a dar mayor entendimiento a su mente, se entretuvo
entre estas para oír a sus espaldas unos pies que se arrastraban a gran
velocidad. Al estar tan solo él, el sonido claro de aquel movimiento lo puso en
alerta y se volvió para ver quien estaba tras de sí. Solo vio una sombra rápida
pasar como un velo ante sus ojos. Se frotó estos, cómo si aquella visión no
fuese real y decidió ir en su búsqueda.
Gritó para advertir su presencia, así como para
expulsar el breve temor metido en su cuerpo. No conocía de asesinatos en el
colegio, pero sabía que a veces, podían ocurrir desafortunados accidentes. Se
llegó hasta donde tenía toda su fuente de sabiduría expuesta, la mesa junto a
la cual las pisadas cesaron. Nadie había allí, solo el renovado silencio inundó
la sala donde se encontraba. Después de observar con detenimiento, concluyo
sería una mala jugada de su agotado cuerpo, necesitaba descansar.
Recogió sus apuntes, empezando a poner cuántos
libros había sacado en sus correspondientes lugares. Al mover los últimos, un
papel doblado se desprendió, cayendo ante sus pies.
Su mano acudió presta a tomarlo, lo abrió y para
su sorpresa vio tenía una referencia inscrita en el mismo: apartado 9040, estante
63, libro 034 AB. Dio un respingo, todo el mundo sabía que el apartado
susodicho estaba desaparecido, pero la disposición del estante y su
clasificación numérica parecían estar a su alcance.
“El estante 63 está a un paso de aquí” pensó resoluto.
El cansancio desapareció, mientras el brillo en sus ojos demostró su creciente interés,
deseaba ver de qué se trataba. Caminó o más bien corrió, hasta el correspondiente
lugar, sus ojos miraron el estante AB y encontraron el libro que correspondía a
esa descripción: Arka ma lidisman.
Quedo sorprendido de aquel título tan singular.
No estaba escrito en la lengua común, más bien parecía un barbarismo sin
sentido, las palabras así puestas no correspondían ni siquiera con el idioma
arcaico. Lo abrió para sorprenderse con un gran contenido de esquemas y textos
de bella confección, aunque estos eran ininteligibles, parecían adolecer del
mismo mal que en la tapa se contemplaba.
Entonces decidió llevárselo. Si hasta entonces
nadie había reparado en él, tampoco lo echarían de menos si lo llevaba a su
cuarto y así, en la intimidad podría examinarlo mejor. Con este tesoro recién adquirido,
concluyó su jornada.
Una vez en su habitación, sacó el libro y lo dejo
sobre la mesa. Ahora su interés se centraba en acostarse y dejar alejado sus
pensamientos de cualquier tema relacionado con sus estudios. Se desnudó, con la
camisola de dormir puesta se acomodó en la cama con agrado para conciliar su
sueño.
No sabe cuánto tiempo pasó, sus ojos se habían
cerrado de inmediato, pero escuchó un murmullo que no le dejaba descansar como
quisiera. Se levantó, dispuesto a hacer callar ese sonido, saliendo incluso al pasillo
para descubrir con desagrado nada se escuchaba. Volvió a su cuarto, en
aquel lugar si se podía percibir con más intensidad, apoyó sus oídos contra la
pared para intentar ver si su vecino era quien originaba aquel molesto ruido,
pero su fugaz investigación determino no era el lugar de origen.
Se acercó a donde parecía ser este más fuerte. Provenía
de la mesa o de algún lugar cercano a esta, se agacho para ver si este era
causado por alguna conversación en el piso de abajo, no sería la primera vez
que unas tarimas mal colocadas, permitían oír ajenas charlas. No era allí, sino
de la propia mesa de donde venía.
Era el libro. Ahora podía leer la inscripción de
este: Libro de los secretos. Lo tomó entre sus manos y abrió por una página
cualesquiera, los textos antes indescifrables eran completamente legibles. Un
deseo innato nació en él, cogió papel y una plumilla para poder escribir cuanto
leía y comprobó con agrado como copiaba los escritos con suma rapidez, entonces
empezó a realizar uno de aquellos esquemas. “Portal” se llamaba, lo dibujo con
extrema delicadeza y cuando ya estaba a punto de terminarlo, con la plumilla y
sin querer se rasgo uno de sus dedos. Una minúscula gota de sangre cayó, justo
en el centro de aquel diagrama.
Al principio nada pasó, pero cuando lo concluyó,
esta empezó a sisear. El punto rojo de sangre se tornó negro, empezando a
crecer.
El hombre se echo para atrás, cuando aquella
mancha creció más aún, se levantó de su cómoda silla. Empezó a oler un aroma
indescriptible, mezcla de podredumbre y un dulzón que se pegaba a su paladar. Aquel
borrón crecía sin control, la mesa desapareció bajo una oscuridad creciente. Un
murmullo imparable le pitaba en los oídos, gritos y desgarros de dolor, un mar
de tormentos que le infundió mayor temor que el propio horror que se abría paso
de una irrealidad desconocida.
No sabía que hacer, estaba asustado, sobrepasado
por aquel acontecimiento inesperado. Deseaba gritar y no podía; deseaba escapar,
pero la razón le inducia a no dejarse tocar por aquel horrible borrón. Estaba
atrapado y no deseaba ver que se escondía al otro lado, nunca lo quiso.
La puerta se abrió. Un ser pequeño entró en la
habitación o al menos, eso le parecía. Lo veía en sus límites de visión, pues
su vista enfocaba aquel horripilante hecho, hastiado de su presencia y con todo
el deseo en su corazón de que terminase siendo un sueño, pero sabía era real,
completamente real.
Un destello de intensa luz envolvió la
habitación. Palabras llenas de innegable poder lo protegieron del abrazo de
aquella oscuridad perfecta. Sintió unas abrasadoras llamas llenaban todo cuando
veía, la sombra chilló abrazada por aquellas llamaradas, se contorsionó,
intentaba luchar, pero el fastuoso conjuro la dominó, obligándola a contraerse
hasta que está en un gritó final de amarga derrota, desapareció.
Volvió su mirada a su salvador. Su estupefacción
no podía dar crédito a cuanto observaba. Era una niña, una mocosa de poderosos
ojos oscuros y cabello revuelto, que lo miraba con una mueca de fastidio y
sorpresa. Esta se dirigió a donde el libro se encontraba y clavó un largo
alfiler incandescente en este. Crujió y se deshizo en una estruendosa llamarada
azul, junto con los escritos que el imprudente hombre tomó.
Satisfecha de haber acabado su trabajo, miró de
nuevo a quien hubo salvado diciéndole:- No deberrías jugarr si no conoces las rreglas
del juego. Nunca confíes de inesperrados encuentrros ni de rregalos incierrtos,
vive alerrta y vivirrás más. –La niña le hizo una educada reverencia y salió
del lugar con pasitos cortos.
-¿Cómo… cómo te llamas, pequeña? –preguntó el
hombre en un último esfuerzo de comprender si cuanto había vivido no fuera
irreal.
La niña se volvió, con una sonrisa más propia de
una bestia salvaje, miró a los ojos del hombre y le respondió:- Testadurra, mi
nombrre es Testadurra, señor –acto seguido se fue dando saltitos, como si
cuanto hubiese pasado solo hubiera sido un vulgar entretenimiento.
El hombre quedo en la habitación mirando los
restos de aquel infortunio. La mesa estaba destruida en la parte donde aquello
creció, era el único vestigio de su incompetencia. Había estado a punto de
perder su vida, y cuanto sabía de la magia apenas si era un minúsculo trazo
comparado con el poder de aquella niña. Nunca podría competir con ella y su
existencia como mago estaba acabada. Volvería a su casa, con su familia de
ricos comerciantes y emprendería una sencilla labor, crear una nueva familia y
olvidar cuanto de este encuentro hubo tenido.
Se acostó seguro de que el futuro de quien ahora conocía
seria esplendoroso, ella era el nuevo alumno, una niña, en la cual los trazos de su
rostro no dejaban lugar a dudas que cuando creciera, sería hermosa. Tan solo
las cejas encorvadas delataban su extremo carácter y no dudaba de quienes se
enfrentasen a ella, lo tendrían muy difícil, por no decir imposible.
Estaba cansado y mañana tendría que recoger todas
sus pertenencias, dándose de baja en Nosonlastantas. Aduciría problemas
familiares y se iría de allí para siempre. No quería pensar más y deseando
dormir un rato, cerró sus ojos.