viernes, 30 de enero de 2015

EN EL CIELO DE INVIERNO




Una colosal explosión sobrecargó los sistemas de visión. Los mecanismos de seguridad atenuaron cuanto fue posible la dolorosa amalgama de luz, tardando unos breves segundos en acomodarse a cuanto les rodeaba y poder dar una información útil de su entorno real. Los ojos humanos que habían sido protegidos de aquel fogonazo, que los hubiera cegado para siempre, pudieron tener acceso a datos que durante esos instantes vitales se les había negado.
—Tridente dos ha caído —gritó el comodoro Tritias con una voz angustiosa.

—Sincronizar giroscopios. Servos a máxima potencia —aulló alguien con el  poder suficiente para hacerlo y ser obedecido. 

—Pero señor, los estabilizadores hidráulicos no soportaran esa tensión —contestó el ingeniero Dremoren con rapidez.

El oficial superior blasfemó con fuerza— ¡Obedeced! U os juro por mi honor que si salimos vivos de aquí por alguna insensata razón del destino, separaré esa gorda cabezota de vuestro inútil cuerpo.
Las voces llegaron con suprema claridad al ingeniero. El silencio en la cavidad habitable del Titán de guerra, solo se veía afectado por el chirriar de los impactos y el pitido de las señales de alarma. Todos ellos habían sido entrenados en el difícil arte de la telepatía, más manejable y rápido que cualquier otra forma verbal de comunicación. Y mucho más práctico, en un combate como aquel, donde toda la concentración exigía una inmediata reacción.

—Sí, mi señor —opinaba que aquello era una locura. No iban a sobrevivir, no en aquel escenario donde habían tenido la temeridad de entrometerse. El resto de su pelotón ya había pagado con sus vidas esa afrenta y a ellos, apenas les quedaba tiempo. El tiempo suficiente para una breve plegaria, antes de que la partida de guerra que los acosaba, los exterminase.
Titanes negros. Bestezuelas de batalla que más temían las fuerzas del imperio de las Aguas Azules. Entidades mitad máquina, mitad ser vivo, unidas por un blasfemo sentido de la perfección. Monstruos enloquecidos con un corazón de energía pura, que les proporcionaba esa brutal ventaja en el campo de batalla.
Aunque también podía significar su salvación. Lucio Vidovore no había llegado a ser el Principal, cargo de máxima responsabilidad, de ese Titán de guerra por capricho ni por favores. Era un verdadero hijo de la guerra, se había curtido en ella y sabía, lo importante que era contar con un equipo que supiera responder a sus exigencias.

Y tenía ese equipo. Un equipo para ganar batallas, en las peores condiciones.

—Tirador, ¿estás preparado? —vociferó con tono férreo, consciente de la gravedad del momento.

Lenem y su servidor de combate 346, unidad procesadora reacondicionada en las inmensas naves factorías de la flota a la cual servían, dotada de unas características que la hacían casi tan humana como sus creadores, se esforzaban cuanto podían.  El joven sudaba profusamente, intentando equilibrar los sistemas de energía recargándose y los procesadores de disparo. Su respiración era agitada y el corazón, le palpitaba tanto que parecía fuese a reventarle la caja torácica.

Deseo en aquel momento, liberarse de su asiento al cual lo rodeaban multitud de pantallas y luces de todos los colores, aunque solo tenía su vista en una de ellas, flotante y diáfana, con unas barras que mutaban de color según se iban cargando. Necesitaba fuesen verdes, todas ellas verdes y estaban tardando una condenación. 

—Demasiado tiempo, demasiado tiempo —expresó en su mente, ignorante de que sus palabras serian escuchadas por todos.

—Le inyecto una pequeña dosis atenuante —habló con monocorde tono el oficial médico, quien por capricho del destino era hermano de sangre de quien los comandaba. Vidal Vidovore accionó un pequeño dispositivo para relajar al muchacho, dándole la oportunidad de dominar la desazón que le agobiaba. Aunque era algo que compartía con aquel joven oficial, reconocido por muchos como uno de los mejores del imperio. Pero ahora, en este vital momento, tenía que demostrar si era verdad todo cuanto de él se contaba.

—Tirador, ¿estás preparado? —escucharon de nuevo con renovado vigor. Lucio necesitaba una respuesta inmediata. De nada serviría su esfuerzo, si Lenem no entregaba toda su habilidad a ese propósito final. 

Lucio sangraba, y se había negado a recibir cualquier tipo de atención que su hermano, temeroso por su estado, le propuso. De su nariz, una gruesa gota de sangre le llegaba a sus labios, y amenazaba con entrar en su boca,  También estaba sufriendo, como su vehículo de batalla, el gigantesco armazón de mas de treinta y cinco metros de altura, y capaz de destruir ciudades por un simple deseo de quien lo dominaba.
Lenem vio como las barras se cargaban, como su servidor 346 calculaba con una velocidad inusual la trayectoria y consecuencia de sus disparos. Pero aquello no le importaba, necesitaba liberar la tensión, toda esa tensión acumulada.

—Tirador preparado —chilló con fuerza, mientras agarraba el disparador neumático con desespero. Las luces verdes llenaban su rostro, lo cubrían con su manto esperando a su orden. Apuntaba al centro mismo de quien encabezaba la partida que los acosaba. El centro del núcleo, vibrante y sin control.

—¡Fuego! ¡Fuego, muchacho! ¡A qué esperas! —espetó con violencia Lucio. Las brutales máquinas de guerra del enemigo ya los tenían localizados y en su línea de tiro. No había margen para una nueva maniobra de evasión.

Los cañones giraron, las cargas de energía se inflamaron. Vibró toda la estructura de “Cielo de invierno”, el nombre de aquella máquina, bien merecido por su gris oscuro que la cubría por completo, salvo en aquellos lugares donde se había desprendido por efecto de impactos enemigos.

Un destello primigenio. Un afortunado impacto al cual siguieron otros destellos de inusitada furia que amenazaron con hacer caer al Titán al suelo. La brutal sacudida, hizo que sus asientos se vieran sometidos a un incontrolable movimiento, a pesar de la gruesa armadura que los cubría y de cuantas defensas disponía para salvaguardar las preciadas vidas de sus ocupantes. Las pantallas volvieron a cegarse, pero los sistemas correctores funcionaron a la perfección y pudieron contemplar si aquel castigo había merecido la pena. 

Los Titanes negros, ya no existían.

El Principal sintió como los calmantes entraban en su cuerpo y se dejó llevar por la grata sensación de relajación que le brindaban. Pero antes, aún tenía algo que hacer.

—Aquí Tridente uno, misión cumplida. Volvemos a casa —dijo con una satisfacción que no podía ocultar, Lucio Vidovore mientras sus cansados ojos se cerraban.