Una colosal explosión sobrecargó los sistemas de visión. Los mecanismos
de seguridad atenuaron cuanto fue posible la dolorosa amalgama de luz, tardando
unos breves segundos en acomodarse a cuanto les rodeaba y poder dar una
información útil de su entorno real. Los ojos humanos que habían sido
protegidos de aquel fogonazo, que los hubiera cegado para siempre, pudieron
tener acceso a datos que durante esos instantes vitales se les había negado.
—Tridente dos
ha caído —gritó el comodoro Tritias con una voz angustiosa.
—Sincronizar
giroscopios. Servos a máxima potencia —aulló alguien con el poder suficiente para hacerlo y ser obedecido.
—Pero señor,
los estabilizadores hidráulicos no soportaran esa tensión —contestó el
ingeniero Dremoren con rapidez.
El oficial
superior blasfemó con fuerza— ¡Obedeced! U os juro por mi honor que si salimos
vivos de aquí por alguna insensata razón del destino, separaré esa gorda
cabezota de vuestro inútil cuerpo.
Las voces llegaron con suprema claridad al ingeniero. El silencio en la
cavidad habitable del Titán de guerra, solo se veía afectado por el chirriar de
los impactos y el pitido de las señales de alarma. Todos ellos habían sido
entrenados en el difícil arte de la telepatía, más manejable y rápido que
cualquier otra forma verbal de comunicación. Y mucho más práctico, en un
combate como aquel, donde toda la concentración exigía una inmediata reacción.
—Sí, mi señor
—opinaba que aquello era una locura. No iban a sobrevivir, no en aquel
escenario donde habían tenido la temeridad de entrometerse. El resto de su
pelotón ya había pagado con sus vidas esa afrenta y a ellos, apenas les quedaba
tiempo. El tiempo suficiente para una breve plegaria, antes de que la partida
de guerra que los acosaba, los exterminase.
Titanes negros. Bestezuelas de batalla que más temían las fuerzas del
imperio de las Aguas Azules. Entidades mitad máquina, mitad ser vivo, unidas por
un blasfemo sentido de la perfección. Monstruos enloquecidos con un corazón de
energía pura, que les proporcionaba esa brutal ventaja en el campo de batalla.
Aunque también podía significar su salvación. Lucio Vidovore no había
llegado a ser el Principal, cargo de máxima responsabilidad, de ese Titán de
guerra por capricho ni por favores. Era un verdadero hijo de la guerra, se
había curtido en ella y sabía, lo importante que era contar con un equipo que
supiera responder a sus exigencias.
Y tenía ese
equipo. Un equipo para ganar batallas, en las peores condiciones.
—Tirador,
¿estás preparado? —vociferó con tono férreo, consciente de la gravedad del
momento.
Lenem y su
servidor de combate 346, unidad procesadora reacondicionada en las inmensas
naves factorías de la flota a la cual servían, dotada de unas características
que la hacían casi tan humana como sus creadores, se esforzaban cuanto podían. El joven sudaba profusamente, intentando
equilibrar los sistemas de energía recargándose y los procesadores de disparo.
Su respiración era agitada y el corazón, le palpitaba tanto que parecía fuese a
reventarle la caja torácica.
Deseo en aquel
momento, liberarse de su asiento al cual lo rodeaban multitud de pantallas y
luces de todos los colores, aunque solo tenía su vista en una de ellas, flotante
y diáfana, con unas barras que mutaban de color según se iban cargando.
Necesitaba fuesen verdes, todas ellas verdes y estaban tardando una
condenación.
—Demasiado
tiempo, demasiado tiempo —expresó en su mente, ignorante de que sus palabras
serian escuchadas por todos.
—Le inyecto
una pequeña dosis atenuante —habló con monocorde tono el oficial médico, quien
por capricho del destino era hermano de sangre de quien los comandaba. Vidal
Vidovore accionó un pequeño dispositivo para relajar al muchacho, dándole la
oportunidad de dominar la desazón que le agobiaba. Aunque era algo que
compartía con aquel joven oficial, reconocido por muchos como uno de los
mejores del imperio. Pero ahora, en este vital momento, tenía que demostrar si
era verdad todo cuanto de él se contaba.
—Tirador,
¿estás preparado? —escucharon de nuevo con renovado vigor. Lucio necesitaba una
respuesta inmediata. De nada serviría su esfuerzo, si Lenem no entregaba toda
su habilidad a ese propósito final.
Lucio
sangraba, y se había negado a recibir cualquier tipo de atención que su
hermano, temeroso por su estado, le propuso. De su nariz, una gruesa gota de
sangre le llegaba a sus labios, y amenazaba con entrar en su boca, También estaba sufriendo, como su vehículo de
batalla, el gigantesco armazón de mas de treinta y cinco metros de altura, y
capaz de destruir ciudades por un simple deseo de quien lo dominaba.
Lenem vio como
las barras se cargaban, como su servidor 346 calculaba con una velocidad
inusual la trayectoria y consecuencia de sus disparos. Pero aquello no le
importaba, necesitaba liberar la tensión, toda esa tensión acumulada.
—Tirador
preparado —chilló con fuerza, mientras agarraba el disparador neumático con
desespero. Las luces verdes llenaban su rostro, lo cubrían con su manto
esperando a su orden. Apuntaba al centro mismo de quien encabezaba la partida
que los acosaba. El centro del núcleo, vibrante y sin control.
—¡Fuego! ¡Fuego,
muchacho! ¡A qué esperas! —espetó con violencia Lucio. Las brutales máquinas de
guerra del enemigo ya los tenían localizados y en su línea de tiro. No había
margen para una nueva maniobra de evasión.
Los cañones
giraron, las cargas de energía se inflamaron. Vibró toda la estructura de
“Cielo de invierno”, el nombre de aquella máquina, bien merecido por su gris
oscuro que la cubría por completo, salvo en aquellos lugares donde se había
desprendido por efecto de impactos enemigos.
Un destello
primigenio. Un afortunado impacto al cual siguieron otros destellos de
inusitada furia que amenazaron con hacer caer al Titán al suelo. La brutal
sacudida, hizo que sus asientos se vieran sometidos a un incontrolable
movimiento, a pesar de la gruesa armadura que los cubría y de cuantas defensas disponía
para salvaguardar las preciadas vidas de sus ocupantes. Las pantallas volvieron
a cegarse, pero los sistemas correctores funcionaron a la perfección y pudieron
contemplar si aquel castigo había merecido la pena.
Los Titanes
negros, ya no existían.
El Principal sintió
como los calmantes entraban en su cuerpo y se dejó llevar por la grata
sensación de relajación que le brindaban. Pero antes, aún tenía algo que hacer.
—Aquí Tridente
uno, misión cumplida. Volvemos a casa —dijo con una satisfacción que no podía
ocultar, Lucio Vidovore mientras sus cansados ojos se cerraban.