La rampa descendió
con rapidez golpeando con un ruido seco la dura superficie de material
sintético. Al mismo tiempo, los gases de la despresurización emanaron por ambos
lados de la lanzadera, emitiendo un suave silbido que rompió el silencio que
envolvía el gigantesco hangar.
Una poderosa
figura se deslizó por dicha rampa hasta llegar rauda, como hombre de máxima confianza
ante quien le esperaba, doblando una rodilla en señal de sumisión a su señor:
el emperador.
—Maestro, os
traigo buenas nuevas —la figura negra se alzó en todo su esplendor, eclipsando
a cuantos le rodeaban. No en vano después de su maestro nadie podía discutir su
liderazgo.
—¿Lo habéis
encontrado? —dijo el hombre encapuchado con cierta impaciencia, a quien
flanqueaban seis guerreros con sus cascos y armaduras teñidos de un rojo vivo.
—Sí, mi señor.
Y está en mi poder —contestó con suma satisfacción su más leal sirviente.
—Excelente,
excelente —el ambicioso emperador se vio obligado a dar unas pequeñas palmadas
de aprobación. No tenía buena cara, con un gesto que no dejaba lugar a dudas auspiciaba
que la misión se completara en el menor tiempo disponible.
Ambos
empezaron a caminar, mientras unos rápidos servidores automatizados se
encargaban de recoger un embalaje y darle su oportuno destino.
—Excelente,
excelente —volvió a repetir juntando de nuevo sus palmas, tentado por dar unos saltitos
de alegría que el malestar que le atormentaba en ese instante no le permitía,
al ver como trasladaban aquel bulto de acuerdo a sus instrucciones.
—¿Y los
culpables? Supongo que habréis puesto punto y final a toda esta desventura
—habló el emperador, satisfecho por acabar con esa situación.
—Tuvieron
tiempo para despedirse de sus familiares. Un último beso y una ejecución
sumaria. Yo mismo me encargue de ello —el hombre de la armadura oscura, cuyo aliento
fatigado se escuchaba por su respirador, hizo ademan de señalar su antigua arma
ritual.
—Sí, sabía que
cumpliríais con éxito esta delicada misión. Es inadmisible que en nuestra temible
estación de combate, algo así no se hubiese tenido en cuenta. Inadmisible —dijo
el emperador, mientras su acólito asentía cada una de sus palabras.
—Por fortuna,
la rebelión no sabía nada de esto. Lo hubieran aprovechado a su favor, de
haberlo conocido —confirmó la figura oscura con cierta angustia.
—Sois un
valioso aliado, amigo mío. Muy valioso —el emperador tropezó al no prestar
atención a un pequeño saliente en el suelo. Solo la veloz intervención de su
acompañante evitó su caída por un conducto cuyo fondo no se percibía.
—Tened
cuidado, maestro. Estos pozos de ventilación son traicioneros, no sería la
primera vez que alguien cae por ellos —lo miró con recelo, eran peligrosos y si
no fuese por su utilidad para disipar el calor del núcleo central y aprovechar
para caldear el ambiente, ordenaría cerrarlos de inmediato. Sintió por un
instante, la tentación de utilizarlo con su señor.
—Por fortuna,
estabais a mi lado. Como siempre, mi esmerado aprendiz —el emperador sintió
también ese dilema. El pozo era un buen lugar donde deshacerse de aquel
inoportuno rival, que un día podría pretender su puesto. Lástima, se sentía
hinchado, molesto y poco dispuesto a entablar una lucha. Esperaba que los
servidores ya hubiesen llevado e instalado aquel elemento que en ese instante
era su único objeto de atención.
—Ahora he de
retirarme, tengo algo urgente que atender —el hombre encapuchado hizo un ademan
con una de sus manos, disculpando a quien le acompañaba de su servidumbre.
—Por supuesto,
mi maestro, por supuesto —el caballero de figura oscura se inclinó y dando una
vigorosa vuelta se alejó de allí.
El emperador
entró en sus habitaciones, tenía prisa y no quería demostrar debilidad, ni
siquiera ante quien le debía obediencia de forma incondicional.
“Por fin podré
dominar la galaxia” pensó por un instante mientras miraba su rostro, un pequeño
gesto de vanidad, en un espejo. Todo el mundo pensaba que su airado semblante
se debía a su mal carácter. La realidad era muy diferente.
“Como podía
haberse extraviado algo tan importante. Algo tan vital, tan necesario, sobre
todo para un anciano como yo” su mente trataba de dar explicaciones a semejante
descuido. Los ineptos encargados habían pagado con sus vidas por semejante desliz.
Entró en un
pequeño cubículo anexo a su dormitorio y miró con alivio aquel objeto que habían
buscado con tesón en los sistemas solares cercanos.
El artilugio
esperaba su uso, muchos otros planes podrían aguardar. Un bonito inodoro de
color negro y la tapa oscura con el símbolo del imperio. Su salvación.