“Abrió los ojos, eran unos orbes dominados por el
miedo, por el terror de quien sabe no hay vuelta atrás. Había llegado hasta él,
ahora dominaba su cuerpo y nunca mas este volvería a ser el mismo.
Tierra de oscuridad, tierra negra cual tizón de
madera al fuego, con brasas como venas recorriendo los tramos iluminados por su
fulgor. Crujiente y espantosa al pisarla, gime como si doliesen los pasos
sobre ella, se rompe y quiebra al tocarla, cual cascarilla sometida a superior voluntad.
Los habitantes que la pueblan no pesan, nada hay en ellos para hacerse sentir, están
huecos, vacios de toda expresión y contenido. Solo algo les llena, una amarga
desolación unida a la certeza de una existencia infinita.
Briznas y chispas saltan vigorosas entre su
caminar, se deleitan en quemar en su escaso devenir, esos cuerpos que nada
sienten. Destellan al chocar e inflaman en un fugaz destello, un humo acre
asciende hacia la nada, envolviéndose en una capa aun mayor en su cúspide. Un negro
cielo, arriba en su dominio, lo observa todo. Las fumarolas de quienes se
abrasan en su deambular la iluminan un instante, es una forma oscura, que se
mueve como si millones de seres reptaran en su interior, se agita y conmueve con
esos vanos intentos de iluminarla.
Los chillidos y gritos de voces que no se
escuchan, en ese silencio eterno. Una capa de lenguas cortadas, donde nada nace
y nada crece, gesticulan en el intento de formar palabras, estas se pierden,
corrompidas en su inicio y convertidas en germen de otras que nunca serán pronunciadas.
Un sibilante sonido es cuanto puede llegar a escucharse, el cual si fuera oído por
alguien cabal, enloquecería de inmediato. No son lenguajes de ser viviente
quienes nombran entre alaridos un último deseo, pues este nunca es saciado y
desesperan. Intentan quejarse aún más alto, pero sus bocas no pueden hablar y
ninguna expresión en aquel lugar, tener salida por sus maltrechas cavernas
llenas de dentaduras, quienes ansían probar si aún pueden ser usadas.
Dientes afilados en sus extremos, como agujas
resplandecientes llenas de restos de su propia existencia anterior, pululan en
esas oquedades. Tan quebradizas como el suelo que pisan, chocan entre si y
desprenden partes pútridas, devoradas por una garganta destrozada, cuya
conjunción solo se mantiene por el brutal deseo de seguir existiendo, aunque no
quieran reconocer esa propia creencia es incoherente con su estado.
Esos rostros carecen de cualquier expresión,
sometidos a donde están, no hay ningún sentimiento. Son inamovibles y terribles
en su único gesto, transmitiendo el dolor que no logran comprender, en esa
última mascara. Tienen sus ojos vacios, devorados por cuanto quisieron ver y no
soportaron, cuencas yermas, pozos sin fondo de antiguas ilusiones,
insoportables hoyos donde se expresa su desamparada situación.
Esa tierra sufre con su contacto, arrastran sus
pies en una cansada marcha, ansían llegar a un sitio donde puedan reposar
su tormento. Desean paz y se la niegan en su continuo devenir por ese lugar
maldito.
Allí no hay luz alguna, no obstante ven. Una débil luminiscencia, fría como aquel sitio e
incapaz de definir los perfiles. Una iluminación azul que cambia en sus
tonalidades, a ratos más hiriente, muestra cuanto ellos no desean ver y
castiga con el conocimiento de verse reflejados en cuantos se encuentran.
Entonces agachan sus cabezas y miran a sus pies
la ruina de cuanto pisan, e incluso aquellos apéndices en los cuales se
sostienen, cuando nada debería de mantenerlos erguidos, les producen horror y
pena.
No es una pena, ni un horror como el de un ser lúcido.
Ellos carecen de cualquier sentimiento, es el recuerdo de haber perdido algo en
el camino que no logran recordar y en esta búsqueda desfallecen constantemente.
El vaho helado asciende de entre las ruinosas formas de una ciudad aniquilada,
lo contemplan con sus tristes y vacías miradas e incapaces de comprender,
agitan la cabeza en busca de lo que antaño tuvieron.
Pero solo hay vacio. Un vacio pleno quien pugna
por seguir existiendo, cuando todos sus habitantes lo llenan con sus dudas.
Vive de ellos, se mantiene consciente por ellos y en su único deseo, está en
poblar ese mar de desdicha y gozar con su desespero.
No hay llama para calentar tal lugar, las brasas
que arden no la confortan ni le dan color alguno a cuanto rodean. No existe
calma en este manifiesto lugar de quebranto, ni descanso para quienes lo
habitan y aunque el silencio es evidente, quien pudiera escucharlo y
soportarlo, conocería piden ser liberados de esa prisión. Pero no hay nadie
capaz de tal hazaña y el vacio es cada vez más manifiesto.
A nada pueden aspirar en sus trémulos pasos, ni ninguno
que quiera escucharlos. Llevan su aflicción como pesadas cargas en sus hombros
desnudos, sin cadenas que los aten, ni grilletes, ni guardianes vigilando
para evitar su huida. Son sus propios vigilantes, atados a su propia negación e
incapaces de liberarse.
Paredes de construcciones arrasadas los encaminan
en una determinada dirección. Poco a poco, las ingentes masas acuden a un único
punto, sin saberlo se acercan adonde una fuerza mayor dará un objetivo, podrán
gozar del privilegio de tener un propósito.
Una figura destaca en lo alto de la parte
derrumbada que antes fue una majestuosa torre. Es como todos ellos y diferente,
los espera para acoger bajo su cuidado. Habla sin emitir un sonido, los demás escuchan,
por primera vez sienten ser comprendidos.
Nace en ellos una nueva resolución, extenderán el
vacio que conocen, lo expandirán por cuanto conocieron y darán una forma
definida a su conflicto. Ahora disponen de una nueva guía, aun cuando nada ha
cambiado en su interior, siguen vacios de todo contenido.
Se entregaran a esta encomienda con total
dedicación. No importa el tiempo, ni el lugar, toda la eternidad les pertenece
y como tal, harán que los demás la conozcan. Su única motivación, dar
cumplimiento al sueño de su recién nombrado mando, con él cual no dudan tienen
asegurada su victoria.
Nada hay ahí afuera capaz de detenerlos, pues su
número es innombrable y la entrega en su tarea, incomprensible para quien no
habita en tal sitio. Cuando han de dominar es extenso, lo llenaran con silencio
y abatirán la luz vana, arrasaran las orgullosas civilizaciones e implantaran
la suya, pues no hay mayor honor que desfallecer por el vacio perpetuo y
entregarse a este, para siempre.
Los ojos abatidos a tal grandeza, jamás se cerrarían…”
“Aburrido, aburrido y aburrido” pensó la archimaga
mientras cerraba el libro y bostezaba con gesto taciturno. “No sé porque me
empeño en llevar este tonto escrito de Lavamasblanco. Ese hombre está loco,
tiene su cerebro como un hormiguero, lleno de agujeritos. Pero me viene bien
cuando el sueño no me acompaña, me ayuda a dormir.”
Dejó el pesado tomo dentro de la mochila, estaba
en la tienda que la elfa le hubo preparado. No podía negar se había esmerado en
hacerla confortable, aunque la rubia orejuda prefería dormir fuera. Pero era
mejor así, no se fiaba de tenerla cerca, ya había sufrido bastante acoso, la
semana en la cual convivio en Gran Capital con la tórrida mujer. Y ambas
acabaron en una desagradable tina helada.
Sintió escalofríos al pensar en esa fría agua,
pero había sido lo mejor, incluso Hurtadillas lo reconoció. Le negaba toda
clase de libido, a ambas. Sonrió, aun con todo los problemas que le ocasionaba,
era una buena compañía. Hábil, valiente y muy inteligente, quizás demasiado;
además, su hermosura era inclasificable.
Se apretó en las mantas que la envolvían, ahora
tenía otras preocupaciones, volviéndose hacía donde guardó aquel libro
inquietante, lo había sacado de la propia biblioteca particular de archimago, le sorprendió aquello tuviera tanta estima en su antecesor, como para tenerlo junto a otros de incalculable valor. Si debía creer cuanto en aquel volumen había descrito, enloquecería sin
dudarlo, debería encontrar antes a ese monje loco, tal vez le resolvería dudas que
tan hondamente le calaban, eso si seguia vivo, su antigüedad era manifiesta y no podía haberlo
escrito la misma persona que ella conoció. Era imposible.