jueves, 21 de febrero de 2013

EL COLOR DE LAS VICTIMAS



“Abrió los ojos, eran unos orbes dominados por el miedo, por el terror de quien sabe no hay vuelta atrás. Había llegado hasta él, ahora dominaba su cuerpo y nunca mas este volvería a ser el mismo.

Tierra de oscuridad, tierra negra cual tizón de madera al fuego, con brasas como venas recorriendo los tramos iluminados por su fulgor. Crujiente y espantosa al pisarla, gime como si doliesen los pasos sobre ella, se rompe y quiebra al tocarla, cual cascarilla sometida a superior voluntad. Los habitantes que la pueblan no pesan, nada hay en ellos para hacerse sentir, están huecos, vacios de toda expresión y contenido. Solo algo les llena, una amarga desolación unida a la certeza de una existencia infinita.

Briznas y chispas saltan vigorosas entre su caminar, se deleitan en quemar en su escaso devenir, esos cuerpos que nada sienten. Destellan al chocar e inflaman en un fugaz destello, un humo acre asciende hacia la nada, envolviéndose en una capa aun mayor en su cúspide. Un negro cielo, arriba en su dominio, lo observa todo. Las fumarolas de quienes se abrasan en su deambular la iluminan un instante, es una forma oscura, que se mueve como si millones de seres reptaran en su interior, se agita y conmueve con esos vanos intentos de iluminarla.

Los chillidos y gritos de voces que no se escuchan, en ese silencio eterno. Una capa de lenguas cortadas, donde nada nace y nada crece, gesticulan en el intento de formar palabras, estas se pierden, corrompidas en su inicio y convertidas en germen de otras que nunca serán pronunciadas. Un sibilante sonido es cuanto puede llegar a escucharse, el cual si fuera oído por alguien cabal, enloquecería de inmediato. No son lenguajes de ser viviente quienes nombran entre alaridos un último deseo, pues este nunca es saciado y desesperan. Intentan quejarse aún más alto, pero sus bocas no pueden hablar y ninguna expresión en aquel lugar, tener salida por sus maltrechas cavernas llenas de dentaduras, quienes ansían probar si aún pueden ser usadas.

Dientes afilados en sus extremos, como agujas resplandecientes llenas de restos de su propia existencia anterior, pululan en esas oquedades. Tan quebradizas como el suelo que pisan, chocan entre si y desprenden partes pútridas, devoradas por una garganta destrozada, cuya conjunción solo se mantiene por el brutal deseo de seguir existiendo, aunque no quieran reconocer esa propia creencia es incoherente con su estado.

Esos rostros carecen de cualquier expresión, sometidos a donde están, no hay ningún sentimiento. Son inamovibles y terribles en su único gesto, transmitiendo el dolor que no logran comprender, en esa última mascara. Tienen sus ojos vacios, devorados por cuanto quisieron ver y no soportaron, cuencas yermas, pozos sin fondo de antiguas ilusiones, insoportables hoyos donde se expresa su desamparada situación.

Esa tierra sufre con su contacto, arrastran sus pies en una cansada marcha, ansían llegar a un sitio donde puedan reposar su tormento. Desean paz y se la niegan en su continuo devenir por ese lugar maldito.

Allí no hay luz alguna, no obstante ven. Una débil luminiscencia, fría como aquel sitio e incapaz de definir los perfiles. Una iluminación azul que cambia en sus tonalidades, a ratos más hiriente, muestra cuanto ellos no desean ver y castiga con el conocimiento de verse reflejados en cuantos se encuentran.

Entonces agachan sus cabezas y miran a sus pies la ruina de cuanto pisan, e incluso aquellos apéndices en los cuales se sostienen, cuando nada debería de mantenerlos erguidos, les producen horror y pena.

No es una pena, ni un horror como el de un ser lúcido. Ellos carecen de cualquier sentimiento, es el recuerdo de haber perdido algo en el camino que no logran recordar y en esta búsqueda desfallecen constantemente. El vaho helado asciende de entre las ruinosas formas de una ciudad aniquilada, lo contemplan con sus tristes y vacías miradas e incapaces de comprender, agitan la cabeza en busca de lo que antaño tuvieron.

Pero solo hay vacio. Un vacio pleno quien pugna por seguir existiendo, cuando todos sus habitantes lo llenan con sus dudas. Vive de ellos, se mantiene consciente por ellos y en su único deseo, está en poblar ese mar de desdicha y gozar con su desespero.

No hay llama para calentar tal lugar, las brasas que arden no la confortan ni le dan color alguno a cuanto rodean. No existe calma en este manifiesto lugar de quebranto, ni descanso para quienes lo habitan y aunque el silencio es evidente, quien pudiera escucharlo y soportarlo, conocería piden ser liberados de esa prisión. Pero no hay nadie capaz de tal hazaña y el vacio es cada vez más manifiesto.
 
A nada pueden aspirar en sus trémulos pasos, ni ninguno que quiera escucharlos. Llevan su aflicción como pesadas cargas en sus hombros desnudos, sin cadenas que los aten, ni grilletes, ni guardianes vigilando para evitar su huida. Son sus propios vigilantes, atados a su propia negación e incapaces de liberarse.

Paredes de construcciones arrasadas los encaminan en una determinada dirección. Poco a poco, las ingentes masas acuden a un único punto, sin saberlo se acercan adonde una fuerza mayor dará un objetivo, podrán gozar del privilegio de tener un propósito.

Una figura destaca en lo alto de la parte derrumbada que antes fue una majestuosa torre. Es como todos ellos y diferente, los espera para acoger bajo su cuidado. Habla sin emitir un sonido, los demás escuchan, por primera vez sienten ser comprendidos.

Nace en ellos una nueva resolución, extenderán el vacio que conocen, lo expandirán por cuanto conocieron y darán una forma definida a su conflicto. Ahora disponen de una nueva guía, aun cuando nada ha cambiado en su interior, siguen vacios de todo contenido.

Se entregaran a esta encomienda con total dedicación. No importa el tiempo, ni el lugar, toda la eternidad les pertenece y como tal, harán que los demás la conozcan. Su única motivación, dar cumplimiento al sueño de su recién nombrado mando, con él cual no dudan tienen asegurada su victoria.

Nada hay ahí afuera capaz de detenerlos, pues su número es innombrable y la entrega en su tarea, incomprensible para quien no habita en tal sitio. Cuando han de dominar es extenso, lo llenaran con silencio y abatirán la luz vana, arrasaran las orgullosas civilizaciones e implantaran la suya, pues no hay mayor honor que desfallecer por el vacio perpetuo y entregarse a este, para siempre.

Los ojos abatidos a tal grandeza, jamás se cerrarían…”

“Aburrido, aburrido y aburrido” pensó la archimaga mientras cerraba el libro y bostezaba con gesto taciturno. “No sé porque me empeño en llevar este tonto escrito de Lavamasblanco. Ese hombre está loco, tiene su cerebro como un hormiguero, lleno de agujeritos. Pero me viene bien cuando el sueño no me acompaña, me ayuda a dormir.”

Dejó el pesado tomo dentro de la mochila, estaba en la tienda que la elfa le hubo preparado. No podía negar se había esmerado en hacerla confortable, aunque la rubia orejuda prefería dormir fuera. Pero era mejor así, no se fiaba de tenerla cerca, ya había sufrido bastante acoso, la semana en la cual convivio en Gran Capital con la tórrida mujer. Y ambas acabaron en una desagradable tina helada.

Sintió escalofríos al pensar en esa fría agua, pero había sido lo mejor, incluso Hurtadillas lo reconoció. Le negaba toda clase de libido, a ambas. Sonrió, aun con todo los problemas que le ocasionaba, era una buena compañía. Hábil, valiente y muy inteligente, quizás demasiado; además, su hermosura era inclasificable.

Se apretó en las mantas que la envolvían, ahora tenía otras preocupaciones, volviéndose hacía donde guardó aquel libro inquietante, lo había sacado de la propia biblioteca particular de archimago, le sorprendió aquello tuviera tanta estima en su antecesor, como para tenerlo junto a otros de incalculable valor. Si debía creer cuanto en aquel volumen había descrito, enloquecería sin dudarlo, debería encontrar antes a ese monje loco, tal vez le resolvería dudas que tan hondamente le calaban, eso si seguia vivo, su antigüedad era manifiesta y no podía haberlo escrito la misma persona que ella conoció. Era imposible.

El sueño empezaba a dominarla, dejaría todas esas preocupaciones para el día posterior. Sus ojos, sin pretenderlo, se cerraron solos.

miércoles, 20 de febrero de 2013

LA ÚNICA MAGA VERDADERA




Abrió los ojos, esos ojos hermosos con los cuales los hombres quedaban cautivados. Unos iris grandes enmarcaban la pertinaz retina, esta ojeaba con cautela cuanto a su alcance ponía. Símbolos que formaban palabras y estas una frase, la frase se constituía en párrafos y los párrafos en capítulos, estos a su vez acababan con un título, con el cual se enunciaba todo el conjunto. 

“Artes de magia elemental” leyó en la tapa de cuero en la cual se contenía. “Diantres, menudo libro aburrido, aburrido y aburrido. Prefiero deletrear los compuestos y luego las enumeraciones lingüísticas. Sería mucho más entretenido”. Cogió este volviendo a dejarlo en una de las enormes estanterías que conformaban la biblioteca de Nosonlastantas.

“Si esto continua así, no necesitaran acabar conmigo. Me moriré antes de puro tedio” pensó consternada. Llevaba meses enteros investigando las salas a las cuales nunca hubo prestado atención y ahora sabía bien la razón, eran una reunión de absurdas interpretaciones y malas teorías, disparatadas divagaciones y callejones sin salida. No le extrañaba el nivel de muchos de aquellos con los cuales compartía su rango, leyendo esos libros nunca llegarían a nada.

Incluso sin recurrir a estudio alguno sabia existían dos clases de ramas mágicas: la elemental y la espiritual. La elemental comprendía tal como decía los elementos, agua, fuego, aire y tierra; su dominio era complejo y llevaba muchos años el poder conseguir una influencia mínima sobre estos. La espiritual, aún suponía mucho más esfuerzo, pues el dominio de lo inmaterial no estaba aún definido, en ella se encontraban la adivinación y la sanación, entre otras muchas. Era una enseñanza muy restringida y solo los mejores accedían a rascar un poco su superficie.

Luego estaba “compendia”, la gran magia, quien reunía ambas clases en una sola. Era un secreto callado, un murmullo entre quienes debatían sobre los misterios de ese poder, un silencio que clamaba ser terminado. Testadurra podía presumir de conocer los dos primeros, pero se encontraba impotente en la unión de los dos. Era arriesgado y lo sabía, podía poner en peligro la misma Tamtasia si algo salía mal, tal era su enigmático poder.

Pero su anhelo era conocer, nada la atraía más que su capacidad de intentar comprender y asimilar la magia, Su instinto natural le empujaba y animaba a seguir tras ello, aún cuando supusiera un enorme esfuerzo sin clara recompensa. “Compendia” sería el mayor triunfo y se constituía en su máxima aspiración, por ello debía acceder algún día a la biblioteca del archimago. Era el único lugar donde podría satisfacer su sed insaciable.

Alejó esos asuntos de su pensamiento y cogió otro libro: “Movimientos de conjuración” se titulaba, abrió sus páginas mirando su contenido. Lo cerró de golpe, tan fuerte que casi estuvo a punto de atraparse sus propios dedos. Cuanto vio le dio risa, era absurdo intentar hacer comprender a alguien los sutiles movimientos con unos gráficos tan burdos. Las carcajadas le salieron solas, cuanto más pensaba en la estupidez que había supuesto el esfuerzo de constituir un libro como aquel, más risa le daba, parecía una poseída y la gente a su alrededor la miraba con preocupación. 

Se dio cuenta del silencio formado junto a ella, compuso su figura de nuevo con disciplina y en un acto de educada elegancia depositó el risible libro en la estantería.

“Basta, no he hecho sino perder mi valioso tiempo. Aquí no encontraré respuestas, necesito acceso a la auténtica biblioteca, no esta payasada”. Luego pensó en los payasos, siempre le habían hecho reír, lo suyo era un arte y no era justo compararlos con aquellos nefastos escritos, se arrepintió de ese pensamiento al instante. “No, es un agravio para esa noble gente, los payasos me gustan. Sencillamente deberían de quemarlos, con tapas y todo. Al menos, durante un rato darían calor en una noche invernal. Son para lo único que sirven estos estúpidos libros.”

Mañana había Consejo y ella como miembro del mismo, podría formular su petición. Era algo sencillo en teoría, solo debía expresar su deseo de acceder al cargo de archimago y se procedería a concretar una fecha para tal prueba, pero en la práctica sabia o por lo menos esperaba, le pondrían gran cantidad de trabas. Sabía que temían ese momento desde el primer momento en el cual conocieron su innegable capacidad.

Volvió a sus habitaciones, esas espléndidas estancias a quienes pudo acceder por su propio esfuerzo, siempre que entraba en ellas recorría estas con el agrado de un conquistador en su territorio. Llegó a donde se encontraba la confortable cama y se desnudó, hoy dormiría en cueros. No quería sentir ropa alguna, le agobiaba alrededor de su cuerpo, necesitaba sentir el contacto fresco de aquellas sábanas de buena tela envolviéndola, como una capa protectora, cual si fuese una larva que fuese a sufrir su metamorfosis para transformarse en una maravillosa mariposa.

Se removió inquieta, no lograba conciliar el sueño. Sentía la observaban, pero no era una sensación desconocida, era una vieja acompañante, como si desde la infancia alguien la controlase en sus movimientos y a pesar de todos los esfuerzos por descubrir a ese mirón, se había burlado de todas sus defensas y artimañas. Era alguien a quien debería de conocer, pues una habilidad así no la había encontrado en toda la escuela y temía ese encuentro. Notaba esos ojos escrutándola, cuando en la tranquilidad de este refugio propio, escapaba de las miradas insidiosas del resto del mundo.                                                           

“No podrían detenerla, no podrían”. Su pensamiento no hacía sino reforzar su mayor deseo, se acurrucó en un esfuerzo por defenderse, aunque fuera inconscientemente, de cuantos enemigos la rodeaban. Se sentía sola, siempre se encontraba sola, las manos agarraron las sabanas con fuerza, una chispa refulgió entre la espesa melena leonina.

Sus ojos permanecían cerrados, la expresión de la cara se tornó agreste y malhumorada, quedándose quieta. El pelo se movía en una inquietante brisa, con luminosos destellos estallando entre los mechones que se mecían. Había perdido su lisa estructura y se curvaba en múltiples rizos, quienes golpeaban entre si en una lucha por dominar a su contrincante. El aire mismo se lleno de una espesa electricidad, se volvió denso y los sonidos se transmitían en esa sustancia como impropios de aquel lugar.

Los objetos empezaron a vibrar, aquellos con una punta metálica brillaron como si fuesen cabos de una vela recién encendida. Los demás crujían ante tamaña presión, amenazando con estallar si continuaba ese fenómeno.

Testadurra tenía el gesto torvo, seguía con sus ojos cerrados y las manos apretando las sábanas, le parecía fuese a caer por un agujero profundo del cual no podría ser rescatada.

La vibración aumentó en intensidad. Una copa de cristal con agua se fracturó y el líquido cayó por la mesilla, pero no llego a caer al suelo, simplemente hirvió, transformándose en un espeso vapor. La maga sudaba, goterones le resbalaban por su hermosa frente y se deshacían al entrar en contacto con la tela que la envolvía protectora.

Sentía necesidad de chillar, de descargar toda la tensión que en su interior se acumulaba. Si lo hacía, su brutal impacto destrozaría cuanto a su alcance se encontrase. Las paredes mismas saltarían hechas pedazos e incluso el ala entera del edificio podría amenazar con venirse abajo. Si gritaba, toda la escuela sería destruida, pulverizada por una onda de poder tal, que nadie podría prevenirla ni detenerla.

Su mente fue más lejos. La propia Gran Capital se convulsionaria, los edificios romperían como si fuesen de arena y sus trozos impactarían en leguas a la redonda, pero supo que esto no acabaría allí. Vio como la tierra misma de Tamtasia abría sus fauces, los ríos vaporizaban sus contenidos, cuando el magma del interior bullía en su esfuerzo por salir al exterior. El mismo mar ardía. Aquella fue una visión espantosa.

Su cabello era una tormenta incontenible. Rayos emanaron de este, golpeando la pared y quemándola en donde hacían contacto, la luz misma amenazaba con volverse insoportable. Su faz ahora era fiera, una mueca de furia despierta, de deseos de venganza, de aniquilación y muerte.

Una mano se posó en su frente. Palabras de cariño que no escuchaba llegaron hasta su interior, le susurraban no estaba sola, ni temiera estarlo. Alguien la quería de veras y la protegería siempre, sus miedos eran infundados y debía calmarse.

El pelo se ensombreció, adquiriendo de nuevo aquella textura lisa que tanto se esforzaba Testadurra por conservar. La luz disminuyó hasta desaparecer, el aire recuperó su textura habitual y todo volvió a la normalidad. 

Despertó con una insospechada ansiedad. Se desprendió de aquellas telas que la rodeaban, estaba sudorosa y tenía sed. Fue a beber, descubriendo la fina copa de cristal rota, debería de ir a buscar una botella que guardaba en un armario de esa misma habitación. Se arrojó de la cama y abrió la puerta de la alacena, cogió la botella, estaba caliente como si la hubiese puesto a calentar. Bebió un sorbo, pero le quemaba su contacto y tuvo que escupirla para no abrasarse la boca.

Entonces vio la marca en la pared. Una línea de abrasadora marca había ennegrecido el delicado papel con la cual se decoraba, lo tocó y la ceniza impregnó sus dedos. No recordaba nada de todo aquello, solo el recuerdo de un mal sueño, una pesadilla de la cual no tenía ahora constancia de su contenido.

Se sentó, desnuda como estaba para contemplar el resto de su habitación. No observaba ningún otro indicio, salvo un inusitado calor, como el de una sauna quien la rodeaba. Decidió abrir las ventanas, afuera el fresco de la noche de invierno aliviaría esa desconcertante temperatura. 

Unas hojas sueltas de su escritorio habían caído al suelo, se fijó en algo inusual. Una marca de una pisada en una de estas, parecía de una bota por sus contornos bien delimitados. Ella jamás usaba botas, le había resultado imposible llevarlas, a pesar de que tenía varios pares en su bien nutrido ropero, le resultaban agobiantes, prefería un tipo de calzado mucho más abierto.

La miró con gran interés. Alguien había entrado mientras dormía y la despertó. Por el aspecto del recinto fue por su propio bien, algo escapó a su control. Algo que ella no recordaba, salvo escasos matices. Se había sentido sola y luego sintió no lo estaba. Estaba confusa, mañana con la luz del sol indagaría la realidad de esa noche. Ahora necesitaba descansar, dormir de veras.

Volvió a la cama, enredándose con las sabanas y disponiendo encima suyo, una gruesa manta. Dejó una de las ventanas entreabierta, le agradaba aquel frío intenso y permitiría recuperar su sueño de nuevo.

“¿Quién eres? ¿Qué pretendes?” Las preguntas le dominaban y no tenía respuestas. El cansancio venció y sin darse cuenta, cerró sus ojos.

jueves, 7 de febrero de 2013

SIN (4ª PARTE)



Diez años, pudieran parecer un tiempo largo y de hecho lo son, más bajo los cuidados de Dedofacil, no significan nada. Aunque los huesos rotos, rasgaduras y magulladuras en todas las partes del cuerpo sugieran un maltrato, supusieron un entrenamiento diestro y acertado. La elfa sabía no debía demostrar debilidad alguna, ni salvar los malos golpes, ni los cortes de advertencia. Evitar las mortales estocadas o los daños demasiado graves, constituian un gran esfuerzo de atención. Ello agilizó las capacidades, las cuales nunca fueron innatas, de Largasiesta.

Diez años de besar el suelo y llenarlo con su sangre, de rozar la gravilla a cuerpo desnudo; de que la elfa lo increpase por su torpeza y le obligase a repetir, una y otra vez, los ejercicios de lucha. Aprendió a manejar mandobles, sables, espadas largas y cortas; dagas, hachas, mazas y alabardas; lanzas y escudos, arcos de todas clases; incluso su propio cuerpo, como arma.

Le enseño a defenderse cuando parecía indefenso, a fingir debilidad para bajar la guardia de su contrincante, a esconderse utilizando el más insospechado agujero. Le enseño a sobrevivir, a distinguir lo que podía comerse de lo que no lo era, a comportarse gentil con quien lo mereciera y arrogante ante sus enemigos. Estos nunca debían verlo débil, ni dubitativo, eso sería su fin.

Sobre todo le enseño a amar, por encima de todas las cosas, a las personas. Debería de entregarse por amor, una palabra que solo empezó a atisbar su significado y cuando descubrió sus secretos matices, quedo maravillado. Esa fue su más dura enseñanza, aunque Dedofacil le advirtió que apenas había escarbado en ese poder y por más que lo intentase nunca alcanzaría su cenit.

La elfa se convirtió en su compañera, en el lecho compartían su cariño, sus angustias y los deseos. No se recriminaban el daño que pudieran hacerse, como amantes disfrutaban del calor de sus cuerpos y como compañeros, de una confianza inquebrantable el uno en el otro. Aunque todo el dolor se lo llevaba el muchacho, la mujer lo cuidaba con reverencia de cada una de sus incidencias. Eran un solo cuerpo, dividido en dos mitades.

La Primer caballero no les recriminaba su evidente afecto es más, lo fomentaba. Supo que esta también amaba de un modo personal a Puercoespino, viendo en ellos la encarnación de sus ideales. Ella, la noble Soloconbrasas, lo había perdido todo por sus visiones y el deseo de entregar cuanto tenia a quienes de veras lo necesitaban. La tacharon de loca, encerrándola en una abadía alejada de Gran Capital, en el lejano norte. Allí la maltrataban e injuriaban, se veía sometida a las labores más ingratas e incluso intentaron abusar de su persona.

Una mujer de aquel lugar se apiadó de tan ingrata existencia, acogiéndola bajo su cuidado. Esto le granjeó enemigos, quienes no dudaron en matarla para quitarle su custodia. Soloconbrasas pudo huir, pues antes del fatal desenlace, su protectora le donó una considerable cantidad de dinero y la oportunidad de empezar una nueva vida.

Después de llorarla durante días, la valiente mujer comenzó una caminata hacia ninguna parte. Estaba sola en el mundo y no tenía aspiración alguna, ni deseo de seguir viviendo. Entonces conoció a alguien extraordinario, cuyo nombre no quiso revelar a Largasiesta, pues si era necesario algún día sabría de su existencia. Se creó la Orden de Hierrocolado y quienes en ella se integraban siempre la trataban con su rango despojado, la duquesa Soloconbrasas. La Primer Caballero.

-Antes que yo, hubo otros dos Primer Caballero. El fundador de cuyo nombre nada diré y mi antecesor Guardapalma, una bellísima persona que murió cumpliendo con valentía los mejores designios de la Orden. Quiera donde este, descanse en paz auténtica –dijo la mujer mientras intentaba explicarle los orígenes de la Orden al joven muchacho.

Estaban en el comedor anexo a la cocina. RamdelNorte, un enano que también pertenecía a Hierrocolado lo miraba con atención. Bajo como todos los de su raza y ancho como un tonel, tenía unos ojos desapasionados, oscuros y fríos, casi como muertos.

-Muchacho, tienes mucho que aprender aún. Vives en un mundo idílico donde todo es bueno y amable, pero no lo es. Si rasgas un poco en el envoltorio, no descubrirás sino miseria, amargura y codicia, mucha codicia. –Soloconbrasas le miró. En su rostro se encontraba desaprobación en cuanto había hablado el enano y este pareció comprender su falta- Y algo de bondad, no mucha ni suficientemente repartida, pero algo si que hay.

Aquello pareció complacer a la mujer del mechón blanco quien le caía rebelde por su cara.- No hagas mucho caso de RamdelNorte, es buena persona, pero es enano. Y como tal, refunfuña y desgañita sobre cualquier cosa que no sea piedra y su contenido. Pero si es cierto te queda un duro camino por recorrer, todos te ayudaremos a ese propósito. Formamos una unidad, aunque dividida en dieciséis partes, el cómputo total de nuestras fuerzas. –El muchacho le miró con sorpresa, no sabía eran tan pocos. La mayoría de las Órdenes tenían más de trescientos miembros e incluso algunas podían sobrepasar el millar.

Se colocó de nuevo el mechón en su sitio, aunque guardaba un precario equilibrio y no tardaría en caer sobre la serena cara. Puercoespino estaba a su lado y decidió ser él quien continuaría hablando, aprovechando la pequeña muestra de coquetería que se permitía su amada.

-Somos pocos, muy pocos. Nunca hemos pasado de la veintena, pues nuestra selección es muy rigurosa. Nadie que no contemple la luz de la flor del montículo puede entrar, aunque puede ser nuestro aliado, si vemos en este su disposición a ayudarnos, pero nunca como miembro. Es peligroso y desafortunado –concluyó con rotundidad, como si con ello afirmase la equivocación de esa decisión en algún momento pasado.

-¿Pero que es este símbolo? ¿Qué es la flor del montículo? –siempre lo había deseado preguntar. Su luz le iluminó la primera vez que la vio y desde entonces no volvió a verla. Se miró su sobrevesta que ahora vestía como miembro de Hierrocolado y tan solo era un trozo de tela inanimado. No comprendía el valor ni el significado de esa enseña.

-No hay mayor honor para un ser viviente que verla. Has sido agraciado con su visión y eso es suficiente, el recuerdo de algo mayor a nosotros y mucho más trascendente. De algo perdido y que no podemos recordar, o no lo deseamos –en este punto, Soloconbrasas calló, intentaba comprender el significado de sus propias palabras-, la flor de montículo no es un símbolo, es algo real. Aunque no podamos alcanzarla, ella nos conforta y auxilia frente a horrores que no puedes ni imaginar. Nada más se, solo una férrea confianza en nuestra enseña, pues nos protege de aquello que nunca desearíamos ver ni conocer. –Se llevó la mano a su pecho, donde la flor se encontraba, era como si desease que esta se presentase ante ellos y ratificase su pequeño discurso, pero solo un silencio reverente sacudió aquel lugar.

Portetieso, quien había llegado al lugar hacía pocos días junto con el enano, entró en la habitación. Portaba con destreza unas grandes bandejas con comida, todos los celebraron, a excepción de Dedofacil, los demás eran pésimos cocineros y el recién llegado había sido antes de entrar en la Orden, un excelente mesonero de reconocida fama. Sus exquisitos guisados inundaron el lugar con su aroma. Dispuso los platos a todos: la elfa y el muchacho quienes estaban juntos, la Primer Caballero y Puercoespino; Tiernocorte, Meloquedo y Parterapido, con RamdelNorte.

Trastoviejo, quien se sentó al lado de Puercoespino, entró poco después, dirigiéndose a Soloconbrasas:– Ahora viene el resto, acaban de llegar y se están lavando del polvo del camino, no tardaran. Lo justo para que no se enfrié este apetitoso guiso. –Dijo mientras partía el pan y entregaba trozos a todos quienes allí se encontraban. 

Habían dispuestos seis platos más y Largasiesta miraba con expectación la entrada. Deseaba ver a esos compañeros, de los cuales no había oído hablar e ignoraba su aspecto. La puerta se abrió, una pareja de gemelos entró con un desparpajo evidente, eran Ojomuerto y Unamuerte, era imposible saber cuál de los dos era uno u otro. Se presentaron con buen humor, sentándose a devorar los platos sin ninguna cortesía.

Luego llegó Uñapartida, un hombre grande, musculoso como Puercoespino y con gesto serio. Saludó a todos y miró con curiosidad al muchacho, pero luego prestó atención a su plato. Después entraron Tiesamano y Liadaparda, eran dos mujeres, una greñuda y hosca; la otra con aspecto dulce de no haber roto un plato en toda su vida. Saludaron y se dispusieron a comer.

Por último entró Trapopiel, todos callaron. Este no dijo nada, solo movió con brusquedad su cabeza como toda contestación y se sentó en la mesa, los demás le correspondieron con ademanes igualmente silenciosos. Parecía de origen noble, altivo en su porte, pero sus ojos delataban un profundo dolor y la tristeza enmarcaba toda su cara. Al mirarlo Largasiesta sintió un escalofrió que con ningún otro pudo percibir, así que evito su mirada durante toda aquella animada reunión. Trapopiel no dijo nada ni nadie le hizo mención de hablarle, aunque le acercaban la comida como a cualquier otro y llenaban su copa cuando esta lo necesitaba.

Luego todos se retiraron y el muchacho quedo solo con Soloconbrasas. Tenía que decirle algo importante, este estaba intranquilo y al ver su indecisión, le animó a sentarse junto con ella al lado del generoso fuego de la chimenea.

-Ha llegado la hora, Largasiesta. Hoy nos hemos reunido al completo para ayudarte a superar tu primer encuentro, –se detuvo, le costaba encontrar un modo amable de decirle que su vida iba a estar en grave peligro- deberás enfrentarte a tu primer “sin”. Los demás trataremos de que sobrevivas, pero es solo tu arrojo quien te evitará un trágico final. No es fácil luchar contra ellos, ni agradable. No habrá escritos contando tus hazañas ni tus pesares y si algún día mueres, solo los pocos miembros de la Orden honraran tu memoria. Has vivido tus mejores días, diez años de tranquilidad que nunca recuperaras, pues el horror de tus encuentros te hará perder el sueño y tener siempre a mano arma para combatirlos. Dedofacil jamás ira de pareja contigo, os pondríais en peligro entre ambos y no te acompañará, solo podrás verla cuando sea necesario un descanso y eso será en contadas ocasiones. Ella siempre lo ha sabido y aunque te quiere, sabe cuál es el camino correcto, nunca negará su afecto por ti, ni ninguno de nosotros os impediremos amaros.

-¿Cuándo será? –preguntó con voz emocionada el joven iniciado.

-Mañana. Ahora deberías ir a dormir, debes descansar –dijo la Primer Caballero. Después de eso retornó a su habitación, allí estaba la elfa esperándolo. No se dijeron nada, ella apartó las gruesas mantas y se acurrucó al lado, noto el calor de su cuerpo, eso le devolvió un poco de confianza en si mismo, luego se durmió. Dedofacil no lo hizo, quedándose en vela durante toda la noche y mirando el rostro de su querido amante y compañero. Tal vez, nunca volvería a verlo en igual condición o su jornada de mañana, sería la última.