martes, 26 de marzo de 2013

ENCUENTROS



Abrí los ojos, la explanada de tierra seca ofrecía la visión de remolinos empujados por el viento y nubes de polvo azotando mi dolorido cuerpo. Había luchado contra aquel ejército comandado por un mago dominado por la oscuridad, enfrentada al dilema de terminar una vida o ser clemente. Al final decidí lo primero, estaba cansada de ofrecer oportunidades que nunca eran aprovechadas. Acaso pensaban los contrincantes mi paciencia no tenía un límite, aún con todo mi poder, estoy atada a la vida y nada puede excluirme de esta unión.

Podría si quisiera ser la reina de este mundo. Imponer mi voluntad sin ningún temor a ser destronada, pues mi fuerza y mente superan en mucho a cualesquiera otra expuesta a mi encuentro. No tengo rival, ni nadie amenazando el titulo de ser más poderoso. Lo soy, sin ninguna duda, pero muchas veces me siento inclinada a no obrar, a dejar que los demás comprendan pueden ser diferentes, aunque requiera esfuerzo.

Yo sufro constantemente, sin un solo momento de tregua, incluso cuando la tranquilidad me envuelve y no hay una amenaza clara en el futuro, sufro. Llevo un dolor eterno junto a mí, dentro de mí, el cual no encuentra consuelo nunca. He aprendido a convivir con este y aceptarlo, sin ello poner en peligro cuanto creo y amo. Nunca he deseado reinar, solo vivir la vida, tranquila junto a alguien a quien pueda querer, me respete a pesar de mis defectos, con quien reposar en su hombro y sentir el cálido contacto de su cuerpo. Amo a cuanto existe, pero ansió pertenecer a un cariño mutuo, a ser correspondida, la tierra me ata a ser así.

Camino por esta superficie desolada, pensando en si podría mejorarla, bajo el influjo de la oscuridad ha quedado maltrecha y me asola verla así. Amo el verde de las praderas y los bosques, me recuerda constante al mar de mi alegría. Siento pesar por el dolor de todos esos seres empeñados en destruir y aniquilar, su sufrimiento me entristece esa continua alegría a la cual siempre deseo aspirar. Estoy sola en esta batalla sin fin, con la esperanza un día llegue donde los demás luchen conmigo. Todos están lejos, en pensamiento, en la esencia de la verdadera existencia, demasiado alejados del dolor que sería reconocer la perdida de cuanto fueron. Ojala pudiese evitarles ese daño, lo sufriría con gusto si con ello pudiera obtener su compañía.

Abandonada a mi suerte. Así me encuentro, caminando por entre este polvo, por la tierra agostada por la malicie. Es opuesto a cuanto soy, el cuerpo lo nota y su dolor cala en mis huesos, duele feroz, aborrece ese contacto y desea volver a reposar en lugares más plácidos, pero impongo mi voluntad. Eso soy, voluntad férrea y convicción absoluta de cuanto debo hacer. 

Me detengo, extiendo el manto de mi ser a toda esa extensión baldía, introduzco mis pensamientos en las raíces más profundas, donde duermen aún las semillas que nunca florecieron. Las llamo, les ruego atiendan mi petición. Estas me escuchan, saben quién soy y me respetan, pues conocen de mi todo cuanto otros ni siquiera imaginan.

El polvo cae al suelo y se une a la tierra. Nubes forman en el cielo y precipitan su contenido en la llanura, el agua entra por sus rendijas, empapa la vida oculta y la fortalece. Todo nace, todo crece y todo ello me conforta, es un rato de consuelo poder unirme a ese nacimiento. Ahora el verde se extiende hasta perderse en el horizonte, la hierba cubre hasta mis rodillas y los arboles me dan descanso del sol abrasador. 

He padecido con este acontecimiento, sangrando en abundancia para sanar este lugar. La vida requiere sacrificio y le ofrezco el mío, incrementando mi dolor hasta llegar a límites que nadie querría soportar. Yo lo he hecho por amor a cuanto existe, no me importa ese sufrimiento, puedo dominarlo y hacerme más fuerte.

Esto me diferencia del resto de habitantes, nadie estaría dispuesto a compartir este padecimiento, prefieren una vida sencilla, alejada de la problemática incertidumbre sobre lo que se oculta detrás de este escenario. No quieren pensar, solo cosas banales, en vivir vacios de todo verdadero contenido.

-He visto lo que has hecho –escucho a sus espaldas. Sabia quien era, le había acompañado en aquella amarga experiencia e ignorado ahora por su pesar en el fatal desenlace.

-Mi buen Lavamasblanco, espero no desees ahora me exhiba de nuevo –dijo volviéndose. Allí tras ella se encontraba aquel hombrecillo, el cual se obstinaba en seguirla a cuantos lugares dignase visitar.

-No, ya he visto suficiente. Uno no suele aburrirse en tu presencia, mi señora –vestía unas pobres ropas, a pesar de que Hurtadillas le ofreció buenas vestimentas, este prefería llevar esas como signo de humildad.

-No soy tu señora, solo tu amiga. Nada más –la elfa se vio obligada a coger la manga del hombre y arreglársela, esta se deshacía con solo mirarla- no deberías ser tan descuidado, hay un límite entre la modestia y la desidia.

-Para mi es un privilegio tengas tantas atenciones con quien no es nada –respondió mientras dejaba que la mujer le hiciese una manga nueva, con solo tocarlo su ropa había adquirido mejor aspecto.

-Debería de golpearte con una de esas rocas. Tal vez así, adquirirías más sentido común. Si fueras nada, nada harías aquí y nada me molestarías –le miro a los ojos, era una mirada cansada, agotada por los trasiegos de días anteriores y las tensiones durante la batalla– este “nada” necesitaría un buen descanso y los cuidados de quien te ha convertido en un ser anónimo.

-Si, reconozco me vendría bien tumbarme un ratito. Pero ello te retrasaría y no es mi deseo hacerlo –los ojos se cerraban solos, no podía dominarlos y pedían a gritos darse un sosiego.

-Hum, no tengo nada pendiente. Debes confiar en mi, no voy a dejarte aquí solo, abandonado a tu suerte. Duerme, te vendrá bien, te necesito despejado para que sigas diciéndome tantas tonterías como siempre.

La voz tenía un tono especial, Lavamasblanco se desplomo rendido, aunque la elfa lo cogió con cariño y le dispuso un lugar donde pudiera dormitar. “Descansa, un día u otro habrás de dejarme. No puedo ser tu niñera toda tu vida”. Le acaricio la frente, sentía un gran aprecio por ese humano, pero no era la compañía que ella ansiaba, aún cuando le iba bien conversar con este, hacía sentir menos dura esa soledad interior.

Oyó sonidos al norte, el lugar donde la batalla había culminado aquel día y todo se hubo decidido. Eran unas pisadas metálicas, aplastando la larga hierba sin ninguna consideración. Decidió salir a su encuentro.

Bellandante quedo con Lavamasblanco. No los necesitaba a ninguno de los dos, podía valerse por si misma, aunque también estaba agotada. Estos días se esforzó mucho y el dolor en la planta de los pies era atronador, palpitaban con fuerza, hubiera deseado gritar pero eso asustaría al hombre y no deseaba turbar su sueño.

Vio a un hombre con armadura. Era uno de los miembros del grupo que había destruido, debía haber sobrevivido a toda la matanza, lo veía renquear de una pierna, aunque parecía decidido a alcanzarla.

-No sigas. No deseo causarte ningún daño, da la vuelta y vete –dijo Hurtadillas con notable decisión.

-¡Bruja! He de matarte, no descansare hasta que tus huesos rompan con mi acero. Has matado a mi señor y a los míos.

-Merecían morir. Les di varias oportunidades para rectificar y no quisieron, envalentonados por su arrogancia y soberbia. Tuvieron cuanto pidieron –la elfa sentó en el suelo, despreocupada por la amenazadora figura de aquel bruto dispuesto a matarla.

-Voy a matarte, escoria elfa. Luego violare tu carne y matare cuanto se encuentre en este lugar maldito. Quemare toda esta hierba y arboles, no dejare nada vivo aquí.

La elfa cruzó las piernas y apoyo la cabeza en sus manos, parecía aburrida por esa declaración de intenciones.

-Si, si. Bla, bla, bla –repitio varias veces cansada de escuchar siempre las mismas amenazas-. No tienes ninguna imaginación, podrías haber dicho me destriparías, descuartizarías, deslomarías y demás, pero no tienes incentiva alguna. ¿Acaso nunca has aprendido a razonar un poco, insensato? Siéntate y baja esos humos, aquí no va a haber ninguna lucha.

-¿Qué? Te estas burlando de mi, asquerosa rubia –respondió con notable enfado. Luego sin saber la razón, se sentó sin elegancia entre la verde hierba.

-Quiero conocerte y no me apetece hablar con alguien armado. Deja tus armas y charlemos, tengo ganas de algo de sentido común. En verdad, tú no deseas enfrentarte a mí, te sientes obligado pero no quieres. Estas enojado por no haber sabido luchar mejor, eso no es lo tuyo y tu primer impulso es vengar a tus compañeros, aunque estos nunca lo fueron de ti. Percibo deseas cambiar de vida, nuevos retos… te gustaría ser ganadero, lo veo tan claro como el agua de un arroyo de montaña. Yo puedo ayudarte –saco un saquete y se lo arrojo a sus pies.

-¿Qué es esto? Un soborno por tu miserable vida –sopeso el peso de la bolsa, estaba llena. La abrió y no pudo sino soltar una exclamación malsonante, eran monedas de oro de la mejor calidad, un autentico tesoro con el cual podría vivir regalado el resto de su vida. Una sola de ellas ya le haría ser un señor y todas ellas un príncipe.

-Con eso podrás comprar ganado, una bonita casa y poderte casar con esa chica que sus padres siempre han dicho eres poca cosa para ellos. Podrás tener un montón de niños y un día, agradecérme de corazón el haberte perdonado la vida y además pagado por ello –la elfa sonrió, satisfecha por aquella agradable historia.

El hombre se levantó con la bolsa entre sus manos, guardo las armas y se dio media vuelta sin decirle nada. Tras un rato, lo perdió de vista y se levantó.

Sabía nunca utilizaría ese dinero para nada bueno. Contrataría a un ejército de mercenarios y saldrían tras ella, pudiera ser también algunos magos sin escrúpulos los acompañasen. Le hubiese gustado esa otra historia, con el ganado y los niños, con su familia al completo, saliendo a recibirla en su majestuosa casa e invitarla a una buena comida o una mejor cena. Pero no iba a ser así, lo había visto en los ojos llenos de odio de aquel hombre, sin sitio para compasión o amor alguno, pleno de mal pero práctico a la hora de enfrentarse a ella. 

Seguramente la había visto acabar con todos y sabia no tenía ninguna posibilidad. Solo su orgullo herido le hizo acudir, luego recapacito y pensó sería mejor contar con ayuda diestra.

Otro día habría de combatir con él y los de su calaña. Tal vez pudiera cambiar de intención, aunque lo dudaba. Sus ojos no mentían.

Volvió a donde Lavamasblanco dormía tranquilo. “Dichoso sueño, ojala pudiera imitarte y olvidar cuanto me envuelve” E intentando simular esa paz, cerro sus ojos.

lunes, 25 de marzo de 2013

CUENTOS Y CUENTAS (3ªPARTE)



Habían llamado en la puerta trasera de la casa, la sirviente de mis padres Contodosigo, no tuvo ningún reparo en atender al tendero, quien todos los días traía las provisiones frescas acordadas. A final de mes, mi padre Trapolimpio se acercaba a su establecimiento, finiquitando la deuda y vuelta a empezar en un nuevo mes, todo era como un reloj cuidadosamente controlado, sin lugar para sorpresas ni emociones. Rosapiel, mi madre, se ocupaba de mis hermanos menores y mi hermana mayor, la cual estaba en relaciones con el hijo de un conocido mercader, hacia las veces de ama de llaves. Le gustaba el orden y la pulcritud, comprobando por todos lados las cosas estaban a gusto de la familia, eso era decir tanto como a gusto de mi padre, pero mi madre en los asuntos de la casa, siempre tenía la última palabra.

Como era habitual, discutían si debían cambiar las cortinas del salón o no. Era una cuestión de suma trascendencia, pues la vida social se llevaba allí y quienes visitaban mi casa, eran gentes de alta sociedad. las cuales en su vida nada habían hecho para esforzarse en salir de su rutina diaria, complacían en aspectos tan vanos como el color de un paño o la vestimenta de tal persona.

Yo permanecía en la cocina, dispuesto a emprender la jornada laboral de revisar balances y hacer cuentas. Ignoraba cuando iba a hacer su aparición Cantabulla, bastante preocupación tenia con las consecuencias que podría acarrear esa visita y la fiel Contodosigo, advirtió mi nerviosismo.

-Estas muy remolón con tu desayuno, ¿te ocurre algo? –tenía la confianza suficiente para indagar en mi vida. De hecho, servía allí antes de nacer yo y formaba parte de nuestra familia, desde antes de haberse casado mis padres, pues pertenecía al servicio de mi madre y fue cedida como regalo por mi abuelo de su propia casa. A todo decir no era una esclava, sino una persona libre y cobraba por su trabajo, el cual nadie dudaba era siempre bien realizado. Excelente cocinera y mejor persona, era para mi una segunda madre a quien acudir, cuando la primera estaba demasiado ocupada con el resto de los habitantes de esa controlada vivienda.

-No. Solo estaba pensando –dije para calmar mi propia intranquilidad.

-Pues piensas mucho y comes poco. Acaba con la leche y trágate todo lo demás, hay que empezar el día bien alimentado.

-Sí, “mama” –conteste con la sorna de quien juega.

La sirvienta me miro con agrado, asintiendo mi respuesta en una clara negación. Era una mujer mayor, pero fuerte. Venia, según contaban malas lenguas, del norte; de las tierras bárbaras, decían las gentes, como si aquello fuese un insulto. Para mí, era la mejor persona del mundo y nadie me haría cambiar de opinión. Me importaba un rábano de donde procediese. 

El timbre de la puerta principal sonó esta vez. Para sorpresa mía, el sonido fue diferente al de siempre, quien tocaba este disfrutaba de un sentido musical que hacía imposible evitar escuchar esa llamada.

-¿Quién será a estas horas de la mañana? –la criada salió presta para ver quien osaba turbar el cotidiano desenlace de aquel día.

Mi hermana llegó antes. Estaba intrigada por descubrir el responsable de haber dotado a la campana de tamaña elegancia en su toque. La puerta se abrió, con una intensidad que a mi me pareció diferente a la de cualquier otra circunstancia. Dos sombras destacaban contra la luz de la calle, inundado esta el ancho vestíbulo con su destello.

Rosalimpia tardo un instante, el de sus ojos de acomodarse a esta intrusión, en reconocer a quienes se acomodaban en la entrada esperando ser recibidos.

-¡Maestro Cantabulla! Es un gran honor recibiros en mi casa, ¿en qué podemos serviros? –dijo con cuanta desenvoltura pudo reunir. La presencia de aquel bardo en su casa, era como si el propio emperador hubiese emprendido tal acción. Mi familia era respetada, pero por tenderos y comerciantes, no por gente noble ni artistas consagrados.

-Me habéis reconocido, ¡que desilusión! Esperaba presentarme como una persona cualquiera y así deseo me tratéis. Mis títulos nada importan, no estoy aquí en un acto oficial, solo es un asunto particular del cual deseo hablar con urgencia.

Mi hermana no pudo disimular su sorpresa, fue entonces cuando se percato de la presencia de la segunda persona. Una muchacha, vestida con distinción, se encontraba a su lado y miraba fija al interior del vestíbulo.

Era Finasilla y sus turbadores ojos clavaron su daga en mi corazón. Si vestida con sus trajes de saltimbanqui era digna de atención, ahora dudaba cualquiera otra dama de la corte en Gran Capital pudiese disputarle el título a la más bella. O eso al menos, me pareció en aquel instante mágico.

Llevaba el pelo oscuro muy corto por los lados. Un flequillo, en apariencia descuidado, caía sobre su frente, ensalzando aún más aquellos encantadores ojos. Estaban rodeados por una pequeña sombra color verde y los enmarcaba como una obra de arte. Dos coletas se entrecruzaban, sosteniendo el más largo cabello de su espalda y evitando este traspasase el límite de esa hermosa nuca, la cual apenas me habían dejado ocasión de ver.

El bardo presento a aquella mujer como su ayudante y ambos fueron introducidos al salón, donde mis estupefactos padres aguardaban tan insigne visitante.

Finasilla no hizo intención de mirarme más y con gentil cortesía acepto el asiento que mi padre cedió a quien consideraba dama de abolengo. Nada tardo en ensalzar la decoración del lugar y ganarse el aprecio de mi madre con sus lisonjas, se comportaba como alguien de la realeza. Sospechaba aquello no era sino una extensión de su vida de artista, representando un papel del cual ella, no tenía nada que ver.

-Maestro, ya me diréis el asunto de vuestra visita. A decir verdad, estamos perplejos por vuestra inesperada atención -. Mi padre frotaba su mentón, señal inequívoca de que se encontraba fuera de lugar. Siempre lo hacia cuando se sentía inquieto.

-Bien, me gusta ser directo. Un artista ha de serlo, si no perdería todo su misterio –el bardo se acomodo junto a mi padre, dispuesto a entablar un duelo por mi.

-Vuestro hijo merece de mi atención. No he visto tal predisposición en un arte como la de Trapopiel, ni puedo permitir esta se mal pierda, una vez conocida.

-¡Mi hijo, un artista! pero eso no puede ser. En mi familia jamás ha existido un precedente de nadie dotado para ningún arte, permitidme os diga habéis confundido la dirección, de seguro os han tomado el pelo, si me permitís ser tan franco.

Mi madre se removió. Reconocí al instante el deseo de intervenir en la conversación, pero mi padre siguió hablando de las cualidades innatas de su hijo, del dominio sobre la aritmética y la fidelidad al cliente, de unas respetables formas de ganarse la vida, sin la intempestiva vida ambulante ni la incertidumbre de saber si cuanto crea será bien aceptado o no.

Cantabulla rio. Lo hizo sin malicia alguna, aunque mi padre se molesto por aquel comportamiento tan espontaneo. Cuando termino, los ojos le lloraban y tuvo que secárselos con cuidadoso esmero.

-Perdonad. Los asuntos cotidianos siempre me han parecido tan triviales e innecesarios para la vida verdadera, que no puedo evitar reírme por esa insensata consideración.

-Os creía una persona más sensata, maestro Cantabulla. La verdad, no se que pensar de vuestras palabras.

-Mis palabras no importan. Importan los hechos y estos son lo suficientemente elocuentes como para tener la osadía de llevarme a vuestro hijo de aquí, cuanto antes mejor. Respeto vuestro trabajo, no me consideréis insolente por ello. Es esa burda apreciación de la vida, la cual no puedo tolerar.

-¿Os atrevéis a juzgar mi forma de pensar? Mi hijo no se moverá de aquí y llamaré a la guardia si es necesario, me importa un bledo si sois el famoso Cantabulla o no. Si es necesario yo mismo os echare a patadas de aquí –mi padre estaba rojo de enfado, parecía fuese a levantarse y emprenderla a golpes con todo.

-No podría esperar menos de un padre por su hijo, eso os elogia. No pretendo causaros daño alguno, ni ningún mal a vuestra familia. Sois un hombre honrado y de fuertes convicciones, no lo dudo, pero corréis un grave peligro. Muchacho, canta una estrofa de tus libretas –le arrojó estas a su regazo con notable maestría- y cuando te ordene callar, lo haces de inmediato.

Finasilla estaba tensa. Preparada a saltar si era necesario, mirándome con esos ojos poderosos, como el día anterior y preguntándome el secreto guardado tras estos.

-¡Mis libretas! Me las birlasteis, sois un truhan, Cantabulla. Pretendíais acaso apropiaros de mi trabajo.

-Canta hijo mío. Tengo curiosidad por conocer tu habilidad. Canta –mi madre me sorprendió por aquellas palabras. Se había levantado tan rápida como sus piernas le permitieron y ahora me cogía por la mano. Una extraña luz iluminaba sus ojos, como una sospecha la cual veía ahora cumplirse sin remedio.

Me sentí impresionado por el ruego de mi progenitora. Estaba enfadado con el bardo y su acompañante, se habían apropiado de las libretas donde guardaba mis composiciones. Lo consideraba algo personal, como un diario, en el cual recopilaba emociones de todo tipo, que me resultaban imposibles de comentar a viva voz con otra persona. Era como si hubiesen robado mi alma.

Decidido a demostrar mi valia, abrí uno de los cuadernos por cualquier lado. Una estrofa al azar, fue la elegida. Carraspee un momento, aunque no lo necesitaba. Si debía dar empuje a mi actuación, también debía tener al público expectante a mi inicio.

Cante. Una palabra tras otra, cerré los ojos al pronunciarlas, sentí como vibraban mis cuerdas vocales y el poder de estas se expandía por todo el salón. Ahora no necesitaba seguir leyendo, conocía aquella composición y esta se extendía en mi mente, debía dar rienda suelta a este y no ponerle límite alguno.

-¡Calla! –escuche. Había sido Cantabulla, pero ignoré su mandato y seguí cantando. Solo unas palabras más-, ¡calla! –volví a escuchar, esta vez parecía más una súplica-, ¡calla de una vez! –gritó, ahora eran unas palabras dolorosas brotando de una garganta agónica. 

Alguien me tapo la boca con brusquedad. Abrí los ojos y vi a Finasilla abalanzada sobre mi, caímos por su empuje al suelo. Su mano era fuerte, apretaba mi mandíbula para evitar saliesen nuevos sonidos por esta, aunque evitó hacerme demasiado daño. Me miraba con horror y compasión, e incluso una lágrima surcaba su rostro, esta brillaba en su piel tostada, suave y tersa. Tan cerca de mí que su aliento agitado me golpeaba la cara.

-¡Por los cielos, muchacho! La próxima vez, obedece cuando alguien te lo diga o nos mataras a todos –exclamó con dificultad- ni siquiera has llegado a cantar dos líneas y has puesto tu empeño en ello. 

La chica soltó a su presa y lo levantó. Se desprendió de unos tapones en los oídos y respiro aliviada por librarse de ese impedimento auditivo. Vio entonces a sus padres desmayados, su hermana también yacía en el suelo caída, parecía sufrir espasmos y el bardo la atendía como mejor podía. 

-Mi querido Trapopiel, ahora comprenderás el drama de tu voz y el por que me encuentro aquí. Y la necesidad de que vengas conmigo –dijo Cantabulla, quien había confirmado sus temores sobre el joven.

domingo, 10 de marzo de 2013

COLORES



Abrió los ojos, el azul del cielo la recibió acogedor como siempre. Era un color que le agradaba, el recuerdo de una paz, la cual no había vuelto a conocer desde el principio de su existencia, se hacía evidente en aquel breve instante.

Los colores tienen magia. Desprenden calor o frio, sentimientos de toda clase y se siente por ellos una inclinación, por unos u otros, incluso defendida con palabras o hechos, habiendo incluso quienes los adoran, como representación de algo muy por encima de cualquier entendimiento.

El azul la transportaba lejos de allí, a una época en donde no era sino una niña, ignorante de acontecimientos futuros, en un mundo duro e implacable donde nunca sería bien recibida. Aún así, sintió un cariño olvidado y reprimió una de aquellas extrañas lágrimas que muy de vez en cuando, afloraban en sus ojos inquisitivos.

Los recuerdos gratos también eran dolorosos al mismo tiempo. Recordaba las olas de un mar olvidado, el contacto con su agua y la sensación de felicidad que en aquel momento le embargaba. Aquel techo de cielo, en un día extraño por estar despejado y permitir ver la belleza de esa cúpula, llamó su atención. Era hermoso y parecía saludarla en su escasa felicidad, complaciéndola al enseñarle cuan maravilloso sería poder contemplarlo siempre que lo desease.

Ahora podía, e incluso permitía que nubes surcasen ese azul, con sus blancos y grises enturbiándolo, constituyendo una visión placentera el verlos marchar, unas veces lentos; otras arrastrados por los vientos, cambiando de forma y deleitándola en ese baile imprevisible, con sus múltiples variantes.

Todos los días, con el sol de Tamtasia mostrándose en el nuevo horizonte, cambiaba para ella. Azules intensos, de muchos matices, los cuales solo el ojo experto de aquella mujer comprendía sus gamas, siempre en constante renovación.

Estaba tumbada, cuan larga era, en la tierra. Cualquier lugar de su patria era bueno para observar ese espectáculo y se enorgullecía de aquel cielo seria visto por todos sus habitantes. Todos alzarían su vista hacia arriba, unos preocupados por cosechas, otros por el simple hecho de verlo como ella; los más, para saber si aquel día era propicio para sus intenciones.

Algunas veces, otros colores invadían ese tejado. Rojos y amarillos, provocados por la luz del sol, enmarañaban la cubierta y difuminaban con todas sus variantes, el autentico dominio del azul. Pugnaban con este en amaneceres y atardeceres, unas veces se alzaban triunfantes, pero el eterno color volvía seguro al nuevo creciente, imponiéndose como el verdadero señor de las alturas.

Le encantaban esas disputas, pues enriquecían en su lucha la bóveda celeste, cubriéndola con un fresco de tonos que de otra manera pudiera amenazar ser monótono. Ella sabía todo estaba en constante lucha, no podía evitarlo. Todo se quería imponer a lo contrario, todo cambiaba, en continua evolución.
 
El azul le gustaba, era un buen color. Aunque algunos le discutían como dueño también de los mares, ella lo refutaba. La primera vez que vio este, era verde; verde esmeralda, no azul. No era el color de los mares, ellos se lo habían dicho, serian como ella quisiera y si decía eran verdes, ese color tendrían. 

“No, no es color de mar. Te pertenecen los cielos y en ellos te encuentras” pensó con absoluta determinación. Entonces el sol empezó apoderándose con el resplandor de cuanto se encontraba junto a este. Le llamó su atención, aquel día tenía una suave tonalidad amarilla, aunque sabia en su origen es una inmensa bola ardiente blanca, de luminosa apariencia, el amarillo la cubría como una capa, como si se avergonzase de mostrarse cual era y engañase a los sentidos con su caparazón fingido.

El amarillo también le cautivaba, era un color cálido y menos agresivo que el rojo, el más hiriente de todos. Aquel astro también tornábase en ocasiones, fogoso e intolerante, rojo en toda su extensión, guerrero e incapaz de dominar su propia furia. Lo apreciaba más cuando el suave amarillo lo domaba y lo hacía más sosegado, aunque siguiera disponiendo de todo su poder, sin renunciar a este jamás.

Sabía no debía intentar cambiarlo. Era así y seguiría siéndolo hasta el fin, a pesar de que ella no disfrutase de esos momentos en los que mostraba colérico y pudiera modificarlo, comprendía no era designio suyo, sino de algo mayor por encima de ella, quien lo había hecho así. Debía ver pues, ese rojo como propio de su existencia.

Había quien sentía menos predilección por ese color. Recordaba el fluido vital de la vida y verlo derramarse, la entristecía. Los seres vivientes procuraban mantenerlo en sus cuerpos, evitar este se perdiera y empapase a su alrededor con esa funesta marca. Si, el rojo era un color preocupante, en todos los sentidos y le costaba admitir que este siguiese existiendo, pero era necesario y como tal, ella debía plegarse a esa necesidad.

El rojo era pasional, arriesgado y atrevido. Inflamaba la mirada de quien se detuviera a verlo, lo llenaba con las insinuantes promesas de fuerzas que clamaban fuesen escuchadas. Formaba parte misma de la naturaleza de los seres y no podía evitar se sintiesen atraídos con vigor por esa esencia misma, incomprensible para todos, más no para ella. Dominaba sus instintos con severidad, aunque en ocasiones pareciese se dejaba llevar por impetuosas intenciones, siempre tenia todo calculado.

En cuanto al amarillo, era el rojo dominado, el símbolo de la propia tierra. Lo contemplaba en los propios campos de cereales, cuando se alzaban maduros para recogerse; lo veía en infinidad de frutos, que en dicho color, imitación de un dorado opaco se mostraban para ser degustados. Era la conclusión, el final de una etapa. El color donde las criaturas, más placenteras sentían el calor. Calor, color amarillo; es energía y fuerza controlada, lo prefería sin dudar, al indómito rojo.

Entonces fijó la vista en su propia ropa. El color verde, el que siempre portaba en cualquier lugar y condición, aquel color de mar quedó dentro de su memoria, como una cuchillada sin filo, para retenerlo como su mayor aliado en todo momento.

El verde le proporcionaba paz, serenidad. La hacía más asequible a cuantos encontraba en su camino, lejos del frio azul, el rojo sangriento o el amarillo solemne. Era un color conciliador, que entraba por los ojos de quienes lo contemplaban, les hablaba de un mundo lleno de vida, siempre emergente y duro, al cual no se podía derrotar.

Le tranquilizaba ser su mayor defensora, portaba el color verde con un orgullo innato, como si fuese una propiedad a la cual todos mereciesen respetar. De hecho, así lo hacían, cuando llegaba a un lugar no era necesario preámbulo alguno, sabían quién era y sus intenciones. Había trabajado durante muchos siglos para que fuese así y se pudiera convertir, aún sin su intención, en alguna clase de símbolo.

En los Picoshuerfanos, su nombre era pronunciado con reverencia, e incluso se utilizaba una forma verbal en el cotidiano hablar, evocando su color. Era sinónimo de algo bueno, de crecimiento y protección, de un saber antiguo que los protegería.

En ello tenían una gran parte de razón, pero ella evocó ese verde por un recuerdo de felicidad, al cual sucumbió en un tiempo ya dejado atrás. En aquella época, todos le parecían iguales y no sentía una predilección por ninguno de estos. Tal vez, era más equilibrada su mente entonces y ahora se había dejado dominar por uno solo, respondiendo a este como compañero de penas.

Le gustaba y no con la pasión inflamada del rojo, era un cariño más profundo, no sujeto a un ideal ni enturbiado en propuestas ajenas. Difícil de explicar, era como si este hubiese existido porque ella existía, se complementaban, ayudando en mutua reflexión en cuantos impedimentos encontraban en su largo viaje.

Incluso los ojos habían adquirido aquel tinte de naturaleza viva. Unas veces eran fulgurantes luces pero en contadas ocasiones, un verde oscuro los teñía, presagiando el fin de algo, seña de advertencia para sus enemigos, quienes sumaban un número indeterminado.

Si se dejaba llevar por esa tonalidad ocasional, sabía sería capaz de cualquier hazaña. Pero las plantas de sus pies, a modo de alarma, le recordaban su sitio y quien era. El verde tampoco debía de ser su único color, aunque ella lo prefiriese ante el resto. Fue su decisión y comprobándolo en el tiempo pasado, no fue tan desacertada como pudiera intuirse.

Sí, los colores hablaban y le contaban cosas, cuentos de cuanto vieron y conocieron, la nutren con experiencias pasadas y hablan de cuanto pudiera acontecer. Saben de asuntos que están fuera de ser conocidos por ajenos a quien porta el verde y ella lo sabe. Escucha y calla las advertencias, las suplicas y los pesares. Oye las canciones, las aprende, las recuerda; le cantan para su exclusiva dicha, pues saben nadie más puede escucharles.

Ella debe ser justa con todos los colores, incluso sabe que el blanco debería ser su principal enseña, pues los reúne en su conjunto y es justo reconocerle ese valor. Pero en este único aspecto se muestra tozuda, es parte de su recuerdo y desmerecería ser quien es si lo rechazase. Los demás colores la comprenden, la respetan y omiten esa predilección. Seguirán hablándole hasta el fin.

Se levanta y dirige las seguras pisadas hasta su montura. Bellandante es una hermosa yegua élfica, blanca en toda extensión, incluso las crines abundantes que le bajan por su precioso cuello, están adornadas por ese tono.

Ve un objeto envuelto, su atención se deposita sobre el antiguo paño. Lo recuerda, siempre lo hará,  toda su superficie. Es negro, en su forma final, y siente estremecerse al comprobar esa ausencia de cuanto ella ama. Allí no hay nada, vacío de toda conversación y sin embargo, existe. No hay color en ese objeto, ninguno. Nada para amar, pero constituye parte de su recuerdo.

Desvía su mirada y vuelve a mirar al cielo. El sol en lo alto, alrededor cielo plagado de pequeñas nubes blancas; a sus pies un campo de trigo dispuesto a ser recogido y más lejano, campos con frutales llenos de manzanas rojas, quienes iluminadas resplandecen inflamadas, ansiosas de ser comidas; en el suelo la hierba acoge a los pasionales arboles, resguardándolos.

Todos y más aún, están presentes, conscientes de su presencia. Los admira y reverencia, aunque saben siempre será el verde su color, su bandera. Así lo ha dispuesto e igual la respetan en su elección, pues saben en el fondo, ama cuanto existe, a todos sin distinción. Fuera de aquella costra verde, en su interior, conviven e incluso el negro, tiene cabida en ella.

Consciente es observada, se deja contemplar y para hacer más propio aquel momento, cierra sus ojos.