Abrió los ojos, la noche pasada le había costado
dormirse, sus pensamientos le atormentaban al pensar en las posibles soluciones
al dilema que se les planteaba desde el anterior día.
Alguien hubo depositado a las puertas de la Orden
Ordenada de Notedigo un singular paquete. El hermano Puracasta lo encontró en
el suelo, en un cestillo artesanal de buena confección, envuelto en ropas caras
y abrigado con esmero. Un niño, que luego resulto ser una niña, de cara
regordeta, bien alimentada y sonriente. Tenía un tamaño considerable y auguraba
de mayor, sería de grandes proporciones.
Los clérigos estaban desconcertados, su dogma
siempre era ayudar al necesitado en toda condición y momento, pero ellos no
eran un orfanato y a excepción del ya mayor Quemevengo, los demás no habían
tenido familias ni hijos a los cuales cuidar. Este parecía el indicado para
iluminar a los demás en el destino de aquella pequeña desprotegida.
El Primer Hermano Mascamucho, máximo responsable
de la orden, tenía ojeras y el aspecto de no haber pasado una buena noche. De
él dependía la suerte de la niña, era quien decidiría su futuro y no se sentía
a gusto con esta cavilación. Podía disponer sobre la vida y la muerte sin pensárselo,
cuando esto era necesario; luchar hasta el fin contra un enemigo feroz o
atravesar las propias tinieblas, si era aconsejable por el bien de la comunidad.
No dudaba en sostener su arma para proteger cualquier vida, pero se veía
indefenso a la hora de discutir sobre la niña. Necesitaba ayuda, todos la
necesitaban y el hermano Quemevengo era el único al cual podían pedir consejo.
-¿Qué opináis? Me veo incapaz de adoptar una
solución -el jefe de los clérigos miraba a la niña con sus duros ojos centrados
en ella, pero se podían apreciar en estos una compasión y tristeza de la que
raras veces era acreedor.
-Yo tuve tres hijos y una hija -dijo Quemevengo
con nostalgia- uno de ellos murió por las fiebres siendo muy pequeño, otro en
la guerra de las ciudades libres y el tercer varón en un desafortunado
accidente. Solo vive mi hija, es una mujer fuerte como su madre y esta criando
siete hijos sin problemas, sanos y valientes. El espíritu de mi amada esposa
vive en ella, no dudo pueda ayudarnos. Vive aquí en Notedigo y puedo contactar
para conocer su opinión esta misma mañana. Si el Maestre está de acuerdo con mi
decisión.
El encargado de la orden asintió. En cierta forma
era una liberación que ese compañero tuviera una hija, hubo grandes discusiones
si debían admitirlo entre ellos, ya tenía una edad cuando solicitó su ingreso y
uno de los requisitos era no tener familia. Solo la incuestionable honradez de
aquel hombre, unida a una indiscutible vida de servicio a sus vecinos, le valió
para pertenecer a la Ordenada, serian unos hipócritas si rechazasen a alguien
que había seguido sus enseñanzas al pie de la letra, aun fuera de su
congregación. Y quien más defendió esa petición fue el propio Primer Hermano.
Así se hizo cargo de aquella pequeña la hija
superviviente, Vengodefuera. Buscaron un ama de cría que la Orden pago de sus
propios fondos y procedió a cuidarla como si fuera de la propia familia. Los
años pasaron evidenciando en esta diferencias que la delataban entre sus
hermanos de adopción. Era ancha, robusta, con huesos duros y poderosos, con una
fuerza mucho mayor de la que un niño de su edad podría aspirar e incluso
adultos tendrían en su plenitud. La gente murmuraba, multitud de historias
corrían por entre los habitantes de la localidad, la inmensa mayoría de ellas
sin fundamento. Era educada junto con todos los demás por el maestro Boteyvota,
refunfuñon y exigente, la mente de la niña era sublime en asuntos de la tierra
y un desastre en las demás disciplinas, por más que se esforzara.
Un día caminaba por los campos, disgustada de su
último examen. Llevaba un palo en su mano y golpeaba con fuerza en el suelo a
cada paso que daba, levantando con ello piedras y espeso polvo, quien tras
varios impactos la cubría por completo. Se había separado del camino ordinario
hasta su casa, donde la generosa mujer la cuidaba sin distinguirla de sus otros
hijos ya más mayores. Tenía diez años y poseía la estatura de un hombre formado
y la constitución de este, aún cuando era a todas luces una chica. Superaba a
todos sus hermanos y era la más alta de cuantos en Notedigo vivían.
No era agraciada, un rostro cuadrado, duro la
conformaba, más de un herrero curtido que de una jovencita y sus manos eran de
gruesos contornos, fuertes y en extremo hábiles. Conocía la tierra, amaba verse
envuelta por ella y empezaba a descubrir curiosas aptitudes a la hora de
reconocer los tipos y clase de esta. Era como si lo supiera innato sin
necesidad de aprender sobre tal materia, sorprendiéndose a si misma con su
vasto entendimiento. Incluso pensaba que si profundizase en ella podría
descubrir las vetas de minerales sin esfuerzo, cuando fuese mayor se dedicaría
a la minería, estaba segura tendría un gran éxito.
No recordaba aquella senda, el bosque guardaba su
derecha con los sonidos de la viva naturaleza, a su izquierda campos sembrados
se perdían en el horizonte hasta llegar al extremo del valle. Fijó su mirada en
cuantos detalle pudo apreciar, ahora estaba segura había pasado otras veces por
allí, cuando estaban a punto de recogerse las cosechas y el alto trigo le
impedía ver nada más que una muralla de espigas. Hacía años de eso, la memoria
guardaba grato recuerdo de aquel primer paseo junto a sus hermanos, iba en
brazos de su madre y esta le enseñaba de un modo casi anecdótico los contornos
de su pequeño mundo.
Otros recuerdos más difusos le llegaban, veía
estelas grabadas en paredes inmensas mientras ruidos lejanos repiqueteaban
constantes e insistentes. Había dura piedra a su alrededor, sonidos de voces y
luego silencio. Eso le inquietaba, no lograba asociar esa visión con el entorno
de Notedigo ni nada que conociese.
Siguió caminando, la nube de polvo acompañaba a
sus pasos, haciéndola visible a distancia. Algo destello en el interior del
bosque con la suficiente viveza como para hacerla salir de sus cavilaciones. Un
brillo intenso, dorado; acompañado de un viento extraño, caliente y eléctrico, este
siguió repitiéndose con menguante intensidad en sus ojos, haciendo real su
descubrimiento. La curiosidad pudo más que el temor, por un hecho que consideraba
extraordinario e inusual, adentrándose para descubrir la causa de tal efecto en
el bosque profundo.
Aquel fenómeno no hubo apaciguado el bosque, sino
había reforzado en intensidad. Los cantos de pájaros resonaban con fuerza,
mientras sonidos de animales se escuchaban por todo su alrededor, con pisadas y
saltos en torno suyo siguiéndola.
Todo parecía más vivo, como si en vez de
demostrar su temor se alegrará de aquel acontecimiento. Sus pisadas fueron acortándose,
el deseo de conocer no implicaba el riesgo de ser imprudentes, así llego hasta
una hondonada donde pudo ver algo en el suelo, aún resplandecía pero el vigor
de su luz se atenuaba cada instante hasta desaparecer por completo.
Era una mujer, o por lo menos lo parecía,
desfallecida entre el follaje que misteriosamente la acunaba, se acercó más
hasta estar a su altura para observarla mejor. Esta permanecía quieta, tumbada
en el amoroso follaje como si fuese un lecho a su disposición, la miró con
detenimiento, era el ser más hermoso que jamás hubo contemplado.
Los cabellos parecían hilos de oro y como una
capa la cubrían en su reposo, poseía un rostro de belleza intangible, al cual
solo se podía admirar en callada visión. Los ojos cerrados parecían entregarse
a una quietud forzada, pues su cuerpo delataba un sufrimiento ajeno a tamaña
revelación. Entonces percibió el suelo empapado de un líquido, sus pisadas
sonaban acuosas, como los días de lluvia cuando se metía en un charco por pura
diversión, aunque el agua siempre le impuso respeto, solo era un desafío
infantil a su miedo.
Entonces percibió como aquello no era reflejo del
elemento que esperaba, sino espeso y oscuro. Sus grandes pies mojados por la
infame sustancia intentaron desprenderse de esta, pero la había calado hasta la
altura de los tobillos, succionando sus movimientos como si fuese fango.
Desesperada, levanto estos con tan poca gracia que acabo cayendo de bruces en
el, manchando su traje y a toda ella de ese viscoso rojo oscuro.
Sintió las heridas en sus manos, pequeños cortes
al empuñar el palo con fuerza que los nudos hicieron, escocerle. Sin querer, su
boca abierta degusto el sabor metálico e inusual, por puro instinto escupió esta
con desagrado, pero no pudo evitar tragar un poco. Le ardía su contacto y la
mareaba, era como una bebida fuerte en exceso, aún incluso para alguien de su
constitución, una gigante recia que se tambaleo al incorporarse como si
estuviese ebria. La vista se le nublo, apenas podía coordinar los pasos,
cayendo al suelo seco como un tronco derribado por experto leñador. Sus sentidos
se desvanecieron.
Cuando despertó, intento levantarse precipitada y
temerosa, más algo la retenía tumbada sin posibilidad de no poder hacer nada
salvo levantar su cabeza, miró sus manos y la ropa, estaban limpias de
cualquier suciedad. Y entonces la vio, ante ella, de rodillas con una amplia
sonrisa, dientes que pertenecieron a pequeños soles, relumbrando intensos en
una propuesta de conciliación calmándola mas que cualquier palabra. Tenía sus
ojos tapados con un inusual yelmo, el cual los ocultaba aunque permitía ver
cualquier otra parte de su increíble rostro.
-Me complace estés bien. Me estabas preocupando -los
sonidos emanaron dulces, con un cariño maternal. Su propia madre no las hubiera
pronunciado de igual forma.
-¿Qué ha pasado? Debo volver a casa, estarán preocupados
por mí -respondió la niña preocupada.
-Si esperas unos momentos, te llevare a tu hogar.
No temas, sufriste un pequeño accidente, pero ya estás recuperada.
-¿Quién eres? -la pregunta sonó curiosa, fruto de
una mente de niño sin malicia alguna.
La mujer no necesitaba a nadie para decirle que
la figura enorme de chica, no era sino una niña, los ojos de esta se revelaban
ingenuos, a salvo de los infortunios del mundo.
-Soy una amiga tuya, ahora y siempre, “pequeña”.
Mi nombre es Hurtadillas, para servirte.
La niña miró las orejas, estas sobresalían gráciles
de entre el esplendoroso cabello rubio y musitó una nueva pregunta para
satisfacer sus dudas.
-¿Eres una elfa? -dijo con sus ojos muy abiertos.
Hurtadillas sonrió con delicadeza, tocándose sus
largas orejas puntiagudas. En ella ensalzaban aún más su maravilloso semblante,
parecía como si aquellas palabras le hiciesen recordar hechos que había
olvidado.
-Lo soy, un tanto singular, pero lo soy -contestó
mientras alargaba su mano para ofrecérsela y ayudarla a levantarse.
La alzó como si nada pesase, entonces se apercibió
de cuan alta era, de sus esbeltas piernas interminables y su apariencia frágil.
Comprendió en su mente de cría, esa supuesta debilidad era un engaño y sonrió a
tal argucia.
-Vamos, cierra los ojos. Vas a hacer un viaje
rápido -esperó a esta obedeciese esa sutil orden y descubrió el yelmo que
ocultaba su mirada. Los ojos verdes relampaguearon, intensos, vibrantes e
imposibles de contenerse.
La niña sintió un golpe de viento, notó por unos
momentos el suelo temblar bajo ella y desaparecer, pero fue tan breve que
cuando abrió sus ojos se vio ante las puertas de su casa. Todo parecía en calma,
observó el sol aún alto, no recordaba más que su salida del recinto donde su
maestro la había regañado por su mal examen. Sin pensarlo, entró en casa, olía
muy bien y su madre la acogió con el cariño de siempre.
Afuera, en la linde del bosque, alguien observaba
la entrada de la niña grande sin problemas en su hogar. La elfa Hurtadillas
tenía un semblante serio, había tragado de su sangre y esta se mezcló en su
interior, tuvo que actuar con rapidez para evitar una terrible muerte. No
obstante, una ínfima porción quedaba dentro de esta, no sería posible
eliminarla y en un futuro cercano, la haría tener premoniciones y visiones de
muy variado índole. Sabía sus caminos se cruzarían de nuevo.
-Hasta pronto, Castalinda -dijo mientras desaparecía
en el bosque, los animales de este la saludaron por su presencia, como siempre hacían.
Luego callaron y la tarde empezó a declinar.
La niña estaba comiendo con su familia, de
repente, sin pensarlo exclamó:- Me gustaría ingresar en la Orden Ordenada, me
gustaría mucho -y dicho esto, imaginándose futuras aventuras, cerró sus ojos.