—¿Y desde cuando la voluntad de
una persona es determinante para saber si es merecedora de piedad o castigo?
—la maga manipulaba un viejo libro cuyo forro estaba muy desgastado e intentaba
darle una apariencia digna.
—Desde que el mundo es mundo,
morenaza —Hurtadillas contemplaba su atareada labor consciente de que entre sus
muchas dotes, nunca estaría la de restauradora.
Test gruñó, aquello no era una
contestación que la satisficiera y además, no entendía como se había estropeado
tanto ese ejemplar, si apenas lo cogía un par de veces al día para revisar unos
bellos esquemas, que desde su adquisición siempre había admirado por su
perfecta sincronía.
—Ya no hacen los libros como
antes. Esto es un asco, y pensar que me cobraron dos mil eurillos por restaurarlo.
Ya no hay amor por un trabajo bien hecho, ni por la dedicación, ni paciencia en
elaborarlo. Todo es mecánico, artificial y sin alma. Es un asco —dijo
disgustada tirando el libro sobre su sillón favorito, cansada de intentar
arreglarlo.
—Déjame a mí —la elfa lo recogió
ante la mirada malhumorada de su compañera y se dispuso a darle la terminación
que merecía—. Y no estoy de acuerdo con tu aventurada apreciación. Esta es una
buena encuadernación, pero sufre con tu trato. Deberías ser más cuidadosa, como
Malj con sus libros.
—¡Ja! Solo le falta dormir con
ellos. No dudo más de un día acaben entre sus amorosos brazos y placenteros
sueños. Dichosa ella que puede dormir… o lo que sea que haga —agregó dubitativa
al comprender que la muchacha pelirroja, llevaba sin un sueño real desde hace
mucho tiempo. Más del confesado por la joven y mucho menos, de la existencia de
la larguirucha orejuda.
Ello le hizo preguntarse una
cuestión en particular—. ¿Cuántos años tienes? —dijo curiosa la maga, mientras
se acomodaba en el sillón como si estuviese rendida y miraba a Hurtadillas con
no poco descaro.
—A una amiga no se le pregunta
eso. Ni a una amiga ni a una desconocida —aquel cuero desteñido le estaba dando
más trabajo del que esperaba. Ni siquiera se dignó en mirar a la archimaga.
—Una vez aventuré a decirte
aparentabas sobre veinte y pocos años, aunque dudo alguien lo crea. Esa es tu intención,
pero las elfas sois unas tramposas, la naturaleza os da un trato de favor
aliviándoos del peso del tiempo. Es injusto, yo también querría tener tu edad
real. Estoy segura de que habría visto muchas cosas maravillosas.
—Puede ser, pero también habrías
visto muchas más miserias. Y créeme, en la proporción que llegas a conocerlas, para
mí sería un alivio no haberlas presenciado. No merece la pena.
—¡Ja! Ahora la elfita se las da
de sufridora. Por lo que tengo entendido, ya estabas aquí cuando el imperio se
creó. Así que como mínimo tienes… —empezó a hacer cálculos con sus dedos, pero
pronto pareció perder la cuenta y de nuevo, malhumorada, gruñó por su poca
paciencia—. Muchos, son muchos para mi entender.
—¿De qué imperio? —dijo la elfa
distraída.
—¡De cuál va a ser! Del imperio, el
único existente, ¿o es que crees ha habido más?
Hurtadillas la miró un breve
instante. Lo suficiente para que la boca de Test se abriese de una forma
bastante cómica. La sonrió y volvió a su tarea.
—No me estarás insinuando… No, no
puede ser, solo ha existido un imperio y es el que todos conocemos. No me
quieras liar con tus cuentos, orejuda —la maga dirigió su atención al fuego del
campamento, pero su mente seguía cavilando con esa afirmación que insinuaba ser
verdad. Eso explicaría muchas cosas. Ruinas olvidadas, pasados gloriosos
arrastrados por el transcurrir de los tiempos. Una eternidad de situaciones y
un sinfín de hechos desconocidos. Pero aquello no podía ser sino otro de los
engaños de esa pérfida elfa.
—No le des vueltas a tu bonita
cabeza. No merece la pena. Ya te he dicho que son muchas las miserias que te
hubieras visto obligada a contemplar. Demasiadas para una bonita maga humana
implicada en otros pensamientos, mucho más gratos y cuyo cumplimiento pueden
ser llevados a cabo.
—¿De verdad opinas que soy
bonita? —siguió contemplando el fuego, sin atreverse a mirar a su contratada
guía.
—Todo quien tenga ojos puede
observar tu belleza, morenaza.
—¡Ja! —exclamó con mucha más
desgana— eres la segunda persona que me ha insinuado no solo soy la archimaga,
sino una mujer digna de admirar por mis dotes naturales.
—Claro que si. Incluso podrías
aparentar ser una elfa, si no fuera por tus cortas orejas. Eso es un problema
que delata tu origen, pero te hace mucho más interesante.
—Yo no veo tan especiales tus
largas orejas, parecen dos antenas de carne de color indefinible, colocadas
fuera de lugar. Estarías mucho mejor con unas orejas humanas.
—Es cuestión de gustos, morenaza
—alargó su mano tendiéndole el libro con el forro arreglado a la maga. La
humana lo cogió, admirando el buen hacer de su compañera, sin duda podía
ganarse la vida con ese oficio. La elfa parecía destacar en todo cuanto
realizaba, nada se le resistía.
—Gracias —dijo mientras lo
guardaba con mucho más cuidado en una gruesa alforja.
Su guía la miró con interés— no
hay de que, es un libro para ser conservado. No existen más de tres ejemplares
del mismo.
Test le devolvió la mirada con
sus ojos muy abiertos— no me fastidies, orejuda. En realidad, lo compré en un
baratillo de Nueva Capital por catorce eurillos.
—Pues te salió muy barato. Su
precio en el mercado puede alcanzar el medio millón. Y si te esfuerzas en
conservarlo, podrían ofrecerte incluso el doble. Es un ejemplar muy raro, sobre
el arte de “Compendia” y lo trata de manera ejemplar. La magia de magias, la
magia excelsa y sublime. La más poderosa y temible de todas.
La humana esbozó una pícara
sonrisa. Conocía de sobra el contenido del libro, lo difícil era ejecutar sus
ejercicios. Y si alguien podía, no dudaba era ella la más indicada. Nada se resistía
a la archimaga de Támtasia.
—Y creo sinceramente, deberías
haber sido más generosa con la persona que te lo vendió. Eres muy rica y te
sobra el dinero.
—¿Pero qué dices? —expresó
malhumorada, con sus ojos cerrándose como si deseasen aplastar a esa indeseable
que le insinuaba su ocultada falta—. Esto es el libre mercado. El vendió, yo
compré. No le di más que cuanto me pidió y pagué en buena moneda imperial.
—A eso se le llama aprovecharse
de la ignorancia. No es honrado, morenaza —la mirada de Hurtadillas se mostró
más severa, consciente de que su compañera no había obrado con la
correspondiente decencia.
—Las transacciones no conocen de
ética, orejuda —respondió la humana con su ceño fruncido.
—Ese es un concepto universal con
el cual no estoy de acuerdo. Las cosas son, como se desean que sean. Hace falta
voluntad, solo voluntad, para cambiarlo.
—Pues cámbialo tú, si tanto te
apetece. Yo vivo en el mundo que me toca vivir, un lugar duro donde el pez
grande se come al chico.
Los ojos de la elfa parecieron
relumbrar, a lo cual Test retrocedió un tanto intimidada—. ¡Todos los peces son
iguales, morenaza. Todos! —Luego
tornaron a su estado habitual, de una hermosura demoledora.
—Vale, vale. No hace falta
ponerse borde. Todos los peces son iguales… —la archimaga pensaba que la
inteligente elfa parecía mucho más ingenua de lo que en un primer momento había
juzgado. Con alguien así a su lado, no dudaba iban a enfrentarse con problemas
en cada trecho de su iniciado viaje. Ahora era tarde para rectificar, la
apreciaba más de cuanto podía esperar para renunciar a sus servicios, aunque
nunca se lo confesaría. La sombra de Rones, la mujer que significó su despertar
a un amor más profundo, era demasiado alargada para ser ignorada.
—Espero lo tengas en cuenta en tu
próximo trato. Cortesía y generosidad, una gran sonrisa y muchas palabras
amables.
—Claro, por supuesto. Pero antes
de eso, ¿no querrías arreglarme estos otros libros? —habló consciente de que no
sería así, tenía mucho carácter para poder evitar comportarse de otra manera,
pero en este momento no deseaba contrariar a su compañera. La necesitaba para
que diese igual tratamiento a sus libros, despellejados por el intenso uso y
merecedores de lucir de nuevo como nuevos, bajo el experto cuidado de la mujer
élfica.
La maga arrojó dos pesadas
mochilas al suelo, abriéndolas con prisa y sacando de su interior unos gruesos
volúmenes.
—¿Y esto? —señaló Hurtadillas a
los libros—. Lo de antes ha sido un favor. No soy tu esclava ni atiendo a tus
caprichos —se volvió, dándole la espalda y disponiéndose a realizar otras
tareas que se le antojaban más importantes a su atención.
Test rezongó con fuerza. Gritó
con más fuerza aún, interrumpiendo la calma del bosque donde pernoctaban. Todo
ello no le sirvió de nada. La elfa hizo caso omiso a su mal genio y sonoros
vocablos descalificativos. No estaba dispuesta a consentir la manipulase como a
todos quienes rodeaban a la intolerante humana.
Tal como le había confesado,
demasiadas experiencias para dejarse intimidar por una recién llegada al mundo.
Y habría de corregirle sus malcriadas costumbres.
Malj apareció junto con Casta de
entre la profundidad del bosque, habían ido a recoger ramas que se hubiesen
roto o árboles caídos, donde la fuerza de ambas bastaría para coger los trozos
apropiados. La elfa les había prohibido hacer uso de hachas ni dañar ninguna
vegetación, por ello tardaron un buen rato desde su salida del improvisado
campamento. Portaban una buena cantidad entre las dos.
—¿Os oímos gritar? ¿Ha ocurrido
algo? —la clérigo, con su absoluta ingenuidad, realmente creía tenían un problema
y había insistido a su amiga en que volviesen cuanto antes.
—Pero que dices, Casta. Es esta
gritona, con uno de sus peculiares ataques de rabia. Ya te lo dije, no pasa
nada. Esta como siempre, insoportable —la sangrante arrojó el pesado fardo al
suelo, mirando a la morena humana con no poco desagrado.
Test yacía sentada en su sillón,
un objeto inapropiado entre la densidad del bosque, mirando con el ceño
fruncido al fuego, sin prestar atención a cuanto la rodeaba. Parecía que ni siquiera hubiese escuchado ese
comentario.
La mujer pelirroja se acercó
curiosa a las dos mochilas, cuya cobertura había sido retirada y podía observar
su contenido sin tocarlas— ¡Vaya, vaya! Mira que cosas tan curiosas. Un tratado
de Suda, una compilación de Menta, un manual de Cinta y esto… esto es muy
especial. Uno de los “Compendias”.
—Ni se te ocurra tocarlo, chalada
—amenazó la archimaga sin mirarla.
—Ni se me ocurriría, furia
alucinada. Además, yo tengo uno de los tres y no necesito de tu ejemplar
—enseñó los largos colmillos, amenazante y respirando con fuerza. Sus ojos
azules, se tiñeron con la sombra de una mancha de sangre y las uñas de sus
manos, se alargaron como cuchillas.
—¿Qué? ¿Qué has dicho? —se volvió
Test hacia ella, en una actitud suplicante que desarmó a la enfadada mujer de
la noche.
—Que no pienso ni tocar tu
ejemplar…
—No, eso no. Lo otro, lo de que
tienes uno de los tres —la maga se levantó de su asiento, dirigiéndose hacia la
muchacha que la observaba con sus ojos muy abiertos.
—¡No pienso dejarte tocarlo!
—contestó sorprendida Malj, quien retrocedió asustada ante aquel cambio de
actitud tan insospechado.
—Quiero verlo. Déjame tenerlo
durante unas horas, por favor —se encogió, recogiendo del suelo las dos
mochilas y con una fuerza inesperada, tendiéndoselas para que las cogiese— Te
dejo que revuelvas cuanto quieras entre los míos. No me importa, si me dejas ese
libro.
—Yo… yo… —Malj miró hacia la
elfa, deseando saber si aprobaba ese trato o era una trampa maliciosa de la
insegura maga. Hurtadillas no movió su rostro, permaneciendo impasible a toda
esa discusión.
—Por favor, te lo ruego, es muy
importante para mí. Pídeme lo que quieras a cambio, lo que quieras —su voz era
tranquila, melodiosa y baja. Muy diferente a cuantas conversaciones anteriores había
suscitado su compañía.
Los azules ojos de la sangrante
se abrieron de par en par, perdida la razón de la sangre y la furia que la
acompañaba. Tenía una excelente ocasión para vengarse de esa repelente mujer y
cumplir con creces uno de sus mayores deseos: perderla de vista para siempre.
Una nueva mirada a Hurtadillas, le previno de cumplir su expectativa, la elfa
nunca se lo consentiría. Debería pensar algo diferente.
—¿Para qué quieres esa copia?
—intervino Hurtadillas de forma inesperada.
Test se volvió hacia ella, era
evidente aquella pregunta la incomodaba—. ¿Para qué lo querría saber una fría
elfa distante? —No le perdonaba, hubiese ignorado ayudarla con el resto de sus
libros y su furia, transformada en palabras, clavaba como cuchillos en su
víctima.
Tan de improviso como su
pregunta, Hurtadillas la agarró por el ancho cinturón de la azul vestimenta,
arrastrándola hasta golpear con su propio cuerpo. Prendió sus cabellos, echando
la cabeza hacia atrás y besándola. Fue con tanta fuerza e ímpetu, que la humana
quedó laxa con sus brazos caídos, incapaz de responder de ninguna manera a ese
acto y cuando quiso reaccionar, se vio arrojada al suelo con igual violencia.
—¿Te parezco ahora, fría y
distante? —dijo con sus bellos ojos verdes, intimidantes y magníficos, mirando
a la sorprendida mujer tendida entre la hojarasca. Se dio la vuelta e introdujo
sin decir nada más, entre la penumbra del espeso bosque.
—Hurtadillas, yo… yo… —balbuceó
en voz baja, con sus ojos a punto de convertirse en una cascada plena de
emociones, brillantes y abiertos, viendo como una de las razones, en verdad la
única razón que la impedía obrar a su peligroso antojo, se alejaba de ella.
Malj y Casta se miraron, en parte
atónitas y en parte, confirmando cuanto ya sospechaban de la relación entre
ambas mujeres. La clérigo se acercó para levantar a la confundida morena del
húmedo suelo. Al hacerlo, una multitud de pequeñas hojas quedaron prendidas en
su ropa y al contrario de otras veces, las ignoró. No le importaba estar sucia,
se sentía como una miserable, un ser despreciable que no merecía existir. Su maldita
boca no sabía callarse a tiempo. Era una maldición, una insufrible condenación.
—Ven, siéntate con nosotras
—habló Malj, intentando romper el incómodo silencio que había dominado tras ese
hecho. Entre Casta y ella, la llevaron dócilmente hasta la confortable hoguera.
—No quería… no deseaba herirla
—excusó Test, con su vista inclinada hacia el suelo.
—Lo sabemos. Sabemos que no nos
deseas mal alguno a ninguna. Y aunque sea difícil convivir a tu lado, más
incomprensible nos es tratar de saber la relación que entre vosotras dos
existe. No dudo, os apreciáis más de cuanto querríais confesar, ni dudo es
tormentosa y complicada de definir esa lucha secreta en la cual estáis
sumidas. Pero si de algo estoy segura, es que no hay fuerza material ni
inmaterial, capaz de separaros ni de romper esa unión, tan extraña para todos
—Casta siempre era parca en palabras, pero eso no significaba que en su
educación estricta no le impidiese hablar cuando era necesario.
La maga no dijo nada, pero el largo
e inesperado comentario de la gigantesca mujer le aliviaba un tanto su
amargura. Para ella, en aquel momento, solo existía una verdadera prioridad y
era conseguir esa copia de “Compendia” que tan alegremente había declarado ser
propietaria aquella chalada pelirroja— ¿me dejaras ver el libro? —dijo sin
mirar a la ilustrada joven de llameante cabellera.
Malj jugueteaba con una vara,
prendiéndola en el fuego y agitando a su capricho entre las llamas— sabes
archimaga, a veces siento un irreprimible deseo de morderte y vaciar tu cuerpo
de esa sangre tan perturbadora que portas. Tal vez, te haría un favor, a ti y al mundo en general. La
desgracia es que ese líquido rojo esta tan saturado de poder, que ignoro los
efectos nocivos en mi propia salud. Hasta para eso eres un engorro.
—No lo dudo. Lo soy para todo el
mundo —elevó su cabeza para mirar directamente a la sangrante.
—Y en el fondo, ni siquiera sé
porque te aprecio. Me es un enigma esa cuestión y no es que no haya gozado de
ocasiones para hacerte morder el polvo, pero algo me retiene. Podríamos decir
es algo instintivo, una alerta natural previniéndome de cometer esa insensatez.
—Me gustaría disponer de esa
capacidad tan práctica. Y si he de ser sincera, también ignoro por qué te
soporto a mi lado. Estas loca, pelirroja.
Los ojos de Malj, en su infinito
azul, parecieron inflamarse, pero se contuvieron y una sonrisa apareció
mostrando sus largos colmillos. Mucho más largos de lo que deberían ser y mucho
más amenazadores, de cuantas otras sonrisas pudieran apreciarse.
—En verdad, Test, la mayor parte
del tiempo no eres sino una idiota —la chica pelirroja siguió jugando con su
vara ya medio carbonizada.
—No te lo voy a negar. ¿Pero me
dejaras el libro? —imploró la maga de nuevo.
—Lo dicho. Una completa idiota
—dijó Malj.
—Prométeme nunca, nunca más, me
llamarás loca —continuó Malj, esbozando una amplia sonrisa que ocultaba sus
peligrosos dientes. Lo había meditado largamente y era una de las cosas que más
le irritaba de esa morena salvaje. No obstante, estaba curada en salud y
conocía de las tretas que usaba esa mujer para esquivar sus tratos y juramentos,
así pues prosiguió— ni me llames chiflada, ni chalada, ni ninguna otra forma que
haga mención de esa intención. Prométemelo archimaga, un juramento por ese
honor propio del cual siempre haces gala a todos. Prométemelo, y no pondré
ningún reparo en dejarte cuanto deseas de mi biblioteca —la volvió a mirar. La
maga sonreía entusiasmada— y prométeme, cuidaras bien de mis libros. Como si fuesen tu propia vida, Test de Nueva
Capital —y la sonrisa de la furia morena, dejó de ser tan satisfactoria.