viernes, 28 de febrero de 2014

LA FLOR LLAMEANTE



Había llegado el momento de la venganza, la hora en que se decidiría su destino. O libres o muertos, no existía un término medio, no en aquel lugar ni en esa circunstancia, ni en otras batallas en las cuales había participado, siempre el peligro de aquel enemigo incierto la convertía en la última que intervendrían si fracasaban. No debía existir piedad y el perdón no se comprendía entre sus adversarios.

La formación de Hierrocolado era como siempre, los dieciséis miembros veteranos y únicos de esa singular Orden de caballería al frente de los demás humanos. El símbolo de la flor luminosa e hiriente reflejaba orgullosa en sus escudos, dispuesta a brillar por siempre.

Su líder, la carismática Soloconbrasas, llevaba la cabeza descubierta con su corto pelo blanco y el mechón salvaje que siempre le caía sobre la frente. Tenía el semblante serio, concentrada en la lucha que se aproximaba y su boca permanecía cerrada hasta el momento oportuno.

Avanzaban contra ellos una chusma furiosa de sangrantes y serviles, depredadores del mundo de la oscuridad y sus despreciables criados. Les habían desafiado a combatir a la luz de las lunas gemelas, después de destruir sin clemencia sus lugares de reposo. Eran muchos, nunca habría imaginado pudieran ser tantos, pero al igual de otras ocasiones les harían volver a la tierra.

-Amigos míos, por si acaso no llego al final de esta jornada, me enorgullezco de tan grata compañía y se… que les haréis morder el polvo. No espero menos de vosotros –dijo con voz tranquila, no había prisa en expresarlo. Todos lo sabían, todo debe morir.

Aullaban enfurecidos, con ojos rojos inyectados de la sangre fresca de sus víctimas y estaban a punto de llegar hasta su posición. Era el instante oportuno para desatar la furia de las armas.

-Ahora –gritó feroz con todas sus fuerzas. Sus compañeros se lanzaron en línea hacia delante, aclamando por cuanto consideraban digno de proteger. 

Tres sangrantes la rodearon, con manos acabadas en fuertes uñas cortarían armadura y carne sin trabas, pero no iba a dejarles acercarse tanto. Con su puño acorazado golpeó el rostro de una sangrante, aplastándole nariz y huesos, atravesando su cabeza de un lado a otro mientras con su espada cortaba sin contemplaciones a los otros dos por la mitad. Se había movido con una velocidad sorprendente y su fuerza, concedida a los integrantes de esta Orden por su fundadora, los diferenciaba de los demás mortales. Su pago, una vida al servicio de exterminar a esa carroña y servir con humildad a quienes les necesitasen. Jamás pedían nada a cambio, su señora proveía de cuanto era necesario y con ello les bastaba.

Sorprendidos por la ferocidad con que aquel escaso grupo se les enfrentó, los sangrantes decidieron atacar a los temerosos humanos que les apoyaban, su alarmante número permitiría rodear a los integrantes de esa hermandad guerrera sin problemas. El primero ya se encontraba al alcance de un asustado campesino cuando una espada le seccionó la cabeza. Dedofacil de Hierrocolado se interpuso blandiendo el escudo como una cuchilla que cortaba y amputaba miembros, su afilado borde permitía tal acción moviéndolo cual brutal hacha asesina.

Largasiesta se colocó a su lado, espalda contra espalda moviéndose como poseídos, brazos y piernas volaban junto a las cabezas de cuantos se atrevían a llegar a la formación de pueblerinos que habían jurado proteger.

Soloconbrasas sonrió con agrado a esa pareja valiente unida por fuertes lazos de amistad, pero algo mucho más poderoso distrajo su atención. Un encumbrado, ser de sombra absoluta, se aproximó hasta ella. Ahora comprendía el secreto de aquella horda y la importancia de acabar con este adversario.

Chocaron entre ambos. La fuerza empleada comprimió el aire y provocó una onda expansiva que amenazó con tirar a cuantos a su alrededor se encontraban. La líder de Hierrocolado estaba enfurecida por aquella desagradable presencia y una mueca de desprecio asomó a su rostro.

El encumbrado clavó sus garras en el escudo rajando la protección de metal y madera, arrancándoselo del brazo y dejándola lastimada por aquel brutal impacto.

Se movió con la rapidez del relámpago y su espada falló por poco en alcanzar el cuello de su contrincante. Un nuevo golpe impactó entre las costillas e hizo expulsar todo el aire de sus pulmones. Pero aquello no la detuvo, había jurado proteger cuanto amaba y tiró desafiante al suelo el resto del escudo que arrastraba desecho, aún quedaba mucha noche por delante y en la coraza que la protegía, una flor grabada brillaba inmisericorde.

Las sombras eran alargadas, el naciente resplandor hacia de las figuras extensos gigantes que se perdían en el amplio llano.

Avanzaban en semicírculo, mirando hacia los lados e intentando descubrir si algún desafiante enemigo había escapado al ocaso de la batalla. La noche había sido más larga de lo habitual y tan solo un combatiente continuaba luchando contra su oponente. Todos sabían que no eran rivales para aquel temible oponente y la líder de Hierrocolado, contra cualquier pronóstico, se esforzaba imbatible y furiosa. No iba a dejarle escapar, ni iba a permitirse fracasar y con ello condenar el esfuerzo de sus compañeros. No les fallaría, no contra aquel ser de auténtica oscuridad.

Llevaba su armadura abollada y varios cortes dejaban asomar hilos de sangre, embadurnando con su color rojo oscuro lo que antes fue una lustrosa defensa. Hasta en su inmaculado pelo blanco, varias gotas de su preciada vida adornaban al azar el antes ordenado cabello, ahora una masa apelmazada por el esfuerzo de mantener a su contrincante donde deseaba. 

Una vez más, esquivó un brutal golpe. Una vez más, Soloconbrasas se lo devolvió. 

El encumbrado se volvía a cada momento más peligroso. La salida del sol no parecía afectarle como hubiese esperado, aunque una vaporosa humareda salía de su incompleta forma indicando que la luz del astro hacía su trabajo.

-Inmundo viviente, no puedes oponerte a mi poder –dijo la bestial sombra de perfil vago e indefinido. Su voz era como si rasgaran una plancha de metal y la estridencia hizo temblar involuntariamente a cuantos allí se encontraban. Algunos campesinos no pudieron soportarlo y emprendieron una loca carrera por alejarse del campo de batalla. Habían visto mucho aquella noche y sus sentidos no pudieron sostener aquel embate por más tiempo.

Soloconbrasas estaba cansada, cansada como no recordaba hacía muchos años. Se había enfrentado a muchos peligros, pero el de esta infausta noche superaba a todos ellos. Se presentó inesperado, como todos los acontecimientos de la vida y no quedaba más remedio que afrontarlo de cara, una antigua enseñanza de su maestra. A decir verdad había sido la primera lección de todas, cuando un peligro emerge no se puede dar vuelta atrás e ignorarlo porque este te seguirá, dará alcance y acabará contigo. Hay que enfrentarlo, hacerle saber nunca huiras de él y eso será suficiente.

“Suficiente” pensó la valiente luchadora. En aquel momento esa palabra no significaba mucho, las piernas le pesaban como si fueran dos bloques de duro metal y los brazos se movían por la propia fuerza de la gravedad, arriba o abajo; derecha o izquierda. Pero cada vez le costaba más mover su arma, agarrada con sus dos manos e impulsada por el espíritu que siempre había guiado sus pasos.

Se distrajo con aquel breve pensamiento y una de aquellas manos humeantes le golpeó con fuerza. No llegó a darle de lleno, pero fue suficiente para hacerla girar en el aire y caer al suelo a varios metros de distancia.

Juraría que tenía rota una costilla y le costaba respirar. Se intentó levantar, resbalando en la hierba mojada por los restos de los serviles aniquilados.

El encumbrado gritó, una voz anómala y sin garganta, que helaría la sangre a cualquier otro humano que no perteneciese a Hierrocolado, abalanzándose triunfante sobre la caída mujer. Soloconbrasas rodó con fuerza, aunque con ello incrementó el dolor de su cuerpo y sentía se estaba rompiendo por dentro.

Donde hace un instante se encontraba abrió un profundo hueco en la tierra, se oscureció al tocarla el encumbrado y empezó a pudrirse. Un hedor evidente, una malsana neblina, alzó confirmándole su destino si aquella bestia llegaba a ponerle la mano encima.

Intentó de nuevo ponerse de pie, una posición donde pudiera seguir defendiéndose con cierta soltura. Una de las piernas tenía el metal de su armadura abierto por completo, la sangre manaba en abundancia y un dolor creciente, impedía su propósito. La nueva herida afectaba  una vital arteria y no podría sostener una lucha prolongada por más tiempo.

Unos horribles ojos sin mirada la observaron, congratulándose de su desgracia y sabiendo todo había acabado para ella. La perversa oscuridad saltó, cubriendo la distancia hasta su víctima. Soloconbrasas movió de nuevo su espada y por primera vez, impactó de forma coherente en esa amalgama de inciertos miembros. El arma brilló con una luz que no provenía de ninguna parte, como si el propio material con que estaba hecha fuese arrancado de una lumbre pavorosa.

El encumbrado gritó de nuevo, ahora no era de triunfo sino de un visible dolor. Lo suficiente para obligarle a alejarse de su caída posición y darle el respiro de poder levantarse. Fue entonces cuando percibió en la lejanía el motivo por el cual había sostenido esa incierta lucha, siempre supo que no podría vencerle, pero debía retenerlo hasta que alguien capaz de hacerlo llegase a donde se encontraban. Y ya había hecho acto de presencia.

La pequeña figura fue creciendo hasta convertirse, en un abrir y cerrar de ojos, en quien cuidaba y alimentaba sus esperanzas. Saltó de su hermosa montura sin esfuerzo, dirigiéndose como el propio viento contra el encumbrado. Sacó una espada de estrecho filo brillante, a simple vista un utensilio inútil por su extrema delgadez, pero quien la empuñaba parecía infundirle un poderío que no podría sospecharse ni intuirse.

Una mujer muy alta, de larga y cuidada melena gris plateada, vestida de un verde luminoso como las hojas de los arboles tras una prolongada lluvia, límpido e intenso. Radiante como el propio amanecer y cuyos movimientos de una suavidad sin parangón, no dejaban duda alguna sobre sus exquisitas habilidades. Su piel gris azulada, provocaba un singular contraste con los dos focos que en su esbelto y maravilloso rostro, conformaban sus ojos. Unos ojos únicos, pozos ardientes de verde resplandor e imposible de ignorarlos.

La auténtica oscuridad trató de defenderse, halos de niebla ensombrecida la envolvían mas eran disipados por los rápidos trazos del arma de su adversaria. Ambos se movieron a una velocidad que los ojos no podían alcanzar ni la mente de quienes los observaban, procesar como algo real. Todo parecía un sueño, producto de una ilusión o pesadilla. Se elevaron en el propio aire, luchando como si fuesen dos aves hambrientas y desesperadas enfrentándose por un trozo de comida. Luces y sombras se continuaban, intentando predominar una sobre otra, revolviéndose enfurecidas proclamando una fugaz victoria ante su adversario. Todo acabó cuando la delgada arma atravesó la tangible negrura, iluminándola por dentro. El encumbrado se hinchó, parecía fuese a reventar y arrasar con cuanto encontrase en su destrucción, pero la luz lo envolvió devorándolo desde su propio interior, disipándose y profiriendo un desagradable silbido que fue apagándose poco a poco, hasta desaparecer por completo.

La maestre de Hierrocolado se dejó caer al suelo, agotada por el esfuerzo y el dolor, ya había dado bastante en esa jornada y esperaba la dejasen descansar. Un único impulso la dominaba, morir sola mirando el abierto cielo azul sin una sola nube y el paso de los pájaros surcándolo.

Puercoespino, otro de los miembros de Hierrocolado, quien amaba profundamente a Soloconbrasas y era de igual forma correspondido, se acercó a ver el alcance de las heridas de su maestre y amante. Su rostro se crispó al observar su pierna y un borbotón de sangre, salir sin impedimento alguno.

-No temas, amor mío. No me duele tanto como creía –dijo la maestre mirándolo, con sus ojos cargados de una inesperada dulzura con la cual intentaba alejar su prolongada agonía.

-Debo vendarte esa herida. Debemos llevarte a un sanador –Puercoespino hizo una señal y Trastoviejo asintió, el fiel palafrenero fue corriendo presto a buscar sus mejores vendajes.

Dedofacil, la sagaz elfa y Largasiesta, el más reciente de los incorporados a la Orden, intentaban dominar su angustia al ver la gravedad del corte, cogiéndose con las manos y proclamando un cariño que ninguno de los dos trataba de ocultar, mientras Ojomuerto y Unamuerte nada decían. Y era mucho mayor la inquietud de verlos callados, pues nunca perdían ocasión para hablar ambos hermanos con desparpajo por cualquier situación. Los demás se acercaron con la ilusión de poder hacer algo con lo cual salvar la vida de su amiga, aunque la herida presagiaba el peor de los finales.

Trapopiel, el antiguo bardo, fue el único que no se acercó al grupo, dirigiéndose hacia la mujer quien había acabado con el encumbrado. Ambos se miraron y ninguno de ellos profirió palabra alguna.

La recién llegada encaminó sus pasos a donde se encontraba la moribunda, apartando a quienes le cerraban el paso con la mayor de las delicadezas.

-Estas hecha un desastre, Soloconbrasas –habló mirándola con aquellos inquietantes ojos de verdes destellos- no seas tan haragana y levántate, tienes muchas cosas que hacer aún –le ofreció su mano, mientras todos la miraban como si se hubiese vuelto loca.

-No tengo fuerzas ni para mover mi mano, Hurtadillas –contestó con ojos cansados.

-Un pequeño esfuerzo, nada más, es cuanto te pido –bajó su mano hasta coger la de la mujer tumbada y tirando de ella, la obligó a levantarse.

-¡La vas a matar! ¿Es que no ves sus heridas? –exclamó furioso Puercoespino.

-¿Qué heridas? –la elfa soltó la mano y se dio la vuelta sin requerir más explicaciones.

Soloconbrasas no sabía explicarlo. En un momento estaba al borde de la muerte y al siguiente, todo su dolor había desaparecido. Solo la abollada y cortada armadura daba muestras de haber sufrido un considerable maltrato.

Hurtadillas ya iba montada en su majestuosa yegua y se acercó de nuevo hasta el grupo de Hierrocolado- Conozco a un buen herrero a dos jornadas de aquí. Te arreglará la armadura sin preguntas, es un amigo y os tendrá como tales si vais de mi parte, mis valientes caballeros. Hasta pronto, tengo asuntos pendientes que atender lejos de aquí –espoleó su montura, alejándose con lentitud como si deseara mostrarse como un ser más del mundo que le rodeaba. Aunque cualquier mirada a semejante espectáculo, amazona y montura, haría dudar de su existencia, nada podía mostrarse tan bello y existir.

-Misterios de la Dama Verde –comentó en voz baja Dedofacil. Su origen élfico le permitía conocer algunos secretos sobre esa mujer y como elfa, conocía el nombre que en algunos sitios otorgaban a Hurtadillas, aunque para ella siempre era y seria la elfa crepuscular. Era cuanto se decía de su fundadora y le debían el respeto que se merecía, pues ella les había enseñado aspectos del mundo que nadie más había percibido y aunque en cierta forma era dolorosos reconocerlos, también constituía un privilegio y un honor, ser consciente de ellos.

-Siempre tan comunicativa la elfa –protestó RamdelNorte, poderoso con su hacha empapada por la lucha y único integrante enano de Hierrocolado. A pesar de no tener un gran cariño por los elfos, no podía negar esa mujer siempre le había cautivado. Los demás rieron esa apreciación, disponiéndose a recoger cuanto tenían y emprender un nuevo camino, solos o en el grupo, eso el tiempo lo diría.

Trapopiel fue el único que quedo mirando la marcha de la elfa hasta desaparecer en el horizonte. Parecía se hubiese fundido con el sol que aún despertaba ocioso, pues aquella mañana se levantaba con una extraña quietud y prometía un radiante día.

En un breve instante que cruzaron sus miradas, contaron muchas cosas y quedo de acuerdo con su protectora comunicase a la maestre nuevas noticias. Hurtadillas estaba preocupada, seriamente preocupada por la aparición de este nuevo encumbrado. Tres en los últimos seis meses eran demasiados y debía ser desestimada la casualidad en tales eventos, era necesario investigar el punto de origen sin tardanza, las opciones se reducían a unos pocos lugares y si se dividían podrían alcanzarlos en un tiempo razonable. Le dijo no se afligiese por Soloconbrasas, ocuparía de inmediato de sus heridas y podrían volver a transitar los caminos. Le hubiera gustado acompañarles en su nueva búsqueda, pero la gravedad de la situación le imponía otros lugares donde encontrarse. No dudaba volverían a verse, aunque ya no podía prometer fueran tiempos felices.

“Esta sola, muy sola en esta lucha y nosotros apenas podemos ayudarla” pensó con amargura, le gustaría poder hacer más, ayudarla en donde quisiera acudiese, pero los límites de su propia humanidad impedían tales logros, Hurtadillas era diferente a todo cuanto conocían y muy por encima de sus posibilidades. Se fijo que el sol ya se había liberado de la atadura de la tierra y empezaba a alzar orgulloso, mucho más rápido, sobre la tierra de sembrados y extensos pastizales. Era hora de marchar con los suyos, comunicarles cuanto la elfa le había hablado y esperar acontecimientos.

Tuvo deseos de cantar por razones desconocidas, pero su cortada lengua le impidió cometer ese desmán y dio gracias por habérsela amputado, a nadie le hubiese convenido escuchar sus cantos, como todos sus compañeros sabían. Acarició su pecho, donde la coraza se mantenía impoluta y el grabado de la flor emanaba un calor que podía sentir en su mano, el peto de Soloconbrasas se mantenía intacto en aquel lugar donde la llevaba impresa, el resto era una ruina completa. Sonrió, eso había impedido su muerte que en otras condiciones habría sido inevitable. No quiso pensar más sobre aquello, uniéndose a la celebración.

Se despidieron de los agradecidos campesinos, quienes no habían sido sino un cebo para atraer al mal que acechaba aquella zona, saludándolos con efusiva cortesía y colmándoles de regalos, una buena cantidad de oro para suplir sus carencias y un montón de consejos, para prevenirles de futuros riesgos. Luego marcharon en la dirección en que Hurtadillas desapareció y su maestre sugirió como mejor lugar donde buscar nuevos retos. Cada día, una nueva incertidumbre y cada noche, un mayor peligro. Así es esta tierra, la tierra de Tamtasia.


miércoles, 19 de febrero de 2014

ÉPICA



La brisa caldeaba el desolado páramo, mientras unas tristes hierbas resecas se ondeaban al agitarlas el infortunado viento. El apelmazado suelo siquiera tenía polvo que aquel soplo ardiente removiese mientras la dura piedra, quien constituía la mayoría de la superficie de aquel lugar, se mantenía inamovible al contacto del ser que sobre ella caminaba. 

Sus pies se arrastraban pesados, como si apenas pudiesen despegarse si no fuera por la férrea voluntad de quien los dominaba. Llevaba muchas horas bajo aquel infortunado sol y las quemaduras sobre su piel demostraban no estaba hecha para soportar aquel castigo. Pero continuaba adelante, inmutable y decidida, aunque ello le costase su preciada vida. Debía de informar de cuanto sabia y cualquier sacrificio era válido si lograba su objetivo.

Había tomado un rumbo, una única dirección y ni el castigo infringido por las duras condiciones de su marcha, iban a detenerla. Pero un cuerpo tiene un límite y el de esta valiente mujer se encontraba al borde del colapso, toda su vida escapaba a raudales a cada segundo y ya poca se sostenía dentro para animarla continuar.

Sintió estremecer sus piernas y su mente nublarse. Su fin ya la había alcanzado, pero por razón desconocida obligó a moverlas de nuevo y proseguir su andadura. Todo su organismo pedía a gritos se detuviese y con ello, otorgase el descanso merecido, pero se negaba aceptarlo y cada paso era más decidido que el anterior. Una fuerza emergida de lo más oculto de su interior le facilitaba seguir viva, una fuerza que a muy pocos acude, animando lo que ya estaba muerto y renegando de claudicar a un fácil desenlace.

Durante toda su vida, había sido dura y cabezota. Había conocido hacia pocos meses a otra igual a ella, una belleza morena de intratable carácter, terrorífico genio y grandes habilidades mágicas, sabia podría igualarla aunque jamás superarla. Aún así, la admiraba y respetaba, pues sabia en su interior era muy diferente a la mujer malcriada que aparentaba. Una sonrisa malformada intentó abrirse paso en sus agrietados labios, pero ese esfuerzo no haría sino perjudicar su esforzada travesía.

Ya no le quedaba magia a la cual acudir, agotada en su lucha contra el despreciable enemigo con quien se enfrentó en días anteriores. Jamás creyó podría sobrevivir e incluso ahora, se cuestionaba si todo aquello no era sino un mal sueño.

Siete días había aguantado ante aquella bestia, en la loma de Cartaquemada, sin comer ni beber nada, sin ni siquiera dormir. Solo había quedado ella, pues todo su sequito había sucumbido al horrible poder que les enfrentó esa aciaga búsqueda.

Recordarlo le dolía en su mente, sus buenos amigos destrozados sin piedad, uno a uno cayendo para protegerla y luego sola, en una apabullante soledad, rodeada de los cadáveres de quienes amaba, sin poder ni siquiera atenderles en una canción de difuntos y viéndolos descomponerse bajo aquel implacable calor. Aquello le infundió, en contra de cualquier suposición, la fuerza necesaria, el vigor implacable para poner fin a la lucha. Un enfrentamiento épico, digno de ser narrado, aunque no quedase nadie para escribir sobre el mismo. Pero había descubierto lo suficiente, una noticia que debía encontrar un oyente que la escuchase de sus labios destrozados y su garganta quemada por la sed y la angustia de la muerte.

Sabía que si no encontraba a nadie aquel mismo día todo sería inútil. Su perseguidor ya se encontraba cerca y sus argucias mágicas, empleadas para distraerle, se estaban disipando junto a su vida.

Tropezó, cayendo al pétreo suelo y lastimándose de veras. Había golpeado la cabeza y aturdida fallaba una y otra vez en sus intentos por levantarse.

-Debo… debo… -las palabras inaudibles emanaban de su boca, intentando darle con ello la fuerza necesaria para erguirse, entonces lo notó. Su hedor, aquella pestilencia insoportable, ya era tangible e indicaba que su caza estaba por concluirse, iba a morir con un gran sufrimiento pero se juraba a si misma no demostrarle temor. Era fácil decirlo después de haber esperado su salvación, creía al fin alguien llegaría a rescatarla y aunque estuviese al borde de la muerte, tendría el tiempo suficiente de dar su mensaje. Ahora todo su esfuerzo, no había valido de nada.

El infrahumano olor ya la envolvía, se negaba a volverse y mirar su adversario, cara a cara, pues había comprobado de primera mano, no poseía un rostro definido y si una máscara de horripilantes cicatrices que se removían constantes. Su cabeza vibraba, gritaba enloquecida y nada sensato podía obtenerse de escuchar sus múltiples voces. Parecía humano, pero no lo era, solo un engaño, una burla a cuanto amaba.

Sintió de repente un aroma diferente, contrario al primero y en cierta forma, bastante familiar. Era una mezcla de hierbas frescas, recién mojadas por el rocío del amanecer y la brisa le transportó a dulces tierras plagadas de flores en primavera, recién abiertas emanando sus fragancias y recordándonos con su renovación, el precio de la vida. Entonces lo supo, supo quien se había llegado hasta ella y la esperanza perdida, brotó de nuevo.

-Hu… -quiso gritar, pero no tenía voz.

La luz a su alrededor se oscureció y resplandeció de nuevo, producto de la lucha entre los dos adversarios poderosos. Sintió la tierra vibrar ante sus pasos, retumbando como si la golpeasen con implacables martillos. Un sonido de brutal choque mágico se acrecentó, sintió chispas caer sobre su maltrecho cuerpo y los gritos de lucha, unos serenos y concentrados; los otros, guturales y despreciables, enfrentarse.

Quería ver con sus propios ojos esa sobrehumana hazaña, verlo para tenerlo presente en el momento de su fallecimiento. Un viento huracanado la golpeó, manteniéndola aferrada al suelo a duras penas. El olor a ozono concentrado, fruto de pavorosas invocaciones, penetró por la fuerza en sus destrozados sentidos. Fastuosas ondas de energía habían sido convocadas y la propia naturaleza se debatía furiosa ante su llamada. Una luz brilló con la intensidad de un millón de soles, cegándola completamente, parecía que todo fuese a desgajarse y romperse el mundo entero, tal era la intensidad de ese resplandor. Después escuchó un horrible grito y luego un silencio tan completo, que temió haber muerto y no haberse enterado.

Percibió unos pasos acercándose a donde se encontraba caída, puesto que estaba cegada nada veía de quien se había aproximado, solo notó unas manos suaves examinándola con gran delicadeza. Sintió el calor de la curación, una más allá de cualquier comprensión o entendimiento. Sintió un gran amor por la vida y la fuerza volver a llenarla, hubo un momento que temió reventar por la plenitud de su renacimiento y sin esperarlo, cayó en las tinieblas.

Sus ojos se abrieron de nuevo, era de noche y estaba junto a una humilde hoguera, por sus destellos inusuales debía ser producto de la magia. Buscó a su salvadora y vio un bulto que se removía en la penumbra cuidando de una retahíla de buenos caballos. La mujer se movió al darse cuenta de quien había rescatado de las garras de muerte había despertado y pudo verla con claridad, viendo la sorpresa reflejada en su rostro.

-No eres Hurtadillas, creí ella… -dijo con una voz muy apagada.

-La elfa de muchos secretos y pocas verdades, no está aquí. Creí te bastaría con esta humilde salvadora… -respondió la mujer mientras se cepillaba los negros cabellos con un cepillo de hueso lustrosamente grabado, cogido de una de la innumerables alforjas que le acompañaban. Pequeños rayos eléctricos recorrían su negra cascada enredada y por más que se empeñaba el pelo no quería asumir su estado natural. 

-Tú nunca fuiste ni serás humilde, archimaga –se incorporó un poco, pero tuvo que volver a tumbarse, el cuerpo le dolía en toda su extensión.

-Seré muchas cosas y tendré muchos defectos, pero jamás dejo de ayudar a una amiga que lo necesita –sus labios no se movieron, su prodigiosa habilidad telépata le permitía hablar sin abrirlos y descubrir su tara con la letra “r”, por la cual siempre se sentía molesta.

-Me alegra me consideres como tal. Siempre he sabido…

-Basta. Sabes desprecio los halagos, ese “amigo” al cual he devuelto a su lugar me ha dejado muy cansada –dijo con severidad- es hora de que descansemos. No temas, estamos a salvo. Mañana iremos a dar una merecida sepultura a tus acompañantes.

-Pero tengo que contarte algo importante…

-No hace falta. Por desgracia pude ver con claridad sus abyectos planes y lo avanzado de ellos. Aunque la única que podría decirnos que significa todo esto, esa estirada de Hurtadillas, se ha ido de excursión. “Tengo cosas que hacer” me dijo, le habría partido las piernas con gusto y pateado las costillas con mayor agrado. Duerme, mañana estarás como nueva –vio como sus cejas adoptaban una posición de sumo enfado y las palabras aún siendo proferidas por su potente mente, parecían más gruñidas que habladas.

Cojindeseda no se atrevió a decir nada más. La miró con disgusto, le iba a dar las gracias por su grandioso esfuerzo pero sintió que no le debía nada, siempre era malcarada y muy altanera. En todo momento.

La maga se recogió envolviéndose en unas gruesas mantas, las protecciones mágicas les aseguraban un sueño tranquilo. Se removió intranquila en su lugar de reposo, sabia había sido muy brusca en su trato, aunque no podía evitar ser como era y decidió disculparse a su manera.

-Sabes orca, siempre he creído que las integrantes del “Fuego Verde” erais interesantes y dignas de respeto. Si tenía alguna duda sobre vosotras hoy me ha sido aclarada, enhorabuena por haber aguantado ante esa despreciable cosa. Muy pocos, los contaría con los dedos de una de mis manos, podrían vanagloriarse de una hazaña así. Esa boba de la elfa, la muy venerable archimaga que soy yo, por supuesto y tú, mí querida Cojindeseda. 

Tuvo deseos de tirarle una piedra, pero no logró ver ninguna a su alcance y el esfuerzo no merecía la pena. Aunque si la hubiese encontrado, no se la hubiera tirado tampoco, sabía cuando la halagaban y la archimaga no era mujer inclinada en afirmar que alguien pudiera igualarla, aunque lo dijese de una forma tan poco delicada y jamás había pretendido nada así, el destino las había unido para bien o para mal, y debían aceptarlo. Mucho se jugaban en aquella partida incierta y el peligro al cual se enfrentaban, tan verdadero como ahora sentía latir su corazón. Decidió no pensar más y dormirse, mañana iba a ser un día duro.

Testadurra esperó paciente a que Cojindeseda durmiese, levantándose con cuidado y alejando sus pasos de allí, junto a la seguridad del fuego. Se había esforzado mucho en aparentar tranquilidad, pero la lucha la había dejado maltrecha y unas profundas nauseas la dominaban. Su cabeza le palpitaba como si la estuviesen utilizando para un gran tambor enano y no podía concentrarse en nada más que evitar desmayarse sobre su propio vómito.

Escupió unas flemas y echó el contenido de su estomago. Había sido un enfrentamiento feroz y supo por cuantas penurias tuvo que pasar la pobre orca. Tenía una gran lastima por el sufrimiento que habría soportado y la alegría por haberla podido salvar, aunque para otros había llegado tarde.

-Épica, Cojindeseda. No tengo duda de que tuviste una lucha épica, amiga mía –dijo a plena voz con el mayor de los respetos, mirando a la bella maga de largos y hermosos cabellos verdes resplandecientes, dormir plácida.




martes, 18 de febrero de 2014

"ESTEÑOS" y "OESTEÑOS"


Hablar de geografía en Tamtasia es como proponer a un loco una idea cuerda (aunque a veces, esa paradoja suceda).

Si hay un enigma en esta tierra sobre el que nadie se pregunta, salvo los lunáticos o los que son tenidos como tal, es la dirección del norte y el sur, este y oeste. Cuando un caminante inicia su viaje, solo se preocupa de emprender la marcha por la senda polvorienta o empedrada, en dirección del sol o en su contra, con la única idea de que debe llegar hasta su destino en un plazo determinado y por extraño que parezca, nunca falla en ese pronóstico.

Muchos han intentado y no lo han logrado, dar una respuesta lógica por medio de enrevesados mapas o bocetos de cómo es la singular extensión sobre la que viven. Para su desgracia, solo han servido para lograr la burla general y considerar su total inutilidad en la práctica real. Así pues, existe una resignación total a contemplar los mapas y esquemas cual vulgar diversión, una estimulación de la imaginación donde dar rienda suelta a sueños y empresas imposibles. Nadie en su sano juicio pretenderá utilizar ese objeto para recorrer los caminos y conocer sus poblaciones, pues ha sido demostrado repetidas veces de nada sirve confiar en ellos.

El sabio Manovista quiso dar una explicación racional a este problema. La solución estaba en cómo se trasladan los pájaros, por supuesto ellos nunca han utilizado mapas y realizan sus viajes de migración, año tras año, sin necesidad de guía alguna. Basando su razonamiento en pequeños trozos metálicos que todos poseemos en nuestro cuerpo, alineándose en razón a una fuerza que determina la dirección a tomar y nos guía sin pérdida ninguna a nuestra meta elegida. Unas fuerzas magnéticas, como las de los imanes, nos facilitarían encontrar los destinos. Aunque no ha podido demostrarlo empíricamente, otros sabios dicen podría ser la causa más sensata, con lo cual su propuesta fue aceptada en su mayoría y nadie quiso tratar de ahondar en dicho supuesto. 

Otros la cuestionan como una soberana estupidez, pues afirman haber estudiado cadáveres frescos y no haber encontrado “trozos metálicos” en ninguna parte. Quienes defienden somos parte de la tierra y estamos constituidos por los mismos elementos de ella ponen el grito en el cielo, sus detractores dicen jamás haber visto a un trozo de piedra echar a correr, aunque estos últimos nunca hayan visto a un Troll de cerca, tan parecidos a las rocas que incluso se alimentan de ellas. Claro está en su defensa aluden que los Trolls son seres de pura fantasía, productos infantiles de cuentos de la niñez y nada verificable esa ilusoria cuestión.

Mientras, los ciudadanos de Tamtasia siguen llegando hasta sus casas, por muy lejanas que se encuentren sin problema reseñable. Existen muy pocos casos de individuos aludiendo haberse perdido, aunque pudiera ser el efecto del alcohol en sus cuerpos, mareos y dolor de cabeza de resaca incluido, les hubiera hecho perder su rumbo. Por tanto, sus declaraciones nunca fueron tomadas en cuenta: “Me sentí arrastrado por una fuerza imposible de oponer, algo me hizo cruzar de un lado a otro una extraña puerta. La vi por escasos momentos aparecer ante el camino. Deje de caminar, más bien volaba sin poder posar mis pies en el duro suelo, jugaba conmigo como si se tratase de una peonza y no hacía sino dar vueltas desorientándome e hizo perder el sentido. Cuando desperté un fuerte mareo me acompañaba, luego averigüe encontraba lejos, muy lejos de mi hogar. Había hecho todo aquel trayecto en unos escasos segundos y no lograba comprender que me había ocurrido”. Sin duda alguna, la bebida provocó toda esa narración, descrita por uno de esos escasos seres que no pudieron volver a casa como los demás. Beban con precaución o puede se vean sometidos a un desvario como el de este individuo. 

Si uno desea conocer los puntos cardinales en Tamtasia, debe de acudir a un sistema menos heterodoxo y el cual parece dar buenos resultados: Si se encuentra con pueblos bárbaros, dedicados en gran parte a la vida nómada, quienes allí se localizan están al norte; si en un desplazamiento por mar llegan hasta Tantotongo, reconocible por su espesa jungla, es el sur sin dudar; a los lados las tierras abiertas son habitadas por los “oesteños” así llamados a los que viven en el oeste en incontables ciudades de una interminable costa entre el mar de hierba y el mar salado. Por último, los “esteños” quienes son los múltiples reinos al este en constante conflicto. Duras tierras de arenas y desiertos, con grandes oasis y feroces combatientes.

La zona imperial, junto al reino enano, los elfos y los dominios orcos, ocupan el centro y en este asunto nadie logra ponerse de acuerdo en su ubicación real. Todos afirman ser el mismo centro y ninguno desea verse relegado de dicho privilegio. Así pues todos ostentan ese derecho causando una gran confusión en cuanto su colocación.

Aún con tal contradicción, nadie llega a preocuparse realmente por tan extraña situación, prefieren ignorarlo y continuar la ruta emprendida sin problemas ni pensamientos que no llevan a parte alguna. La ignorancia les otorga la felicidad en su camino y por nada del mundo, nadie les hará cambiar de opinión.

Llegados a este punto, coja su carro o su hato, monte su cabalgadura más noble o sencilla y no dude llegará a donde ha elegido ir, pues es como debe ser. Y no le dé más vueltas, no vale la pena. Porqué esto es Tamtasia y en esta tierra, así son las cosas.