Abrió los ojos, estiró los brazos y quedó mirando
el techo. Hoy parecía de un tono blanco más luminoso, al menos las partes donde
escuetas representaciones celestes dejaban un espacio libre. Todas las
constelaciones parecían brillar en tonos dorados con la luz del sol sobre
ellas, ilusión que las habitaciones nuevas le brindaban en todo su esplendor,
mucho más espaciosas, con amplios ventanales y situadas de tal forma que el
nuevo día entraba sin restricciones, llenándola de vigor.
Estaba de buen humor, no pusieron trabas en
cuanto pidió tras aprobar el acceso al Consejo de Magia. Eso era un motivo para
desconfiar, nunca se mostraron tan amables ni serviciales, algo turbio llevaban
entre manos y pronto, para fastidiar aquel amanecer maravilloso, habría de
encontrarse ante problemas.
Lo sentía como un molesto dolor en su frente,
fruto de sus pensamientos en cierta parte azarosos. Siendo la más magnífica
maga de todos los tiempos, intento adentrarse en el terreno de las
adivinaciones y el destino. Las probabilidades de conocer el futuro eran
tentadoras, podría prevenir los embates de la vida y sortearlos sin sufrir ningún
percance aleatorio, podía fijar su existencia en un único rumbo, el del
conocimiento total y pleno de las verdaderas esencias de la magia.
Pero fue un fracaso total, las líneas del futuro
se ampliaban en tantas variables que le resultaba imposible decidirse por una
de aquellas tendencias. En ellas se veía morir, a veces de forma horrible en cientos
de ocasiones; otras enfermaba, era atacada con violencia, humillada, violada e
incluso torturada. Su mente fuerte y decidida, podía soportarlo pero también tenía
un límite, parecía como si su existencia estuviese en manos de un loco hacedor
y disfrutase enseñándola cuantos peligros existían, o tal vez solo le advertía
de que tales visiones, no eran sino el producto de sus propios temores. El
destino quedo en manos del propio azar, aunque nunca perdió la esperanza de
seguir esta rama de la ciencia mágica en cuando comprendiese un tanto más de
ella.
Se vistió con presteza, un sencillo vestido azul
quien la envolvía en sus formas con delicadeza, sin mostrar nada pero haciendo
evidente sus encantos. Le gustaba presumir de su maravilloso cuerpo, pero no le
gustaban las ostentaciones ni las obscenidades, eso lo dejaba para otras burdas
magas y mujeres sin pudor.
Desayuno con frugalidad, le habían designado dos
sirvientas no muy despiertas, pero ella las trataba con cuanta amabilidad le
permitiesen sus torpes intentos de agradarla. Bultoplana y Telopuso se
empeñaron en atenderla hasta su salida de la estancia, incluso pretendían acompañarla
si ella lo deseaba, pero no le gustaba tener a las dos mujeres como si fueran
perritos falderos tras su espalda, aún cuando su nueva condición como miembro del
Consejo exigía tuviera sirvientes en todo momento. Con su genio vivo no
soportaba tener a nadie detrás, le gustaba ir libre e independiente a donde
quisiera y con quien eligiera.
Caminó con pasos calmados, no quería aparentar
nerviosismo o impaciencia, el deseo de acceder a la biblioteca del Consejo era
una de sus máximas aspiraciones y los temas o cualesquiera otros asuntos que se
trataban en este, no le importaban lo más mínimo. Todo era una cadena de
favores y politiqueo, en el cual la principal aspiración de conseguir un mejor
futuro para Tamtasia se convertía en una imposible utopía.
Ella no debía nada a nadie, salvo a Solocontiza y
a este la protección para su persona. Ningún otro apoyo había obtenido, todo
conseguido con su esfuerzo y completa dedicación al estudio y la comprensión de
las variantes mágicas. Este se congratulaba con sus triunfos, educándola en la
mejor inserción en la sociedad de los magos, aunque el mal carácter de
Testadurra la hacía demasiado impredecible y debía atemperar sus modos para una
mayor aceptación entre su élite, pero su verdadera personalidad nunca cambiaria,
la guardaba como un tesoro a salvo de cualquier dominación o deseo de
modificarla, solo la mantenía apaciguada dentro de su ser. Esa era la auténtica
Testadurra.
Atravesó innumerables salones y amplias
habitaciones donde hileras de libros se mostraban, espléndidamente colocados,
en inmensas librerías. Los conocía todos y nada podían aportar a su conocimiento,
los había devorado con avidez durante años, extrayendo su saber e incorporándolo
a sus propias experiencias y habilidades. No eran malos libros, ni
despreciables sus lecturas, pero nada hablaban de la gran magia, ni de las
variantes arcanas, ni del compendio de estas en una sola. Esos eran secretos
guardados para los mejores y estaban a buen recaudo, en la biblioteca del
Consejo.
Llego a la sala del Consejo, ante sí la puerta
con los símbolos del sol y las estrellas cambiantes; el árbol muerto y la flor
naciente; el mítico león rojo y la vara de dominio; la calavera y la balanza de
huesos en su frente. Nadie le había dicho como entrar en el lugar, presagiaba
protecciones mágicas de gran poder, estas la fulminarían si osaba traspasar el
umbral sin ser cautelosa o sin pertenecer a su recién adquirido cargo. Portaba
en su brazo el brazalete con los mismos dibujos, un tanto más estilizados, de
oro de la mejor calidad. Su única joya con agrado permitida en su joven vida y
si la llevaba con orgullo, era porque se la había ganado, era suya por
autentico derecho.
Pero no usaría su llave, hoy no, porque no iba a
darles el gusto de actuar como ellos. No era como ellos, ni pensaba en sus
mezquinos ideales, ella era una verdadera maga y entraría como tal.
Lo decidió allí mismo sin pensarlo más, como
siempre actuaba: con aplomo, valentía y su eterno mal genio.
Golpeó la puerta con la mano, era pesada, buena
madera maciza de roble de los arboles en Buscarroyo, contrachapada en mejor
metal enano para reforzar sus posible puntos débiles. “Esta puerta vale una
fortuna” pensó al admirar su excelente manufactura, no deseaba dañarla, quienes
la crearon no tenían culpa alguna y reverenciaba el grandioso trabajo que la
había construido y su pericia al hacerla. Movió sus dedos inscribiendo un
sigilo en el aire, este relumbró empujando la puerta de sus goznes por medio de
un viento poderoso. Las dobles hojas se abrieron, no sin quejarse por aquella
intrusión.
Se levantaron en el aire, presas de aquel poder
invisible, sostenidas en el vacio cuales briznas de paja, separándose de sus
gruesas bisagras con un sonido que parecía una queja, un chirrido desesperado de
una unión siempre compartida ahora rota. Con delicadeza las depositó inclinando
estas paralelas al suelo, evitando dañarlas por su propio peso emitió un sutil
conjuro, estas aún se mantenían elevadas sin tocar las baldosas que conformaban
el piso de la estancia y quedarían allí flotando hasta que decidiese colocarlas
de nuevo en su sitio.
Examinó el quicio, ahora nada impedía pasar, sabia
aquella calma era traicionera, si cruzaba sin tomar precauciones no demostraría
más que era una palurda sin ningún conocimiento, tal y como pretendían sus “compañeros”
magos. Aunque estaba harta de sus insinuaciones, les demostraría una vez más,
quien era.
Atravesó el límite, todo parecía estar en calma.
Concentrada en extremo, observó y escuchó cuanto a su alrededor veía, la sala permanecía
en silencio. Respiró hondo caminando hacia donde se encontraba la gran mesa de
reunión y tras ella un mueble lleno a rebosar de viandas y bebidas de la mejor
calidad. Su estomago se quejó, apetecido de probar alguno de aquellos ricos
bocados, era mucho mejor que su desayuno. Las tostadas estaban quemadas y la
leche fría, la miel denotaba no ser de una cosecha muy reciente y los huevos, juraría
estaban un tanto pasados, pero no dijo nada, no era culpa de sus sirvientas la
comida no fuese de su gusto. No la verían quejarse por causa alguna, no les
daría ese placer.
Su estomago volvió a rugir y esta vez lo hizo de
una forma audible. Su mano acudió por puro instinto a sofocar la revuelta de
sus entrañas y sintió a estas removerse ansiosas ante la visión. La boca se le
hacía pastosa al ver unos ricos bollos humeantes y las mermeladas extendidas en
un sabroso pan de horno, cuyas maderas aderezadas con resinas olorosas habrían impregnado
un sustancioso aroma, que haría perder la cabeza a cualquier buen amante de la
comida.
Intento evitar la mirada, pero fue inútil, se
sentía tentada de coger algo para atenazar su pobre desayuno. El estudio de la
magia consumía muchas energías y necesitaba estar fuerte para poder seguir con
su noble labor, vio una botella de buen vino de Barriobajo y recordó el excelso
sabor de este, fue hace mucho tiempo pero nadie podría resistirse a tan
grandioso caldo.
“Si bebo un poquito, nadie lo echara en falta” su
mente la traicionaba a sí misma, sabia de sobra que tan caras bebidas podían
controlarse hasta el límite de saber si un extraño hacia uso de la misma, ella
lo hacía y otros se aprovechaban de los mismos conocimientos con idéntico uso.
Apartó la idea, no deseaba beber, pero su boca estaba ahora seca y apenas podía
sentir su lengua hinchada por la falta de bebida. Su estomago rugió con tanta
intensidad que apoyó sus dos manos sobre su cuerpo, en un vano intento de
acallar la protesta, incluso sentía el dolor de este, acuciado por llenarse con
algo que tan cerca de su alcance se encontraba.
Se acercó como un niño a una pastelería, la
ansiedad le llevaba a satisfacer sus necesidades básicas, ahora no pensaba sino
en probar bocado y en calmar su insatisfecha sed. Su mente estaba anulada por
instintos profundos, mucho más fuertes que el razonamiento o la necesidad, era
un deseo que la empujaba a cumplir el deseo de su cuerpo o morir en el intento.
Las manos se acercaron decididas a satisfacerlo pero algo las detuvo. Era la
forma de una galleta, una simple galleta con forma de gato que reconoció de
inmediato.
Cuando era mucho más niña que mujer, Solocontiza
la hizo acompañar hasta una repostería para que eligiese el pastel a su gusto,
era un premio por una de sus brillantes actuaciones y conocía la debilidad de
esta por los dulces. Su alegría era manifiesta, acercándose con gula a los
diversos expositores donde confituras, pasteles y bollos de diversas clases y
sabores se exhibían a los posibles clientes. Le había dado un eurillo de oro,
suficiente para comprar cuantos quisiera, pero sabía que esta se decantaría por
uno solo y guardaría el resto para cuando su apetencia le reclamase.
Miró por todo el local sin decidirse esta vez por
una variedad concreta, entonces capto el olor de dentro del horno y entró
decidida a ver como se llevaban a cabo estos. Entonces vio aquella galleta tan
peculiar, con forma de gato y realizada con tanto esmero que parecía fuese a
caminar o maullar cuando uno no la mirase.
-Quierro esta -dijo la niña al extrañado
pastelero.
-Lo siento pequeña, pero esta es un encargo
especial, es para el propio Emperador. No podría dártela, pero tengo aquí unos
ricos pasteles que…
-Quierro esta -interrumpió con decisión mientras
le enseñaba el eurillo de oro, estaba decidida y nadie le arrebataría aquella
galleta, era su premio y seria suyo a cualquier precio.
El pastelero se quedo absorto mirando la moneda
de oro, era un pago generoso por la elaborada galleta. Si se la daba a la niña debería
de quedarse aquella noche sin dormir para hacer una nueva y cumplir con la
petición del Emperador. Lo pensó con rapidez: “una noche sin sueño, bien vale
un eurillo de oro”.
Cogió la moneda sin reparos y ofreció en una
bonita bandeja aquella caprichosa galleta para el niño emperador, a una niña
con ojos grandes y mirada agradecida. Testadurra volvió a su cuarto con su
tesoro y lo apreció durante un rato, luego el hambre le acució y se la comió.
Una maga debe estar bien alimentada.
Despertó de su recuerdo, su ceño se frunció con
desagrado, ahora lo comprendía y actuaría de inmediato.- Basta -gritó mientras
su mano izquierda se movía para romper el encantamiento. Todo aquello
desapareció y en su lugar una hirviente marmita con metal líquido apareció ante
sus ojos, a punto estuvieron de burlarla y ella de perder sus manos en el
ardiente fluido.
“Bastardos, os hare pagar caro algún día vuestras
infames trampas”, dejó a sus pensamientos la idea de una futura venganza y se
centró en su verdadera intención.
-Y ahorra, a la biblioteca -dijo mientras pensaba prestar más atención a posibles engaños y encaminándose donde suponía la encontraría, para
concentrar sus fuerzas, cerró sus ojos.
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