jueves, 3 de enero de 2013

LA BIBLIOTECA (1ª PARTE)



Abrió los ojos, estiró los brazos y quedó mirando el techo. Hoy parecía de un tono blanco más luminoso, al menos las partes donde escuetas representaciones celestes dejaban un espacio libre. Todas las constelaciones parecían brillar en tonos dorados con la luz del sol sobre ellas, ilusión que las habitaciones nuevas le brindaban en todo su esplendor, mucho más espaciosas, con amplios ventanales y situadas de tal forma que el nuevo día entraba sin restricciones, llenándola de vigor.

Estaba de buen humor, no pusieron trabas en cuanto pidió tras aprobar el acceso al Consejo de Magia. Eso era un motivo para desconfiar, nunca se mostraron tan amables ni serviciales, algo turbio llevaban entre manos y pronto, para fastidiar aquel amanecer maravilloso, habría de encontrarse ante problemas. 

Lo sentía como un molesto dolor en su frente, fruto de sus pensamientos en cierta parte azarosos. Siendo la más magnífica maga de todos los tiempos, intento adentrarse en el terreno de las adivinaciones y el destino. Las probabilidades de conocer el futuro eran tentadoras, podría prevenir los embates de la vida y sortearlos sin sufrir ningún percance aleatorio, podía fijar su existencia en un único rumbo, el del conocimiento total y pleno de las verdaderas esencias de la magia.

Pero fue un fracaso total, las líneas del futuro se ampliaban en tantas variables que le resultaba imposible decidirse por una de aquellas tendencias. En ellas se veía morir, a veces de forma horrible en cientos de ocasiones; otras enfermaba, era atacada con violencia, humillada, violada e incluso torturada. Su mente fuerte y decidida, podía soportarlo pero también tenía un límite, parecía como si su existencia estuviese en manos de un loco hacedor y disfrutase enseñándola cuantos peligros existían, o tal vez solo le advertía de que tales visiones, no eran sino el producto de sus propios temores. El destino quedo en manos del propio azar, aunque nunca perdió la esperanza de seguir esta rama de la ciencia mágica en cuando comprendiese un tanto más de ella.

Se vistió con presteza, un sencillo vestido azul quien la envolvía en sus formas con delicadeza, sin mostrar nada pero haciendo evidente sus encantos. Le gustaba presumir de su maravilloso cuerpo, pero no le gustaban las ostentaciones ni las obscenidades, eso lo dejaba para otras burdas magas y mujeres sin pudor. 

Desayuno con frugalidad, le habían designado dos sirvientas no muy despiertas, pero ella las trataba con cuanta amabilidad le permitiesen sus torpes intentos de agradarla. Bultoplana y Telopuso se empeñaron en atenderla hasta su salida de la estancia, incluso pretendían acompañarla si ella lo deseaba, pero no le gustaba tener a las dos mujeres como si fueran perritos falderos tras su espalda, aún cuando su nueva condición como miembro del Consejo exigía tuviera sirvientes en todo momento. Con su genio vivo no soportaba tener a nadie detrás, le gustaba ir libre e independiente a donde quisiera y con quien eligiera.

Caminó con pasos calmados, no quería aparentar nerviosismo o impaciencia, el deseo de acceder a la biblioteca del Consejo era una de sus máximas aspiraciones y los temas o cualesquiera otros asuntos que se trataban en este, no le importaban lo más mínimo. Todo era una cadena de favores y politiqueo, en el cual la principal aspiración de conseguir un mejor futuro para Tamtasia se convertía en una imposible utopía.

Ella no debía nada a nadie, salvo a Solocontiza y a este la protección para su persona. Ningún otro apoyo había obtenido, todo conseguido con su esfuerzo y completa dedicación al estudio y la comprensión de las variantes mágicas. Este se congratulaba con sus triunfos, educándola en la mejor inserción en la sociedad de los magos, aunque el mal carácter de Testadurra la hacía demasiado impredecible y debía atemperar sus modos para una mayor aceptación entre su élite, pero su verdadera personalidad nunca cambiaria, la guardaba como un tesoro a salvo de cualquier dominación o deseo de modificarla, solo la mantenía apaciguada dentro de su ser. Esa era la auténtica Testadurra.

Atravesó innumerables salones y amplias habitaciones donde hileras de libros se mostraban, espléndidamente colocados, en inmensas librerías. Los conocía todos y nada podían aportar a su conocimiento, los había devorado con avidez durante años, extrayendo su saber e incorporándolo a sus propias experiencias y habilidades. No eran malos libros, ni despreciables sus lecturas, pero nada hablaban de la gran magia, ni de las variantes arcanas, ni del compendio de estas en una sola. Esos eran secretos guardados para los mejores y estaban a buen recaudo, en la biblioteca del Consejo. 

Llego a la sala del Consejo, ante sí la puerta con los símbolos del sol y las estrellas cambiantes; el árbol muerto y la flor naciente; el mítico león rojo y la vara de dominio; la calavera y la balanza de huesos en su frente. Nadie le había dicho como entrar en el lugar, presagiaba protecciones mágicas de gran poder, estas la fulminarían si osaba traspasar el umbral sin ser cautelosa o sin pertenecer a su recién adquirido cargo. Portaba en su brazo el brazalete con los mismos dibujos, un tanto más estilizados, de oro de la mejor calidad. Su única joya con agrado permitida en su joven vida y si la llevaba con orgullo, era porque se la había ganado, era suya por autentico derecho.

Pero no usaría su llave, hoy no, porque no iba a darles el gusto de actuar como ellos. No era como ellos, ni pensaba en sus mezquinos ideales, ella era una verdadera maga y entraría como tal.

Lo decidió allí mismo sin pensarlo más, como siempre actuaba: con aplomo, valentía y su eterno mal genio.

Golpeó la puerta con la mano, era pesada, buena madera maciza de roble de los arboles en Buscarroyo, contrachapada en mejor metal enano para reforzar sus posible puntos débiles. “Esta puerta vale una fortuna” pensó al admirar su excelente manufactura, no deseaba dañarla, quienes la crearon no tenían culpa alguna y reverenciaba el grandioso trabajo que la había construido y su pericia al hacerla. Movió sus dedos inscribiendo un sigilo en el aire, este relumbró empujando la puerta de sus goznes por medio de un viento poderoso. Las dobles hojas se abrieron, no sin quejarse por aquella intrusión.

Se levantaron en el aire, presas de aquel poder invisible, sostenidas en el vacio cuales briznas de paja, separándose de sus gruesas bisagras con un sonido que parecía una queja, un chirrido desesperado de una unión siempre compartida ahora rota. Con delicadeza las depositó inclinando estas paralelas al suelo, evitando dañarlas por su propio peso emitió un sutil conjuro, estas aún se mantenían elevadas sin tocar las baldosas que conformaban el piso de la estancia y quedarían allí flotando hasta que decidiese colocarlas de nuevo en su sitio.

Examinó el quicio, ahora nada impedía pasar, sabia aquella calma era traicionera, si cruzaba sin tomar precauciones no demostraría más que era una palurda sin ningún conocimiento, tal y como pretendían sus “compañeros” magos. Aunque estaba harta de sus insinuaciones, les demostraría una vez más, quien era.

Atravesó el límite, todo parecía estar en calma. Concentrada en extremo, observó y escuchó cuanto a su alrededor veía, la sala permanecía en silencio. Respiró hondo caminando hacia donde se encontraba la gran mesa de reunión y tras ella un mueble lleno a rebosar de viandas y bebidas de la mejor calidad. Su estomago se quejó, apetecido de probar alguno de aquellos ricos bocados, era mucho mejor que su desayuno. Las tostadas estaban quemadas y la leche fría, la miel denotaba no ser de una cosecha muy reciente y los huevos, juraría estaban un tanto pasados, pero no dijo nada, no era culpa de sus sirvientas la comida no fuese de su gusto. No la verían quejarse por causa alguna, no les daría ese placer.

Su estomago volvió a rugir y esta vez lo hizo de una forma audible. Su mano acudió por puro instinto a sofocar la revuelta de sus entrañas y sintió a estas removerse ansiosas ante la visión. La boca se le hacía pastosa al ver unos ricos bollos humeantes y las mermeladas extendidas en un sabroso pan de horno, cuyas maderas aderezadas con resinas olorosas habrían impregnado un sustancioso aroma, que haría perder la cabeza a cualquier buen amante de la comida.

Intento evitar la mirada, pero fue inútil, se sentía tentada de coger algo para atenazar su pobre desayuno. El estudio de la magia consumía muchas energías y necesitaba estar fuerte para poder seguir con su noble labor, vio una botella de buen vino de Barriobajo y recordó el excelso sabor de este, fue hace mucho tiempo pero nadie podría resistirse a tan grandioso caldo.

“Si bebo un poquito, nadie lo echara en falta” su mente la traicionaba a sí misma, sabia de sobra que tan caras bebidas podían controlarse hasta el límite de saber si un extraño hacia uso de la misma, ella lo hacía y otros se aprovechaban de los mismos conocimientos con idéntico uso. Apartó la idea, no deseaba beber, pero su boca estaba ahora seca y apenas podía sentir su lengua hinchada por la falta de bebida. Su estomago rugió con tanta intensidad que apoyó sus dos manos sobre su cuerpo, en un vano intento de acallar la protesta, incluso sentía el dolor de este, acuciado por llenarse con algo que tan cerca de su alcance se encontraba.

Se acercó como un niño a una pastelería, la ansiedad le llevaba a satisfacer sus necesidades básicas, ahora no pensaba sino en probar bocado y en calmar su insatisfecha sed. Su mente estaba anulada por instintos profundos, mucho más fuertes que el razonamiento o la necesidad, era un deseo que la empujaba a cumplir el deseo de su cuerpo o morir en el intento. Las manos se acercaron decididas a satisfacerlo pero algo las detuvo. Era la forma de una galleta, una simple galleta con forma de gato que reconoció de inmediato.

Cuando era mucho más niña que mujer, Solocontiza la hizo acompañar hasta una repostería para que eligiese el pastel a su gusto, era un premio por una de sus brillantes actuaciones y conocía la debilidad de esta por los dulces. Su alegría era manifiesta, acercándose con gula a los diversos expositores donde confituras, pasteles y bollos de diversas clases y sabores se exhibían a los posibles clientes. Le había dado un eurillo de oro, suficiente para comprar cuantos quisiera, pero sabía que esta se decantaría por uno solo y guardaría el resto para cuando su apetencia le reclamase.  

Miró por todo el local sin decidirse esta vez por una variedad concreta, entonces capto el olor de dentro del horno y entró decidida a ver como se llevaban a cabo estos. Entonces vio aquella galleta tan peculiar, con forma de gato y realizada con tanto esmero que parecía fuese a caminar o maullar cuando uno no la mirase.

-Quierro esta -dijo la niña al extrañado pastelero.

-Lo siento pequeña, pero esta es un encargo especial, es para el propio Emperador. No podría dártela, pero tengo aquí unos ricos pasteles que…

-Quierro esta -interrumpió con decisión mientras le enseñaba el eurillo de oro, estaba decidida y nadie le arrebataría aquella galleta, era su premio y seria suyo a cualquier precio.

El pastelero se quedo absorto mirando la moneda de oro, era un pago generoso por la elaborada galleta. Si se la daba a la niña debería de quedarse aquella noche sin dormir para hacer una nueva y cumplir con la petición del Emperador. Lo pensó con rapidez: “una noche sin sueño, bien vale un eurillo de oro”.

Cogió la moneda sin reparos y ofreció en una bonita bandeja aquella caprichosa galleta para el niño emperador, a una niña con ojos grandes y mirada agradecida. Testadurra volvió a su cuarto con su tesoro y lo apreció durante un rato, luego el hambre le acució y se la comió. Una maga debe estar bien alimentada.

Despertó de su recuerdo, su ceño se frunció con desagrado, ahora lo comprendía y actuaría de inmediato.- Basta -gritó mientras su mano izquierda se movía para romper el encantamiento. Todo aquello desapareció y en su lugar una hirviente marmita con metal líquido apareció ante sus ojos, a punto estuvieron de burlarla y ella de perder sus manos en el ardiente fluido.

“Bastardos, os hare pagar caro algún día vuestras infames trampas”, dejó a sus pensamientos la idea de una futura venganza y se centró en su verdadera intención.

-Y ahorra, a la biblioteca -dijo mientras pensaba prestar más atención a posibles engaños y encaminándose donde suponía la encontraría, para concentrar sus fuerzas, cerró sus ojos.

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