miércoles, 9 de enero de 2013

SIN (2ª PARTE)



“Lo temerán”, las palabras resonaron desafiantes entre las paredes de la Orden Hierrocolado, perdiéndose entre estas hasta el nuevo amanecer.

Picoserrado era una floreciente población, no tenía la categoría de ciudad aunque los lugareños así lo manifestasen, sino de villa y en ella un estable comercio permitía un buen nivel de vida a sus habitantes. La fortaleza de la Orden se destacaba con humildad de entre las viviendas, una construcción recia, formidable por su compacta forma y alejada de cualquier arquitectura ostentosa.

No era grande, pues sus miembros fueron escasos desde el principio de su creación, pero podían presumir de ser una de las más antiguas de todas, con muchos años tras de si. Todas sus piedras estaban marcadas con un sello bendecido que el Primer caballero guardaba celosamente entre los escasos tesoros poseídos. Se decía en la región estar al pie de sus muros, sanaba los males y curaba al falto de espíritu si se tenía la suficiente fe en ello. Eso provocaba la afluencia de curiosos, desesperados y otras personalidades que facilitaban un mayor intercambio comercial y hacían prosperar la villa.

La Orden nunca se entrometía en los asuntos de gobierno de la vecindad y estos no lo hacían con las misiones de Hierrocolado. Entre ambos se estableció este acuerdo jamás escrito, el cual nunca se había roto.
 
Largasiesta se despertó, no sabía la hora pero el sol entraba por la alta ventana que iluminaba su bien acondicionada habitación y este debía de estar alto, por el ancho haz de luz reflejándose en esta. Se levantó preocupado, su primer día y llegaría tarde, aunque no sabía cuál sería su cometido ni lo que este le depararía. Obvio la armadura y se vistió con una sencilla toga, además de ropa de abrigo, con el símbolo de la flor del montículo.

Salió al pasillo, no había nadie y decidió ir hacia la derecha, a donde suponía su compañero Trastoviejo tenía su lugar de reposo. Abrió la puerta tras llamar repetidas veces, pero la cama ya estaba hecha, sin encontrar rastro de que hubiera sido de este.

Continuó deambulando sin encontrar a ninguno de quienes el día anterior lo recibieron, no conocía el interior de la fortaleza y vagaba sin un rumbo concreto. Al final subió por las escaleras por donde la Primer caballero en compañía de la otra mujer habían bajado, las reconoció porqué eran las únicas hasta ese momento que había visto, después de recorrer toda aquella planta, estancia tras estancia, en esa recién iniciada aventura.

Al final de estas, una gruesa puerta se interponía en su camino, apretó la manilla pero esta requirió el uso de sus dos manos para poder levantarla. El sol le iluminó en el rostro por sorpresa, tuvo que anteponer el brazo para aliviar los ojos ante el inusitado resplandor.

Daba a un patio abierto, rodeado casi en totalidad por un claustro, con unas columnas con representaciones de hombres y mujeres armados, este tenía el suelo de arena en un trozo y gravilla en el resto, era amplio y en el estaban congregados todos sus integrantes. Trastoviejo cruzaba su arma con Puercoespino y demostraba un dominio envidiable, todos aplaudieron la gran actuación de este. Era un hombre curtido en muchas batallas, se denotaba su afinidad en el arte de la guerra, aunque por su aspecto nunca lo hubiera supuesto.

Era bajo, de complexión recia, los muchos años a la intemperie habían curtido su piel y la cara era arrugada y dura. Aún así, tenía una mirada tranquila la cual constataba su seguridad y sus principios.
 
-Muchacho, ¿has dormido bien? -preguntó Puercoespino, mientras recogía su pesada espada en una hermosa vaina. Todos posaron sus miradas sobre él.

-Yo… lamento haberme levantado tan tarde. Pido disculpas, estaba cansado y el sueño era muy profundo, no escuche si alguien llamó a mi puerta.

-Sueño profundo, qué envidia -todos rieron por el comentario de Puercoespino. Largasiesta no lograba encontrarle sentido a esa broma, o tal vez era una burla, se lo tenía bien merecido, por dormilón.

-Te dejamos dormir. En realidad envidiamos tu sueño, después de un tiempo en la Orden comprobaras no es fácil conciliarlo -dijo Soloconbrasas acercándose al joven. 

Pudo apreciar a la mujer mucho mejor. Tenía un rostro sensual, con unos ojos oscuros brillantes y grandes, leves ojeras los bordeaban. Los labios eran finos, como su nariz, dándole una apariencia grácil, llevaba el pelo blanco en su totalidad muy cortado por los lados y un mechón le caía por su frente, constituyendo el único toque coqueto que podría caracterizarla en su porte marcial.

Ella se dio cuenta de las observaciones del muchacho, sonrió y saco una afilada espada de su cinto, no llevaba sino una larga toga que ocultaba sus formas y el cinturón donde portaba su arma apretando esta con fuerza.

-No creas que por ser mujer no se luchar como un hombre. A nuestros enemigos sin embargo, eso no les importa en absoluto. Puercoespino, dale un arma y veamos que tal se maneja.

Este lanzó una espada a Largasiesta, pero no estuvo acertado y cayó al suelo sin haberla podido coger. Era un mal comienzo, su padre le había dado unas cuantas lecciones, pero estas fueron aceleradas y su progenitor tampoco era un experto en su uso. Tan solo aprendió que estas tienen: pomo, empuñadura, cruz, hoja y filos. Y eso en la más común de las espadas, la cosa podía complicarse con otras clases de estas, en eso ya no llegó a decirle nada.

La recogió del suelo, era pesada y su mano pequeña para aquella empuñadura, casi no la podía sostener. La mujer se movió muy rápida, golpeando con el canto de la hoja en la nalga, el golpe le dolió y se dispuso a devolvérselo, pero el arma se balanceaba a su capricho y no lograba dominarla, consiguiendo un nuevo golpe en su otra nalga igual de doloroso por parte de la hábil contrincante.

-Estoy siendo muy generosa, podría haberte cortado una decena de veces y matado innumerables otras. Tu habilidad con las armas es comparable a la de un gorrino con botas, insuficiente a todas luces. Tendremos que empezar contigo desde el principio y quien mejor que ella para esta labor, es la más paciente y creo le agradará la idea de darte esas lecciones. Estas y muchas otras, ¿verdad, Dedofacil?

La otra mujer se acercó, llevaba también la larga toga con el cinturón del arma y un curioso casco sobre su cabeza. Se quitó este, dejando la media melena castaña deslizarse por su cuello y resaltando la inusitada belleza de esta. El día anterior no pudo apreciarla como ahora, era hermosa sin duda, pero sus ojos poseían una dureza mayor que la Primer caballero, aunque destellaban con un fuego azul celeste capaz de acallar cualquier otra observación. Salvo las dos largas orejas que sobresalían erectas de entre su mata de pelo.

-Una elfa… es una elfa -contestó Largasiesta estupefacto. Nunca creyó pudiese ver ninguna, pero en cierta forma estaba indignado, no podía comprender como a una de esa raza se le había permitido su entrada en una Orden como aquella, eso no era correcto, hombres y elfos no se llevaban nada bien. Estos últimos eran un pueblo orgulloso, arrogante y frio, incapaz de sentir compasión por nadie.

-Al menos tienes vista, eso ya es algo -dijo Dedofacil con voz melosa- será para mí un honor enseñarle los peligros a los cuales habrá de enfrentarse. Haré de un bisoño humano, un combatiente digno de la Orden.

-Jovencito, has salido de las brasas para caer en el fuego. Y no es un fuego cualquiera, créeme- comentó Tiernocorte. Todos volvieron a reír, aunque no encontraba la gracia a aquella aseveración.

Le dolían las nalgas, esos dos golpes habían sido practicados con fuerza. No pudo sentarse a gusto durante todo el día, solo se limito a contemplar a los demás practicar con esmero, comprobó para su desagrado que en ocasiones, cortes y pinchazos ensangrentaban sus vestiduras, tanto la de ellos como la de las mujeres. Eran superficiales, más la sangre manchaba aparatosa esas señales, indicando los errores en su defensa y acuciando sus sentidos. Todos luchaban de una forma admirable.

“Jamás lograré igualar esa destreza” pensó resignado. No se había dado cuenta de que Dedofacil sentó a su lado, muy cerca de él.

-Largasiesta, mañana a la salida del sol iré a buscarte a tu celda. Procura estar preparado, te sacaré de allí desnudo o vestido. Me da igual en cual estado te encuentres, pero deberías estar con tu armadura dispuesta, no quiero hacerte mucho daño en este primer entrenamiento, al menos procuraremos evitarte las heridas graves, luego ya veremos -se levantó y fue a lavarse, volviéndose le dijo:- y tú también deberías lavarte, te ayudará a dormir.

No había comido en todo el día y tuvo que contemplar con gran desasosiego, como todos se desnudaban y se introducían en una gran tina de agua que en una de las esquinas del claustro se encontraba. No pudo evitar mirar sus cuerpos sin ropa, todos ellos portaban cicatrices y marcas de combates, pero aún asi, la indiscutible belleza de los cuerpos de la mujeres le hizo mella, nunca había visto a una mujer sin ropa y aquella primera vez la excitación de esa contemplación le hizo sentirse incomodo.

Se fue de allí sin despedirse, ya se daría un baño en la pequeña tina de su celda, aunque le costase media noche llenarla. Creía con sinceridad, no podría dormir nada. En verdad, la afirmación de Soloconbrasas, había sido totalmente certera.

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