“Lo temerán”, las palabras resonaron desafiantes
entre las paredes de la Orden Hierrocolado, perdiéndose entre estas hasta el
nuevo amanecer.
Picoserrado era una floreciente población, no
tenía la categoría de ciudad aunque los lugareños así lo manifestasen, sino de
villa y en ella un estable comercio permitía un buen nivel de vida a sus habitantes.
La fortaleza de la Orden se destacaba con humildad de entre las viviendas, una
construcción recia, formidable por su compacta forma y alejada de cualquier
arquitectura ostentosa.
No era grande, pues sus miembros fueron escasos
desde el principio de su creación, pero podían presumir de ser una de las más
antiguas de todas, con muchos años tras de si. Todas sus piedras estaban
marcadas con un sello bendecido que el Primer caballero guardaba celosamente
entre los escasos tesoros poseídos. Se decía en la región estar al pie de sus
muros, sanaba los males y curaba al falto de espíritu si se tenía la
suficiente fe en ello. Eso provocaba la afluencia de curiosos, desesperados y
otras personalidades que facilitaban un mayor intercambio comercial y hacían prosperar
la villa.
La Orden nunca se entrometía en los asuntos de
gobierno de la vecindad y estos no lo hacían con las misiones de Hierrocolado. Entre ambos se estableció
este acuerdo jamás escrito, el cual nunca se había roto.
Largasiesta se despertó, no sabía la hora pero el
sol entraba por la alta ventana que iluminaba su bien acondicionada habitación
y este debía de estar alto, por el ancho haz de luz reflejándose en esta. Se
levantó preocupado, su primer día y llegaría tarde, aunque no sabía cuál sería
su cometido ni lo que este le depararía. Obvio la armadura y se vistió con una
sencilla toga, además de ropa de abrigo, con el símbolo de la flor del montículo.
Salió al pasillo, no había nadie y decidió ir
hacia la derecha, a donde suponía su compañero Trastoviejo tenía su lugar de
reposo. Abrió la puerta tras llamar repetidas veces, pero la cama ya estaba
hecha, sin encontrar rastro de que hubiera sido de este.
Continuó deambulando sin encontrar a ninguno de
quienes el día anterior lo recibieron, no conocía el interior de la fortaleza y
vagaba sin un rumbo concreto. Al final subió por las escaleras por donde la
Primer caballero en compañía de la otra mujer habían bajado, las reconoció porqué
eran las únicas hasta ese momento que había visto, después de recorrer toda
aquella planta, estancia tras estancia, en esa recién iniciada aventura.
Al final de estas, una gruesa puerta se
interponía en su camino, apretó la manilla pero esta requirió el uso de sus dos
manos para poder levantarla. El sol le iluminó en el rostro por sorpresa, tuvo
que anteponer el brazo para aliviar los ojos ante el inusitado resplandor.
Daba a un patio abierto, rodeado casi en
totalidad por un claustro, con unas columnas con representaciones de hombres y
mujeres armados, este tenía el suelo de arena en un trozo y gravilla en el
resto, era amplio y en el estaban congregados todos sus integrantes.
Trastoviejo cruzaba su arma con Puercoespino y demostraba un dominio
envidiable, todos aplaudieron la gran actuación de este. Era un hombre curtido
en muchas batallas, se denotaba su afinidad en el arte de la guerra, aunque por
su aspecto nunca lo hubiera supuesto.
Era bajo, de complexión recia, los muchos años a
la intemperie habían curtido su piel y la cara era arrugada y dura. Aún así, tenía
una mirada tranquila la cual constataba su seguridad y sus principios.
-Muchacho, ¿has dormido bien? -preguntó
Puercoespino, mientras recogía su pesada espada en una hermosa vaina. Todos
posaron sus miradas sobre él.
-Yo… lamento haberme levantado tan tarde. Pido
disculpas, estaba cansado y el sueño era muy profundo, no escuche si alguien
llamó a mi puerta.
-Sueño profundo, qué envidia -todos rieron por el
comentario de Puercoespino. Largasiesta no lograba encontrarle sentido a esa
broma, o tal vez era una burla, se lo tenía bien merecido, por dormilón.
-Te dejamos dormir. En realidad envidiamos tu
sueño, después de un tiempo en la Orden comprobaras no es fácil conciliarlo -dijo Soloconbrasas acercándose al joven.
Pudo apreciar a la mujer mucho mejor. Tenía un
rostro sensual, con unos ojos oscuros brillantes y grandes, leves ojeras los
bordeaban. Los labios eran finos, como su nariz, dándole una apariencia grácil,
llevaba el pelo blanco en su totalidad muy cortado por los lados y un mechón le
caía por su frente, constituyendo el único toque coqueto que podría caracterizarla
en su porte marcial.
Ella se dio cuenta de las observaciones del
muchacho, sonrió y saco una afilada espada de su cinto, no llevaba sino una
larga toga que ocultaba sus formas y el cinturón donde portaba su arma apretando
esta con fuerza.
-No creas que por ser mujer no se luchar como un
hombre. A nuestros enemigos sin embargo, eso no les importa en absoluto.
Puercoespino, dale un arma y veamos que tal se maneja.
Este lanzó una espada a Largasiesta, pero no
estuvo acertado y cayó al suelo sin haberla podido coger. Era un mal comienzo,
su padre le había dado unas cuantas lecciones, pero estas fueron aceleradas y
su progenitor tampoco era un experto en su uso. Tan solo aprendió que estas
tienen: pomo, empuñadura, cruz, hoja y filos. Y eso en la más común de las
espadas, la cosa podía complicarse con otras clases de estas, en eso ya no
llegó a decirle nada.
La recogió del suelo, era pesada y su mano
pequeña para aquella empuñadura, casi no la podía sostener. La mujer se movió
muy rápida, golpeando con el canto de la hoja en la nalga, el golpe le dolió y
se dispuso a devolvérselo, pero el arma se balanceaba a su capricho y no
lograba dominarla, consiguiendo un nuevo golpe en su otra nalga igual de
doloroso por parte de la hábil contrincante.
-Estoy siendo muy generosa, podría haberte
cortado una decena de veces y matado innumerables otras. Tu habilidad con las
armas es comparable a la de un gorrino con botas, insuficiente a todas luces.
Tendremos que empezar contigo desde el principio y quien mejor que ella para
esta labor, es la más paciente y creo le agradará la idea de darte esas
lecciones. Estas y muchas otras, ¿verdad, Dedofacil?
La otra mujer se acercó, llevaba también la larga
toga con el cinturón del arma y un curioso casco sobre su cabeza. Se quitó
este, dejando la media melena castaña deslizarse por su cuello y resaltando la
inusitada belleza de esta. El día anterior no pudo apreciarla como ahora, era
hermosa sin duda, pero sus ojos poseían una dureza mayor que la Primer
caballero, aunque destellaban con un fuego azul celeste capaz de acallar
cualquier otra observación. Salvo las dos largas orejas que sobresalían erectas
de entre su mata de pelo.
-Una elfa… es una elfa -contestó Largasiesta
estupefacto. Nunca creyó pudiese ver ninguna, pero en cierta forma estaba
indignado, no podía comprender como a una de esa raza se le había permitido su
entrada en una Orden como aquella, eso no era correcto, hombres y elfos no se
llevaban nada bien. Estos últimos eran un pueblo orgulloso, arrogante y frio,
incapaz de sentir compasión por nadie.
-Al menos tienes vista, eso ya es algo -dijo
Dedofacil con voz melosa- será para mí un honor enseñarle los peligros a los
cuales habrá de enfrentarse. Haré de un bisoño humano, un combatiente digno de
la Orden.
-Jovencito, has salido de las brasas para caer en
el fuego. Y no es un fuego cualquiera, créeme- comentó Tiernocorte. Todos
volvieron a reír, aunque no encontraba la gracia a aquella aseveración.
Le dolían las nalgas, esos dos golpes habían sido
practicados con fuerza. No pudo sentarse a gusto durante todo el día, solo se
limito a contemplar a los demás practicar con esmero, comprobó para su
desagrado que en ocasiones, cortes y pinchazos ensangrentaban sus vestiduras,
tanto la de ellos como la de las mujeres. Eran superficiales, más la sangre
manchaba aparatosa esas señales, indicando los errores en su defensa y
acuciando sus sentidos. Todos luchaban de una forma admirable.
“Jamás lograré igualar esa destreza” pensó
resignado. No se había dado cuenta de que Dedofacil sentó a su lado, muy cerca
de él.
-Largasiesta, mañana a la salida del sol iré a
buscarte a tu celda. Procura estar preparado, te sacaré de allí desnudo o
vestido. Me da igual en cual estado te encuentres, pero deberías estar con tu
armadura dispuesta, no quiero hacerte mucho daño en este primer entrenamiento,
al menos procuraremos evitarte las heridas graves, luego ya veremos -se levantó
y fue a lavarse, volviéndose le dijo:- y tú también deberías lavarte, te
ayudará a dormir.
No había comido en todo el día y tuvo que
contemplar con gran desasosiego, como todos se desnudaban y se introducían en
una gran tina de agua que en una de las esquinas del claustro se encontraba. No
pudo evitar mirar sus cuerpos sin ropa, todos ellos portaban cicatrices y
marcas de combates, pero aún asi, la indiscutible belleza de los cuerpos de la
mujeres le hizo mella, nunca había visto a una mujer sin ropa y aquella primera
vez la excitación de esa contemplación le hizo sentirse incomodo.
Se fue de allí sin despedirse, ya se daría un
baño en la pequeña tina de su celda, aunque le costase media noche llenarla. Creía
con sinceridad, no podría dormir nada. En verdad, la afirmación de
Soloconbrasas, había sido totalmente certera.
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