Abrió los ojos, hoy tenía un fuerte ataque de
melancolía, la verde estepa se mantenía salvaje como la recordaba de su
anterior viaje. La hierba golpeaba sus piernas desnudas, rozándola a su paso
tranquilo por esta, deseaba tumbarse y yacer un rato mirando el cielo, ver
pasar las nubes mientras el blando lecho le contaba sus pesares.
Se había quitado las largas botas dejándolas
junto a Bellandante, se vio entonces tentada de desnudarse por completo, pero
en aquel momento no lo considero práctico, aunque disfrutaba en mayor medida
con un contacto más directo sobre la superficie ondulante.
Echada en la confortable llanura miraba el cielo
azul, mientras pequeñas formaciones de nubarrones anunciaban la llegada de una
tormenta. No le importó cuando estas se aglutinaron en una formación mayor y
taparon la inestimable luz del sol, ni le importó cuando la lluvia impacto
sobre su cuerpo, empapándola en su posición relajada. El largo pelo se apelmazó
con las gruesas gotas uniéndose al manto verde, recibiendo los múltiples golpes
del agua quien caía ya en una considerable cantidad.
Una vez pasada la precipitación siguió en la misma
postura, no se inmutó por el charco donde yacía, pues sabia este pronto sería
absorbido. El cielo volvió a recobrar su resplandeciente azul y ella continuaba
con sus ojos muy abiertos, observando en una visión perdida el inabarcable fin
de ese techo infinito.
Bellandante se acercó con pasos cuidados a donde
su dueña se encontraba, esta no pareció percibirse de su presencia y la fiel
montura se sentó a su lado, mientras pastaba con indiferencia de la hierba ya
seca por el fuerte sol.
El pecho de la mujer elfa subía y bajaba con una
tranquila respiración, nada parecía inquietarla, hasta que escucho un sonido
lejano, un sonido que ella reconoció al instante y rompió su quietud. Levanto el torso y en su cara se dibujo una expresión de sorpresa, era algo del
pasado, pero aún retumbaba en sus oídos como si lo hubiese escuchado en aquel
mismo momento.
La ropa aún permanecía húmeda y se pegaba como
una segunda piel, los contornos perfectos de su cuerpo se delataban al
apretarse esta contra ella. No daba muestras de estar molesta por esa
situación, aunque agradecía llevar sus piernas al aire. Se puso de pie y con su
vista un tanto entornada se sacudió el delicado ropaje, sabía que esta nunca se
mancharía, la hierba era su amiga y el agua la respetaba, aunque a veces era un
tanto indomable.
No quería recordar, pero ante ella empezaban a
formarse imágenes quienes tomaron consistencia. Intento evitarlo, más las
plantas de los pies le dolían en su intento de negar la evidencia de cuanto se
presentaba. No podía moverse mientras la llanura verde desapareció y algo muy
diferente la envolvió. Era un recuerdo persistente, deseaba tener su sitio en
su memoria y a pesar de sus esfuerzos por negarlo, no pudo evitar entrar en
este.
Escuchó la sirena vibrando indolente, ajena al
dolor que provocaba su sonido, hubiera deseado aplastarla en aquel instante,
pero negó ese impulso al forzarse a ir a buscar sus botas y calzárselas de
nuevo. Tenían dentro agua y la vertió con reverencia al suelo, de donde desapareció
con rapidez. Ya no había un tamiz verde a sus pies, sino el feo gris del
embaldosado de una ciudad monstruosa y las marcas del trasiego de millones de
ciudadanos por esta.
Alzó su rostro, las estructuras se habían rehecho,
las abominables torres de cristal erguianse de nuevo. La desafiaban con su
presencia, altas con sus pináculos de metal resplandeciente, volvían a
recordarle hechos de una existencia anterior. Múltiples estructuras,
consolidadas por el esfuerzo de los esclavos, hacían su llamada al siguiente
turno de trabajo.
Se llevo las manos a los oídos, sus largas orejas
estaban tensas y las delicadas puntas se erizaban con aquel desagradable ruido.
-No. Sois pasado, sois pasado -gritó desafiante.
Sintió la humedad de la sangre manar de los pies, aquello le estaba costando un
inestimable esfuerzo.
Las sirenas callaron y la ciudad quedo muda a su
observación. Solo la vio una vez y al igual que otras sabia existían, le basto
para hacerse una idea de su depravada disposición.
-Fuisteis ruina y tormento, más no pudisteis
conmigo. Os llevasteis lo mejor de mi mundo, alabasteis a quien no debisteis y
sufristeis mi condena. Sois pasado, sois pasado y ya nunca retornareis- dijo
con evidente esfuerzo, el dolor la atenazaba al igual que otras veces y le
recordaba quien era.
No quería aquellos recuerdos, pero ellos la perseguirían
por siempre, formaban parte de ella, al igual que sus ojos o su cabello, su
corazón y sus pulmones. Si estos no la enloquecían era por su irreductible determinación
de continuar adelante, decidió entonces caminar por esta y con ello dominarla.
Empezó a transitar por las desoladas calles, el
suelo crujía a su paso, los ventanales estaban rotos y los pedazos de cristal
se agolpaban en aquel feo suelo. Estos crepitaban llorosos ante el paso
decidido de Hurtadillas, quebrándose con su fuerte pisada y deshaciéndose en
polvo.
Llegó a una amplia avenida, donde los vehículos
abandonados se encontraban en desorden cubriendo esta, escaló y evitó estos
cuanto pudo, pero su número hacía imposible su trasiego. Entonces se relajó,
aquellas máquinas abrieron un camino y la elfa continuo su paseo, ahora obedecían
sus órdenes, la ciudad ya no podía impedirle seguir y era quien marcaba la dirección
de sus movimientos.
Distinguió algo que le llamo la atención. Se
acercó a donde una gran plaza concluía aquella avenida, esta terminaba en unas
colosales estatuas, las cuales la miraban desafiante. Se detuvo ante ellas, sus
ojos ardían en un verde colosal, pero solo era un trazo de pintura reflectante y empezaron a desmoronarse en su totalidad, hasta convertirse en
minúsculos trozos de gravilla.
“Sois pasado” su mente trabajaba a gran
velocidad, empezó a trocar esa visión por otra más acorde a sus ideales, los
edificios empezaron a cambiar, transformándose en altos arboles y el manto de
naturaleza se extendió por toda la ciudad. La sirena tocó una vez más, pero su sonido
mutó, cambiando por el de cantar de pájaros, miles de trinos la inundaron e
incluso un descarado cantasiempre se posó en su hombro, ella lo acaricio con
notable cariño y este canturreo para demostrar su agradecimiento.
Luego retorno su vuelo y se perdió en una
gigantesca nube formada por sus congéneres, estaban alegres, ella los había
llamado y estos acudieron prestos a su atención. Notó que algo le rozaba la
pierna derecha, respiró aliviada al ver no era otro sino Chispitas, su cofre
metamorfo, quien había decidió salir a dar un paseo junto a su dueña. Este
caminaba como un perro fiel, separándose de ella solo para olisquear algo que
su atención hubo llamado. La elfa conocía del poder de amado cofre, y del
engaño de confiarse en su apariencia infantil y leal, sabía de su inestimable ayuda
en caso necesario.
Chispita jugueteaba por delante mientras esta
observaba el cambio producido. Aún se veían ligeras ondulaciones de donde las
estructuras caídas habían hecho su base, pero la ciudad pereció a su llamada y
a su deseo de negarla.
El metamorfo se detuvo. Algo enfrente de este le
había producido una posición de defensa, le rugía en tono de advertencia y los
temibles dientes de gran dureza se dejaron entrever para desanimar a aquel
posible enemigo.
-¿Qué ocurre, Chispita? -Hurtadillas nada veía para
que este asumiera ese grado de amenaza. Pero decidió sacar su espada y estar
preparada para un posible encuentro.
Aquello fue visto y no visto, salió de entre unos
escombros emergentes de la maleza. Una sombra sin forma acometió al cofre y lo
golpeó, alejándolo de su compañera. La elfa movió instintiva la espada y
atravesó esa inconsistencia, esta profirió un sonido, fue desagradable, pues
sonaba como la sirena de la ciudad olvidada.
El eco retumbó, una y otra vez, obligándola a
retroceder mientras la sombra tomaba un definido contorno. La ciudad volvía a
resurgir, con su temible aspecto de cristal y acero, con sus manchas de sangre
y con aquel horrible sonido de sirena, quien la obligó a caer de rodillas, con
sus manos tapando sus oídos ante la agresión que no podían evitar.
-Sois pasado, sois pasado -volvió a gritar, esta
vez fue contundente en sus afirmación y la ciudad explotó con ella en su
interior. Notó la humedad de la sangre envolviéndola, caía por entre todos sus
restos y estos la envolvían como un manto mortuorio. Gritó, pero se había
quedado sin voz. Estaba sola y en esta mortaja, nadie la encontraría jamás.
Se despertó, levantándose con la mano en la
espada desenvainada. Miraba hacia todos los lados esperando enfrentarse a un
enemigo que parecía rehuirla, pero solo estaba allí su querida Bellandante,
quien la miraba con gesto curioso y se había levantado sobresaltada por el
impulso de la elfa.
Todo fue un mal sueño. Estaba mojada, aún llovía
y el agua la había empapado. Su pelo y ropa le pesaban por la gran cantidad de líquido,
pero la tormenta parecía amainar. Los truenos cada vez eran más dispersos y el
cielo aclaraba.
Se tocó el cabello, necesitaba secárselo al igual
que su ropa. El sol aún tardaría en alumbrarla y no le apetecía esa sensación
en aquel momento. Se quitó toda y eliminó cuanta agua pudo, estaba helada,
necesitaba secarse y puso una nueva. Su cofre Chispita le ofrecería cuanta
quisiera, tenía una gran cantidad de existencias, aunque todas tenían su
adorado color verde.
Se puso una camisa y un jubón, más un cómodo pantalón
con sus largas botas. Había una pequeña colina cerca de allí y decidió subir la
ropa mojada hasta esta, soplaba una brisa ligera quien secaría en poco rato su
imprudencia. En ese lugar acomodó esta, disponiéndola en el suelo para recibir
esos primeros rayos de luz. Una de ellas no lograba apelmazarla contra la
superficie, algo en esta se lo impedía. Apartó la hierba y para su sorpresa encontró
un feo ladrillo de color gris, estaba cubierto en su mayor parte por musgo,
pero lo reconoció de inmediato.
“Sois pasado” se dijo al verlo. Era una conjuración
contra sus amargos recuerdos, los cuales no deseaba reconocer. Seguirían con
ella y volverían a estarlo siempre. Nunca se libraría de estos.
Cogió la ropa sin secar y montó de nuevo en
Bellandante. Le gustaba aquella llanura tan verde, pero ahora recordaba la
razón de no permanecer sino lo necesario en esta. No le agradaba, a pesar de
ese manto hermoso, no quería estar allí.
Bellandante trotó a un paso suave para luego
obedecer a su dueña y correr a cuanta velocidad podía alcanzar. Hurtadillas no volvería
su cabeza hacia atrás, hacia el pasado, solo le importaba el ahora y por el
trabajaba. A pesar de haber dormido, en una de esas extrañas ocasiones en las
cuales lo hacía, para que ningún recuerdo de aquella extensión le pudiese
quedar, cerro sus ojos.
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