domingo, 20 de enero de 2013

LA CIUDAD OLVIDADA



Abrió los ojos, hoy tenía un fuerte ataque de melancolía, la verde estepa se mantenía salvaje como la recordaba de su anterior viaje. La hierba golpeaba sus piernas desnudas, rozándola a su paso tranquilo por esta, deseaba tumbarse y yacer un rato mirando el cielo, ver pasar las nubes mientras el blando lecho le contaba sus pesares.

Se había quitado las largas botas dejándolas junto a Bellandante, se vio entonces tentada de desnudarse por completo, pero en aquel momento no lo considero práctico, aunque disfrutaba en mayor medida con un contacto más directo sobre la superficie ondulante.

Echada en la confortable llanura miraba el cielo azul, mientras pequeñas formaciones de nubarrones anunciaban la llegada de una tormenta. No le importó cuando estas se aglutinaron en una formación mayor y taparon la inestimable luz del sol, ni le importó cuando la lluvia impacto sobre su cuerpo, empapándola en su posición relajada. El largo pelo se apelmazó con las gruesas gotas uniéndose al manto verde, recibiendo los múltiples golpes del agua quien caía ya en una considerable cantidad. 

Una vez pasada la precipitación siguió en la misma postura, no se inmutó por el charco donde yacía, pues sabia este pronto sería absorbido. El cielo volvió a recobrar su resplandeciente azul y ella continuaba con sus ojos muy abiertos, observando en una visión perdida el inabarcable fin de ese techo infinito. 

Bellandante se acercó con pasos cuidados a donde su dueña se encontraba, esta no pareció percibirse de su presencia y la fiel montura se sentó a su lado, mientras pastaba con indiferencia de la hierba ya seca por el fuerte sol. 

El pecho de la mujer elfa subía y bajaba con una tranquila respiración, nada parecía inquietarla, hasta que escucho un sonido lejano, un sonido que ella reconoció al instante y rompió su quietud. Levanto el torso y en su cara se dibujo una expresión de sorpresa, era algo del pasado, pero aún retumbaba en sus oídos como si lo hubiese escuchado en aquel mismo momento. 

La ropa aún permanecía húmeda y se pegaba como una segunda piel, los contornos perfectos de su cuerpo se delataban al apretarse esta contra ella. No daba muestras de estar molesta por esa situación, aunque agradecía llevar sus piernas al aire. Se puso de pie y con su vista un tanto entornada se sacudió el delicado ropaje, sabía que esta nunca se mancharía, la hierba era su amiga y el agua la respetaba, aunque a veces era un tanto indomable.

No quería recordar, pero ante ella empezaban a formarse imágenes quienes tomaron consistencia. Intento evitarlo, más las plantas de los pies le dolían en su intento de negar la evidencia de cuanto se presentaba. No podía moverse mientras la llanura verde desapareció y algo muy diferente la envolvió. Era un recuerdo persistente, deseaba tener su sitio en su memoria y a pesar de sus esfuerzos por negarlo, no pudo evitar entrar en este.

Escuchó la sirena vibrando indolente, ajena al dolor que provocaba su sonido, hubiera deseado aplastarla en aquel instante, pero negó ese impulso al forzarse a ir a buscar sus botas y calzárselas de nuevo. Tenían dentro agua y la vertió con reverencia al suelo, de donde desapareció con rapidez. Ya no había un tamiz verde a sus pies, sino el feo gris del embaldosado de una ciudad monstruosa y las marcas del trasiego de millones de ciudadanos por esta.

Alzó su rostro, las estructuras se habían rehecho, las abominables torres de cristal erguianse de nuevo. La desafiaban con su presencia, altas con sus pináculos de metal resplandeciente, volvían a recordarle hechos de una existencia anterior. Múltiples estructuras, consolidadas por el esfuerzo de los esclavos, hacían su llamada al siguiente turno de trabajo. 

Se llevo las manos a los oídos, sus largas orejas estaban tensas y las delicadas puntas se erizaban con aquel desagradable ruido.

-No. Sois pasado, sois pasado -gritó desafiante. Sintió la humedad de la sangre manar de los pies, aquello le estaba costando un inestimable esfuerzo.

Las sirenas callaron y la ciudad quedo muda a su observación. Solo la vio una vez y al igual que otras sabia existían, le basto para hacerse una idea de su depravada disposición.

-Fuisteis ruina y tormento, más no pudisteis conmigo. Os llevasteis lo mejor de mi mundo, alabasteis a quien no debisteis y sufristeis mi condena. Sois pasado, sois pasado y ya nunca retornareis- dijo con evidente esfuerzo, el dolor la atenazaba al igual que otras veces y le recordaba quien era.

No quería aquellos recuerdos, pero ellos la perseguirían por siempre, formaban parte de ella, al igual que sus ojos o su cabello, su corazón y sus pulmones. Si estos no la enloquecían era por su irreductible determinación de continuar adelante, decidió entonces caminar por esta y con ello dominarla.

Empezó a transitar por las desoladas calles, el suelo crujía a su paso, los ventanales estaban rotos y los pedazos de cristal se agolpaban en aquel feo suelo. Estos crepitaban llorosos ante el paso decidido de Hurtadillas, quebrándose con su fuerte pisada y deshaciéndose en polvo.

Llegó a una amplia avenida, donde los vehículos abandonados se encontraban en desorden cubriendo esta, escaló y evitó estos cuanto pudo, pero su número hacía imposible su trasiego. Entonces se relajó, aquellas máquinas abrieron un camino y la elfa continuo su paseo, ahora obedecían sus órdenes, la ciudad ya no podía impedirle seguir y era quien marcaba la dirección de sus movimientos.
 
Distinguió algo que le llamo la atención. Se acercó a donde una gran plaza concluía aquella avenida, esta terminaba en unas colosales estatuas, las cuales la miraban desafiante. Se detuvo ante ellas, sus ojos ardían en un verde colosal, pero solo era un trazo de pintura reflectante y empezaron a desmoronarse en su totalidad, hasta convertirse en minúsculos trozos de gravilla.

“Sois pasado” su mente trabajaba a gran velocidad, empezó a trocar esa visión por otra más acorde a sus ideales, los edificios empezaron a cambiar, transformándose en altos arboles y el manto de naturaleza se extendió por toda la ciudad. La sirena tocó una vez más, pero su sonido mutó, cambiando por el de cantar de pájaros, miles de trinos la inundaron e incluso un descarado cantasiempre se posó en su hombro, ella lo acaricio con notable cariño y este canturreo para demostrar su agradecimiento.

Luego retorno su vuelo y se perdió en una gigantesca nube formada por sus congéneres, estaban alegres, ella los había llamado y estos acudieron prestos a su atención. Notó que algo le rozaba la pierna derecha, respiró aliviada al ver no era otro sino Chispitas, su cofre metamorfo, quien había decidió salir a dar un paseo junto a su dueña. Este caminaba como un perro fiel, separándose de ella solo para olisquear algo que su atención hubo llamado. La elfa conocía del poder de amado cofre, y del engaño de confiarse en su apariencia infantil y leal, sabía de su inestimable ayuda en caso necesario.

Chispita jugueteaba por delante mientras esta observaba el cambio producido. Aún se veían ligeras ondulaciones de donde las estructuras caídas habían hecho su base, pero la ciudad pereció a su llamada y a su deseo de negarla.

El metamorfo se detuvo. Algo enfrente de este le había producido una posición de defensa, le rugía en tono de advertencia y los temibles dientes de gran dureza se dejaron entrever para desanimar a aquel posible enemigo.

-¿Qué ocurre, Chispita? -Hurtadillas nada veía para que este asumiera ese grado de amenaza. Pero decidió sacar su espada y estar preparada para un posible encuentro.

Aquello fue visto y no visto, salió de entre unos escombros emergentes de la maleza. Una sombra sin forma acometió al cofre y lo golpeó, alejándolo de su compañera. La elfa movió instintiva la espada y atravesó esa inconsistencia, esta profirió un sonido, fue desagradable, pues sonaba como la sirena de la ciudad olvidada.

El eco retumbó, una y otra vez, obligándola a retroceder mientras la sombra tomaba un definido contorno. La ciudad volvía a resurgir, con su temible aspecto de cristal y acero, con sus manchas de sangre y con aquel horrible sonido de sirena, quien la obligó a caer de rodillas, con sus manos tapando sus oídos ante la agresión que no podían evitar.

-Sois pasado, sois pasado -volvió a gritar, esta vez fue contundente en sus afirmación y la ciudad explotó con ella en su interior. Notó la humedad de la sangre envolviéndola, caía por entre todos sus restos y estos la envolvían como un manto mortuorio. Gritó, pero se había quedado sin voz. Estaba sola y en esta mortaja, nadie la encontraría jamás.

Se despertó, levantándose con la mano en la espada desenvainada. Miraba hacia todos los lados esperando enfrentarse a un enemigo que parecía rehuirla, pero solo estaba allí su querida Bellandante, quien la miraba con gesto curioso y se había levantado sobresaltada por el impulso de la elfa.

Todo fue un mal sueño. Estaba mojada, aún llovía y el agua la había empapado. Su pelo y ropa le pesaban por la gran cantidad de líquido, pero la tormenta parecía amainar. Los truenos cada vez eran más dispersos y el cielo aclaraba. 

Se tocó el cabello, necesitaba secárselo al igual que su ropa. El sol aún tardaría en alumbrarla y no le apetecía esa sensación en aquel momento. Se quitó toda y eliminó cuanta agua pudo, estaba helada, necesitaba secarse y puso una nueva. Su cofre Chispita le ofrecería cuanta quisiera, tenía una gran cantidad de existencias, aunque todas tenían su adorado color verde. 

Se puso una camisa y un jubón, más un cómodo pantalón con sus largas botas. Había una pequeña colina cerca de allí y decidió subir la ropa mojada hasta esta, soplaba una brisa ligera quien secaría en poco rato su imprudencia. En ese lugar acomodó esta, disponiéndola en el suelo para recibir esos primeros rayos de luz. Una de ellas no lograba apelmazarla contra la superficie, algo en esta se lo impedía. Apartó la hierba y para su sorpresa encontró un feo ladrillo de color gris, estaba cubierto en su mayor parte por musgo, pero lo reconoció de inmediato.

“Sois pasado” se dijo al verlo. Era una conjuración contra sus amargos recuerdos, los cuales no deseaba reconocer. Seguirían con ella y volverían a estarlo siempre. Nunca se libraría de estos.

Cogió la ropa sin secar y montó de nuevo en Bellandante. Le gustaba aquella llanura tan verde, pero ahora recordaba la razón de no permanecer sino lo necesario en esta. No le agradaba, a pesar de ese manto hermoso, no quería estar allí.

Bellandante trotó a un paso suave para luego obedecer a su dueña y correr a cuanta velocidad podía alcanzar. Hurtadillas no volvería su cabeza hacia atrás, hacia el pasado, solo le importaba el ahora y por el trabajaba. A pesar de haber dormido, en una de esas extrañas ocasiones en las cuales lo hacía, para que ningún recuerdo de aquella extensión le pudiese quedar, cerro sus ojos.

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