sábado, 19 de enero de 2013

UN LOCO POR EL CAMINO



Abrió los ojos, contemplando el movimiento de los dados sobre aquel delicado tablero de tela verde. Estos se deslizaron, golpeándose entre si y separando sus trayectorias, giraban incontrolables, atrayendo todas las miradas curiosas en su azaroso avance. 

La suerte, esa inconstante certeza en la cual los hombres apuestan sus posesiones y cuanto de valor consideren tener, era quien decidiría una vez más, aquella jornada. Decenas de ansiosos corazones esperaban ser afortunados con el dispar baile de esas cuadradas formas de color marfil, prestando toda su atención al final de su recorrido, cuando estas serian las dueñas y señoras del destino, incierto siempre, pero irrevocable.

En sus caras se encontraban el solitario, pareja, diagonal, esquinas, cercado y milicia; cada uno de ellos correspondía a un número, y nadie que preciase ser un buen jugador de dados, lo diría. Aquello atraía la mala suerte y todos se cuidaban de no romper tan sagrada regla.

Este juego era, con casi total seguridad, el más antiguo que se conocía en Tamtasia. Tenía tal reputación. que la gente solía referirse a sus vidas haciendo mención de las tiradas y sus consecuencias, jugar era sinónimo de vivir. Jugar a dados para los habitantes de este mundo, era intentar burlar a la misma existencia. Se reían de ella, cuando rodaban sin parar hasta revelar su capricho, eran en ello como dioses y le debían sumo respeto, no fueran a demostrarle su poder cuando menos lo deseasen.

Aquellos dos dados eran la vida misma de ese hombre, lo había jugado todo en este turno y se disponían a hablar, mostrando sin recato alguno sus conocidas marcas a cuantos los mirasen, deteniéndose al fin en el extremo de la tabla. Otras veces debido al empuje, rebotaban en el tope de madera que a tal fin estaba dispuesto alrededor de esta, entreteniéndose un instante más para deleite de los jugadores. Ahora se hallaban fijos e inamovibles, había acabado y enseñaban descaradas su decisión.

Lo perdió todo, cuanto tenia y pudiera tener. Excepto los dados, y cuanto llevaba encima en aquel momento. Su casa, pertenecías, tierras y dinero cambiaron de mano en la entrega del pagaré, le forzaron a irse, arrojándolo a la calle como a un trozo de estiércol, el interés por él había cesado en cuanto le arrebataron el esfuerzo de su vida.

La firma del pagaré constituía aquel acto como un acuerdo legal y era valedero desde que el mismo trazo de su firma se inscribió en este. De nada serviría alegar había sido forzado de formas nada sutiles a iniciarse en el juego y arrastrado por este, a terminarlo.

Vagó por las calles sin saber hacia dónde dirigirse, ya no tenía un techo al cual dirigirse, ni una cama en la cual reposar, ni libros a quienes acudir para pasar el tiempo. En cierta forma daba gracias a los cielos por no tener familia, siempre fue un solitario y ello hubo constituido una bendición en aquel infortunio.

Había conocido a una muchacha de familia humilde, pero en aquel tiempo no disponía de sustento para ambos y aquella chica debía ganarse el pan de alguna manera, eran muchas bocas para mantener y ella tenía una inteligencia natural, logró colocarse en una casa de mercaderes como criada y cuando tras varios años a su servicio estos se trasladaron, tuvo que irse a su pesar. Mantuvieron contacto epistolar durante bastante tiempo, luego este se rompió y no supo más. Su familia le dijo que estaba muerta, no quisieron explicarle las causas de esta y él con su pena, no quiso ahondar en dicha perdida.

El imperio se constituyo en aquella época, aun bajo el mandato de Boo primero, a quien luego llamarían el ascendido. Creó un artefacto al cual llamó globo y se subió a este, nunca lo volverían a ver, pues subió y subió, pero nunca volvió a bajar. Esto fue mucho después de los hechos narrados ahora. Esta nueva nación comprendía una gran parte de Tamtasia y lindaba al norte con los reinos barbaros, al este con el mar y su infinidad de islas sin catalogar, al sur con más mar y las incomprensibles tierras de Tantotongo, para finalizar al oeste con una multitud de reinos dispares, grandes y pequeños, cuya larga lista sería cansada de enumerar.

Sus pensamientos relegaron a su amor desaparecido e hicieron hincapié en la lista de direcciones que podría tomar: al norte era peligroso, al sur también, el este con sus islas no le atraía, solo quedaba el oeste. Quería irse de la zona imperial, la detestaba. 

No tenia sino quince eurillos, una navaja y los dichosos dados. Compraría comida y haciéndose un hatillo emprendería camino, se dirigiría en una única dirección. Dicho y hecho, se abasteció de suficiente alimento para una semana, luego trabajaría en donde pudiese para conseguir sobrevivir, hasta alejarse lo suficiente y recrear de nuevo su propia suerte.

Salió de la ciudad con ánimo, esperanzado en su nuevo deseo, tenía fuerzas para conseguirlo y caminó durante las largas jornadas, cruzándose con innumerables viandantes, comerciantes y soldados. En ocasiones le trataban mejor y en otras, solamente sobrevivía, no quería discutir, ni entablar peleas por míseras sobras.

Estaba adelgazando, cuanto conseguía para comer una vez acabadas sus viandas, no era suficiente como para mantenerlo en buenas condiciones. Notaba sus piernas temblorosas y su estado de salud empezó a empeorar, dormía la mayoría de veces al raso, pasando frío aun cuando era recién entrado el otoño y los malos días estaban por venir. Las noches eran el peor momento, cuando todo entraba en silencio, al menos los ruidos humanos, pues la naturaleza le envolvía con su canto nocturno, recordándole cuan frágil era ante el poder de esta.

Un día, la fiebre le dominó, alejándose de los caminos donde le pudieran haber auxiliado en su desgracia. Aunque en aquellos tiempos seguramente le dejarían morir donde hubiese desfallecido, la gente no conocía de caridad ni clemencia, muy pocos se dedicaban a atender a los desfavorecidos y no tendría la fortuna de encontrarse con ellos.

Se arrastró entre la maleza, tras la sombra de los árboles que desde sus imponentes copas observaban el paso de aquel hombre errante a sus pies. Pronto moriría, tenía fuertes escalofríos, las manos y pies mellados por las heridas al tropezar en su torpe deambular, su cuerpo ardiendo. El malestar le impedía pensar, su vista no observó el final de aquel trozo de tierra, el borde desapareció y cayó por el barranco hasta el profundo rio que serpenteaba escondido en el bosque.

Vio acercarse el torrente de agua a velocidad vertiginosa, la espuma de esta formándose al chocar en su corriente contra obstáculos en su paso. Supo el fin estaba cerca, pues aunque se salvase del golpe, moriría ahogado, estaba débil para soportar aquel encuentro y nadie lloraría su perdida. 

Noto algo a su lado, rápido como el viento, cogiéndole por la cintura. Percibió un abrazo, pero era imposible, la caída de roca era vertical, nadie podía estar ahí y si así fuera el peso de la caída sería brutal para retenerle de esa forma. Todo le dio vueltas, parecía como si fuese un muñeco en manos de un niño irritado, estaba débil para semejante agitación, desmayándose por impresión y agotamiento.

Se despertó, temblaba mucho por la fiebre, balbuceaba sin sentido sobre ensoñaciones, se veía casado, con hijos y una bonita casa, luego todo ardía y se consumían en un fuego devastador. Volvió a desmayarse, recobraba el sentido de vez en cuando, solo veía formaciones de arboles, su vista nublada le impedía percibir la realidad de las cosas. Alguien estaba a su lado, lo arropaba de nuevo en sus bruscos movimientos y le hablaba, pero las voces no le decían nada. Sus oídos estaban tapados, le dolía la cabeza y tenía malestar general, pero la fiebre parecía haber remitido, se notaba menos intranquilo.

Escucho el cantar de los pájaros, los ojos se abrieron temerosos escrutando a su alrededor. Un rostro la miraba y tuvo la certeza de que había muerto, no podía haber un ser con semejante belleza en la existencia terrenal. 

-Por tu mirada averiguo el peligro ha pasado -escucho de los labios perfectos, unos sonidos impropios de este mundo, una perfección imposible de ser pronunciada.

Intentó hablar, pero su garganta estaba seca. Aquel ser comprendió su intento y le acercó un líquido de color verdoso, el cual le hizo beber con gran habilidad. Saboreó aquel caldo, era exquisito, pudo averiguar el sabor de alguno de sus componentes, pero la mano tras su elaboración hablaba de su experta cocción y aderezo. El siempre se había ganado la vida como cocinero y conocía a través de su bien entrenado sentido del gusto, distinguir los diversos ingredientes, más se le escapaba comprender como había llegado a dar aquel aroma.

-Esta muy bueno -dijo con voz algo rasgada.

-Me alegra te guste, pero solo es un refuerzo a tu maltrecho cuerpo. No debes descuidarlo así, solo tienes uno y debes conservarlo. Luego te daré de comer, llevas muchos días sin probar un buen bocado y lo necesitas -el sonido era musical, las palabras sonaban como si manasen de una fuente en un desierto, eran instructivas, ensoñadoras y sabias. Una sabiduría antigua, compleja, derramándose sobre él a un costo irrisorio, solo debía permanecer allí tumbado.

-¿Estoy muerto, verdad? -preguntó con su garganta aún esforzándose en emitir sonidos.

Su salvadora se rio, fue una risa divertida por aquel tonto esfuerzo de conocer cuanto pasaba. Mas no se burlaba de él, solo intentaba animar al destrozado cuerpo que a sus pies se encontraba.

-Los muertos están vacios, sus almas dispersas y el olvido, dueño de ellas -contestó con un gesto más severo.

No comprendió a que se refería, pero supo que la vida no le había abandonado. Notaba latir su corazón y la sangre caliente llenar este, sintió sus pulmones llenos de aire puro y percibió todos sus sentidos como jamás creyó pudiera. 

La miró, era perfecta. Hermosa, emanaba de ella una luz indefinible, un aura de comprensión y entendimiento mas allá de cualquier noción. Supo estaba lejana la posibilidad de una armonía lejos de aquella contemplación, nada habría comparable a ese ser.

-Mi nombre es Hurtadillas y el tuyo es Lavamasblanco, un cocinero al cual le han robado cuanto tenia, arrojándolo a los caminos y privándole de un futuro mejor. La fiebre ha hablado por ti, me has contado muchas cosas, he visto la sinceridad de tu persona. Por ello te he ayudado, detesto las buenas gentes se vean abocadas al infortunio, pero en muchas ocasiones me es imposible intervenir. No ha sido tu caso, para tu suerte -su mano le retiro el aún sudoroso pelo de la frente- ahora debes dormir, es necesario descanses un rato, luego si lo deseas, hablaremos.

Asintió con su cabeza, no encontraba palabras para responder y dudaba pudiera entablar una conversación coherente. Pensó en sus dados, habían propiciado su desgracia, aunque tal vez cayeron en la posición idónea, “la suerte me ha sido favorable, aunque no lo creyera” pensó. Se alzó, muy por encima de él, era alta y sus largas piernas la encumbraban a una mayor altura. Ahora estaba erguida, pudo apreciar mejor era una beldad completa y el mero hecho de observarla, le cerró sus ojos.

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