viernes, 11 de enero de 2013

LA REINA GIMIENTE (+18 Ligero)



Abrió los ojos para admirar al ser que a su lado se encontraba. No existían palabras con que definirla, ni un pensamiento para concentrar su esencia, no podía ser un recuerdo ni algo olvidado, solo era y estaba allí. Excepcional y magnífica, aunque fuese la representación de la indefinible maldad.

La había convocado por medio de un antiquísimo conjuro, encontrado en una tumba perdida de adoradores de la oscuridad. Encerrada en un laborioso circulo de poder, no podía traspasarlo, pero su impresionante figura se destacaba amenazante, insistiendo en la necesidad de poner un cuidado extremo en el trato con ella.

No había duda por su forma femenina, sus curvas eran la encarnación del deseo, el llamamiento a cualquier acto lascivo estaban en esta concentrados. Se movía de una forma pausada, controlada, observando con sus ojos vacios, de un negrura aterradora más arrolladoramente hermosos. Parecía contener todos los conocimientos y satisfacer cuantos deseos se solicitasen, mostrándose en una falsa sumisión a escuchar el llamamiento de quien en aquel lugar la convocó.

La miró, no podía negar la hermosura de su rostro pálido, de una blancura luminosa, la delicadeza de sus pómulos y sus labios de tamaño apropiado, rojos y brillantes, susurrando fueran besados sin demora. Una inmensa mata de pelo oscuro como sus ojos caía desde el nacimiento de su frente inmaculada por su espalda, cubriéndola y llegando hasta sus piernas, donde los últimos extremos de su cabello se enrollaban en sus tobillos como si fuesen esclavas de joyería.

Su altura también le impresionaba, la esperaba más pequeña, casi golpeaba con su cabeza en el techo de la estancia, no conocía a nadie de un tamaño semejante e imponía con su presencia, un silencio reverencial.

Se acerco más, lo suficiente para ver su piel, o algo parecido a esto, una brillante coraza negra que recorría su cuerpo de mujer y dejaba sus pechos al aire, hermosos y grandes, erguidos, desafiantes, por cuyos pezones una secreción lechosa manaba por estos, resbalando en su perfecta curva y cayendo al suelo con profusión.

Deseo de inmediato besarlos y mamar de ellos, un deseo incontenible, pero el círculo de contención evitó caer en ese embrujo, advirtiéndole del peligro de traspasarlo. Aquel ser sonrió con malicia, una lengua como una cuchilla salió de su boca, enseñando unos poderosos colmillos, los cuales conformaban su dentadura. Sería temerario pedirle un beso a esa boca, sin correr el riesgo de acabar siendo devorado por tan colosal mandíbula. Gotas de gruesa saliva cayeron por la negra piel, uniéndose a la sustancia blanca en su caída.

Despertó de su ensueño, acabo con los últimos tramos del conjuro y con ello quedo concluido su trabajo. Había sido un éxito total, la prueba la tenían ante si.

-Ser de la oscuridad, escúchame. ¿Cuál es tu nombre y tu tratamiento? ¿Cómo hemos de dirigirnos a ti? -habló en la antigua lengua, ahora recuperada, de donde habían sacado informaciones muy valiosas sobre los habitantes de ese desconocido y terrible lugar.

La mujer, o esa figura con apariencia de mujer, miró con curiosidad a quien intentaba entablar conversación. Una sonrisa cautivadora cruzo su rostro, parecía complacida y su gesto se volvió menos severo.

-No… -se detuvo al escuchar su propia voz en aquel ambiente- no hace falta hables en la antigua lengua -volvió a detenerse, estudiaba su sonido, aún distorsionado y falto de adaptarse- puedo hablar cualquier lengua que tu desees -ahora las palabras sonaron melodiosas y cautivadoras. Había encontrado el tono justo.

-Entonces hablaremos en mi lengua natal. La comprendes -el hombre se alejó un tramo. Temía que aquella voz hermosa le dominase contra su voluntad.

-La comprendo -respondió para el agrado de todos. 

-Entonces, nos dirás tu nombre y rango -exigió con seguridad en si mismo. El escucharla hablar la convertía en algo más accesible, aunque seguía emanando un aire de amenaza palpable.

-Te lo diré, si me dices donde me encuentro y ante quien respondo -contesto en voz sumisa y conforme.

-Mi nombre lo guardare para mí. Pero te diré donde te encuentras, esto es Tamtasia -temía desvelar su nombre, conocía el poder de estos seres sobre las palabras, debía ser cuidadoso en cuanto decía.

-Eso no es cordial, pero agradezco tu otra información, me es muy valiosa. Mi nombre es también cosa mía, más te diré soy una reina gimiente, una de muchas, aunque todas ellas juntas jamás serán como yo -disfrutó al decir estas palabras, lo pensaba con sinceridad y no tenia reparo en mostrar su opinión ante nadie.

-Reina gimiente, sois pues una reina. Hay acaso un Rey entre vosotras.

-No hay varón capaz de gobernarnos, tamtasico. Pero si, hay un señor y todas le debemos obediencia. Todos le debemos obediencia, incluso tu, mísero ser -sonrió de nuevo, esta vez fue una sonrisa helada, animal y peligrosa.

-Es el rey, ¿y cuál es su nombre? -el hombre se mostraba curioso, había demasiadas preguntas y ninguna respuesta a los enigmas del otro lado.

-No hay rey. Es el señor y no diré su nombre en este lugar para no agraviarlo. Además, ni siquiera tienes unos oídos propios para escucharlo, si vinieses conmigo me vería complacida en decírtelo- puso su faz un aire sensual, tan fascinante en su petición que nadie se atrevería a contradecirla, pero el circulo volvió a defenderlos de tal poder.

Observo con cierto disgusto la eficaz defensa tejida en su derredor, exclamando con indiferencia: -Aunque creo eso no será posible, yo no puedo cruzar y tu tampoco. Pero hoy me siento generosa, mi señor llevaba buscando este lugar durante largo tiempo y le complacerá saber que puede estar a su alcance.
 
-Creo que ambos podemos sacar algo bueno de esta relación -dijo el hombre complacido.

La reina gimiente rió, le gusto ese juego de palabras, “algo bueno” le sonaba blasfemo e hiriente en sus oídos. Obviaría ese comentario a su señor, pero el descubrimiento de Tamtasia y su existencia era un logro merecedor de grandes honores. Pediría como premio estar en la vanguardia de las fuerzas que, una vez encontrada esa tierra, se lanzasen a su aniquilación. Tenía especial interés en ese aspecto, debía de encontrar a alguien. Eso venía constituyendo su particular obsesión desde hacia incontables edades.

Su único y mayor secreto. Había buscado en innumerables sitios sin resultados, todo fueron falsas pistas, ahora su mayor anhelo se desplegaba ante ella. No le interesaba la tierra de Tamtasia, todas le parecían iguales, pero en este lugar alguien podía dar cumplimiento a su sueño, a su callada ambición. Sería capaz de cualquier cosa por tenerla a su alcance.

-Yo también estoy complacida. Ahora he de irme, no dudo volveremos a vernos en futuras ocasiones- la reina gimiente dio por acabada la conversación. El círculo de invocación se desdibujo y perdió su fuerza, con ello la mujer del otro lado inicio de nuevo su viaje de regreso.

Todo desapareció a su alrededor y cuando volvió a tomar forma los suplicantes se arrojaron a sus pies, deseosos de sus atenciones. Ella les complació rasgándoles su piel con sus largas uñas, quienes se empaparon en el néctar que emanaban de estos. Esto le excitó, pero tenía un mensaje que dar y su propio placer podía esperar.

Los apartó con desgana, sentía un amargo desprecio por estos, quienes se agolpaban en busca de complacerla, Todo un mar inmenso de sus adoradores, el cual tendría que atravesar para dar la satisfactoria noticia. Al fin tendría a su alcance a la deseada mujer rubia, solo para ella.

Estaba cansado, la tarea de invocar aquel ser le había arrebatado todo su poder, había sido una laboriosa labor. Sus asistentes se retiraron, dejándolo en sus pensamientos personales, si lograba una alianza con ellos, lograría al fin su mayor deseo. Llevaba mucho tiempo intentándolo, y a pesar de sus conocimientos y poder, su adversaria le negaba el triunfo siempre.

El profesaba una equivoca y reverente admiración por la oscuridad, era perfecta para sus planes. Era un aliado fuerte, no tendría piedad ni retrocedería nunca. Eso era suficiente.

Separó los pesados libros encima de su mesa reunidos, un conjunto de saber cómo no habría en toda Tamtasia, excepto tal vez, en la biblioteca mágica de Gran Capital, recordaba muchos secretos que su rival también sabría. Aunque llevaban combatiendo entre sí desde acontecimientos ya olvidados, nunca habían cruzado sus rostros, nunca hubo un enfrentamiento directo. El si la conocía, la Dama Verde, esa maldita elfa rubia, ese inmenso poder al fin podría ser destruido, porque a él jamás lo había visto y contaba con esa ventaja. Una ventaja primordial.

Con el sueño de sus planes a cumplirse en un futuro no muy lejano, se dejo dominar por el verdadero sueño, en este sus victorias serian ciertas y sus ojos, arrebatados por tan gran esfuerzo, se cerraron.

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