Abrió los ojos para admirar al ser que a su lado
se encontraba. No existían palabras con que definirla, ni un pensamiento para
concentrar su esencia, no podía ser un recuerdo ni algo olvidado, solo era y
estaba allí. Excepcional y magnífica, aunque fuese la representación de la
indefinible maldad.
La había convocado por medio de un antiquísimo
conjuro, encontrado en una tumba perdida de adoradores de la oscuridad.
Encerrada en un laborioso circulo de poder, no podía traspasarlo, pero su impresionante
figura se destacaba amenazante, insistiendo en la necesidad de poner un cuidado
extremo en el trato con ella.
No había duda por su forma femenina, sus curvas
eran la encarnación del deseo, el llamamiento a cualquier acto lascivo estaban
en esta concentrados. Se movía de una forma pausada, controlada, observando con
sus ojos vacios, de un negrura aterradora más arrolladoramente hermosos.
Parecía contener todos los conocimientos y satisfacer cuantos deseos se solicitasen,
mostrándose en una falsa sumisión a escuchar el llamamiento de quien en aquel
lugar la convocó.
La miró, no podía negar la hermosura de su rostro
pálido, de una blancura luminosa, la delicadeza de sus pómulos y sus labios de
tamaño apropiado, rojos y brillantes, susurrando fueran besados sin demora. Una
inmensa mata de pelo oscuro como sus ojos caía desde el nacimiento de su frente
inmaculada por su espalda, cubriéndola y llegando hasta sus piernas, donde los
últimos extremos de su cabello se enrollaban en sus tobillos como si fuesen
esclavas de joyería.
Su altura también le impresionaba, la esperaba
más pequeña, casi golpeaba con su cabeza en el techo de la estancia, no conocía
a nadie de un tamaño semejante e imponía con su presencia, un silencio
reverencial.
Se acerco más, lo suficiente para ver su piel, o
algo parecido a esto, una brillante coraza negra que recorría su cuerpo de
mujer y dejaba sus pechos al aire, hermosos y grandes, erguidos, desafiantes,
por cuyos pezones una secreción lechosa manaba por estos, resbalando en su
perfecta curva y cayendo al suelo con profusión.
Deseo de inmediato besarlos y mamar de ellos, un
deseo incontenible, pero el círculo de contención evitó caer en ese embrujo,
advirtiéndole del peligro de traspasarlo. Aquel ser sonrió con malicia, una lengua
como una cuchilla salió de su boca, enseñando unos poderosos colmillos, los
cuales conformaban su dentadura. Sería temerario pedirle un beso a esa boca,
sin correr el riesgo de acabar siendo devorado por tan colosal mandíbula. Gotas
de gruesa saliva cayeron por la negra piel, uniéndose a la sustancia blanca en
su caída.
Despertó de su ensueño, acabo con los últimos
tramos del conjuro y con ello quedo concluido su trabajo. Había sido un éxito
total, la prueba la tenían ante si.
-Ser de la oscuridad, escúchame. ¿Cuál es tu
nombre y tu tratamiento? ¿Cómo hemos de dirigirnos a ti? -habló en la antigua
lengua, ahora recuperada, de donde habían sacado informaciones muy valiosas
sobre los habitantes de ese desconocido y terrible lugar.
La mujer, o esa figura con apariencia de mujer, miró
con curiosidad a quien intentaba entablar conversación. Una sonrisa cautivadora
cruzo su rostro, parecía complacida y su gesto se volvió menos severo.
-No… -se detuvo al escuchar su propia voz en
aquel ambiente- no hace falta hables en la antigua lengua -volvió a detenerse,
estudiaba su sonido, aún distorsionado y falto de adaptarse- puedo hablar
cualquier lengua que tu desees -ahora las palabras sonaron melodiosas y
cautivadoras. Había encontrado el tono justo.
-Entonces hablaremos en mi lengua natal. La
comprendes -el hombre se alejó un tramo. Temía que aquella voz hermosa le
dominase contra su voluntad.
-La comprendo -respondió para el agrado de todos.
-Entonces, nos dirás tu nombre y rango -exigió
con seguridad en si mismo. El escucharla hablar la convertía en algo más
accesible, aunque seguía emanando un aire de amenaza palpable.
-Te lo diré, si me dices donde me encuentro y
ante quien respondo -contesto en voz sumisa y conforme.
-Mi nombre lo guardare para mí. Pero te diré donde
te encuentras, esto es Tamtasia -temía desvelar su nombre, conocía el poder de
estos seres sobre las palabras, debía ser cuidadoso en cuanto decía.
-Eso no es cordial, pero agradezco tu otra
información, me es muy valiosa. Mi nombre es también cosa mía, más te diré soy
una reina gimiente, una de muchas, aunque todas ellas juntas jamás serán como yo -disfrutó al decir estas palabras, lo pensaba con sinceridad y no tenia reparo
en mostrar su opinión ante nadie.
-Reina gimiente, sois pues una reina. Hay acaso un
Rey entre vosotras.
-No hay varón capaz de gobernarnos, tamtasico.
Pero si, hay un señor y todas le debemos obediencia. Todos le debemos
obediencia, incluso tu, mísero ser -sonrió de nuevo, esta vez fue una sonrisa
helada, animal y peligrosa.
-Es el rey, ¿y cuál es su nombre? -el hombre se
mostraba curioso, había demasiadas preguntas y ninguna respuesta a los enigmas
del otro lado.
-No hay rey. Es el señor y no diré su nombre en
este lugar para no agraviarlo. Además, ni siquiera tienes unos oídos propios para
escucharlo, si vinieses conmigo me vería complacida en decírtelo- puso su faz
un aire sensual, tan fascinante en su petición que nadie se atrevería a
contradecirla, pero el circulo volvió a defenderlos de tal poder.
Observo con cierto disgusto la eficaz defensa
tejida en su derredor, exclamando con indiferencia: -Aunque creo eso no será
posible, yo no puedo cruzar y tu tampoco. Pero hoy me siento generosa, mi señor
llevaba buscando este lugar durante largo tiempo y le complacerá saber que
puede estar a su alcance.
-Creo que ambos podemos sacar algo bueno de esta
relación -dijo el hombre complacido.
La reina gimiente rió, le gusto ese juego de
palabras, “algo bueno” le sonaba blasfemo e hiriente en sus oídos. Obviaría ese
comentario a su señor, pero el descubrimiento de Tamtasia y su existencia era
un logro merecedor de grandes honores. Pediría como premio estar en la
vanguardia de las fuerzas que, una vez encontrada esa tierra, se lanzasen a su
aniquilación. Tenía especial interés en ese aspecto, debía de encontrar a
alguien. Eso venía constituyendo su particular obsesión desde hacia incontables
edades.
Su único y mayor secreto. Había buscado en
innumerables sitios sin resultados, todo fueron falsas pistas, ahora su mayor
anhelo se desplegaba ante ella. No le interesaba la tierra de Tamtasia, todas
le parecían iguales, pero en este lugar alguien podía dar cumplimiento a su
sueño, a su callada ambición. Sería capaz de cualquier cosa por tenerla a su
alcance.
-Yo también estoy complacida. Ahora he de irme,
no dudo volveremos a vernos en futuras ocasiones- la reina gimiente dio por
acabada la conversación. El círculo de invocación se desdibujo y perdió su
fuerza, con ello la mujer del otro lado inicio de nuevo su viaje de regreso.
Todo desapareció a su alrededor y cuando volvió a
tomar forma los suplicantes se arrojaron a sus pies, deseosos de sus
atenciones. Ella les complació rasgándoles su piel con sus largas uñas, quienes
se empaparon en el néctar que emanaban de estos. Esto le excitó, pero tenía un
mensaje que dar y su propio placer podía esperar.
Los apartó con desgana, sentía un amargo
desprecio por estos, quienes se agolpaban en busca de complacerla, Todo un mar
inmenso de sus adoradores, el cual tendría que atravesar para dar la
satisfactoria noticia. Al fin tendría a su alcance a la deseada mujer rubia,
solo para ella.
Estaba cansado, la tarea de invocar aquel ser le
había arrebatado todo su poder, había sido una laboriosa labor. Sus asistentes
se retiraron, dejándolo en sus pensamientos personales, si lograba una alianza
con ellos, lograría al fin su mayor deseo. Llevaba mucho tiempo intentándolo, y
a pesar de sus conocimientos y poder, su adversaria le negaba el triunfo
siempre.
El profesaba una equivoca y reverente admiración
por la oscuridad, era perfecta para sus planes. Era un aliado fuerte, no
tendría piedad ni retrocedería nunca. Eso era suficiente.
Separó los pesados libros encima de su mesa reunidos, un conjunto de saber cómo no habría en toda Tamtasia, excepto tal
vez, en la biblioteca mágica de Gran Capital, recordaba muchos secretos que su
rival también sabría. Aunque llevaban combatiendo entre sí desde acontecimientos ya olvidados, nunca habían
cruzado sus rostros, nunca hubo un enfrentamiento directo. El si la conocía, la
Dama Verde, esa maldita elfa rubia, ese inmenso poder al fin podría ser
destruido, porque a él jamás lo había visto y contaba con esa ventaja. Una
ventaja primordial.
Con el sueño de sus planes a cumplirse en un
futuro no muy lejano, se dejo dominar por el verdadero sueño, en este sus
victorias serian ciertas y sus ojos, arrebatados por tan gran esfuerzo, se
cerraron.
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