Abrió los ojos, la fortaleza de Puntafría
permanecía allí, inmensa y peligrosa, tal como indicaban sus sentidos. Se
acercó por los tejados, teniendo cuidado de no resbalar en las heladas tejas,
el frío de la noche era muy intenso, pero no afectaba en su peculiar
constitución. Miro a la calle solitaria, un mal resbalón y podría caer desde
una altura considerable, ello no le suponía un problema, no podía morir, pero
si herirse de tal forma que no pudiera resguardecerse al salir el sol. Ya había
conocido esa incertidumbre y deseaba evitarla.
Salto una vez más, lo suficiente para poder
agarrarse del alto muro de ese bastión. Empezó a escalar con rapidez, no deseaba
que nadie la viese en este último tramo y quería acabar cuanto antes. Ninguna
vigilancia en lo alto, aquello le pareció muy poco habitual, aunque hiciese
frio siempre era aconsejable constituir un reten de hombres armados ante
posibles incursiones. El muro de la ciudad si estaba defendido y tuvo que
sortear a sus vigilantes.
Se quedo quieta, esperando ver alguien que se
hubiera guarecido de esa intemperie desapacible, saliendo después a su
rutinaria descubierta, pero continuó desierto. Estaba desconcertada, era anormal
esa situación y el sentimiento de peligro se agolpaba en su sien, advirtiéndole
de su temeridad. Observó, bajando por la desolada ronda, el patio de armas
amplio y bien provisto, que ante ella se presentaba. Nadie, no había nadie por
este y ni una miserable luz parecía delatar una presencia viva. “Esto no es
buena señal” pensó, afirmando la constatación de una evidencia palpable.
Tuvo por bien desprender la escarcha formada
encima de su armadura, le incomodaba, pues los dedos resbalaban al intentar
asir las superficies que, también llenas de hielo, en su descenso agarraba. En
breves instantes llego a pisar el patio, un silencio fúnebre la envolvió, solo
roto por el ruido de la renaciente ventisca sonando por las hendiduras a su
paso descubiertas.
Pudo apreciar de cerca como unas rodaderas surcaban
el patio de tierra cubierto por la nieve reciente, unos carros habían pasado en
dirección a una gran puerta, quien daba acceso al interior de la gigantesca
torre. Estas marcas eran profundas y desaparecían al llegar a la base del
portón. Otro puñado de pisadas las bordeaban, aunque el viento y la recién
iniciada nevada las estaban ocultando a su experta visión, pero podía reconocer
al menos a quince individuos, con equipo pesado, corpulentos o porteadores. La
ventisca la azotaba con violencia, borrando cualquier evidencia posterior.
“Maldito viento, me zarandea como a un muñeco” se
maldijo a sí misma, intentando ponerse a cubierto de aquel iniciado evento. Se
acercó al torreón con la esperanza de encontrar algún lugar por donde introducirse
al mismo, pero ninguna entrada logró ver salvo la puerta de ancha madera y
cerrada por dentro.
“No hay ventanas, ni saeteras, ninguna clase de
balcón o balconada. O se sienten muy seguros o no desean que nadie los vea” el
pensamiento la hizo estremecerse, no sabía porqué, pero se sintió incomoda.
Decidió escalar por este hasta su cima, para
descubrir en su tejado no existía tampoco entrada alguna. El techo era de
gruesa pizarra, más de lo habitual, si quería entrar habría de romperlo, pero
debería de hacerlo con cautela y sin hacer ruido. Alzó su puño y lo descargo
contra la primera losa a la cual confió su artimaña, esta se quebró con estrépito
cayendo los trozos por toda la torre hasta el suelo. “Maldición, he de medir mi
fuerza, estoy siendo muy escandalosa”.
Apartó los restos que quedaron y continuó
golpeando, ahora se envolvió su puño en la capa que portaba y sus golpes eran
más controlados. Poco a poco, fue logrando su objetivo de abrir un agujero lo
suficientemente grande como para deslizarse por este. No había ninguna luz en
el interior, al menos en aquel trecho donde alcanzo con su brazo a traspasarlo.
Con cuidado extremo fue rompiendo las partes necesarias de esta última fase y
decidida a continuar, resbaló por este.
Cayó con suavidad, el suelo era de madera y no
profirió sonido alguno, había una altura suficiente para caer con el cuerpo
entero, agarrándose con sus fuertes manos al contorno de su creación
apresurada. Su vista se acomodó a esa oscuridad, por sus habilidades conocía de
los obstáculos y descubrió una pequeña portilla que examinó con sumo cuidado.
Tenía una anilla, tiró de ella con pausa
calculada, llegaba luz de alguna parte aunque era lejana y pobre, pero le
bastaría para sus propósitos. La abrió lo suficiente para acomodarla a su
cuerpo, era delgada y no necesito mucho sitio para caer al piso inferior.
No había nadie, experta en silenciar sus
movimientos, a pesar de la armadura que portaba, su sigilo era completo. Se
detuvo, ahora podía escuchar murmullos, eran lejanos, intento orientarse pero
era difícil situarlos, aquel sitio parecía ensancharse y su estructura no se
acomodaba al vulgar uso que ella esperaba. Había muchos recovecos sin sentido,
parecía la obra demente de un arquitecto sin talento.
Descendió por unas escaleras de caracol,
parándose cada pocos pasos y prestando atención a cuanto la rodeaba. Sintió
erizarse el cabello, eso en ella era un acontecimiento excepcional, lo cual la
puso en alerta. Denotaba una opresión al moverse, como si el espacio recorrido
fuera más denso, parecía caminase por el agua. Paró, quedándose inmóvil para
contemplar a una mujer que se alejaba de la zona por donde ella se aproximaba,
decidió seguirla desde lejos, ahora el pasillo por el cual se movía estaba bien
iluminado y deseaba darse a conocer lo menos posible.
Desde su nueva posición podía escuchar mucho más
bullicio, el sonido de risas y los gritos de alguien entusiasmado por una
bebida fuerte. Eso le tranquilizo, si era una reunión o una fiesta no le
importaba, siempre que no interfiriera en sus planes, mantendría a la gente
ocupada en sus asuntos y a ella en los suyos. Su deseo era localizar al Barón
encargado de esas tierras al norte de Mojamucho, un tal Fierotino, del que nada
más sabía. Torsocorto desconocía como era, tan solo como el beneficiario de
cuanto tributo debiera ser entregado en todo ese territorio, un déspota más
aprovechándose de su cargo. Y Maljeta le enseñaría a tratar mejor a sus
subordinados, lo había jurado y nunca se desdecía de sus juramentos.
La mujer continuó caminando, ignorante de la
vigilancia a quien sometía la pelirroja vengativa. Llegó hasta una de las
mesas, donde hombres y mujeres, reían y bebían sin mayores preocupaciones, no
les podía ver la cara, a pesar de su inmejorable vista, portaban mascaras
quienes les ocultaban sus expresiones desenfadadas.
“No puedo verles las rostros, esto es un
fastidio” la vampira estaba enojada, deseaba contemplar su faz y deducir con
acierto quien podía ser el sinvergüenza que buscaba. Eran muchos, reunidos en
un gran salón, al amparo de numerosas luces y de una gran chimenea, la cual
caldeaba la zona con entusiasmo. Se apercibió también del ingente número de
hombres armados, quienes cerraban todas las vías de escape de la zona inferior.
A ella no le importaba, siempre podría huir por el tejado si las cosas se torcían,
nunca daba por seguro nada, pues reaccionaba por habitual actuando lo contrario
de lo esperado, no sabía la razón, pero su genio para complicarse no tenía
parangón, o al menos, eso creía con sinceridad.
La mujer cuchicheo mientras el hombre objeto de
sus confidencias introducía su mano por entre el ajustado vestido, esta no
emitió ninguna queja, dejando a su discreción sus interioridades.
“Banda de pervertidos, ellos lo gozan y a los
demás, los destrozan” ver semejantes libertades la enojaban, no por ser una
puritana, sino por la razón de quienes las llevaban a cabo se desatendían de
problemas mucho más urgentes. Si estuviera en su mano le daría una buena paliza
y dejaría su virilidad un tanto maltrecha por un tiempo.
Su intención era intentar llegar hasta este
cuando estuviese más desprotegido, entonces lo arrastraría hasta un lugar
solitario para enseñarle unas cuantas normas de comportamiento y buena
convivencia. No era un plan magistral, aunque otras veces le había dado buen
resultado, las estrategias complicadas no iban con ella, le gustaba la
contundencia y la claridad en los enfrentamientos. No deseaba complicaciones en
su “no vida”, su existencia ya acarreaba suficientes problemas.
El hombre sacó la mano satisfecha de su exploración
y se levantó. Dio unos golpes en la mesa y se hizo un reverente silencio.
-Amigos míos, me complace estar entre vosotros y
compartir las maravillas que mis generosos vasallos tanto se esfuerzan en
dotarnos. Hoy, al igual que tantas otras veladas, he disfrutado de vuestra compañía -detuvo su discurso y alzó su mirada hacia donde se escondía Maljeta- No obstante,
hay quien se atreve a contemplar nuestra dicha y a no compartirla con nosotros.
Si fuera posible, nuestra amiga debería dar la cara, presentándose a nuestra
agradable comunidad como corresponde a una dama. O tal vez prefiera vayamos a
buscarla, con las consecuencias que esto podría acarrear. Ella elige, ¿no es
así?
Se sintió sorprendida, no lograba adivinar el
modo en el cual la habían descubierto. Sopesó sus posibilidades, no le costaría
huir de su escondite y a gran velocidad, escapar de aquel lugar. Pero a ella no
se la hacía retroceder, ni dar la espalda, así sin pensárselo más se descubrió ante
todos. Lo suyo no era la vida social, aunque le gustaba la convivencia con la
gente, no tenía muchos modos y lo único que se le ocurrió fue decir un inaudible:
-hola.
Tras ella aparecieron varios hombres, llevaban
las armas sacadas de sus vainas, bloqueando su vuelta a la libertad, no los
había escuchado, absorta en el festejo. No deseaba derramar sangre, no había
venido a eso, solo a dar una reprimenda y llevarse algo con lo cual pudiera
sufragar el mantenimiento de aquel pueblo desamparado de Torsocorto. Abajo,
todos rompieron en una estruendosa carcajada y supo a su pesar, no tendría más
remedio que aceptar la forzada invitación.
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