miércoles, 9 de enero de 2013

PASEOS POR FRIAS TIERRAS (3ª PARTE)



Abrió los ojos, la fortaleza de Puntafría permanecía allí, inmensa y peligrosa, tal como indicaban sus sentidos. Se acercó por los tejados, teniendo cuidado de no resbalar en las heladas tejas, el frío de la noche era muy intenso, pero no afectaba en su peculiar constitución. Miro a la calle solitaria, un mal resbalón y podría caer desde una altura considerable, ello no le suponía un problema, no podía morir, pero si herirse de tal forma que no pudiera resguardecerse al salir el sol. Ya había conocido esa incertidumbre y deseaba evitarla.

Salto una vez más, lo suficiente para poder agarrarse del alto muro de ese bastión. Empezó a escalar con rapidez, no deseaba que nadie la viese en este último tramo y quería acabar cuanto antes. Ninguna vigilancia en lo alto, aquello le pareció muy poco habitual, aunque hiciese frio siempre era aconsejable constituir un reten de hombres armados ante posibles incursiones. El muro de la ciudad si estaba defendido y tuvo que sortear a sus vigilantes.

Se quedo quieta, esperando ver alguien que se hubiera guarecido de esa intemperie desapacible, saliendo después a su rutinaria descubierta, pero continuó desierto. Estaba desconcertada, era anormal esa situación y el sentimiento de peligro se agolpaba en su sien, advirtiéndole de su temeridad. Observó, bajando por la desolada ronda, el patio de armas amplio y bien provisto, que ante ella se presentaba. Nadie, no había nadie por este y ni una miserable luz parecía delatar una presencia viva. “Esto no es buena señal” pensó, afirmando la constatación de una evidencia palpable. 

Tuvo por bien desprender la escarcha formada encima de su armadura, le incomodaba, pues los dedos resbalaban al intentar asir las superficies que, también llenas de hielo, en su descenso agarraba. En breves instantes llego a pisar el patio, un silencio fúnebre la envolvió, solo roto por el ruido de la renaciente ventisca sonando por las hendiduras a su paso descubiertas.

Pudo apreciar de cerca como unas rodaderas surcaban el patio de tierra cubierto por la nieve reciente, unos carros habían pasado en dirección a una gran puerta, quien daba acceso al interior de la gigantesca torre. Estas marcas eran profundas y desaparecían al llegar a la base del portón. Otro puñado de pisadas las bordeaban, aunque el viento y la recién iniciada nevada las estaban ocultando a su experta visión, pero podía reconocer al menos a quince individuos, con equipo pesado, corpulentos o porteadores. La ventisca la azotaba con violencia, borrando cualquier evidencia posterior.

“Maldito viento, me zarandea como a un muñeco” se maldijo a sí misma, intentando ponerse a cubierto de aquel iniciado evento. Se acercó al torreón con la esperanza de encontrar algún lugar por donde introducirse al mismo, pero ninguna entrada logró ver salvo la puerta de ancha madera y cerrada por dentro.

“No hay ventanas, ni saeteras, ninguna clase de balcón o balconada. O se sienten muy seguros o no desean que nadie los vea” el pensamiento la hizo estremecerse, no sabía porqué, pero se sintió incomoda.

Decidió escalar por este hasta su cima, para descubrir en su tejado no existía tampoco entrada alguna. El techo era de gruesa pizarra, más de lo habitual, si quería entrar habría de romperlo, pero debería de hacerlo con cautela y sin hacer ruido. Alzó su puño y lo descargo contra la primera losa a la cual confió su artimaña, esta se quebró con estrépito cayendo los trozos por toda la torre hasta el suelo. “Maldición, he de medir mi fuerza, estoy siendo muy escandalosa”.

Apartó los restos que quedaron y continuó golpeando, ahora se envolvió su puño en la capa que portaba y sus golpes eran más controlados. Poco a poco, fue logrando su objetivo de abrir un agujero lo suficientemente grande como para deslizarse por este. No había ninguna luz en el interior, al menos en aquel trecho donde alcanzo con su brazo a traspasarlo. Con cuidado extremo fue rompiendo las partes necesarias de esta última fase y decidida a continuar, resbaló por este.

Cayó con suavidad, el suelo era de madera y no profirió sonido alguno, había una altura suficiente para caer con el cuerpo entero, agarrándose con sus fuertes manos al contorno de su creación apresurada. Su vista se acomodó a esa oscuridad, por sus habilidades conocía de los obstáculos y descubrió una pequeña portilla que examinó con sumo cuidado.

Tenía una anilla, tiró de ella con pausa calculada, llegaba luz de alguna parte aunque era lejana y pobre, pero le bastaría para sus propósitos. La abrió lo suficiente para acomodarla a su cuerpo, era delgada y no necesito mucho sitio para caer al piso inferior.

No había nadie, experta en silenciar sus movimientos, a pesar de la armadura que portaba, su sigilo era completo. Se detuvo, ahora podía escuchar murmullos, eran lejanos, intento orientarse pero era difícil situarlos, aquel sitio parecía ensancharse y su estructura no se acomodaba al vulgar uso que ella esperaba. Había muchos recovecos sin sentido, parecía la obra demente de un arquitecto sin talento.

Descendió por unas escaleras de caracol, parándose cada pocos pasos y prestando atención a cuanto la rodeaba. Sintió erizarse el cabello, eso en ella era un acontecimiento excepcional, lo cual la puso en alerta. Denotaba una opresión al moverse, como si el espacio recorrido fuera más denso, parecía caminase por el agua. Paró, quedándose inmóvil para contemplar a una mujer que se alejaba de la zona por donde ella se aproximaba, decidió seguirla desde lejos, ahora el pasillo por el cual se movía estaba bien iluminado y deseaba darse a conocer lo menos posible.

Desde su nueva posición podía escuchar mucho más bullicio, el sonido de risas y los gritos de alguien entusiasmado por una bebida fuerte. Eso le tranquilizo, si era una reunión o una fiesta no le importaba, siempre que no interfiriera en sus planes, mantendría a la gente ocupada en sus asuntos y a ella en los suyos. Su deseo era localizar al Barón encargado de esas tierras al norte de Mojamucho, un tal Fierotino, del que nada más sabía. Torsocorto desconocía como era, tan solo como el beneficiario de cuanto tributo debiera ser entregado en todo ese territorio, un déspota más aprovechándose de su cargo. Y Maljeta le enseñaría a tratar mejor a sus subordinados, lo había jurado y nunca se desdecía de sus juramentos.

La mujer continuó caminando, ignorante de la vigilancia a quien sometía la pelirroja vengativa. Llegó hasta una de las mesas, donde hombres y mujeres, reían y bebían sin mayores preocupaciones, no les podía ver la cara, a pesar de su inmejorable vista, portaban mascaras quienes les ocultaban sus expresiones desenfadadas.

“No puedo verles las rostros, esto es un fastidio” la vampira estaba enojada, deseaba contemplar su faz y deducir con acierto quien podía ser el sinvergüenza que buscaba. Eran muchos, reunidos en un gran salón, al amparo de numerosas luces y de una gran chimenea, la cual caldeaba la zona con entusiasmo. Se apercibió también del ingente número de hombres armados, quienes cerraban todas las vías de escape de la zona inferior. A ella no le importaba, siempre podría huir por el tejado si las cosas se torcían, nunca daba por seguro nada, pues reaccionaba por habitual actuando lo contrario de lo esperado, no sabía la razón, pero su genio para complicarse no tenía parangón, o al menos, eso creía con sinceridad.

La mujer cuchicheo mientras el hombre objeto de sus confidencias introducía su mano por entre el ajustado vestido, esta no emitió ninguna queja, dejando a su discreción sus interioridades.

“Banda de pervertidos, ellos lo gozan y a los demás, los destrozan” ver semejantes libertades la enojaban, no por ser una puritana, sino por la razón de quienes las llevaban a cabo se desatendían de problemas mucho más urgentes. Si estuviera en su mano le daría una buena paliza y dejaría su virilidad un tanto maltrecha por un tiempo.

Su intención era intentar llegar hasta este cuando estuviese más desprotegido, entonces lo arrastraría hasta un lugar solitario para enseñarle unas cuantas normas de comportamiento y buena convivencia. No era un plan magistral, aunque otras veces le había dado buen resultado, las estrategias complicadas no iban con ella, le gustaba la contundencia y la claridad en los enfrentamientos. No deseaba complicaciones en su “no vida”, su existencia ya acarreaba suficientes problemas.

El hombre sacó la mano satisfecha de su exploración y se levantó. Dio unos golpes en la mesa y se hizo un reverente silencio.

-Amigos míos, me complace estar entre vosotros y compartir las maravillas que mis generosos vasallos tanto se esfuerzan en dotarnos. Hoy, al igual que tantas otras veladas, he disfrutado de vuestra compañía -detuvo su discurso y alzó su mirada hacia donde se escondía Maljeta- No obstante, hay quien se atreve a contemplar nuestra dicha y a no compartirla con nosotros. Si fuera posible, nuestra amiga debería dar la cara, presentándose a nuestra agradable comunidad como corresponde a una dama. O tal vez prefiera vayamos a buscarla, con las consecuencias que esto podría acarrear. Ella elige, ¿no es así?

Se sintió sorprendida, no lograba adivinar el modo en el cual la habían descubierto. Sopesó sus posibilidades, no le costaría huir de su escondite y a gran velocidad, escapar de aquel lugar. Pero a ella no se la hacía retroceder, ni dar la espalda, así sin pensárselo más se descubrió ante todos. Lo suyo no era la vida social, aunque le gustaba la convivencia con la gente, no tenía muchos modos y lo único que se le ocurrió fue decir un inaudible: -hola.

Tras ella aparecieron varios hombres, llevaban las armas sacadas de sus vainas, bloqueando su vuelta a la libertad, no los había escuchado, absorta en el festejo. No deseaba derramar sangre, no había venido a eso, solo a dar una reprimenda y llevarse algo con lo cual pudiera sufragar el mantenimiento de aquel pueblo desamparado de Torsocorto. Abajo, todos rompieron en una estruendosa carcajada y supo a su pesar, no tendría más remedio que aceptar la forzada invitación.

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