Lo llevaron con ellos. La caravana, formada por
ocho gigantescos carromatos y jinetes de variado aspecto, se movía hacia la
esplendorosa ciudad libre de Aguasalsa. Pronto distinguieron las murallas
blancas, el símbolo distintivo de aquel lugar, se decía evitaban que el mal las
traspasase, aunque la misma no estaba libre de ladrones o asesinos,
embaucadores y pillos de toda condición. Pero eran unas hermosas murallas y sus
lienzos causaban la admiración de quienes la contemplaban.
-Me gusta esta ciudad. Hay buena gente en ella –dijo
Cantabulla con un manifiesto cariño.- Además, saben apreciar el arte en su
medida justa –continuó diciendo.
-Y son generosos en demostrarlo –sentenció Bolsadeoros
en una amplia sonrisa.
-Si, lo son. Y por ello nunca olvidamos volver
por aquí, aunque han pasado unos cuantos años. Cinco, si mi memoria no me
confunde –concluyó el famoso bardo.
-Cinco y medio, maestro. Cinco y medio –resolvió Finasilla,
asomándose descarada por una de esas ventanillas por donde tan ágilmente descendió.
Trapopiel iba entre los dos hombres, el amplio
cuerpo de Bolsadeoros ocupaba casi todo el estante donde se sentaban, dejando
un pequeño margen para poder disponer su asiento el descansado trasero. Intento
mirar a la chica que hablaba, pero la inmensa figura le obstruía cualquier
acción que emprendía.
No fue difícil para sus acompañantes ver el interés
de este por tener una línea visual con la muchacha. Lo comprendían, era muy
bonita y además una artista consumada en el equilibrio y la farándula. Pero los
integrantes de este mundo defendían a su gente de las miradas curiosas y el
muchacho aún no pertenecía a los suyos, por lo tanto, aún entendiendo su deseo,
evitaron la viesen.
Este iba callado, escuchando las curiosas
conversaciones entre esos dos recién conocidos. Habían sido comprensivos con
él, pero no comprendía el interés de estos por su canto, así pues callaba
meditabundo en sus propios problemas. Sus padres le darían una buena bronca si
intentaba cambiar el ritmo de su vida y no veía solución alguna, aún con la
palabra de aquel bardo despreocupado y apasionado, no significaría ninguna
diferencia.
Los guardias vieron sus documentos, mostrando una
alegría desacostumbrada en estos férreos vigilantes. Las chicas se asomaron de
nuevo y gesticulaban con aquellos, en un juego inocente de persuasión y
galanteo, había muchas: morenas, rubias y pelirrojas; de pelo largo y corto;
con ojos grandes y pequeños; altas y bajas; de toda condición, pero todas eran
arrojadas y seguras en sí mismas, era una seguridad que Trapopiel envidiaba sin
lugar a dudas.
Una vez en la ciudad, la población se arrimaba
entusiasmada a ver a los visitantes inesperados. Salieron hombres que hacían cabriolas
en los tejados de los carromatos, lanzaban teas de fuego en posiciones
imposibles y juegos de ilusionismo que encandilaban a quienes les miraban. Aplaudían
y obstruían el paso normal de las calles, tal era la muchedumbre reunida.
Trapopiel nada de esto veía, atrapado en aquel
asiento escuchaba los golpes de pisadas en el techo del vehículo donde se
encontraba, al parecer las jóvenes estaban ofreciendo un esplendoroso espectáculo
y él deseaba verlo.
-Muchacho, no dude un instante cuando te dije mi
nombre llevabas una vida muy retirada del mundo. Al igual que esta, apartas tu
mirada de las cosas realmente importantes, por ello no te extrañe nada veas de
la grandiosa representación de los míos. Siempre te lo has perdido y sigues
empeñado en ello –dijo Cantabulla con una profunda calma.
Esto encrespó al chico y en un arrebato de
decisión, se levantó, poniendo en riesgo su propio equilibrio. Sin dudarlo se
agarró del techo e intento alzarse para ver cuánto en el tejado ocurría, no era
fácil pues este se encontraba alto y el no era ningún atleta.
-Vaya, el imberbe tiene sangre en sus venas.
Comenzaba a dudarlo –exclamó Bolsadeoros.
Notó como alguien le cogía de las piernas y lo
levantaba, lo suficiente como para permitirle ver el acontecimiento que se perdía
desde su inapropiada posición. Allí vio a Finasilla y otras cinco mujeres dar
saltos y volteretas dignas de ser recordadas para siempre. Se movían como un
reloj: precisas, rápidas y sin temor alguno, aún a pesar de que su número en un
carro en movimiento, requería una habilidad única.
La joven percibió la mirada de este sobre ella,
se separó de sus compañeras y sin más explicación lo arrastró hasta el tejado.
Tenía más fuerza de la que realmente aparentaba, no dudaba si así lo quisiera
podría infringirle un grave daño con poco esfuerzo.
-Para ver bien la actuación, hay que formar parte
de ella –dijo la morena mientras lo empujó con brío hasta el centro del techo.
Las demás sonrieron el reto que aquel obstáculo les suponía, empezaron a
moverse a su alrededor, para ejecutar saltos y piruetas de gran complejidad. Ni
uno solo de estos le rozó. La gente aplaudía a rabiar, pues lo consideraban
parte de la improvisada distracción.
Todo acabó cuando la guardia proveniente de
Dosabuelas, la fortaleza militar de Aguasalsa, llegó para imponer el orden.
Un oficial se acercó hasta el primer carromato,
mientras los soldados despejaban el lugar para hacer el transito mas fluido.
Era un hombre con una ostentosa coraza y la librea de la ciudad, la taza y el
plato, dibujados en esta.
-Maestro Cantabulla, es un gran honor para
Aguasalsa su presencia. El gobernador y el Consejo de la ciudad os dan su
bienvenida más cordial. Si hacéis el favor de seguirme, os conduciré a donde podáis
aposentaros para vuestra feliz estancia. Mi guardia os escoltará como muestra
de nuestra reverencia por vos… -miro a Bolsadeoros, no fue una mirada de
apreció, sino de consternación- …y a vuestra gente.
Bolsadeoros hizo caso omiso de aquel gesto y
saludó con respeto. Podía parecer un patán y un bruto, pero no lo era en
absoluto. Tenía demasiada escuela de vida para dejarse llevar por instintos más
primarios y siempre se mostraba correcto, aunque en su interior, supiera no lo querían
a él y su gente. Más la baza de llevar con ellos al insigne bardo, les permitía
cualquier licencia. La ciudad no podría rechazar al gran Cantabulla.
-¿Tan conocido es? No lo sabía, nunca había
escuchado su nombre –comentó extrañado Trapopiel.
-¿Dónde has estado? Encerrado no, eso es seguro,
tienes la piel bronceada por el sol. Pero es como si lo hubieses estado,
ausente de cuanto te rodea –dijo una perspicaz Finasilla, mientras prestaba toda
su atención a la conversación que abajo se sostenía.
-El maestro Cantabulla es el mejor bardo de todos
los tiempos. Su nombre está inscrito en la propia galería de arte del palacio
imperial y solo a los muertos se les reconoce tal honor. Si él dice vales, es
que realmente eres valioso y nadie duda de las decisiones del más grande de
todos los tiempos –recalcó una chica castaña que se colocó a su lado.
Finasilla la miró y asintió esa contestación. Era
hora de bajar del techo y dejar su exhibición para mejor momento. Lo cogieron
entre las dos, arrastrándolo hasta el borde, allí lo sujetaron para gritar cómplices:-
abajo el fardo. –Cayó entre los dos hombres que sonrieron esta inesperada
llegada, para su asombró el muchacho no sufrió ningún mal, se asentó en su
sitio con el impulso y precisión adecuada, pero en su gesto se comprendía el
susto al cual le habían sometido en su caída. Parecía cosa de magia, pero era
una simple cuestión de estudiada habilidad.
Las mujeres en una muestra de su exquisita
disposición a la contorsión, se introdujeron por las ventanas sin esfuerzo
aparente, dando por concluido aquel acto.
-Bueno muchacho, es hora de dejarte. Hoy ya es
tarde, pero mañana a primera hora iré a tu casa y tendré una tranquila charla
con tu familia –dijo el bardo, mientras lo miraba con sinceridad.
-Charla tal vez, tranquila lo dudo –exclamó de
forma inconsciente- ¿pero… no os he dicho donde vivo? ¿Cómo me encontrareis
entonces?
-Bueno, creó que preguntando por Trapopiel, hijo
de una estimable familia de contables, podríamos llegar a saber dónde vives. Aunque
hay otras formas –Cantabulla puso su rostro más amable en su última frase.
-Ya… no me queda sino decírsela, en este momento.
Pero, y si miento. ¿Cómo darán conmigo?
-No eres de los que mienten en esas cuestiones,
lo notaríamos enseguida. Además, no tienes nada que perder y en ello no me
equivoco, ¿verdad?
Deseaba un cambio en su vida y aquella era una
oportunidad única. Si podía dar rienda suelta a su creatividad, seria la
persona más feliz del mundo. Le dio sus señas y una descripción completa de
cómo podrían llegar hasta su casa. Satisfecho, se despidieron hasta el
siguiente día.
Cantabulla lo observó marcharse, en ese momento
dejó las riendas a Bolsadeoros y entró en el carromato, las muchachas
descansaban recostadas en unas cómodas literas y algunas de ellas incluso
dormitaban. Se llegó hasta donde Finasilla se encontraba, colocándose a su
altura.
-¿Podrías dármelas? –inquirió con gesto de
preocupación el bardo.
La chica sonrió maliciosa y sacó de debajo de su
almohada las libretas que birló a Trapopiel. Nunca lo habría hecho si el
maestro en persona no se lo hubiese pedido, pero no le había agradado ese acto.
-¿Para que las queréis? Parece una excelente
persona y no me gusta haberle quitado esto –contestó lamentándose.
-Se las devolveré mañana. Antes he de conocer a
que nos enfrentamos, podría ser uno de ellos- dijo con una mirada en la cual no
se reflejaba ninguna duda, se alejó de allí mientras abría una de estas y
contemplaba lo escrito por el muchacho.
“Uno de ellos. ¿Es posible?” pensó asustada la
chica. Si así era, todo se volvería demasiado complicado y la verdad, le
gustaba aquel despistado jovenzuelo.
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