Abrió los ojos, el único movimiento que se
permitió en ese momento. Había acechado en silencio, expectante, reptando por
entre los tejados hasta llegar a aquella posición privilegiada desde la cual
podía observar, sin que nadie detectase su situación, los movimientos de sus
adversarios. Allí quedo, inmóvil, esperando la hora de cumplir la parte de su
trato, el único trato vinculante, el de la vida.
Muchos años antes un muchacho llegó a
Picoserrado, ciudad fortaleza de la Orden Militar Imperial Hierrocolado, donde acogían
a candidatos para ingresar en sus bien respetadas filas. Se decía en círculos
restringidos que estos se dedicaban a capturar a extraños personajes,
perseguían brujas y salvaguardaban a la humanidad de innombrables secretos.
Tal vez esos círculos donde se comentaban esas
historias no eran tan restringidos, ni la verdad tan alejada de las fantasías
de los ciudadanos, quienes escuchaban y veneraban las historias de bardos y
viajantes, sobre poderosos caballeros, valientes y altruistas, quienes
anteponían su vida para salvaguardar al inocente.
Quienes los conocían sabían de su muy escaso
número y de lo difícil de entrar a formar parte de este grupo selecto. Ninguno
de ellos era noble, salvo uno, los demás eran personas sin títulos ni riquezas,
cuyos cometidos guardaban en un estricto mutismo. Solo el Primer caballero
hablaba con la gente, los demás nunca lo hacían.
El muchacho llevaba una carta de recomendación,
un conocido de su padre quien, sabedor de la afición del chico, se la había
escrito. Por alguna causa desconocida afirmaba le debían un favor y con la
aceptación de este pupilo saldarían su deuda, pero jamás quiso desvelar las
circunstancias en que se produjeron esos hechos.
Estaba nervioso, siempre tuvo la ilusión de
pertenecer a una Orden de caballería, aunque fuera una tan apartada y
minoritaria como esta. Aguardaba con otros tres no tan jóvenes como él quienes lo
miraban con cierta sorpresa, incluso uno daba la impresión de estar demasiado envejecido para aquellos cometidos.
Se encontraban en una sala desnuda de cualquier
decoración, donde los bloques de piedra se veían iluminados por una débil luz,
proveniente de dos antorchas que a los extremos de esa sala alumbraban. Permanecían
sentados en una losa de piedra, fría al igual que el resto de aquel entorno, en
completo silencio. El guardián de la puerta les dejó allí e indico debían
de esperar, cuanto hiciera falta, hasta ser atendidos.
La librea de aquel hombre estaba deslucida,
aunque se adivinaba llevaba armadura debajo de su ropa maltrecha, pero tenía el
vestigio de estar tan usada como daba a entender la imaginación. Fueron unas
breves palabras, amables, pero breves.
Debieron de pasar horas, su nerviosismo se convirtió
en inquietud y este en amargura. No tenían consideración alguna con ellos,
llevaba los dedos de sus manos congelados y empezaba a sentir escalofríos en la
espalda. Tuvo que coger su capa, regalo de su madre al despedirse, para
resguardarse de aquella helada espera.
La puerta se abrió con fuerza, un individuo
enorme con armadura completa y una mejor estampa que el hermano portero, hizo
acto de aparición. Todos se sobrecogieron por la imprevista llegada y se
pusieron de pie con agradecimiento, hartos de la losa dura y congelada sobre la
que reposaron sus posaderas tanto tiempo.
Detrás de este, llegaron otros tres individuos,
todos portaban el mismo dibujo en la sobrevesta, una flor luminosa. Era un
diseño sencillo, de una flor desconocida, más parecía resplandecer al mirarla,
obviando cuanto a su alrededor hubiese.
El Primer caballero miró con detenimiento a los
candidatos, los otros hombres aguardaban tras él, no dudo en su elección.
Señalo al hombre marchito y al muchacho, los dos no elegidos pusieron cara de
resignación y cogiendo sus cosas se fueron sin decir nada, el hermano portero
los aguardaba para acompañarlos a la salida, ninguno lo escucho entrar.
-Venid conmigo -dijo el hombre. Se dio la vuelta
y empezó a caminar con un paso rápido y seguro.
Le siguieron y tras ellos los tres hombres
cerraban la comitiva. El interior era mucho más acogedor, una buena lumbre
estaba encendida en una gran chimenea e inundaba con un calor reconfortante. Separó
a su acompañante, de quien luego supo se llamaba Trastoviejo, para llevarlo a
un extremo de la sala donde no escucharía su conversación.
Cuando hubieron acabado lo llamó a él, se acercó
temeroso de cual podría ser el objeto de esa charla, debería ser precavido, desconocía
que tipo de pruebas le solicitarían para ser miembro de esa Orden. Nadie le había
dicho como actuaban en su elección.
-Muchacho, ¿cuál es tu nombre? -el aspecto del
Primer caballero intimidaba, le sacaba por lo menos tres cabezas y era ancho
como un toro. Se diría podía partir una roca con sus desnudas manos.
-Largasiesta, mi señor. Para serviros, tengo una
carta que…
-Ya se de quien es la carta. No es necesaria, ¿me
dirás toda la verdad? Solo eso necesito -el hombre lo miraba con sus ojos
entrecerrados, como si lo estuviese evaluando en secreto.
-Sí, claro. He venido para defender la verdad y…
-Bien -interrumpió al muchacho, para continuar:- ¿Qué fue lo que viste? Se sincero, nadie te desea aquí ningún mal.
-Yo…, yo… vi algo muy raro. La flor que portáis me
deslumbró, fue extraño, pero no me dio ningún miedo, me sentí a gusto con su
luz. El frio que tenia desapareció de inmediato, se que suena a locura, pero así
fue.
El rostro del hombre se relajó, pareció satisfecho
de la explicación:- Bienvenido a la Orden Hierrocolado, joven Largasiesta.
-¡Cómo decís!, creía que el Primer caballero me
pondría a prueba, esto ha sido demasiado sencillo. No puede ser tan sencillo.
-Joven, ni es tan sencillo ni lo será nunca. Y
perdonad si me habéis confundido con el Primer caballero, yo no lo soy, solo
soy un hermano más de la Orden Hierrocolado, mi nombre es Puercoespino -dirigió
su mirada a la escalera por donde dos figuras bajaban con calma.
-Ella es el Primer caballero, la duquesa
Soloconbrasas y le acompaña la hermana Dedofacil. Nuestra Orden está abierta a
la igualdad de sexos y a nadie que lo merezca se le restringe su entrada.
-Bienvenidos a nuestra humilde Orden, esperó que
esta sorpresa no os provoque ningún recelo hacia nosotras, pero si habéis
pasado la prueba es señal suficiente de vuestra comprensión -ambas llevaban
puestas unas armaduras con la misma sobrevesta, salvo Soloconbrasas cuyo color
de esta era azul, en vez de rojo apagado como el del resto de sus integrantes.
Las dos eran jóvenes, pero sus ojos destilaban experiencia y penalidades.
-Acercaos ambos, Trastoviejo y Largasiesta, es
hora de vuestro juramento. Aún estáis a tiempo de iros, nadie os lo reprochará,
incluso os daremos una buena bolsa de monedas por vuestras justificadas molestias -Dedofacil
saco dos pequeños saquetes, debía haber una pequeña fortuna en ellos, pero los
dos rechazaron el ofrecimiento.
Se aproximaron, indecisos ante la presencia de
aquellas mujeres, pudieron observar que estas eran agraciadas, pero poseían un
gesto de severidad que imponía respeto ante ellas.
-Arrodillaos, no ante mí, sino por vuestro honor
y fe en algo mejor. Que la flor del montículo os proteja contra los
innumerables enemigos y jamás dudéis de su poder, pues ella nunca duda de
vosotros. Alzaos pues, como miembros de la Orden Hierrocolado, alzaos para no
volver a inclinaros jamás, salvo porque sea la misma muerte quien os obliga a
ello.
Les golpeó con su espada y se levantaron, había
sido breve e intenso, muy emotivo. Casi se les saltaban las lágrimas, no podían
comprender como tan escaso discurso les hubiese calado tan hondo.
-Ahora podremos quitarnos estas armaduras tan
incomodas y comportarnos como personas normales para agasajar a nuestros nuevos
compañeros, pero eso ya será mañana, es hora de descansar -dijo Soloconbrasas
con una amplia sonrisa.
Los otros tres miembros se presentaron:
Tiernocorte, Meloquedo y Parterapido, ahora parecían mucho más amigables y
humanos, todo el porte anterior hubo desaparecido. Les llevaron a sus
habitaciones individuales, donde una buena cama y señoriales muebles les
esperaban para guardar sus atuendos. Largasiesta quedo sorprendido por
encontrar una armadura completa y un gran muestrario de armas, listas para ser
usadas. Les dejarían descansar de las emociones del día, el nuevo amanecer acarrearía
duras jornadas de entrenamiento, más duras de cuanto podían esperar.
-Ahora, solo queda conozcan a sus enemigos -confesó Soloconbrasas en voz baja a su compañera mientras se dirigían a sus aposentos.
-Sí, y temerán el hacerlo -contesto
reverencialmente Dedofacil –lo temerán-
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