jueves, 31 de enero de 2013

EN LAS TINIEBLAS



Abrió los ojos, no veía nada. Los volvió a cerrar, debía estar soñando, no podía ser de otra manera, aquello era una locura y él no estaba loco. La fisura crecía con cada mirada y un hedor cada vez más penetrante le inundaba las fosas nasales. Estaba allí, ante sus propias narices, la curiosidad había dado paso al temor, al miedo irracional que le dominaba. El primer impulso fue observar, ahora deseaba salvar su vida de lo que al otro lado pudiera encontrarse, no quería conocerlo. Todo su entusiasmo se convirtió en un lamentable error, fisgonear esos viejos textos no fue sino un idea desafortunada.

Mucho antes, antes de ver como la insensatez cobraba forma, era un estudiante modelo, uno de los mejores, sino el más ejemplar. En Nosonlastantas tenía buena reputación y podía acceder al material de la biblioteca de sus maestros sin ninguna restricción.

Había pasado quince años estudiando sobre la magia elemental y unos tantos menos sobre la espiritual. Entre los alumnos la elemental era conocida vulgarmente como “natural”, un término aceptado por todo el mundo para referirse a ella de una forma simple y más cercana. Esto no quería decir que hacer uso de esta fuese sencillo, a decir verdad no lo era ni lo fue nunca, se necesitaba mucho autocontrol y dedicación exclusiva para poder entender sus mínimos conceptos.

Al principio la libertad para poder acceder a ese fondo de sabiduría le convirtió en el ser más feliz de Gran Capital, pero los fundamentos de cuanto aprendía le parecían faltos de un verdadero contenido. Parecía como si le fuesen negados los verdaderos conocimientos, ocultándosele la fuente auténtica de poder mágico, el reverenciado “compendia”.

Necesitaba saber más, hundirse en la oculta ilustración de esa rama de extrema complejidad. Todo cuanto conocía le era insatisfactorio y empezaba a tornar su humor irascible e incontrolable.

Inició una búsqueda fuera de los límites de la escuela de magia, allí pudo comprobar no encontraría nada para saciar su apetito. Cuanto encontrase en la capital al final no merecía la pena, pues no eran sino redundancias de lo que ya conocía. Decidió entonces frecuentar lugares de esta, donde alguien pudiera darle indicaciones de cuanto quería, para comprobar aquella tarea no era fácil. La mayoría querían embaucarle y en más de una ocasión, tuvo que hacer uso de sus poderes para escapar de ladrones, no les interesaban los libros, sino la bolsa repleta de monedas del mago principiante.

Después de varias tentativas, el fracaso estaba asegurado. “Compendia” quedaría siempre lejos, cual susurro, como si fuese un cuento de niños. La autentica magia no existía, tan solo era un bulo, una fantasía creada para hacer suponer a todos una irreal dimensión de poder que nunca se alcanzaría. Debería conformarse con aprender cuanto pudiera de las dos ramas si demostradas, de ellas obtendría cuanto podían ofrecer y este era un vasto conocimiento, lo suficiente para complacer al más insatisfecho.

Dejo de buscar. Volvió a emprender la caza de libros en las inmensas librerías, acudiendo de vez en cuando a los maestros para resolver sus dudas, aunque en realidad estos no hacían sino confundirlo aún más. Con resignación, acalló sus enigmas y volvió a sus estudios. Todos sus dilemas tendrían solución si se esforzaba más en sus retomadas investigaciones.

Por aquella época, había causado sensación la llegada de un nuevo alumno, la gente hablaba sin pudor del enigma de su ingreso, más nadie conocía su aspecto. Se decía tenía un don excepcional y poseía un dominio de la magia jamás visto. Era joven, muy joven y por tal causa estaba restringido el acceso hasta él. Incluso su nombre estaba fuera de las listas normales de admisión, se comentaba  bajo la tutela de uno de los integrantes del propio Consejo Rector y por lo tanto a la propia responsabilidad de este. Ya nadie pudo averiguar nada más, así que olvidó este acontecimiento, siempre tendría tiempo de conocerlo cuando su tutor diese permiso para ello.

Un día quedó solo en la biblioteca, pasados ya varios meses de sus esfuerzos fallidos en el arte supremo, se centraba en comprender los entresijos de una complicada trama de conjuros. Con un montón de libros extendidos, su mirada iba y venía de estos con atenta resolución. Decidió necesitaba rebuscar en unas estanterías algunos textos que le ayudarían a dar mayor entendimiento a su mente, se entretuvo entre estas para oír a sus espaldas unos pies que se arrastraban a gran velocidad. Al estar tan solo él, el sonido claro de aquel movimiento lo puso en alerta y se volvió para ver quien estaba tras de sí. Solo vio una sombra rápida pasar como un velo ante sus ojos. Se frotó estos, cómo si aquella visión no fuese real y decidió ir en su búsqueda.

Gritó para advertir su presencia, así como para expulsar el breve temor metido en su cuerpo. No conocía de asesinatos en el colegio, pero sabía que a veces, podían ocurrir desafortunados accidentes. Se llegó hasta donde tenía toda su fuente de sabiduría expuesta, la mesa junto a la cual las pisadas cesaron. Nadie había allí, solo el renovado silencio inundó la sala donde se encontraba. Después de observar con detenimiento, concluyo sería una mala jugada de su agotado cuerpo, necesitaba descansar.

Recogió sus apuntes, empezando a poner cuántos libros había sacado en sus correspondientes lugares. Al mover los últimos, un papel doblado se desprendió, cayendo ante sus pies.

Su mano acudió presta a tomarlo, lo abrió y para su sorpresa vio tenía una referencia inscrita en el mismo: apartado 9040, estante 63, libro 034 AB. Dio un respingo, todo el mundo sabía que el apartado susodicho estaba desaparecido, pero la disposición del estante y su clasificación numérica parecían estar a su alcance.

“El estante 63 está a un paso de aquí” pensó resoluto. El cansancio desapareció, mientras el brillo en sus ojos demostró su creciente interés, deseaba ver de qué se trataba. Caminó o más bien corrió, hasta el correspondiente lugar, sus ojos miraron el estante AB y encontraron el libro que correspondía a esa descripción: Arka ma lidisman.

Quedo sorprendido de aquel título tan singular. No estaba escrito en la lengua común, más bien parecía un barbarismo sin sentido, las palabras así puestas no correspondían ni siquiera con el idioma arcaico. Lo abrió para sorprenderse con un gran contenido de esquemas y textos de bella confección, aunque estos eran ininteligibles, parecían adolecer del mismo mal que en la tapa se contemplaba. 

Entonces decidió llevárselo. Si hasta entonces nadie había reparado en él, tampoco lo echarían de menos si lo llevaba a su cuarto y así, en la intimidad podría examinarlo mejor. Con este tesoro recién adquirido, concluyó su jornada.

Una vez en su habitación, sacó el libro y lo dejo sobre la mesa. Ahora su interés se centraba en acostarse y dejar alejado sus pensamientos de cualquier tema relacionado con sus estudios. Se desnudó, con la camisola de dormir puesta se acomodó en la cama con agrado para conciliar su sueño.

No sabe cuánto tiempo pasó, sus ojos se habían cerrado de inmediato, pero escuchó un murmullo que no le dejaba descansar como quisiera. Se levantó, dispuesto a hacer callar ese sonido, saliendo incluso al pasillo para descubrir con desagrado nada se escuchaba. Volvió a su cuarto, en aquel lugar si se podía percibir con más intensidad, apoyó sus oídos contra la pared para intentar ver si su vecino era quien originaba aquel molesto ruido, pero su fugaz investigación determino no era el lugar de origen.

Se acercó a donde parecía ser este más fuerte. Provenía de la mesa o de algún lugar cercano a esta, se agacho para ver si este era causado por alguna conversación en el piso de abajo, no sería la primera vez que unas tarimas mal colocadas, permitían oír ajenas charlas. No era allí, sino de la propia mesa de donde venía.

Era el libro. Ahora podía leer la inscripción de este: Libro de los secretos. Lo tomó entre sus manos y abrió por una página cualesquiera, los textos antes indescifrables eran completamente legibles. Un deseo innato nació en él, cogió papel y una plumilla para poder escribir cuanto leía y comprobó con agrado como copiaba los escritos con suma rapidez, entonces empezó a realizar uno de aquellos esquemas. “Portal” se llamaba, lo dibujo con extrema delicadeza y cuando ya estaba a punto de terminarlo, con la plumilla y sin querer se rasgo uno de sus dedos. Una minúscula gota de sangre cayó, justo en el centro de aquel diagrama.

Al principio nada pasó, pero cuando lo concluyó, esta empezó a sisear. El punto rojo de sangre se tornó negro, empezando a crecer.

El hombre se echo para atrás, cuando aquella mancha creció más aún, se levantó de su cómoda silla. Empezó a oler un aroma indescriptible, mezcla de podredumbre y un dulzón que se pegaba a su paladar. Aquel borrón crecía sin control, la mesa desapareció bajo una oscuridad creciente. Un murmullo imparable le pitaba en los oídos, gritos y desgarros de dolor, un mar de tormentos que le infundió mayor temor que el propio horror que se abría paso de una irrealidad desconocida.

No sabía que hacer, estaba asustado, sobrepasado por aquel acontecimiento inesperado. Deseaba gritar y no podía; deseaba escapar, pero la razón le inducia a no dejarse tocar por aquel horrible borrón. Estaba atrapado y no deseaba ver que se escondía al otro lado, nunca lo quiso.

La puerta se abrió. Un ser pequeño entró en la habitación o al menos, eso le parecía. Lo veía en sus límites de visión, pues su vista enfocaba aquel horripilante hecho, hastiado de su presencia y con todo el deseo en su corazón de que terminase siendo un sueño, pero sabía era real, completamente real.

Un destello de intensa luz envolvió la habitación. Palabras llenas de innegable poder lo protegieron del abrazo de aquella oscuridad perfecta. Sintió unas abrasadoras llamas llenaban todo cuando veía, la sombra chilló abrazada por aquellas llamaradas, se contorsionó, intentaba luchar, pero el fastuoso conjuro la dominó, obligándola a contraerse hasta que está en un gritó final de amarga derrota, desapareció.

Volvió su mirada a su salvador. Su estupefacción no podía dar crédito a cuanto observaba. Era una niña, una mocosa de poderosos ojos oscuros y cabello revuelto, que lo miraba con una mueca de fastidio y sorpresa. Esta se dirigió a donde el libro se encontraba y clavó un largo alfiler incandescente en este. Crujió y se deshizo en una estruendosa llamarada azul, junto con los escritos que el imprudente hombre tomó. 

Satisfecha de haber acabado su trabajo, miró de nuevo a quien hubo salvado diciéndole:- No deberrías jugarr si no conoces las rreglas del juego. Nunca confíes de inesperrados encuentrros ni de rregalos incierrtos, vive alerrta y vivirrás más. –La niña le hizo una educada reverencia y salió del lugar con pasitos cortos.

-¿Cómo… cómo te llamas, pequeña? –preguntó el hombre en un último esfuerzo de comprender si cuanto había vivido no fuera irreal.

La niña se volvió, con una sonrisa más propia de una bestia salvaje, miró a los ojos del hombre y le respondió:- Testadurra, mi nombrre es Testadurra, señor –acto seguido se fue dando saltitos, como si cuanto hubiese pasado solo hubiera sido un vulgar entretenimiento.

El hombre quedo en la habitación mirando los restos de aquel infortunio. La mesa estaba destruida en la parte donde aquello creció, era el único vestigio de su incompetencia. Había estado a punto de perder su vida, y cuanto sabía de la magia apenas si era un minúsculo trazo comparado con el poder de aquella niña. Nunca podría competir con ella y su existencia como mago estaba acabada. Volvería a su casa, con su familia de ricos comerciantes y emprendería una sencilla labor, crear una nueva familia y olvidar cuanto de este encuentro hubo tenido.

Se acostó seguro de que el futuro de quien ahora conocía seria esplendoroso, ella era el nuevo alumno, una niña, en la cual los trazos de su rostro no dejaban lugar a dudas que cuando creciera, sería hermosa. Tan solo las cejas encorvadas delataban su extremo carácter y no dudaba de quienes se enfrentasen a ella, lo tendrían muy difícil, por no decir imposible.

Estaba cansado y mañana tendría que recoger todas sus pertenencias, dándose de baja en Nosonlastantas. Aduciría problemas familiares y se iría de allí para siempre. No quería pensar más y deseando dormir un rato, cerró sus ojos.

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