Maljeta descendió por las largas escaleras, dirección a los congregados en aquella ruidosa fiesta. Bajaba con cuidado, vigilando
a quienes detrás la acompañaban, a unos cuantos pasos, con armas
desenfundadas de sus vainas y el acero nuevo brillando a las innumerables velas
que en aquel lugar iluminaban.
No era una invitación formal, la estaban
obligando a llegarse hasta ellos. Levantó el frontal de su casco, quien imitaba
su rostro con una perfección magistral, ahora la blanca tez se dejaba ver,
antes ocultada por la fría representación del buen metal. Sus pupilas azules
destellaban interesadas, estaba recabando información por si fuera menester
salir por la fuerza, habían pasado los tiempos en que la alocada muchacha se mecía
en el peligro sin interesarle sobrevivir a la lucha.
Se acercó sumisa a donde el hombre la “invitaba” a
unirse a su congregación festiva, escuchando débiles murmullos sobre ella y
su extraordinaria armadura. Todos la miraban, unos discretos y otros con un
descaro evidente, propio de su noble cuna.
-He de reconocer me ha impresionado tu vestimenta
–se escucharon risas- aunque no es una ropa apropiada para unos bailes de salón
ni para jugar a las cartas. ¿Cuál es tu nombre? –la voz sonó imperiosa, no se
le preguntaba de una forma amable, se lo estaba exigiendo.
Sopesó las consecuencias de hablar sobre
su verdadero nombre. Eran unas tierras alejadas de donde anteriormente vivió
largo tiempo, aunque en su inexperiencia había dejado bien claro de quien
se trataba ante sus contrincantes y no podía correr el riesgo de identificarse
ante unos desconocidos. Miró a su anfitrión, tenía una mirada dura, incluso diría
perversa, no obtendría de ella algo tan valioso, solo daba su nombre a sus
amigos o sus peores enemigos.
Al ver no conseguia contestación, hizo un movimiento con su
cabeza. Uno de los hombres se acercó por su espalda e intentó golpearla con la
espada, la muchacha reaccionó apartándose diestra de la trayectoria del arma y
esta segó el aire, ante la burla de quienes le rodeaban.
-Vaya, maese Traslospies. Creó deberéis de
esforzaros más en vuestras habilidades. Si una muchachita como esta es capaz de
burlaros, deberías de dedicaros a calderero –dijo quien parecía ser la máxima
autoridad.
-Dejádmela un momento y os demostraré de lo que
soy capaz. La partiré en dos sin ningún problema –contestó el maese pleno de
furia.
-No. No haréis nada de eso –aquella orden detuvo
en seco al hombre de armas. No se atrevía a contradecir ese mandato, aunque se veía
en su faz el deseo de sangre incumplido.- ¿Sabes porque aún estas viva? –se levantó
para dirigirse hasta su lado. No parecía temerla, aún cuando esta permanecía en
una evidente guardia.
La muchacha no dijo nada, pero aquella pregunta
le extrañó. Ponía en duda su capacidad para salir airosa de esa situación y la
intranquilizó, movió su mano instintivamente al pomo de su espada, eso le daba
cierta seguridad, aunque no demasiada.
-Mi nombre es Fierotino, barón de estas tierras
dejadas de cualquier mano. Hace mucho tiempo nadie se interesa por cuanto aquí
ocurre y a nosotros tampoco nos dice nada los hechos externos, o casi ninguno –la
miró en una cierta esperanza de que esta correspondiese a su revelación- ¿Sabes
porque aún estas viva? –dejó la pregunta en el aire de nuevo y se dispuso a
complacerla con una respuesta, la cual él suponía la correcta:- Porque dudo
mucho de que lo estés de verdad –se movió tan veloz que le fue imposible evitar
el golpe de este.
Salió despedida hacia atrás, sus pies separaron del suelo y ella se encontró suspendida en el aire, víctima de un
terrible impacto quien abolló una parte de su preciada armadura. Terminó esa travesía
contra una de las paredes del ancho recinto, la pared resquebrajada desprendió
algunos trozos al suelo, amenazando caerse junto a la sorprendida mujercita.
Estaba aturdida, no lo esperaba ni lo había previsto.
-Bienvenida, “hermana” -dijo con satisfacción
Fierotino. Unos largos dientes asomaron por su boca, unos colmillos feroces,
sanguinarios, mortales. Fue su última impresión, la inconsciencia por el
inesperado acontecimiento la envolvió y ya nada importaba.
Despertó. Estaba oscuro, una tenebrosa oscuridad
a su alrededor, temió si aquello era el final, el otro lado al cual nunca quiso
llegar. Un lugar lleno de horrores y desdicha, que su corazón parado en
su no existencia le hacía aborrecer. Entonces empezó a ver con claridad, su
visión vampírica detectó una débil luz, parecía provenir de una puerta de aquel
sitio, intentó moverse pero descubrió consternada estaba sujeta con
fuerza a algo.
No tenía fuerzas y no sabía a que causa podía deberse.
Levantó la cabeza con idea de descubrir el recinto donde se encontraba, no era
espacioso, pero al menos parecía limpio y no una inmunda mazmorra. Sus manos y
pies estaban encadenados a una argolla en la pared, las cadenas tenían raras
inscripciones y pudo deducir que estas eran quienes le drenaban su poder
natural. Estaba atrapada.
“La alocada muchacha sigue metiéndose en
problemas. ¿Es posible que no aprendiese nunca?” se preguntó a sí misma. Descubrió
además solo portaba una camisa, nada de cintura para abajo. Su armadura no
estaba allí, ni tampoco sus armas, sus adoradas Sonrisas y Lágrimas, ni su
mandoble.
La desnudez no le importaba, no sentía frio ni
calor, era siempre la misma sensación de hambre perpetua quien la incomodaba,
su única necesidad real. Su pelo largo y enmarañado le cubría la espalda, dándole
la apariencia de un ser indomesticable, un rojo intenso, lleno de vigor
imbatible.
“He de salir de aquí. Torsocorto está encerrado, ¿para
qué lo encerraría?, no tengo perdón. Hago siempre las cosas a lo loco… y así me
va.” Un pensamiento de culpabilidad la dominaba, si no lograba escapar, aquel
hombre moriría de hambre y sed. Aunque si lo pensaba bien, tenía comida
suficiente para una semana por lo menos. Ella nunca necesitaba comer, no de la
forma en que un viviente lo hacía, por eso siempre le sobraba carne y la
daba a quien la necesitaba.
Escucho pisadas. La puerta se abrió de repente y
varias personas entraron en ella, el barón y dos mujeres. Una de ellas se
acercó a donde se encontraba y examinó las cadenas, se sintió satisfecha con su
observación y retrocedió tras Fierotino no sin antes asentir con su cabeza.
-No pareces gran cosa, pelirroja –comentó mientras
se acercaba hasta su altura y doblaba sus piernas para una conversación más
informal.- Eres bastante bonita y muy joven, pero por tus ojos puedo comprender
tu historia es antigua. Tal vez más receptiva a contarnos que te ha
traído hasta aquí –la miró, pero Maljeta solo le envió una determinante mirada
de odio.
-Aún es virgen –comentó con sorna una de aquellas
acompañantes.- A la niña le preocupa quien se meta dentro de su helada
carne –las dos mujeres rieron la gracia mientras una tercera entró para ver
aquella escena. Sus ojos destilaban maldad, autentica y fría, a pesar de su
esplendida hermosura, de los contornos y sus delicados movimientos, era una
verdadera vampira, astuta y temible.
Miró a sus ojos directamente, no existía compasión
en ellos. Le devolvió la mirada en igual condición, Maljeta no se amilanaba por
estar prisionera ni sus armas cerca. Había aprendido a no mostrar debilidad,
sabía que si eran conscientes de ella, la despedazarían.
-Te diviertes con esta niñata maleducada, es un magro
premio para tan gran señor de los sangrantes –comentó acercándose al barón y acariciándole
con lascivia, ante las risas tontas de sus compañeras.
-¿Quiero saber quién es? Y cuál es su propósito.
No me agrada entre en nuestro territorio sin anunciarse y esta muchachita ha
incumplido todas las reglas –dijo observando con interés a su prisionera.-
Sobretodo me han gustado sus armas, son exquisitas, de un sublime artesano,
¿aun vive? –preguntó en un tono mas sereno.
-No, para su suerte hace mucho que le abandonó la
vida –contestó respetuosa a esa pregunta la encadenada. Era una prueba de desafío,
debía demostrarse sumisa y altiva a un mismo tiempo.
-¿Y la armadura? Es esplendida, aunque ahora esta
un poco abollada –sonrió, mostrando los afiladísimos dientes.
-Son del mismo hombre. Y ninguno de vosotros le llegaría
siquiera a la altura de sus zapatos –ahora se levantó, quería evitar seguir
allí arrastrada. Aunque todos tenían mayor altura que ella, se irguió con
cuanta solemnidad pudo, que no era mucha, las cadenas la forzaban a una
encogida postura.
-Tiene unas caderas pequeñas, pero atractivas –comentó
la sangrante recién llegada mientras su lengua lamia el labio superior- pero yo
las tengo mucho mejores. –Se acercó a Maljeta, la agarró por su cabeza y con
una fuerza superior tuvo acceso a su desguarnecido cuello, la muchacha
intentaba revolverse, pero las cadenas no le permitían protegerse como hubiese
deseado. La lengua de aquella mujer morena le recorrió el cuello con lentitud,
mientras la pelirroja temía fueran sus últimos instantes. Conocía casos de
vampiros que devoraban a sus congéneres, no existía el compañerismo y por
supuesto, ninguna clase de piedad.
El movimiento de la lengua por su cuello era muy
placentero, sabía moverse con aquel húmedo apéndice y Maljeta se estremecía de
gozo. Satisfecha por saberse mejor, Devotaunica; pues este era su nombre,
terminó su ensayo y después le arañó su fino rostro. Fue rápida y los cortes
superficiales. Se rió, una risa vacía, tenebrosa cuando señaló a la entrepierna
desnuda de la cautiva. Un brillante hilillo se desprendía por el muslo interior,
fruto de la agradable y angustiosa experiencia.
La sangre manó débil de las heridas. Aquello no
había importado a la pelirroja, pero la humillación y la profanación de su
propia delicia, si. Aquello no lo perdonaría y sabía que si lograba salir de
aquel lugar, esa morena libidinosa pagaría por ello. Y por cuanto daño hubiera
hecho anteriormente.
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