Desembocó en una salita, donde humanos y
sangrantes se encontraban tranquilos, disfrutando de su último banquete, como
si de una hermandad cualquiera se tratase. Habían permitido que sus escoltas
humanos, forzasen a las mujeres del grupo que les sirvieron luego de comida.
Aquello enfureció a Maljeta, una furia que creía olvidada hacía tiempo, desde
que vio morir a su madre a manos del sangrante.
No tuvo piedad con ninguno de los dos grupos. A
los humanos los despedazó con el mandoble, sin darles tiempo a arrepentirse de
sus acciones; los sangrantes, tuvieron ocasión de defenderse, pero solo
postergó su fin, unos instantes después.
Avanzó como una poseída, sala tras sala. Lo hacía
tan rápido y brutal, que apenas se enteraban en la siguiente habitación, el fin
de la anterior.
Al final, todo aquel alborotó hizo que se pusiera
en pie de guerra todo el lugar. Los soldados humanos, tomaron posiciones en la
sala principal, varias decenas de ellos con el maese Traslospies comandándolos.
Siempre había deseado ser sangrante y no iban a tardar en complacerlo, pero
aquel día, todo parecía complicarse.
Fierotino aguardaba junto a quince sangrantes,
todos cuantos quedaban de aquella razzia emprendida por Maljeta y que tan buen
resultado le había dado. Junto a él, Devotaúnica, cuyos ojos brillaban por la
expectación de una buena lucha y aguardaba a la insensata que presumía iba a
matarlos.
Escucharon ruido de lucha en la habitación, cuyas
puertas estaban cerradas delante de ellos. De repente, todo cesó y un silencio
único, envolvió el lugar. Solo la respiración acelerada de los mercenarios
humanos y el maese, se escuchaba. Las gargantas de los sangrantes no emitían
ningún sonido, ni lo harían nunca.
Un golpe, luego otro aún mayor. La puerta no
aguantó el tercero, desplomándose de sus bisagras rotas y cayendo con un
pavoroso clamor al suelo. Maljeta entró, llevaba varias cabezas de sangrantes
cogidas entre los pequeños dedos de su mano izquierda. Sus ojos azules,
clamaban venganza y desteñían una inusual advertencia de peligro que los
sangrantes reconocieron.
-Eres una antigua sangrante. ¿Cómo hemos podido
ser tan necios? No reconociéndote de inmediato. Dicen que los antiguos
sangrantes son los más poderosos y los demás, se han ido diluyendo en su poder.
Por desgracia, para ti, creo eso no es cierto. Es una pena, me gustabas. No me
importaría haberte hecho mi amante, se ve el ardor en tus ojos, seguro serás
una buena zorrita en la cama.
-No me importan tus opiniones. Tienes algo mío,
esas espadas y el mandoble que están sobre la mesa, me pertenecen. Y no tienes
ningún derecho, ni siquiera a tocarlas con tus despreciables manos.
-Si antes te vencimos. Como esperas sobrevivir
ahora, eres una estúpida –dijo Fierotino, cansado de seguir hablando.
Devotaúnica solo esperaba una indicación de su señor, para despedazar la
insolente muchacha, estaba impaciente por destruirla.
-Antes, me pillasteis de sorpresa. Siempre he
pecado de ingenua. Lo malo de ahora, es que estoy un poco enfadada, solo un
poco y cuando rebaso el límite, me pongo muy desagradable. Dejaros matar sin
más y hacerme feliz con ello.
-Mátala, maese. Me aburré su conversación
–exclamó Fierotino, seguro de su victoria.
Traslospies avanzó solo, creyéndose capaz de que
acabaría con la intrusa de un golpe de su bestial arma. Maljeta no le dio
ocasión, con una velocidad que no permitió ver su silueta, golpeó al hombre.
Salió volando por los aires, recorrió el espacio sobre las cabezas de sangrantes
y humanos, para caer contra la pared del otro extremo de la sala. Por supuesto,
muerto y reventado de aquel colosal impacto.
-Lo repito. Estoy un tanto enfadada –dijo
torciendo su boca y abriendo el puño con el cual había golpeado al humano.
-Matadla –gritó con un ánimo más intranquilo.
Fierotino se echó hacia atrás, mientras todos los demás avanzaban, incluso
Devotaúnica quien se creía merecedora de cobrarse ella sola esa víctima.
Sacó la ballesta, disparando con tanta velocidad
sus saetas, que la mitad de sus atacantes yacían ya muertos, antes de llegar a
ella. Sin más virotes, impactó el arma contra un sangrante, partiéndolo por la
mitad, de arriba abajo.
Empezó a dar volteretas en el aire, lanzando los
cuchillos que antes había guardado con tanto afán. Cada uno de los que soltaba,
era un blanco. A los humanos los mataba de inmediato, a los sangrantes los
incapacitaba por el momento, clavándoselos en los ojos o en la garganta, con
una devastadora puntería.
Devotaúnica evitó el cuchillo que iba a darle,
sonriendo y enseñando sus perversos dientes en aquel bonito rostro,
transformándose en una máscara salvaje que se abalanzó sobre Maljeta. La cogió
por un brazo, pero la muchacha pelirroja se revolvió en el propio aire y
propinó una contundente patada en las costillas de la mujer. Con una pirueta
imposible, saltó sobre ella y golpeó con su espada en el hombro, dejándosela
allí clavada, hasta casi desmembrarla.
La sangrante furiosa se arrancó la espada y la
arrojó contra Maljeta, por poco, pudo librarse de aquel inesperado ataque y
volvió a la carga. Sin que nadie lo evitase, clavó su hachuela en la cara de
otro sangrante y recogió sus armas, de la mesa donde se encontraban expuestas.
-Matadla de una vez –gritó desesperado Fierotino.
Se denotaba la intranquilidad de esa situación. Varios humanos entraron por la
escalera por donde ella bajo unos días anteriores, disparando sus ballestas
contra ella. Las esquivó sin problemas, arrojándoles el mandoble prestado que
los partió por la mitad, en un escabroso vuelo del acero.
La otra vampira se lanzó a por Maljeta con un
arma en la mano. Los dos aceros chocaron, pero ahora con Sonrisas y Lágrimas de
nuevo en su poder, y con el mandoble Atizador en sus manos, sus horas estaban
contadas. Giró en el aire, el arma se movió con fuerza y decisión.
Devotaúnica se quedó quieta. Fue su último
instante, su cuerpo se convirtió en pedazos, que sisearon esa desunión con
desagrado.
Todo quedo de nuevo en silencio. Fierotino había
quedado solo, solo ante la pelirroja que cubierta de sangre, se lamía con gusto
la que cubría sus manos.
-Te lo advertí. Maldito cabrón, no soportó a los
hijos de perra como tu –dijo amenazadoramente la muchacha, señalándole con el
terrible mandoble, que agarraba en una mano, como si fuera un simple tenedor.
-Pero si eres de los nuestros. Eres una traidora,
¿sabes lo que has hecho? Sabes que te perseguirán hasta los confines del mundo…
-Los estoy esperando. Ya saben quién soy y espero
me busquen, así me ahorran trabajo.
-No podrás sobrevivir, maldita perra. Te mataran,
tarde o temp… -el filo de Sonrisas paso rápido, sin sentirse ni esperarse.
Apenas se hubo movido la chica pelirroja.
-Cállate. No te he pedido tu opinión –miró como
el cuerpo caía hacia un lado, mientras la cabeza rodaba indómita por el suelo, hasta
detenerse debajo de una mesa, junto a un enorme charco de sangre.
La gente que hubo liberado la miraba, desde todos
los sitios con un claro temor. Estaba tan manchada de sangre que la cubría por
completo. No debía tener un aspecto agradable y ello, le disgustaba, no le
apetecía estar cubierta de suciedad y menos, de esa clase.
-Os abriré la puerta y podréis volver a vuestra
casa. Vuestras familias os esperan –se dirigió al portalón de salida y golpeó
de nuevo, varias veces, hasta que la puerta cedió y el frio de la noche, entró
en el lugar caldeado por las grandes chimeneas. No entendía para que tenían
tanto calor, si los sangrantes daban igual la temperatura que hubiese. Siempre
estaban helados. Abrió luego cuantas otras les impediría irse y ella misma, se
perdió en la oscuridad, sin querer mirar atrás.
La fortaleza a sus espaldas, empezó a arder y las
llamas se mantendrían durante varios días, hasta que todo se consumiese en el
voraz incendio. De la fortaleza de Puntafria, no quedaría sino el recuerdo.
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