El sol abrasa, los finos granos
de arena me queman al caer y raspan la tostada piel aumentando con su roce mi
sufrimiento. Han descrito muchas veces el infierno, debe ser algo parecido a
esto, a la inmensidad de la nada. A un mar de dunas interminables que me
rodean.
Caigo de nuevo por la ladera de
la montaña de arena, deslizándome con suavidad y sin fuerzas para poder
sostenerme. Cual hileras de olas congeladas por un extraordinario hechizo, me
rodean y humillan con su imponente altura, no me desean en sus alturas. La bola
de fuego de los cielos se alía con aquella burla y no tiene piedad de mí, la
boca está seca y tengo la lengua hinchada. Es el fin, ya no puedo incorporarme ni
desafiarlas en una nueva ascensión y la consciencia vencida se pierde en las
penumbras.
Sueño, sueño con mis errores del
pasado quienes cobran vida y vienen a pedirme cuentas. Me torturan por mi
debilidad y fracaso, no puedo huir de ellos por más que intento escabullirme de
esas sombras delatoras en las que se han convertido, persiguiéndome sin tregua y
dando alcance, golpeando cuerpo y mente con increpaciones e insultos. Ni ahora
que voy a morir, tengo un momento de descanso.
Me despierto sorprendido, siento
una piadosa tela cubriendo mi castigado cuerpo de la implacable luz con un
toldo improvisado, alguien me ha protegido del devastador astro y el sosiego de
ese confort obliga a un suspiro incontrolado. Piedad, solo suplico piedad y
morir con mis culpas, olvidado de todos, en paz.
El torrente de agua cubre mi
garganta, ese líquido me infunde vida de nuevo y el deseo de ver a mi salvador
se hace más necesario, pues al salvarme se condena a sí mismo. Me siento
revitalizar, ver sanadas todas mis heridas, cobrar de nuevo la fuerza que
antaño tuve.
He de matarlo, siento la
necesidad de cobrarme una nueva víctima. El odio me domina por completo, esa
necesidad de cubrirme de sangre, de negar la vida y ofrecer un nuevo sacrificio
al ansia que dentro me devora.
Busco mi espada o en defecto,
cualquier cosa afilada que pueda servirme a igual propósito. Da igual cuan tosca
sea esa muerte, las voces me inducen a exterminar cuanto me rodea y solo
aquella ardiente extensión inabarcable me impide continuar mi obra.
-No la busques contigo, la he
dejado a poca distancia de ti pero la suficiente para obligarte a verte
levantado –dijo una voz femenina y segura de sí misma.
Gruñó enfadado,
el odio me carcome. Deseo arrancarle esa garganta y beber su sangre, mi mente
se nubla de cualquier otra idea. Sangre, necesito derramarla con urgencia.
Impulsado por una fuerza desesperada me levanto y descubro a mi rival. Muy poca
distancia nos separa y entre los dos, mi espada clavada en la arena al alcance
de la mano.
-Tuve que forzarte a entrar en
Mardedunas, has matado mucha gente Muycabal y he de acabar contigo –reconocí ese
nombre de entre sus labios, no había ninguna duda, Muycabal era yo. ¿Pero, y
ella?
Una mujer de cabellos grises y
largos, de rasgos perfectos y largas orejas sobresaliendo entre su mata de pelo,
con una pálida piel gris azulada, un variopinto contraste que me lleva a
identificar su origen lejano. Una elfa sin duda, con unos inquietantes ojos
verdes, brillando más que la propia luz del día. Alta, muy alta y de cuerpo
estilizado pero poderoso, se podía apreciar con una sola mirada experta. Iba a
ser una rival interesante de matar.
Agarré mi espada e intente darle
un golpe de costado, cogerla desprevenida y verla agonizar sería un gran
deleite, todo el pesar sufrido hasta ahora valdría la pena por un instante así.
Sin saber cómo, la mujer élfica sacó una delgada espada de su vaina y lo
detuvo, no daba muestras de haberse esforzado en absoluto.
-Habrás de sudarlo más. O acaso
la sombra que te posee va a decepcionarme, no me importa si os mato a ambos a
la vez, pero te mueves como un viejo reumático –dice burlescamente, mientras su
sonrisa se tuerce despectiva, pero aún así sigue conservando una belleza
hechicera.
Mi espada se mueve veloz, más
rápida que jamás imagine, buscando separar su linda cabeza del cuerpo. Una vez
más la detiene, ni siquiera se ha inmutado.
-Ya no recuerdas, no deseo darte
muerte a ti, sino a lo que llevas dentro –golpea y lo hace con precisión,
introduciendo su arma hasta mi corazón.
Me arde el interior, como jamás
creí algo pudiera hacerlo mientras sostiene el alargado metal dentro de mi
cuerpo. Intentó atacarla aprovechando la ira por aquel acontecimiento fortuito,
pero su antebrazo metálico para los intentos como si fuese un burdo novato. Se
mueve con una ligereza inesperada y la desmesura en su fuerza guía sus
movimientos. El campeón de los bárbaros, burlado por una escuchimizada elfa.
Agarró su largo y delgado cuello
con mi mano férrea. Notó el palpitar de sus venas y con ello, la promesa de un
corazón que dejara de latir una vez rompa esa delicada parte de su anatomía. Una
vez más, con impropio ímpetu coge mi brazo y me obliga a desistir de ese
empeño, pues es como si un titán de las antiguas leyendas me atrapase,
participando conmigo en un juego cruel donde no tengo ninguna posibilidad de
victoria.
-Tal vez, deba mataros a los dos. No se si
merecerá la pena salvar tu vida y arrancarte el mal secreto que llevas dentro
–sus ojos brillan con tal intensidad que ciegan cualquier otra visión. Iris
redondos, como dos soles teñidos de un verde brillante y vivo, resplandecientes
y tumultuosos.
Su contemplación ha evitado la
agonía que hasta ese momento soportaba, pero la realidad vuelve con su arma
clavada en mi. Siento unas terribles ganas de vomitar, algo me pide salir, algo
palpita cual vena sometida a un esfuerzo extremo, pero en mi estomago hace días
no entra alimento y la apreciada agua es como si nunca hubiese existido y
perteneciese al cantar de los juglares.
Grito, arranca su espada con
agilidad proverbial y clava en negras sombras que salen por mi boca. Estas se
estremecen, como si fuesen una nube sometida a un viento huracanado, agitándose desean romper esa infausta unión
con aquella espada brillante. Me quema la vista y el dolor de mi interior se
une al sufrimiento de ver esa abominación. Si una mano mortal cualquiera
hubiese sostenido tal lucha, se hubiera roto en miles de pedazos, pero la elfa
se mantiene firme y no cede. No soltará su presa, jamás permitirá escapar a
quien ahora va a expulsar de estas tierras. Lo sé, un conocimiento que no
comprendo ni quiero entender, una verdad oculta tan devastadora y terrible que
una mente normal no podría soportarla. Es solo un instante de clarividencia,
fugaz, transitorio en mi interior. Veo muchas cosas, algunas agradables y otras
donde una explicación de su procedencia me haría enloquecer para toda la
eternidad. No quiero esos conocimientos, no deseo recordarlos y ni siquiera
imaginármelos, aquella visión desaparece como si jamás hubiese existido y
vuelvo de nuevo a percibir el momento en que vivo. La elfa me mira, parece
complacida, sin darme cuenta me ha sostenido con una de sus manos y evitado
cayese de nuevo a las ardientes arenas. En su mirada hay una profunda paz y
nada he de temer de ella.
Las sombras vibran con locura
desatada y el sonido de su desesperación llega a mis oídos. Aúllan por la
rotura de su unión con una carne mortal, pero no pueden zafarse de su captora y
desaparecen gritando y gimiendo al mismo tiempo, como si nunca hubiesen
existido, liberándome de su tiranía y devolviéndome el sosiego que una vez tuve.
La elfa agita
su espada, sacudiéndola como si quisiera desprenderse de algún rastro dejado en
su contacto y la guarda en su vaina con un movimiento delicado. Luego me suelta
y caigo al suelo, sin fuerzas y con el sueño retrasado de meses de
incertidumbre y olvido.
Veo en mis
sueños los rostros de mi familia, risas y alborozo. Me esperan y se alegran de
mi vuelta, hay una gran fiesta, manjares de todo tipo y las mejores bebidas que
pueden adquirirse. Siempre he querido algo así, aún cuando pertenezco a la raza
de los bárbaros y nuestro modo de vida es duro, muy duro, todos ansiamos una
vida hogareña y pacífica en nuestro profundo ser. Da gusto volver a estar en
casa, pero mi hija pequeña se acerca a mí y me susurra que tardaremos en vernos
de nuevo, y que me perdona, me perdona de corazón.
-No, no. Hija
mía, vuelve… vuelve –grito al despertarme, si no fueran por las fuertes manos
de mi salvadora que me retienen, la emprendería a golpes contra mi persona.
Rompo a llorar cientos de lágrimas, cada una por su correspondiente víctima y
las más grandes por quienes lo eran todo para mi existencia. Mi propia familia.
-Calma o me
obligarás a atarte, bruto humano. Ya hemos tenido bastante danza contigo y ha
llegado la hora de terminar el baile –exclamó la elfa, quien obligó a
tranquilizarme con unas palabras de poder pronunciadas con prontitud-. Eso está
mejor. No te culpes, si te vale como disculpa no tuviste nada que ver en su
muerte. Nadie puede evitar algo así –se detuvo por un instante, recordando
algún hecho pasado- o casi nadie –concluyó con una dulce sonrisa.
-Ahora están
bien, las he visto y parecían encontrarse muy a gusto –respondí sin pensar
siquiera estas palabras.
Me miró,
extrañada por la certeza con la cual me expresaba, pero no pareció
disgustarle mi comentario. Al contrario, acarició mi barbilla con una ternura
que no esperaba.
-Si así lo
crees, no voy a negarte ese derecho –se levantó de mi lado, ya calmado y
recordando toda mi vida pasada, excepto el tiempo que pase dominado por las
sombras. Se acercó a una bella montura, tan excepcional como ella y empezó a
recoger diversos artilugios en sus alforjas-. Descansaras un poco, ya has
dormido bastante y debemos emprender viaje. Darte una nueva vida es mi
principal prioridad.
-Pero si apenas
he dormido un instante –protesté, tenía todo el cuerpo dolorido y confuso. No
deseaba levantarme de aquel confortable reposo.
-Muycabal, si
un instante son varias semanas donde he tenido que alimentarte y asearte
personalmente de tus delirios, benditos sean y no me vendrían mal, tener alguno
de ellos para mí –miró muy fijamente a mis ojos
y pude apreciar su majestuosa belleza, parecía el ser más civilizado del mundo,
pero no dudaba que debajo de esa coraza, latía un corazón tan salvaje como el mío.
El instinto me llevó a tocarme el pecho
desnudo, buscaba la marca dejada por la espada ajena, pero nada indicaba si era
parte de un sueño, aunque estaba seguro de los atroces hechos que había
cometido, aunque no pudiera rescatarlos de mi mente.
-Si bien mi arma te atravesó, solo fue la parte
etérea. De otra manera no estarías aquí conmigo, sino con tu familia –explicó
al ver la duda en mi rostro. Fue una forma sencilla de decirme que había sido
afortunado y no quise insistir más sobre tan sorprendente habilidad.
Entonces me decidí a preguntarle su nombre,
seguramente sabría muchas cosas de ella en el tramo hasta mi nuevo hogar, pero
la curiosidad me dominaba.
-Acaso importa tanto –me dio como toda
contestación.
-A mí si me importa conocer el nombre de quien
me ha salvado –insistí con una devoción que nunca hubiera sospechado escuchar
en mis palabras.
-Yo poco he tenido que ver con ello, otros se
pierden para siempre. Tú aún tenías una parte ansiosa de redimirse, de luchar y
así ha sido. No tengo ningún mérito para mí, humano descerebrado.
-Aún así, insisto –deseaba con toda la fuerza
de mi ser conocerlo y no consideraba apropiado me negara ese deseo.
Torció su cabeza como si le ofuscase responder
a algo tan sencillo. No parecía contenta de tener que darme satisfacción, pero estaba
obligada por el carácter de aquel escenario, sabía que no podría devolverme a
familia, amigos y otras personas muertas por mi posesión, pero el conocimiento
de un nombre podría devolver el hálito de esperanza que tanto parecía ansiar.
-Hurtadillas, simplemente Hurtadillas
–contestó, mientras sus iris verdes resplandecían como la mayor hermosura jamás
contemplada.
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