martes, 4 de febrero de 2014

MAR DE DUNAS, MAR DE DUDAS



El sol abrasa, los finos granos de arena me queman al caer y raspan la tostada piel aumentando con su roce mi sufrimiento. Han descrito muchas veces el infierno, debe ser algo parecido a esto, a la inmensidad de la nada. A un mar de dunas interminables que me rodean.

Caigo de nuevo por la ladera de la montaña de arena, deslizándome con suavidad y sin fuerzas para poder sostenerme. Cual hileras de olas congeladas por un extraordinario hechizo, me rodean y humillan con su imponente altura, no me desean en sus alturas. La bola de fuego de los cielos se alía con aquella burla y no tiene piedad de mí, la boca está seca y tengo la lengua hinchada. Es el fin, ya no puedo incorporarme ni desafiarlas en una nueva ascensión y la consciencia vencida se pierde en las penumbras.

Sueño, sueño con mis errores del pasado quienes cobran vida y vienen a pedirme cuentas. Me torturan por mi debilidad y fracaso, no puedo huir de ellos por más que intento escabullirme de esas sombras delatoras en las que se han convertido, persiguiéndome sin tregua y dando alcance, golpeando cuerpo y mente con increpaciones e insultos. Ni ahora que voy a morir, tengo un momento de descanso.

Me despierto sorprendido, siento una piadosa tela cubriendo mi castigado cuerpo de la implacable luz con un toldo improvisado, alguien me ha protegido del devastador astro y el sosiego de ese confort obliga a un suspiro incontrolado. Piedad, solo suplico piedad y morir con mis culpas, olvidado de todos, en paz.

El torrente de agua cubre mi garganta, ese líquido me infunde vida de nuevo y el deseo de ver a mi salvador se hace más necesario, pues al salvarme se condena a sí mismo. Me siento revitalizar, ver sanadas todas mis heridas, cobrar de nuevo la fuerza que antaño tuve.

He de matarlo, siento la necesidad de cobrarme una nueva víctima. El odio me domina por completo, esa necesidad de cubrirme de sangre, de negar la vida y ofrecer un nuevo sacrificio al ansia que dentro me devora. 

Busco mi espada o en defecto, cualquier cosa afilada que pueda servirme a igual propósito. Da igual cuan tosca sea esa muerte, las voces me inducen a exterminar cuanto me rodea y solo aquella ardiente extensión inabarcable me impide continuar mi obra.

-No la busques contigo, la he dejado a poca distancia de ti pero la suficiente para obligarte a verte levantado –dijo una voz femenina y segura de sí misma.

Gruñó enfadado, el odio me carcome. Deseo arrancarle esa garganta y beber su sangre, mi mente se nubla de cualquier otra idea. Sangre, necesito derramarla con urgencia. Impulsado por una fuerza desesperada me levanto y descubro a mi rival. Muy poca distancia nos separa y entre los dos, mi espada clavada en la arena al alcance de la mano.

-Tuve que forzarte a entrar en Mardedunas, has matado mucha gente Muycabal y he de acabar contigo –reconocí ese nombre de entre sus labios, no había ninguna duda, Muycabal era yo. ¿Pero, y ella?

Una mujer de cabellos grises y largos, de rasgos perfectos y largas orejas sobresaliendo entre su mata de pelo, con una pálida piel gris azulada, un variopinto contraste que me lleva a identificar su origen lejano. Una elfa sin duda, con unos inquietantes ojos verdes, brillando más que la propia luz del día. Alta, muy alta y de cuerpo estilizado pero poderoso, se podía apreciar con una sola mirada experta. Iba a ser una rival interesante de matar.

Agarré mi espada e intente darle un golpe de costado, cogerla desprevenida y verla agonizar sería un gran deleite, todo el pesar sufrido hasta ahora valdría la pena por un instante así. Sin saber cómo, la mujer élfica sacó una delgada espada de su vaina y lo detuvo, no daba muestras de haberse esforzado en absoluto.

-Habrás de sudarlo más. O acaso la sombra que te posee va a decepcionarme, no me importa si os mato a ambos a la vez, pero te mueves como un viejo reumático –dice burlescamente, mientras su sonrisa se tuerce despectiva, pero aún así sigue conservando una belleza hechicera.

Mi espada se mueve veloz, más rápida que jamás imagine, buscando separar su linda cabeza del cuerpo. Una vez más la detiene, ni siquiera se ha inmutado.

-Ya no recuerdas, no deseo darte muerte a ti, sino a lo que llevas dentro –golpea y lo hace con precisión, introduciendo su arma hasta mi corazón. 

Me arde el interior, como jamás creí algo pudiera hacerlo mientras sostiene el alargado metal dentro de mi cuerpo. Intentó atacarla aprovechando la ira por aquel acontecimiento fortuito, pero su antebrazo metálico para los intentos como si fuese un burdo novato. Se mueve con una ligereza inesperada y la desmesura en su fuerza guía sus movimientos. El campeón de los bárbaros, burlado por una escuchimizada elfa.

Agarró su largo y delgado cuello con mi mano férrea. Notó el palpitar de sus venas y con ello, la promesa de un corazón que dejara de latir una vez rompa esa delicada parte de su anatomía. Una vez más, con impropio ímpetu coge mi brazo y me obliga a desistir de ese empeño, pues es como si un titán de las antiguas leyendas me atrapase, participando conmigo en un juego cruel donde no tengo ninguna posibilidad de victoria.

 -Tal vez, deba mataros a los dos. No se si merecerá la pena salvar tu vida y arrancarte el mal secreto que llevas dentro –sus ojos brillan con tal intensidad que ciegan cualquier otra visión. Iris redondos, como dos soles teñidos de un verde brillante y vivo, resplandecientes y tumultuosos.

Su contemplación ha evitado la agonía que hasta ese momento soportaba, pero la realidad vuelve con su arma clavada en mi. Siento unas terribles ganas de vomitar, algo me pide salir, algo palpita cual vena sometida a un esfuerzo extremo, pero en mi estomago hace días no entra alimento y la apreciada agua es como si nunca hubiese existido y perteneciese al cantar de los juglares. 

Grito, arranca su espada con agilidad proverbial y clava en negras sombras que salen por mi boca. Estas se estremecen, como si fuesen una nube sometida a un viento huracanado,  agitándose desean romper esa infausta unión con aquella espada brillante. Me quema la vista y el dolor de mi interior se une al sufrimiento de ver esa abominación. Si una mano mortal cualquiera hubiese sostenido tal lucha, se hubiera roto en miles de pedazos, pero la elfa se mantiene firme y no cede. No soltará su presa, jamás permitirá escapar a quien ahora va a expulsar de estas tierras. Lo sé, un conocimiento que no comprendo ni quiero entender, una verdad oculta tan devastadora y terrible que una mente normal no podría soportarla. Es solo un instante de clarividencia, fugaz, transitorio en mi interior. Veo muchas cosas, algunas agradables y otras donde una explicación de su procedencia me haría enloquecer para toda la eternidad. No quiero esos conocimientos, no deseo recordarlos y ni siquiera imaginármelos, aquella visión desaparece como si jamás hubiese existido y vuelvo de nuevo a percibir el momento en que vivo. La elfa me mira, parece complacida, sin darme cuenta me ha sostenido con una de sus manos y evitado cayese de nuevo a las ardientes arenas. En su mirada hay una profunda paz y nada he de temer de ella.

Las sombras vibran con locura desatada y el sonido de su desesperación llega a mis oídos. Aúllan por la rotura de su unión con una carne mortal, pero no pueden zafarse de su captora y desaparecen gritando y gimiendo al mismo tiempo, como si nunca hubiesen existido, liberándome de su tiranía y devolviéndome el sosiego que una vez tuve.

La elfa agita su espada, sacudiéndola como si quisiera desprenderse de algún rastro dejado en su contacto y la guarda en su vaina con un movimiento delicado. Luego me suelta y caigo al suelo, sin fuerzas y con el sueño retrasado de meses de incertidumbre y olvido.

Veo en mis sueños los rostros de mi familia, risas y alborozo. Me esperan y se alegran de mi vuelta, hay una gran fiesta, manjares de todo tipo y las mejores bebidas que pueden adquirirse. Siempre he querido algo así, aún cuando pertenezco a la raza de los bárbaros y nuestro modo de vida es duro, muy duro, todos ansiamos una vida hogareña y pacífica en nuestro profundo ser. Da gusto volver a estar en casa, pero mi hija pequeña se acerca a mí y me susurra que tardaremos en vernos de nuevo, y que me perdona, me perdona de corazón.

-No, no. Hija mía, vuelve… vuelve –grito al despertarme, si no fueran por las fuertes manos de mi salvadora que me retienen, la emprendería a golpes contra mi persona. Rompo a llorar cientos de lágrimas, cada una por su correspondiente víctima y las más grandes por quienes lo eran todo para mi existencia. Mi propia familia.

-Calma o me obligarás a atarte, bruto humano. Ya hemos tenido bastante danza contigo y ha llegado la hora de terminar el baile –exclamó la elfa, quien obligó a tranquilizarme con unas palabras de poder pronunciadas con prontitud-. Eso está mejor. No te culpes, si te vale como disculpa no tuviste nada que ver en su muerte. Nadie puede evitar algo así –se detuvo por un instante, recordando algún hecho pasado- o casi nadie –concluyó con una dulce sonrisa.

-Ahora están bien, las he visto y parecían encontrarse muy a gusto –respondí sin pensar siquiera estas palabras.

Me miró, extrañada por la certeza con la cual me expresaba, pero no pareció disgustarle mi comentario. Al contrario, acarició mi barbilla con una ternura que no esperaba.

-Si así lo crees, no voy a negarte ese derecho –se levantó de mi lado, ya calmado y recordando toda mi vida pasada, excepto el tiempo que pase dominado por las sombras. Se acercó a una bella montura, tan excepcional como ella y empezó a recoger diversos artilugios en sus alforjas-. Descansaras un poco, ya has dormido bastante y debemos emprender viaje. Darte una nueva vida es mi principal prioridad.

-Pero si apenas he dormido un instante –protesté, tenía todo el cuerpo dolorido y confuso. No deseaba levantarme de aquel confortable reposo.

-Muycabal, si un instante son varias semanas donde he tenido que alimentarte y asearte personalmente de tus delirios, benditos sean y no me vendrían mal, tener alguno de ellos para mí –miró muy fijamente a mis ojos y pude apreciar su majestuosa belleza, parecía el ser más civilizado del mundo, pero no dudaba que debajo de esa coraza, latía un corazón tan salvaje como el mío.

El instinto me llevó a tocarme el pecho desnudo, buscaba la marca dejada por la espada ajena, pero nada indicaba si era parte de un sueño, aunque estaba seguro de los atroces hechos que había cometido, aunque no pudiera rescatarlos de mi mente.

-Si bien mi arma te atravesó, solo fue la parte etérea. De otra manera no estarías aquí conmigo, sino con tu familia –explicó al ver la duda en mi rostro. Fue una forma sencilla de decirme que había sido afortunado y no quise insistir más sobre tan sorprendente habilidad.

Entonces me decidí a preguntarle su nombre, seguramente sabría muchas cosas de ella en el tramo hasta mi nuevo hogar, pero la curiosidad me dominaba.

-Acaso importa tanto –me dio como toda contestación.

-A mí si me importa conocer el nombre de quien me ha salvado –insistí con una devoción que nunca hubiera sospechado escuchar en mis palabras.

-Yo poco he tenido que ver con ello, otros se pierden para siempre. Tú aún tenías una parte ansiosa de redimirse, de luchar y así ha sido. No tengo ningún mérito para mí, humano descerebrado.

-Aún así, insisto –deseaba con toda la fuerza de mi ser conocerlo y no consideraba apropiado me negara ese deseo.

Torció su cabeza como si le ofuscase responder a algo tan sencillo. No parecía contenta de tener que darme satisfacción, pero estaba obligada por el carácter de aquel escenario, sabía que no podría devolverme a familia, amigos y otras personas muertas por mi posesión, pero el conocimiento de un nombre podría devolver el hálito de esperanza que tanto parecía ansiar.

-Hurtadillas, simplemente Hurtadillas –contestó, mientras sus iris verdes resplandecían como la mayor hermosura jamás contemplada.


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