miércoles, 19 de febrero de 2014

ÉPICA



La brisa caldeaba el desolado páramo, mientras unas tristes hierbas resecas se ondeaban al agitarlas el infortunado viento. El apelmazado suelo siquiera tenía polvo que aquel soplo ardiente removiese mientras la dura piedra, quien constituía la mayoría de la superficie de aquel lugar, se mantenía inamovible al contacto del ser que sobre ella caminaba. 

Sus pies se arrastraban pesados, como si apenas pudiesen despegarse si no fuera por la férrea voluntad de quien los dominaba. Llevaba muchas horas bajo aquel infortunado sol y las quemaduras sobre su piel demostraban no estaba hecha para soportar aquel castigo. Pero continuaba adelante, inmutable y decidida, aunque ello le costase su preciada vida. Debía de informar de cuanto sabia y cualquier sacrificio era válido si lograba su objetivo.

Había tomado un rumbo, una única dirección y ni el castigo infringido por las duras condiciones de su marcha, iban a detenerla. Pero un cuerpo tiene un límite y el de esta valiente mujer se encontraba al borde del colapso, toda su vida escapaba a raudales a cada segundo y ya poca se sostenía dentro para animarla continuar.

Sintió estremecer sus piernas y su mente nublarse. Su fin ya la había alcanzado, pero por razón desconocida obligó a moverlas de nuevo y proseguir su andadura. Todo su organismo pedía a gritos se detuviese y con ello, otorgase el descanso merecido, pero se negaba aceptarlo y cada paso era más decidido que el anterior. Una fuerza emergida de lo más oculto de su interior le facilitaba seguir viva, una fuerza que a muy pocos acude, animando lo que ya estaba muerto y renegando de claudicar a un fácil desenlace.

Durante toda su vida, había sido dura y cabezota. Había conocido hacia pocos meses a otra igual a ella, una belleza morena de intratable carácter, terrorífico genio y grandes habilidades mágicas, sabia podría igualarla aunque jamás superarla. Aún así, la admiraba y respetaba, pues sabia en su interior era muy diferente a la mujer malcriada que aparentaba. Una sonrisa malformada intentó abrirse paso en sus agrietados labios, pero ese esfuerzo no haría sino perjudicar su esforzada travesía.

Ya no le quedaba magia a la cual acudir, agotada en su lucha contra el despreciable enemigo con quien se enfrentó en días anteriores. Jamás creyó podría sobrevivir e incluso ahora, se cuestionaba si todo aquello no era sino un mal sueño.

Siete días había aguantado ante aquella bestia, en la loma de Cartaquemada, sin comer ni beber nada, sin ni siquiera dormir. Solo había quedado ella, pues todo su sequito había sucumbido al horrible poder que les enfrentó esa aciaga búsqueda.

Recordarlo le dolía en su mente, sus buenos amigos destrozados sin piedad, uno a uno cayendo para protegerla y luego sola, en una apabullante soledad, rodeada de los cadáveres de quienes amaba, sin poder ni siquiera atenderles en una canción de difuntos y viéndolos descomponerse bajo aquel implacable calor. Aquello le infundió, en contra de cualquier suposición, la fuerza necesaria, el vigor implacable para poner fin a la lucha. Un enfrentamiento épico, digno de ser narrado, aunque no quedase nadie para escribir sobre el mismo. Pero había descubierto lo suficiente, una noticia que debía encontrar un oyente que la escuchase de sus labios destrozados y su garganta quemada por la sed y la angustia de la muerte.

Sabía que si no encontraba a nadie aquel mismo día todo sería inútil. Su perseguidor ya se encontraba cerca y sus argucias mágicas, empleadas para distraerle, se estaban disipando junto a su vida.

Tropezó, cayendo al pétreo suelo y lastimándose de veras. Había golpeado la cabeza y aturdida fallaba una y otra vez en sus intentos por levantarse.

-Debo… debo… -las palabras inaudibles emanaban de su boca, intentando darle con ello la fuerza necesaria para erguirse, entonces lo notó. Su hedor, aquella pestilencia insoportable, ya era tangible e indicaba que su caza estaba por concluirse, iba a morir con un gran sufrimiento pero se juraba a si misma no demostrarle temor. Era fácil decirlo después de haber esperado su salvación, creía al fin alguien llegaría a rescatarla y aunque estuviese al borde de la muerte, tendría el tiempo suficiente de dar su mensaje. Ahora todo su esfuerzo, no había valido de nada.

El infrahumano olor ya la envolvía, se negaba a volverse y mirar su adversario, cara a cara, pues había comprobado de primera mano, no poseía un rostro definido y si una máscara de horripilantes cicatrices que se removían constantes. Su cabeza vibraba, gritaba enloquecida y nada sensato podía obtenerse de escuchar sus múltiples voces. Parecía humano, pero no lo era, solo un engaño, una burla a cuanto amaba.

Sintió de repente un aroma diferente, contrario al primero y en cierta forma, bastante familiar. Era una mezcla de hierbas frescas, recién mojadas por el rocío del amanecer y la brisa le transportó a dulces tierras plagadas de flores en primavera, recién abiertas emanando sus fragancias y recordándonos con su renovación, el precio de la vida. Entonces lo supo, supo quien se había llegado hasta ella y la esperanza perdida, brotó de nuevo.

-Hu… -quiso gritar, pero no tenía voz.

La luz a su alrededor se oscureció y resplandeció de nuevo, producto de la lucha entre los dos adversarios poderosos. Sintió la tierra vibrar ante sus pasos, retumbando como si la golpeasen con implacables martillos. Un sonido de brutal choque mágico se acrecentó, sintió chispas caer sobre su maltrecho cuerpo y los gritos de lucha, unos serenos y concentrados; los otros, guturales y despreciables, enfrentarse.

Quería ver con sus propios ojos esa sobrehumana hazaña, verlo para tenerlo presente en el momento de su fallecimiento. Un viento huracanado la golpeó, manteniéndola aferrada al suelo a duras penas. El olor a ozono concentrado, fruto de pavorosas invocaciones, penetró por la fuerza en sus destrozados sentidos. Fastuosas ondas de energía habían sido convocadas y la propia naturaleza se debatía furiosa ante su llamada. Una luz brilló con la intensidad de un millón de soles, cegándola completamente, parecía que todo fuese a desgajarse y romperse el mundo entero, tal era la intensidad de ese resplandor. Después escuchó un horrible grito y luego un silencio tan completo, que temió haber muerto y no haberse enterado.

Percibió unos pasos acercándose a donde se encontraba caída, puesto que estaba cegada nada veía de quien se había aproximado, solo notó unas manos suaves examinándola con gran delicadeza. Sintió el calor de la curación, una más allá de cualquier comprensión o entendimiento. Sintió un gran amor por la vida y la fuerza volver a llenarla, hubo un momento que temió reventar por la plenitud de su renacimiento y sin esperarlo, cayó en las tinieblas.

Sus ojos se abrieron de nuevo, era de noche y estaba junto a una humilde hoguera, por sus destellos inusuales debía ser producto de la magia. Buscó a su salvadora y vio un bulto que se removía en la penumbra cuidando de una retahíla de buenos caballos. La mujer se movió al darse cuenta de quien había rescatado de las garras de muerte había despertado y pudo verla con claridad, viendo la sorpresa reflejada en su rostro.

-No eres Hurtadillas, creí ella… -dijo con una voz muy apagada.

-La elfa de muchos secretos y pocas verdades, no está aquí. Creí te bastaría con esta humilde salvadora… -respondió la mujer mientras se cepillaba los negros cabellos con un cepillo de hueso lustrosamente grabado, cogido de una de la innumerables alforjas que le acompañaban. Pequeños rayos eléctricos recorrían su negra cascada enredada y por más que se empeñaba el pelo no quería asumir su estado natural. 

-Tú nunca fuiste ni serás humilde, archimaga –se incorporó un poco, pero tuvo que volver a tumbarse, el cuerpo le dolía en toda su extensión.

-Seré muchas cosas y tendré muchos defectos, pero jamás dejo de ayudar a una amiga que lo necesita –sus labios no se movieron, su prodigiosa habilidad telépata le permitía hablar sin abrirlos y descubrir su tara con la letra “r”, por la cual siempre se sentía molesta.

-Me alegra me consideres como tal. Siempre he sabido…

-Basta. Sabes desprecio los halagos, ese “amigo” al cual he devuelto a su lugar me ha dejado muy cansada –dijo con severidad- es hora de que descansemos. No temas, estamos a salvo. Mañana iremos a dar una merecida sepultura a tus acompañantes.

-Pero tengo que contarte algo importante…

-No hace falta. Por desgracia pude ver con claridad sus abyectos planes y lo avanzado de ellos. Aunque la única que podría decirnos que significa todo esto, esa estirada de Hurtadillas, se ha ido de excursión. “Tengo cosas que hacer” me dijo, le habría partido las piernas con gusto y pateado las costillas con mayor agrado. Duerme, mañana estarás como nueva –vio como sus cejas adoptaban una posición de sumo enfado y las palabras aún siendo proferidas por su potente mente, parecían más gruñidas que habladas.

Cojindeseda no se atrevió a decir nada más. La miró con disgusto, le iba a dar las gracias por su grandioso esfuerzo pero sintió que no le debía nada, siempre era malcarada y muy altanera. En todo momento.

La maga se recogió envolviéndose en unas gruesas mantas, las protecciones mágicas les aseguraban un sueño tranquilo. Se removió intranquila en su lugar de reposo, sabia había sido muy brusca en su trato, aunque no podía evitar ser como era y decidió disculparse a su manera.

-Sabes orca, siempre he creído que las integrantes del “Fuego Verde” erais interesantes y dignas de respeto. Si tenía alguna duda sobre vosotras hoy me ha sido aclarada, enhorabuena por haber aguantado ante esa despreciable cosa. Muy pocos, los contaría con los dedos de una de mis manos, podrían vanagloriarse de una hazaña así. Esa boba de la elfa, la muy venerable archimaga que soy yo, por supuesto y tú, mí querida Cojindeseda. 

Tuvo deseos de tirarle una piedra, pero no logró ver ninguna a su alcance y el esfuerzo no merecía la pena. Aunque si la hubiese encontrado, no se la hubiera tirado tampoco, sabía cuando la halagaban y la archimaga no era mujer inclinada en afirmar que alguien pudiera igualarla, aunque lo dijese de una forma tan poco delicada y jamás había pretendido nada así, el destino las había unido para bien o para mal, y debían aceptarlo. Mucho se jugaban en aquella partida incierta y el peligro al cual se enfrentaban, tan verdadero como ahora sentía latir su corazón. Decidió no pensar más y dormirse, mañana iba a ser un día duro.

Testadurra esperó paciente a que Cojindeseda durmiese, levantándose con cuidado y alejando sus pasos de allí, junto a la seguridad del fuego. Se había esforzado mucho en aparentar tranquilidad, pero la lucha la había dejado maltrecha y unas profundas nauseas la dominaban. Su cabeza le palpitaba como si la estuviesen utilizando para un gran tambor enano y no podía concentrarse en nada más que evitar desmayarse sobre su propio vómito.

Escupió unas flemas y echó el contenido de su estomago. Había sido un enfrentamiento feroz y supo por cuantas penurias tuvo que pasar la pobre orca. Tenía una gran lastima por el sufrimiento que habría soportado y la alegría por haberla podido salvar, aunque para otros había llegado tarde.

-Épica, Cojindeseda. No tengo duda de que tuviste una lucha épica, amiga mía –dijo a plena voz con el mayor de los respetos, mirando a la bella maga de largos y hermosos cabellos verdes resplandecientes, dormir plácida.




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