jueves, 6 de febrero de 2014

CUENTOS Y CUENTAS (5ª PARTE)


-Has convocado a la “auténtica oscuridad”, esa es la causa del mal de tu hermana. Nadie más que tú puede salvarla, ni siquiera yo podría. No en este caso –habló Soloconprisas. Estábamos en una habitación separados de cualquier oído ajeno, solo con ella y Cantabulla. A mis padres habían dado una explicación e indicado no habría problema en devolverla a la normalidad, aunque sería larga su recuperación. 

-Voy a ser sincera contigo, no me lo perdonaría no dejártelo claro. Es muy arriesgado y podemos perderos a los dos. Habrás de hacer cuanto te diga, por absurdo que te parezca y no cuestionarme ninguna orden que te de. La vida de tu hermana esta en un grave peligro, más del que puedes imaginarte y tendrás que dar lo mejor de ti, para devolverla entre nosotros.

-No se a que te refieres con la “auténtica oscuridad”. Pero en los demás aspectos, obedeceré sin dudarlo. Amo a mi hermana y no la abandonaré a su destino –exclamé sin mucho convencimiento.

-No dudo la quieras. Pero el que desconozcas a tu enemigo, me preocupa mucho –alzó sus ojos para cruzarlos con los de Cantabulla. El bardo tenía el semblante muy serio y no dude, ambos estaban inquietos con aquella situación.

-Me llevare por delante a cualquier bastardo que me impida salvar a mi hermana –dije con más seguridad. Debía dejar claras mis intenciones, no vacilaría en ese empeño.

-No he conocido a ningún “sin” que no lo fuese –sonrió con burla la mujer de Hierrocolado- lo vas a tener difícil, muchacho. Muy difícil.

Salimos al día siguiente. Acomodaron a mi hermana en una confortable carreta, donde una fuerte lona la protegía de las miradas de los curiosos. Era la primera vez que hacia un viaje de verdad lejos de Aguasalsa, penetrando en las inmensas planicies de verdes hierbas, en una dirección que no me quisieron revelar.

La troupe venia con nosotros, durante aquellos días de amargura habían actuado, con notable éxito como siempre, en los mejores locales de la ciudad. Bolsadeoro había llenado sus arcas con los regalos de conocidos mecenas y la ingente recaudación de las entradas. No temía a los ladrones, los integrantes de aquella vida de comparsa y entretenimiento eran conocidos como unos fieros defensores de lo suyo. Y ninguna banda se atrevería a intentar siquiera en pensar robarles.

Finasilla constituyó mi mejor compañía. De vez en cuando, me regalaba con algún beso, por sorpresa y a traición, con el cual me dejaba clara su disposición a compartir su tiempo conmigo. Se acurrucaba en el carromato que nos habían dejado para llevar a Rosalimpia, a mi lado con su cabeza apoyada en mis muslos y contaba anécdotas, divertidas y curiosas, que en su deambular hubo tenido. Con ello me vigilaba y aparte, entretenía mis pesares distrayéndome de malos pensamientos de culpabilidad.

Pasaron los días, las planicies de hierba ondulante y alta, cubrían en todas direcciones. Solo la innata capacidad de todo tamtásico de saber el lugar a que pertenece y volver al mismo, me hacia recordar a mi familia abandonada. Soloconbrasas afirmó nos llevaría casi medio año el resolver aquel entuerto y mis padres, aceptaron ese tiempo como penitencia por su falta de atención conmigo. Mi padre me dio una considerable cantidad de dinero y mi madre, mudas y alimentos para un ejército completo. Deseaban tuviéramos lo mejor, aunque nada de cuanto me dieron había utilizado hasta el momento, salvo la comida perecedera, la cual compartí con toda la caravana.

Mi hermana era alimentada con una ligera papilla, que hacia descender con habilidad una de las compañeras de Finasilla, llamada Cuellofalso. Había tenido un pariente impedido en su familia y tenía experiencia con alguien postrado de esa manera. Todos los días la revisaba y cuidaba no tuviera llagas por su prolongada rigidez, ni se causasen hematomas que pudieran dar problemas.

-No se como darte las gracias –dije por su entregada asistencia.

-No puedo resistirme a cuidar la hermana de un chico guapo –contestó con cierta insolencia. Aunque el tono de burla era evidente y la mirada celosa de Finasilla, hizo que se turbase por haber confesado su verdadera razón-. Por otra parte, me recuerda a mi madre. También era muy bonita y me gustaba atenderla de igual manera.

-Lo siento –exclamé con pesar. A veces olvidaba los demás también tenían penas que olvidar.

-No te preocupes. No murió de su enfermedad, esos hideputa del señor de los caminos la mataron, solo para robar en nuestra humilde casa, una cantidad miserable de dinero –el rencor de aquel incidente llenaba sus palabras- por ello, cada vez que nos encontramos con alguna de sus bandas, me lo cobro con intereses –señaló a una larga badana, repleta de pequeños cuchillos que había demostrado utilizar con una increíble destreza.

-Bueno, hasta mañana no queda nada más por hacerle –colocó la cabeza de Rosalimpia en un blanco almohadón con sumo cuidado y le dio un beso en la frente-. También se lo daba a mi madre, hay que demostrarle cariño a las personas –guiñó su ojo derecho, con clara intención dirigido a Finasilla. Como una cría maleducada, sacó su lengua como toda contestación. Después se despidieron como si nada hubiese ocurrido.

-No es mala chica. Un tanto borde a veces, pero dejaría me cubriese las espaldas en la peor de las situaciones –comentó sobre su compañera, mientras colocaba la ropa nueva con la cual habían vestido a mi hermana a su gusto.

-Vamos, anímate. Parece vayas a ver al recaudador de impuestos –dijo la equilibrista dando un giro en el aire y dejándose caer en mis brazos, con calculada languidez.

-No puedo evitarlo. Me dicen he de enfrentarme contra algo desconocido, terrible y malvado. Todas las explicaciones que logró sacar de Soloconbrasas son vagas y no me ayudan a tener claro como combatir un enemigo así.

-No necesitas saber nada. Ya lo veras, no se puede describir con palabras. Es un cúmulo de sentimientos negativos, una amalgama que encoge el corazón con solo verlo, pesadilla en la que una mente lógica rechaza su existencia. No te puedo explicar nada más, incluso a mí, me produce congoja solo de pensarlo.

-¿Has visto alguno? –pregunté con toda la inocencia del mundo. Deseaba saber más y las descripciones de Finasilla, parecían esclarecerme la naturaleza de mi adversario.

Me miró con gesto enfadado, nunca la había visto con esa furia en la cara. Se levantó de mi regazo y sacó la cabeza al exterior, donde un viento fresco golpeó su cara. Luego, cuando se hubo despejado, volvió a meterla para mirarme más fijamente de lo que nunca creí fuera posible.

-Nunca me pidas te describa uno de ellos, por favor. Te apreció, Trapopiel, pero no puedes ser tan cruel conmigo.

Comprendí había cometido un error al hacerle tal petición. No insistiría en aquel asunto, aunque me causase una alarmante inquietud.

Solo sabía los denominaban “sin”, porque decían no tenían corazón, ni alma, ni un cuerpo, no eran nada. Aparentaban tener forma definida, aún cuando eran un engaño a todos los sentidos. Una negación de la vida, su antítesis más evidente.

Un mes después, llegamos al borde de las ciudades abiertas. En aquella zona, un amplio desierto se extendía, causando un brutal contraste con el dominio de la naturaleza, frente aquel lugar tan desolado.

-Hemos llegado, nos adentraremos un par de días en este sitio y será el momento. Tu momento –Soloconbrasas me señaló con un dedo acusador que me hirió más que si hubiese sido un lanzazo.

Cantabulla decidió dar aquella noche un recital de sus mejores canciones. No solía hacerlo casi nunca, siempre cuidaba su voz y solo días antes de una representación, daba rienda suelta a su creatividad. En otras ocasiones, encerraba en su carromato y no permitía a nadie molestarlo, sonidos entrecortados podían escucharse si se prestaba mucha atención, pues tenía acondicionado aquel vehículo de tal forma que el silencio a su derredor era su máxima recompensa.


En esa ocasión obró de igual manera, no saliendo hasta haber satisfecho su necesidad de comprobar cuan poderoso era su timbre o entonación. Se había vestido con un uniforme que no pude reconocer, seguramente de alguna representación en la cual el buen gusto estaba reñido con la interpretación, de color gris en toda su extensión con unos pálidos ribetes azules en los puños y una línea ondulada de color púrpura que llegaba hasta sus pies calzados con unos estrafalarios botines.

-Es hora del arte y para que este sea aún más placentero, necesito algún ayudante para realzarlo. ¿Hay algún voluntario? –miró en todas direcciones y las manos se alzaron gustosas de poder actuar junto con tan famoso maestro. Sonrió satisfecho, pero entonces su mirada se dirigió hacia donde me encontraba y un escalofrió recorrió mi cuerpo. No podía estar tan loco como para eso, conocía del nefasto poder de mi voz y constituía una locura, un peligro para todos hacerme intervenir junto a él.
 

-Vamos Trapopiel, nunca mejor momento de demostrar tus dotes –dijo con absoluta tranquilidad tendiéndome su mano.





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