-Has convocado a la “auténtica oscuridad”, esa es
la causa del mal de tu hermana. Nadie más que tú puede salvarla, ni siquiera yo
podría. No en este caso –habló Soloconprisas. Estábamos en una habitación
separados de cualquier oído ajeno, solo con ella y Cantabulla. A mis padres
habían dado una explicación e indicado no habría problema en devolverla a la
normalidad, aunque sería larga su recuperación.
-Voy a ser sincera contigo, no me lo perdonaría
no dejártelo claro. Es muy arriesgado y podemos perderos a los dos. Habrás de
hacer cuanto te diga, por absurdo que te parezca y no cuestionarme ninguna
orden que te de. La vida de tu hermana esta en un grave peligro, más del que
puedes imaginarte y tendrás que dar lo mejor de ti, para devolverla entre
nosotros.
-No se a que te refieres con la “auténtica
oscuridad”. Pero en los demás aspectos, obedeceré sin dudarlo. Amo a mi hermana
y no la abandonaré a su destino –exclamé sin mucho convencimiento.
-No dudo la quieras. Pero el que desconozcas a tu
enemigo, me preocupa mucho –alzó sus ojos para cruzarlos con los de Cantabulla.
El bardo tenía el semblante muy serio y no dude, ambos estaban inquietos con
aquella situación.
-Me llevare por delante a cualquier bastardo que
me impida salvar a mi hermana –dije con más seguridad. Debía dejar claras mis intenciones, no
vacilaría en ese empeño.
-No he conocido a ningún “sin” que no lo fuese
–sonrió con burla la mujer de Hierrocolado- lo vas a tener difícil, muchacho.
Muy difícil.
Salimos al día siguiente. Acomodaron a mi hermana
en una confortable carreta, donde una fuerte lona la protegía de las miradas de
los curiosos. Era la primera vez que hacia un viaje de verdad lejos de
Aguasalsa, penetrando en las inmensas planicies de verdes hierbas, en una
dirección que no me quisieron revelar.
La troupe venia con nosotros, durante aquellos
días de amargura habían actuado, con notable éxito como siempre, en los mejores
locales de la ciudad. Bolsadeoro había llenado sus arcas con los regalos de
conocidos mecenas y la ingente recaudación de las entradas. No temía a los
ladrones, los integrantes de aquella vida de comparsa y entretenimiento eran
conocidos como unos fieros defensores de lo suyo. Y ninguna banda se atrevería
a intentar siquiera en pensar robarles.
Finasilla constituyó mi mejor compañía. De vez en
cuando, me regalaba con algún beso, por sorpresa y a traición, con el cual me
dejaba clara su disposición a compartir su tiempo conmigo. Se acurrucaba en el
carromato que nos habían dejado para llevar a Rosalimpia, a mi lado con su
cabeza apoyada en mis muslos y contaba anécdotas, divertidas y curiosas, que en
su deambular hubo tenido. Con ello me vigilaba y aparte, entretenía mis pesares
distrayéndome de malos pensamientos de culpabilidad.
Pasaron los días, las planicies de hierba
ondulante y alta, cubrían en todas direcciones. Solo la innata capacidad de
todo tamtásico de saber el lugar a que pertenece y volver al mismo, me hacia
recordar a mi familia abandonada. Soloconbrasas afirmó nos llevaría casi medio
año el resolver aquel entuerto y mis padres, aceptaron ese tiempo como
penitencia por su falta de atención conmigo. Mi padre me dio una considerable
cantidad de dinero y mi madre, mudas y alimentos para un ejército completo.
Deseaban tuviéramos lo mejor, aunque nada de cuanto me dieron había utilizado
hasta el momento, salvo la comida perecedera, la cual compartí con toda la
caravana.
Mi hermana era alimentada con una ligera papilla,
que hacia descender con habilidad una de las compañeras de Finasilla, llamada
Cuellofalso. Había tenido un pariente impedido en su familia y tenía
experiencia con alguien postrado de esa manera. Todos los días la revisaba y
cuidaba no tuviera llagas por su prolongada rigidez, ni se causasen hematomas
que pudieran dar problemas.
-No se como darte las gracias –dije por su
entregada asistencia.
-No puedo resistirme a cuidar la hermana de un
chico guapo –contestó con cierta insolencia. Aunque el tono de burla era
evidente y la mirada celosa de Finasilla, hizo que se turbase por haber
confesado su verdadera razón-. Por otra parte, me recuerda a mi madre. También
era muy bonita y me gustaba atenderla de igual manera.
-Lo siento –exclamé con pesar. A veces olvidaba
los demás también tenían penas que olvidar.
-No te preocupes. No murió de su enfermedad, esos
hideputa del señor de los caminos la mataron, solo para robar en nuestra
humilde casa, una cantidad miserable de dinero –el rencor de aquel incidente
llenaba sus palabras- por ello, cada vez que nos encontramos con alguna de sus
bandas, me lo cobro con intereses –señaló a una larga badana, repleta de
pequeños cuchillos que había demostrado utilizar con una increíble destreza.
-Bueno, hasta mañana no queda nada más por
hacerle –colocó la cabeza de Rosalimpia en un blanco almohadón con sumo cuidado
y le dio un beso en la frente-. También se lo daba a mi madre, hay que
demostrarle cariño a las personas –guiñó su ojo derecho, con clara intención
dirigido a Finasilla. Como una cría maleducada, sacó su lengua como toda
contestación. Después se despidieron como si nada hubiese ocurrido.
-No es mala chica. Un tanto borde a veces, pero
dejaría me cubriese las espaldas en la peor de las situaciones –comentó sobre
su compañera, mientras colocaba la ropa nueva con la cual habían vestido a mi
hermana a su gusto.
-Vamos, anímate. Parece vayas a ver al recaudador
de impuestos –dijo la equilibrista dando un giro en el aire y dejándose caer en
mis brazos, con calculada languidez.
-No puedo evitarlo. Me dicen he de enfrentarme
contra algo desconocido, terrible y malvado. Todas las explicaciones que logró
sacar de Soloconbrasas son vagas y no me ayudan a tener claro como combatir un
enemigo así.
-No necesitas saber nada. Ya lo veras, no se
puede describir con palabras. Es un cúmulo de sentimientos negativos, una
amalgama que encoge el corazón con solo verlo, pesadilla en la que una mente
lógica rechaza su existencia. No te puedo explicar nada más, incluso a mí, me
produce congoja solo de pensarlo.
-¿Has visto alguno? –pregunté con toda la
inocencia del mundo. Deseaba saber más y las descripciones de Finasilla,
parecían esclarecerme la naturaleza de mi adversario.
Me miró con gesto enfadado, nunca la había visto
con esa furia en la cara. Se levantó de mi regazo y sacó la cabeza al exterior,
donde un viento fresco golpeó su cara. Luego, cuando se hubo despejado, volvió
a meterla para mirarme más fijamente de lo que nunca creí fuera posible.
-Nunca me pidas te describa uno de ellos, por
favor. Te apreció, Trapopiel, pero no puedes ser tan cruel conmigo.
Comprendí había cometido un error al hacerle tal
petición. No insistiría en aquel asunto, aunque me causase una alarmante
inquietud.
Solo sabía los denominaban “sin”, porque decían
no tenían corazón, ni alma, ni un cuerpo, no eran nada. Aparentaban tener forma
definida, aún cuando eran un engaño a todos los sentidos. Una negación de la
vida, su antítesis más evidente.
Un mes después, llegamos al borde de las ciudades
abiertas. En aquella zona, un amplio desierto se extendía, causando un brutal
contraste con el dominio de la naturaleza, frente aquel lugar tan desolado.
-Hemos llegado, nos adentraremos un par de días
en este sitio y será el momento. Tu momento –Soloconbrasas me señaló con un
dedo acusador que me hirió más que si hubiese sido un lanzazo.
Cantabulla decidió dar aquella noche un recital
de sus mejores canciones. No solía hacerlo casi nunca, siempre cuidaba su voz y
solo días antes de una representación, daba rienda suelta a su creatividad. En
otras ocasiones, encerraba en su carromato y no permitía a nadie molestarlo,
sonidos entrecortados podían escucharse si se prestaba mucha atención, pues tenía
acondicionado aquel vehículo de tal forma que el silencio a su derredor era su
máxima recompensa.
En esa ocasión obró de igual manera, no saliendo
hasta haber satisfecho su necesidad de comprobar cuan poderoso era su timbre o
entonación. Se había vestido con un uniforme que no pude reconocer, seguramente
de alguna representación en la cual el buen gusto estaba reñido con la
interpretación, de color gris en toda su extensión con unos pálidos ribetes
azules en los puños y una línea ondulada de color púrpura que llegaba hasta sus
pies calzados con unos estrafalarios botines.
-Es hora del arte y para que este sea aún más
placentero, necesito algún ayudante para realzarlo. ¿Hay algún voluntario? –miró
en todas direcciones y las manos se alzaron gustosas de poder actuar junto con
tan famoso maestro. Sonrió satisfecho, pero
entonces su mirada se dirigió hacia donde me encontraba y un escalofrió recorrió mi cuerpo. No
podía estar tan loco como para eso, conocía del nefasto poder de mi voz y
constituía una locura, un peligro para todos hacerme intervenir junto a él.
-Vamos Trapopiel, nunca mejor
momento de demostrar tus dotes –dijo con absoluta tranquilidad tendiéndome su
mano.
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