lunes, 17 de diciembre de 2012

PASEOS POR FRIAS TIERRAS (2ª PARTE)

Abrió los ojos, acostumbrada a mantenerlos siempre abiertos, los había cerrado obligada a protegerlos por puro instinto, la nieve azotaba con fuerza inusitada y aunque esto no suponía una amenaza, por su condición inhumana, una voz muy interior la aconsejaba resguardarlos de la inclemente ventisca.

Corría sobre la capa de nieve como si no pesase nada, saltando distancias imposibles, atravesando gargantas y valles, sobrevolándolos con una agilidad sorprendente. Todo aquello no le impresionaba, estaba acostumbrada a ello, sus poderes sobrenaturales la inducían a realizar tales proezas. Un siglo tras otro de continuas experiencias, habían perfilado sus fuerzas, las conocía y sabía aprovecharlas del mejor modo. 

No obstante, sufría un hastio interior, siempre se había sentido parte de la humanidad y esta siempre la rechazo con firmeza. Aún así, continuaba empeñada en demostrar no había caído en la oscuridad, fiel a los principios de respeto y protección de cuantos necesitasen su amparo. No era una bestia, era y seguía siendo dentro de sí, miembro de quienes la repudiaban.

Había prometido a Torsocorto su ayuda, aunque comprobó su decepción al ver en ella la figura de un vampiro, un monstruo a los ojos de cuantos la viesen. Sabía que aunque obtuviese éxito en su misión, no se convertiría en su amiga y dudaba tuviera alguna muestra de respeto de este. La soledad siempre la perseguía, en muy contadas ocasiones alguien podía demostrarle una porción de ese cariño que siempre anhelaba, pero el tiempo acababa con todo, su inmortalidad le propiciaba ver como morían a quienes llegaba a apreciar y su corazón muerto, sufría.

Pero no era hora para esos pensamientos, debía llegar hasta la ciudad de Puntafría, el lugar desde donde se dirigían los destinos de toda la región. Era una recién llegada y los terrenos por los cuales traspasaba, eran desconocidos para su portentosa memoria. Las tierras de Tamtasia son amplias y diversas, había caminado sobre muchos lugares y muy diferentes entre ellos, pero por diversas circunstancias nunca por donde ahora exploraba, en busca de la vía más corta hacia el dominio de aquel desolado páramo helado.

Su instinto la acompañaba, ese sexto sentido que había aprendido a desarrollar y con el cual se aconsejaba en la mayoría de sus batidas, aún cuando no debía confiar del todo en el. A veces, seguirlo la puso en apuros, por tanto, sería precavida con sus frecuentes presentimientos. La parte malvada deseaba precipitarla por una vereda que no aceptaba y la parte humana se rebelaba, este conflicto la había acompañado desde su inicio en esta no existencia. Solo su voluntad la mantenía muchas veces a salvo, en el delgado hilo de arrastrarse por una desaforada sed de sangre y destrucción sin sentido.

Prestó atención al camino, el bosque la envolvía, ocultando las montañas por donde encontró al humano intentando atravesarlas. Los altos picos estaban cubiertos en una densa capa de nubes blancas que las coronaban, ello impedía percibir su altura, pero Maljeta había caminado sobre estos en un día despejado y conocía de sus impresionantes cimas. El hombre era un insensato pretendiendo cruzar tan destacable muro en unas condiciones tan adversas. Pero sabía de la desesperación y cómo esta empuja en direcciones equivocadas, no era quien para juzgar su atrevimiento.

Había llegado a la vía principal de comunicación, la senda que la llevaría directa hasta su objetivo. Ahora debía tener cuidado, la afluencia de caminantes era continua y debía ser precavida, no abandonaría la visión del camino pero no se dejaría ver. Una mujer vestida con armadura y sobre todo, tan llena de detalles como era la suya, llamarían la atención en cualquier lugar y momento. Esta era negra como la noche, de una confección exquisita, un maestro armero a quien hubo salvado hacía incontables lunas, se la hizo como regalo. Fue un buen hombre, de las muy contadas ocasiones en las que sentía el paso del tiempo y la pérdida de seres queridos. De regordeta constitución y fuertes manos, traslado todo su cariño en la realización de las piezas a medida, no recordaba haber visto trabajar el metal con tanta firmeza y habilidad. De él también eran las espadas, Sonrisas y Lágrimas, fueron los nombres con los cuales las bautizo, muy apropiados para esas dos obras de arte.

Puso sus dedos en las empuñadoras de sus espadas, deseaba sentir los pomos de dragón y con ella guardar un mejor recuerdo de aquel querido hombre, fue el padre que nunca tuvo y lo más que se acercaba a un cariño paternal auténtico. Sonrisas era una espada curva de increíble filo, podía jurar cuando la manejaba, el propio viento era cortado por ella. Lágrimas era más contundente, recta y larga en su medida justa, poderosa en sus golpes e implacable en sus manos.

En cuanto al mandoble que llevaba, Atizador, fue el trofeo que consiguió en una dura lucha, de la cual tenía amargos recuerdos. Siempre que la blandía, una parte de resentimiento afloraba en ella, sus pensamientos embargados por un deseo imposible en evitar un destino que ya estaba marcado.

Otra vez sufría de melancolía. Ello la distraía, no podía permitirse esa clase de pensamientos, la hacían débil e incapaz de responder con la contundencia adecuada a la multitud de indeseables con quienes se cruzaba. Prestó de nuevo atención a su marcha, esta continuaba a un ritmo envidiable, podía escuchar el ruido de una ciudad, sus sentidos la alertaban de una gran presencia de individuos e incluso le llegaba el hedor de aquella comunidad.

“Podrían limpiarse, de vez en cuando” pensó la mujer pelirroja, si algo detestaba era la suciedad y en muchas ocasiones debía enfrentarse a sus enemigos, entre la mugre y la pestilencia. Ella no tenía ningún olor corporal, solo emanaba un frío cadavérico a quien la llegase a rozar, ya no recordaba cual era su aroma propio cuando aún estaba viva, todo cuanto pertenecía a esa época se le confundía, habían pasado muchos siglos desde entonces y eran recuerdos dolorosos.

Sus fosas nasales fueron agredidas instantes antes de tener una visión clara de la ciudad, ni siquiera las bajas temperaturas, lograban deshacer el influjo negativo de unas alcantarillas mal ventiladas y peor limpiadas. Puntafría se alzo desafiante, era más grande de cuanto esperaba, mucho mayor de cuanto creyó se asentaría en aquel lugar tan alejado. Sus altos muros indicaban que en su interior se encontraban a recaudo quienes decretaban los designios de esas tierras colindantes. Era hora de encontrarlos y darles una lección, miró al cielo y sonrió satisfecha, fue una sonrisa que habría helado, más que la ventisca azotando esa zona, a quien hubiese podido contemplarla, los largos colmillos afloraron de su boca hasta entonces cerrada, en un gesto incontrolado de su irreprimible humanidad. Ella era diferente a otros habitantes de la noche y deseaba seguir siéndolo.

Solo había transcurrido media hora desde su salida de la cueva en las montañas, su velocidad la sirvió bien una vez más. Quedaban muchas horas de oscuridad hasta que el sol despuntase, sería una luz muy débil, pero suficiente para causarle daño e incluso si se descuidaba, una muerte atroz. Aunque se le suponía inmortal, algunas cosas le dañaban, como armas bendecidas, el sol y otros peligros que en aquel momento no quería recordar. Los había aprendido con duras experiencias y era una buena alumna.

Debía sortear las murallas defensivas, no sería problema para una excelente trepadora con su fortaleza. Estudio todos los puntos por donde podría entrar, eligiendo uno donde la guardia no parecía cubrirlo y evidenciaba un punto ciego. Se acercó con cautela, empezando a ascender con rapidez y sigilo, pronto corono la altura, observando si alguien podía haberla visto, pero no hubo alarma ni gritos de sospecha y con vía libre salto sobre un tejado que aún estando alejado, no supuso dificultad alguna.

Decidió lo mejor sería alcanzar el punto más alto, desde allí podría ver la dirección idónea hacía donde dirigirse. Sería rápida en sus exigencias y más rápida en su salida de aquel sitio, no quería problemas secundarios. Vio un alto torreón, quien pertenecería a una de las órdenes religiosas que imperaban en los distintos lugares de Tamtasia, sabía de aquellas por la continua persecución de alguna de estas a personas como ella. Era irónico ahora utilizase sus instalaciones para su propio beneficio.

Escaló hasta arriba, en el amparo de la fría noche, para colocarse cual gárgola y contemplar la escala real de aquel emplazamiento humano. Destacaba en el horizonte, tras un mar inmenso de tejados y torres de variadas formas, un edificio de corte militar, una fortaleza de grandes dimensiones que parecía conformar otra ciudad interior y alrededor de la cual había crecido el resto de la urbe. 

Descomunal en sus proporciones, estaba fuera de lugar en aquel sitio. A Maljeta no se le escapaban las implicaciones que ello pudiera acarrear, como si su doble intención fuese controlar y contener algo en su interior. Sentía un peso en su estomago al observarla, una variopinta sensación de peligro y advertencia. Bajó la visera de su casco de cabeza de mujer, su fiel representación metálica, en la esperanza vana de protegerse de aquella intuición. Eso no la calmó, seguía sintiéndolo.

Estaba indecisa, el instinto de conservación le aconsejaba dejar todo e irse, sin mirar hacia atrás, lo más lejos posible. Su parte oscura clamaba por ir allí y descubrir la causa de ese desasosiego. Ambas partes en conflicto, como siempre, la aturdían e incomodaban. La parte inconsciente, la brutal sed de vampiro, le pedía dar rienda suelta a su vigor y arrasar con todo. Su humanidad pedía por su supervivencia, aconsejándola alejarse de los peligros, acobardada ante las incertidumbres.

-A veces, es necesario arriesgarse -clamó en voz baja, queriendo callar su parte más vulnerable y preciosa. Tenía la seguridad de que debía intervenir, no podía echarse atrás, llegando hasta Torsocorto y decirle dejase morir a su hija por su cobardía. Ella deseaba también vivir, aunque sus pulmones no respiraban y su corazón yacía inmóvil en su pecho congelado. La parte humana era demasiado protectora, eso también la ponía en peligro, no era una cobarde, jamás lo sería. Tomó su decisión y queriendo recoger sus fuerzas para cuanto viniese a acontecer, cerró sus ojos.





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