domingo, 16 de diciembre de 2012

DE CAMINO

Abrió los ojos, estaba cansada de la larga cabalgada a la cual le sometía la elfa qioem avanzaba por delante, montada en una magnífica yegua en donde portaba todas sus pertenencias. Llevaban varios días de viaje a través de senderos apartados de los caminos convencionales, lejos de miradas indiscretas y huyendo de los posibles perseguidores que pudieran haberse aventurado tras ellas.

Según deseos de la archimaga, debían evitar a curiosos y comerciantes, al menos en las proximidades de Gran Capital, donde podía ser reconocida. Se guiaban por un extraño artefacto creado por la maga y que ocultaba a los ojos de la curiosa elfa. Esta se dejaba guiar por las indicaciones de quien la había contratado, eligiendo a su voluntad el mejor trayecto en aquella dirección.

En todo caso, la guía parecía diligente en sus actuaciones, a excepción de que en los días anteriores a su marcha había lidiado con ella para evitar la engatusase con sus pretensiones. Fogosa hasta el extremo, tuvo que idear un plan para calmar sus ánimos, ahora una nariz congestionada y continuos estornudos eran la consecuencia de este.

Testadurra no estaba acostumbrada a ir a caballo, y menos aún durante tanto tiempo, se encontraba incomoda en la silla de montar, a pesar de que esta era de la mejor elaboración y se acomodaba a su cuerpo como ropa hecha a su medida, pero el rozamiento continuo del trote y las irregularidades de los terrenos por donde se dirigían, la molestaban.

Reconocía que estaba adormilada, el bosque por donde iban era monótono y soporífero, no tenía un lugar donde fijar su vista y entretenerse. Tal vez no había sido tan buena idea ocultarse tanto, le hubiera sido un camino más entretenido por la Senda Imperial, habría visto a los tenderos llevando sus mercancías a la ciudad, a soldados, caminantes de todas clases y la posibilidad de ver a gentes curiosas, como llamaba ella a los escasos enanos y elfos que había visto alguna vez. Pero desestimo tal idea de inmediato, tenía demasiados enemigos jurados como para ir por un lugar tan visible y su jugada, arriesgada en extremo, le aconsejaba la discreción y por tanto el aburrimiento.

“Aburrida, aburrida y aburrida” exclamó para sus adentros. Fijó su vista hacia delante, cayendo en la cuenta del balanceo de la cola de caballo que la elfa había realizado con sus cabellos grisáceos. Parecían moverse como un péndulo de reloj, de derecha a izquierda; de izquierda a derecha. Estaban brillantemente engalanados con lo que parecía un hilo de oro, quien los bordeaba apretándolos y dándoles una apariencia tan distinguida, que la mujer humana sintió un coletazo de envidia por no saber como hacer algo así.

De no haber sido maga, le hubiera gustado ser peluquera. Le encantaba peinar y cuidar de cabellos y debía reconocer que la melena de la elfa era esplendida. Ella también tenía una hermosa cabellera y cuanto conocía de este tema, era en virtud de pruebas sobre su propia persona. Podría con un simple sortilegio imitar su objeto de atención, pero no le parecía honroso si no podía llevarlo a cabo con sus propias manos. En este asunto era una cuestión de orgullo y ella, no podía negarlo, constituía el orgullo encarnado.

Pasaron mas horas de trasiego, ya no podía más. La elfa no hablaba y ni siquiera se volvía a mirar si la humana le seguía, tal vez aplacaba su estado de ánimo con el tormento con el cual sometía a la maga, castigándola por el trato recibido en sus aposentos de la ciudad.

-Necesito parrarr- dijo con su peculiar deje la mujer morena. Deseaba estirar las piernas y beber algo de agua, estaba sedienta. Cogió su cantimplora y para su sorpresa esta apenas contenía unas gotas de líquido, recordó entonces que cuando pudieron rellenarla, desoyó el consejo de la elfa porque no tenía ganas de bajarse de su montura y ahora debía lamentarse de no haberle hecho caso.

Bajó del caballo, sus piernas lo agradecieron aunque se mantenía con dificultad erguida al tocar el suelo. Estaba dolorida y no lo ocultaba. La elfa se detuvo por fin y miró hacia donde Testadurra se encontraba, dando la vuelta a su yegua y acercándose curiosa hasta ella, seguía teniendo la nariz como un tomate y sus magníficos ojos verde brillante, llorosos e irritados.

-¿Qué ocurre? Aún falta bastante para ocultarse el sol, estamos desaprovechando el mejor rato de camino -la rubia seguía montada, aún con el catarro impuesto, poseía una presencia digna de una reina.

-Debo parrarr y necesito agua. Me prrestas un poco, estoy sedienta -como siempre, su tono de voz era imperativo, carente de cualquier debilidad. Era una orden, no una súplica.

-No -contestó Hurtadillas sin ningún temor.

La maga miró colérica, parecía fuera a fulminarla en aquel instante. Pero la elfa continuo impasible, observándola en un duelo de voluntades.

-Soy tu guía, no tu criada. Cuando debiste coger agua no lo hiciste, a pesar de mi recomendación, ahora habrás de pasar sed, así aprenderás a escucharme.

-¡Cómo te atrreves! A mí, a Testadurra, arrchimaga de Tamtasia, hablarrle así. Te fulminarré, te abrasarré las trripas, harre que esos ojos se vuelvan chirribitas y lentejuelas de papel -gritó enfurecida.

-No harás nada de eso. Tienes mucho carácter y has de aprender a dominarlo. Ni creo, con sinceridad absoluta, vayas a atacarme. Soy una elfa indefensa y tú tienes un código de honor, te riges por él y vives por cumplirlo.

-Tú, tú… erres de todo, menos una elfa indefensa -volvió a gritar, parecía fuese a reventar como una fruta madura, mientras le esgrimía el puño de forma amenazante.

-Sube al caballo y continuemos -dijo Hurtadillas volviéndose y emprendiendo de nuevo el camino.

La maga cogió una piedra del suelo y la arrojó contra la elfa. Se inclinó un poco, en un movimiento preciso y calculado, aún estando de espaldas y evitó el objeto sin problema alguno, ni siquiera se volvió a mirarla.

-Maldita elfa orrejuda -gritó mientras volvía a montarse y la seguía con su ceño más inclinado que nunca. Toda aquella furia y griterío no habían logrado sino provocarle una mayor sensación de sed. 

Continuaron la jornada hasta que llegaron a un claro donde podían descansar sin problemas, el sol empezaba a ocultarse y la elfa preparó el campamento con su celeridad habitual. Se escuchaba el sonido del agua cerca, sintiéndose inclinada a acudir de inmediato para poner fin a su agonía. Su guía vio su intención y se acercó donde se encontraba buscando su cantimplora.

-Yo no lo haría, empeoraras tu situación. Si esperas a mañana, pasaremos por un manantial donde…

-Basta. Irré a cogerr agua ahorra, no me puedes darr órrdenes, ni te tolerro me mangonees -respondió enfadada sin dejar terminar la frase a su acompañante. Hurtadillas no dijo nada, se limitó a irse y continuar con sus quehaceres. 

Testadurra se acercó al manantial, tenía la boca seca y el esfuerzo de hablar le recordaba lo angustioso que podría ser no disponer de ese líquido tan preciado. Llenó la cantimplora, mientras con su mano a modo de cuenco recogía agua y la bebía con avidez. Le sabía a gloria, sentía como reconfortaba su gaznate y la devolvía a un estado de bienestar que creía perdido para siempre.

Con su deseo cumplido volvió al campamento y se sentó al fuego.- ¿Hay algo de comerr? -preguntó satisfecha de haberse salido con la suya. La elfa le acercó un plato lleno de sofisticadas viandas que devoró sonriente. Acabada su cena se dirigieron a sus petates para pasar la noche, confiaba en las habilidades de la joven contratada para su salvaguarda y se durmió enseguida, contenta de hacer hecho su voluntad.

A medianoche notó no se encontraba muy bien. Parecía un tanto mareada e indispuesta, al poco incluso sintió sufría de diarreas y había manchado su ropa interior, estaba febril y temblaba de frio, aunque la noche era bastante cálida para aquellos bosques húmedos que las rodeaban.

La elfa se acercó, le tocó la frente y movió la cabeza en un gesto de comprensión que no esperaba encontrar en ella-. Ves, cabezota morenaza. El agua no era buena y no me hiciste caso. Ahora tendré que cuidar de ti, como si fueras una niña y no toda una mujer. ¿Cuándo aprenderás a hacerme caso? Cabezota.

Testadurra no se movió, se encontraba lo suficiente mal como para no discutir. Aceptó las hierbas que le preparó sin rechistar. Sabían bien y tragó la infusión por completo.

-Por el olor que desprendes, has debido de hacértelo encima. Debó de limpiarte, aún cuando a mí no me apetezca en absoluto esta tarea, pero no puedo dejarte así. ¿Ahora no te volverás una mojigata? Te encontrarás mucho mejor cuando haya terminado -movió la cabeza resignada a su tarea. La maga no deseaba ponerle ninguna traba, no estaba en condiciones de negarse a ese ofrecimiento.

Trajo un cuenco lleno de agua, del mismo manantial donde la maga había cometido su error, le quito la ropa y la limpió por completo. Para la humana aquello era humillante, pero comprendía no podía quedarse en esas condiciones y se dejo hacer. Como siempre, la elfa fue rápida y eficaz, se llevó la prenda interior para lavarla y le puso una nueva, una vez la limpio de la inmundicia.

Se sintió mucho mejor cuando hubo acabado del todo, e incluso le avivó el fuego para que el frio interno le desapareciese. La infusión hizo efecto con prontitud y quedó relajada, muy cansada para mantener los ojos abiertos y se durmió de inmediato.

La elfa quedo a su lado, cuidándola toda la noche para prevenir imprevistos. No necesitaba dormir, no como la humana y no le molestaba estar en vela junto a ella. Era la mujer más irresponsable que había conocido, a pesar de su inteligencia y bravura, muy a pesar de su genio incontrolable, se encontraba a gusto junto a ella y se prometió con el amanecer ya pronto a despuntar, cuidaría de esta como mejor pudiese. 

Con la maga recuperada por completo, emprendieron el viaje. Pronto llegarían al lugar donde la rubia le prometía encontrar agua limpia, podría llenar la cantimplora e incluso un odre que la elfa había dispuesto para abastecerse. Se sentía culpable por su negligente actuación, pero su nefasto carácter la empujaba a hacer cosas sin pensar las consecuencias. Tal vez le debía la vida a su guardiana y no se lo había agradecido como debería, pero esta no hubo dado momento en que pudiera resignarse a admitir su culpa.

Entonces pensó no le había devuelto su ropa interior. Se dio cuenta se la habría guardado para sí, aunque esto no le sorprendía para nada, además de fogosa era fetichista y a saber cuántas cosas más. Ya estaba bien pagada entonces, era una ropa de buena seda y valía su buen dinero, la maga no iba a rebajarse a pedirle se la devolviera. Ya tenía bastante con la denigrante limpieza, como a un vulgar bebé, a la cual la elfa le sometió. No quería pensar más, quedaba mucho camino por delante y aún se encontraba cansada, “el camino es aburrido, aburrido y aburrido” pensó abrumada y queriendo dar un descanso a su cuerpo, cerró sus ojos.

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