sábado, 15 de diciembre de 2012

LA DAMA AIRADA

Abrió los ojos, aún continuaba tumbada en su cama, ignorante de como podría acabar aquel día tan señalado. Apenas hubo podido dormir, preocupada por cuantos acontecimientos la habían arrastrado hasta aquel momento, estaba cansada e irritada, aunque esto último era tan propio de ella como comer o respirar. 

Se levantó pausada y perezosa, desearía con todas sus fuerzas seguir en aquella posición y dejar pasar esa mañana sin pensar ni desear nada, pero se lo había buscado y debía enfrentarse con valentía a sus actos. En Nosonlastantas, el colegio mágico de mayor importancia de Tamtasia, era esencial la puntualidad, si alguien aspiraba a un cargo en su consejo debía representar lo mejor en todos los aspectos y nunca faltaría a esas reglas, aún cuando incumplieran todos los demás con sus obligaciones.

Se miró al espejo, ojerosa y apática, el ceño juntado como era habitual cuando pensaba en sus compañeros, "panda de petulantes estúpidos" pensó sin dudar, se vio obligada a concentrarse para dominar esas cejas rebeldes y devolverlas a un estado de aparente tranquilidad. Le daban un aspecto de salvaje con el cual perdía toda su feminidad y ella era una de las mejores representaciones de la belleza. 

Decían, y nadie dudaba semejante afirmación, era una de las mujeres mas hermosas de cuantas se hubieron conocido en los registros gráficos del mundo. Ya cuando era niña destilaba frescura y vitalidad en cuantos empeños tenía, nunca tuvo que hacer uso de la magia para ocultar defectos o imperfecciones, ni necesitaba de sortilegio alguno para engañar ni aparentar. Era tal cual como se la veía y aquello aún despertaba mayor admiración, y por tanto, mayor envidia.

Se tocó su melena negra notandola enredada y rizada, señal de que su poder mágico se encontraba a su disposición. Pasó el cepillo para alisarlo y pequeños destellos de luz azul eléctrica centellearon al recorrer los delicados cabellos, debía de alisarlos cuanto pudiera para disimular su indefensión, con ello le daría ventaja frente a sus adversarios. Aquel día les enseñaría lo que significa ser mago y dominar las corrientes etéreas de poder.

Se lavó, mojándose la cara con agua helada para eliminar sus ojeras y la modorra que aún la invadía, debía de concentrarse en dar lo mejor de si misma. Volvió a mirarse al espejo, reflejó la imagen que esperaba, la de una mujer despierta e inteligente, una belleza esplendorosa capaz de cualquier empresa. Su ceño había vuelto a juntarse y tuvo que concentrarse de nuevo para separarlo. 
 
Era hora de vestirse, de forma sencilla pues era necesario aportar humildad, escogió un delicado traje azul, su preferido, para acudir al lugar donde se iniciarían los retos y se demostraría la valía de quienes deseaban ascender a tal honor. El corpiño mostraba sus encantos pero no enseñaba nada, no era mujer de provocaciones, mas a pesar de que su traje tapase el cuerpo, no podía evitar su índole femenina.

Dudó si tomaba el desayuno, pero al final decidió no comer nada. Tenía el estomago un tanto revuelto y no deseaba empeorar la situación. Una vez más se miró al espejo, y una vez más tuvo que esforzarse en hacer recuperar a su ceño el lugar correcto. “Condenada mala leche” pensó al ver su expresión una vez más turbada por su continuo enojo.
 
Con su compostura intacta, tal y como esperaba mostrarse, salió de sus habitaciones caminando sin prisa, pero sin pausa, debía recorrer un largo trecho hasta las instalaciones principales, el salón de los desafíos, donde se desarrollarían los enfrentamientos y pruebas. Todos la miraban, aunque se mantenía indiferente a las insinuantes observaciones y comentarios que escuchaba, no obstante procuraba mantenerse cordial con cuantos se cruzaban en su paso.
 
Llego al sitio indicando en el momento preciso, desafiante y radiante, esplendorosa y en apariencia, tranquila. Pero por dentro el estómago se le revolvía y ardía en deseos de salir de aquel lugar, a alguna plaza de Gran Capital, para deleitarse ver corriendo a los niños y contemplar el cielo azul sin otras preocupaciones. Sabia ocultar sus emociones, lo llevaba haciendo toda su vida, aunque el ceño habría vuelto al equivocado equilibrio que ahora no se molestaría en arreglar.

Contempló el escenario, lo había visto miles de veces, pero aquella vez parecía diferente. Era un espacio amplio, con salvaguardas en las columnas que bordeaban los límites de la ancha estancia para evitar accidentes, protecciones poderosas que impedían salieran los hechizos fuera de aquellos márgenes. Habían sido instaladas el día anterior y aún refulgían con intensidad en sus marcados trazos. Le parecieron interesantes, habría de estudiarlas en un futuro cercano. Recabar información y sobre todo de cualquier tipo de magia, era su oculta pasión.

A ella jamás le había interesado un puesto en el consejo mágico, lo que en realidad ansiaba era el acceso a la biblioteca de magia, cuyo único requisito para poder verla, era ser miembro de derecho de aquella antiquísima junta. Y aún más, se decía que el mismísimo archimago tenía a su disposición otros libros que ni siquiera los mismos integrantes podían ver. Aquello estimulaba su imaginación y el deseo de poder leerlos, no por aspiraciones de dominio, sino por puro conocimiento, en ello era leal a sus propias convicciones.
 
Ensimismada en sus pensamientos, el acto dio inicio. Había quince magos, además de ella, aspirando alcanzar ese honor, todos ellos mayores que esta jovenzuela de diecisiete años, toda una afrenta por su juventud a los ideales de que la mocedad es irresponsable e incapaz por tal hecho, de comprender las sutilezas de la auténtica magia.

Empezaron los enfrentamientos, por orden de edad y experiencia, por tanto era la última en demostrar su valía y hubo de esperar se aclarasen los demás duelos para tener lugar el suyo. Miró al tribunal, allí se encontraba Solocontiza, su protector, quien la había arrancado de las raíces de la miseria y la orfandad para darle aquella educación, y con ello una oportunidad. Sabía que no la miraría salvo cuando fuese su turno, debía de estar atento a su labor y no distraerse en su pupila, ya habían hablado bastante el día anterior sobre como debería comportarse y no angustiarse si en aquella ocasión no tenía éxito en su propósito. Aunque sabía que confiaba en ella y no dudaba sería capaz de afrontar los retos sin problemas.

Llegó su turno, no había prestado ninguna atención a los combates anteriores, le parecieron vulgares y aburridos, faltos de toda inspiración y gracia. Su oponente era un mago de reputación, como todos los demás, un tal Comeycalla que gozaba de cierta fama por sus preparados alquímicos. Eso no impresionaba a la muchacha, tan solo se limitó a plantarse delante del rival y esperar.

Comeycalla se concentró, satisfecho en su valía y buen hacer, para preparar su ataque, pero su oponente femenina no hizo sino mover un dedo y salió disparado contra las protecciones del otro lado de la sala, golpeándose contra estas y cayendo tan aturdido que el combate se dio por finalizado casi sin haberse iniciado.

“Aburrido, aburrido y aburrido” pensó la chica con gesto de consternación, esperaba algo mejor y la paciencia rara vez se convertía en una de sus virtudes. Salió del lugar del enfrentamiento con su entrecejo forzado y se recordó a si misma debía aliviar esa presión sobre su frente y hacer menos caso de sus retorcijones de estomago, producto de los nervios que la dominaban.

Se oyeron por todo el lugar murmullos incontrolados, pero no le importaba cuanto pudieran decir de su persona. Había hecho lo que debía cuando podía o lo que podía cuando debía, eso le era indiferente. Lo hizo y punto. Observó la mirada complaciente de Solocontiza y eso bastó para aliviarla.

Ahora solo quedaban ocho magos y de nuevo ella sería la última. Solo existía una plaza a cubrir en el consejo y la lucha sería feroz. 

Los seis primeros oponentes dilucidaron con prontitud sus diferencias. Tomaydaca, Buentiempo y Rasamasa fueron los vencedores, ahora le tocaba a ella enfrentarse a Doscuidados, un eficaz mago del fuego que parecía un poco más competente en sus labores.

Entraron ambos a ocupar sus posiciones, Doscuidados la miraba con un desprecio evidente, pero no tendría piedad alguna en machacarla si le daba opción. La muchacha movió su dedo y el mago dispuso una fuerte barrera que detuvo su primer ataque. “Interesante” pensó la muchacha, luego movió otro dedo y una incontenible fuerza aplastó al hombre contra la barrera, produciéndose un caso muy parecido al primer combate. “Aburrido y aburrido” reflexionó la chica mientras se alejaba victoriosa de nuevo.

Los murmullos se incrementaron, no le importó de nuevo, sus tripas seguían removiéndose y el ceño le turbaba, no lograba devolverlo a su original disposición. Tampoco le importó, no estaba allí para que la contemplasen, sino para que la aceptasen de una vez por todas. Sabia tenían grandes recelos de ella y gran parte de los magos en su contra desde un principio.

El consejo debatió durante un largo trecho. Sabía que urdían alguna trama en su contra y desearían perjudicarla, pero debían seguir las reglas o ellos mismos serian objeto de murmuraciones. Al final terminaron de discutir, contemplo la cara de desagrado de Solocontiza, algo debía de haber ocurrido para que este se enfadase de aquella manera.

 Pronto supo la razón, sería un enfrentamiento a cuatro bandas. Estaba segura que los otros tres la atacarían de forma conjunta para lograr echarla de la lucha por el puesto del consejo. Su ceño se apretó, la cara dulce y delicada se entorno en una máscara agresiva, la habían enfadado con sus intentos de sabotear sus derechos y no estaba dispuesta a dejarse manipular.

Ocupó su lugar, estaba concentrada en los movimientos de sus oponentes. El estomago había dejado de preocuparla y una única idea la dominaba, no tendría piedad si se veía obligada a ello. El pelo negro se encrespó, rizándose su melena. Sus ojos observaron las débiles corrientes de poder que pronto se convertirían en vendavales y se dispuso con todos sus conocimientos hacer frente ante aquella situación.

No había reglas para estos enfrentamientos, quien quedaba en pie era el ganador, siempre y cuando no se empleasen tácticas tan agresivas que dañasen o incapacitasen a los oponentes permanentemente. Eso sería sancionado y con dureza.

Sabía que habrían pactado entre ellos, uno de aquellos tres aseguraba su puesto y las prebendas que este suponía si los demás le ayudaban, a cambio este les facilitaría su puesto en unas futuras vacantes sin necesidad de ensuciarse las manos. Aquello le repugnaba y la enfadaba aún más. No le gustaba el juego sucio y sin embargo, tendría que lidiar en el.

Como supuso los tres atacaron a la vez, con diferentes magias y habilidades. Fuego, viento y hielo la envolvieron, pero estaba preparada y sin inmutarse deshizo estos como si no significasen nada y decidió acabar de una vez por todas. Movió su mano completa, un veloz movimiento y la empuñó como si fuera una lanza en dirección a sus adversarios. Nada pudieron sus escudos, ni sus protecciones, ni ninguno de sus amuletos, todos ellos se vieron impulsados con una violencia descomunal contra la barrera y la traspasaron cayendo con estrépito fuera de sus límites.

La muchacha se relajó, todo había acabado. Miró al tribunal del consejo desafiante, nadie se atrevió a reprocharle nada, aunque se alzaron voces diciendo que había usado una fuerza excesiva y debía ser descalificada.

-No he hecho sino defenderrme -aludió como toda justificación- y vuestrras prrotecciones no errán tan solidas como suponíais. No asumirré esa falta como culpa mía y solicito mi puesto en el consejo como me corrrresponde.

Esperallí se alzó en su tribuna, era el archimago en funciones, pues nadie había superado aún la prueba para acceder a ese puesto y este era ocupado de forma interina por el más viejo de sus integrantes. Parecía dispuesto a desafiarla, pero una mirada intimidatoria de Solocontiza le previno de que aquello tendría consecuencias. Se retuvo en sus intenciones y no tuvo otro remedio que dar por concluida la elección con la candidata como vencedora de aquellas pruebas.

La jovenzuela saludó como le correspondía y sin más que una breve mirada de agradecimiento a su tutor salió del lugar, bajo la consternación y protestas de un nutrido grupo, al cual ignoró sin más contemplaciones. “Divertido, muy divertido” pensó esta vez mientras se alejaba con sus pasos decididos.

Llegó de nuevo a sus habitaciones, se quitó el traje azul, lo guardó con reverencia y después de colocarse una ropa más cómoda miró al sol por la ventana, debió de esforzarse un tanto pues aquel lugar no era la mejor de las estancias y se convertía en una atribulada tarea discernir el orbe luminoso de entre toda la maraña de edificaciones. Era mediodía, aun tenía toda la tarde para ella, mañana acudiría a pedir sus nuevas estancias y haría valer su derecho para acceder a la biblioteca del consejo. Más valía que no le pusieran trabas o la enfadarían de veras. Recordó su ceño y se contempló en el espejo, allí estaba ella, Testadurra Durradeverras la futura archimaga de Tamtasia, con las cejas enervadas que no ceñudas. E intentando recobrar su compostura y su porte no tan habitual, cerró sus ojos.

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