Abrió los ojos, la forma de las montañas se reflejaba con reveladora certeza al iluminarlas el sol del nuevo día. Nada había cambiado con respecto a la noche anterior, una leve sonrisa apareció en su rostro, a pesar de tantos padecimientos siempre tenía un momento para que la alegría la inundase, el mejor consuelo después de tan largas jornadas.
Había perseguido a los bandidos sin descanso, pero sin atosigarles con su presencia. Tan solo les hacía notar que siempre estaba cerca de ellos y no disminuiría su hostigamiento.
Apenas había podido dormir, ni descansar en forma alguna e incluso casi no hubo tenido tiempo de comer o beber, extraños ruidos le perseguían, sonidos de la noche ajenos a la propia oscuridad y por el día, entre los arbustos y arboledas, sombras se deslizaban a su alrededor, pero ella no se atemorizaba por burdos trucos de ilusionismo, aunque se obligaba siempre a estar atenta.
Aquellos bribones se llevaron sus mejores yeguas, dando muerte a quienes se encontraban custodiándolos. No tuvieron misericordia y no estaba dispuesta a concedérsela, aunque esperaba que el agotamiento y el nerviosismo dieran pronto sus frutos, entonces les demostraría como se comportaba una elfa de Estoesverde cuando los criminales turbaban el descanso de tan antigua región.
Eran humanos, viles criaturas nacidas en esas cloacas a las cuales llamaban ciudades. Pero aún teniendo clara su humanidad podía percibir una transformación que la intranquilizaba sobremanera. Algo en ellos era diferente, por esto no había puesto fin a la persecución de forma inmediata, era lo suficientemente capaz de enfrentarse a aquella turba y acabar con todos en breves instantes, pero era precavida y habían matado a unos buenos luchadores elfos, aquello la ponía en alerta.
Los había observado entre la espesura con sus penetrantes ojos color miel, la vista de una elfa y sobre todo la de ella, era excelente. Podía apreciar mil y un matices donde unos ojos humanos apenas percibirían perfiles inconcretos, se movían como humanos y apestaban como ellos, pero... y esta era lo que provocaba su indecisión, una alerta en sus sentidos que la prevenia y la hacía mostrarse cauta. Parecían mover sombras entre sus sombras, una leve silueta doble sobre la cual costaba concentrar su interés, eso difería su actuación, debía conocer la causa de aquella distorsión la cual, sin duda alguna, estaría relacionada con la magia.
"Los humanos no son buenos con la magia" pensó la elfa con seguridad. Sería alguna burda conjuración que sus amplios conocimientos solventarían de inmediato, estaba cansada de seguiros y deseaba volver a casa con su yeguada, decidió era el momento de actuar.
Estaba sola, tan confiada en sus habilidades que no había permitido la acompañasen en aquella caza de represalia. Era lo suficiente hábil para darles una lección y volver a su hogar sin más problemas, no necesitaba exponer a nadie a peligros innecesarios, ella se bastaba para solucionar aquella circunstancia. Se acercó sigilosa como siempre al grupo de ocho hombres que pronto serian cadáveres bajo su mano, su espada salió de la vaina exquisitamente adornada, era una excelente arma con un afilado corte. Aquella arma ya conocía la sangre y la mano que la empuñaba era diestra y mortal en su manejo, una excelente combinación la cual en otras ocasiones había obrado maravillas.
Las yeguas apresadas percibieron su llegada, cosa que el hombre encargado de su custodia no había hecho, pero no mostraron indicio ninguno de delación, eran animales elficos y por tal condición nunca servirían para dañar a quienes con tanto ardor los cuidaban. La elfa se deslizo entre sus amadas monturas, mientras con cariño su mano libre los acariciaba para demostrarle su devoción a su inmediata libertad.
Aquel hombre continuaba inclinado en una débil fogata, no podía apreciarle el rostro cubierto por la capucha de la capa marrón oscuro que portaba. El código de honor de la elfa no podía permitirle matar a aquella criatura por la espalda, eso sería indecoroso e indigno, así que hizo un ruido para advertirle de su presencia. El individuo se volvió irguiéndose y con él, aquella sombra funesta que hizo acto de aparición.
Entonces comprendió su error. No era un hombre, era una cosa con apariencia de humano, en las cuencas de sus ojos solo había oscuridad, profunda y tenebrosa, amenazante como la más turbia de las noches. Una simple espada no sería rival ante aquel engendro, habían burlado a la experta cazadora, atrayéndola lejos de los suyos para utilizar su cuerpo y destruir su espíritu. En los cuentos infantiles de los elfos estos seres se revelaban como el fin, ante el cual la desesperación y una larga agonía final eran los únicos compañeros, pero eran cuentos, historias para niños de las cuales nunca quiso creer existieran.
Su boca se abrió y un vil sonido le atravesó los oídos como si fueran dagas, a punto estuvo de soltar la espada para caer dolorida ante aquella espantosa voz, pero era fuerte y se mantuvo firme, aún cuando debía reconocer nada podría hacer para salvar su vida. La espada busco un punto débil en la constitución de su oponente, clavándose con decisión en el punto adecuado donde provocaría una muerte cierta e inmediata. Más nada ocurrió, era como si hubiese atravesado un tronco de árbol, un sonido de succión, gorgoteante y húmedo resonó cuando la sacó, indecisa ante si una nueva estocada obraría el milagro de terminar aquella lucha.
Las otras figuras humanas se unieron a la reyerta, la empezaron a rodear en un turbador silencio. Envueltas en las capuchas se apreciaban los rasgos de todos ellos, salvo los ojos o la falta de ellos, estaban huecos y sin piedad ninguna, vacios de toda emoción excepto las mas malsanas intenciones. No era necesario preguntar nada, iba a tener un final terrible, se lo merecía por exceso de confianza y sus pobres yeguas seguirían un camino igual de trágico que ella.
Uno de aquellos animales, armado con un valor inesperado, osó desligarse de su atadura y acudir a presentar batalla. Era una yegua muy joven, aún cuando ya tenía una considerable alzada, denotando una fortaleza que aún no había llegado a su cenit. Encabritada, atacó a quienes osaban rodear a la imprudente mujer elfa y golpeaba con sus cascos contra quienes intentaban rodearla, arrojándolos con violencia lejos de ella.
Eso le dio un respiro, un instante para poder retroceder e intentar huir de allí. Debería de volver con más gente, buscar algún conocedor de las sombras y sus puntos débiles, pero uno de aquellos cuerpos carente de humanidad amenazó con atraparla cuando, inesperadamente, se deshizo ante ella.
Fue como si hubiese perdido todos los huesos de repente, toda su masa, solo el pellejo era testigo de que allí existió algo. Una sombra permanecía con la apariencia humanoide, destilaba peligro y una amenaza cierta, inamovible y maliciosa. Un instante después se cernió sobre la elfa.
Esta gritó, una mezcla de terror y desesperación. Tener el horror sobre su persona le hizo perder la compostura, manoteaba para intentar zafarse de aquel contacto gélido que deseaba dominarla, sin éxito alguno, a cada instante se apretaba más sobre ella hasta cortarle la respiración, intentaba entrar por su boca abierta y la mujer al comprenderlo la cerró con todas sus fuerzas. Pero aquello le forzaba a abrirla, sentía en su garganta un aliento fétido, como deseaba la corrupción penetrar en su interior y acabar con su voluntad, más la elfa se defendía con el valor de una gata amenazada.
La yegua joven seguía manteniendo a distancia al grupo restante, ignorante de la lucha que tras ella se debatía. No cejaba en golpear, una y otra vez, a quienes deseaban acercarse, demostraba una defensa inusual, con un valor ajeno a la insensatez de aquel enfrentamiento, el cual terminaría con una muerte cierta.
Su fuerza empezo a flaquear, la maldita sombra parecía adherirse a su persona con una infatigable insistencia, ya no podía seguir luchando, debía de empezar a considerar estaba perdida. Pensó en los bosques, en su gente y en su amado, al cual nadie más que ella quería con tanta pasión, su aguerrido Bizcomiro.
Algo iluminado atravesó la sombra, emitió un amargo gemido y desapareció. Juraría haber visto una espada, pero fue tan veloz aquel movimiento que ya dudaba si su visión era cierta o el producto de su desesperación por el final al cual estaba condenada. Notó una brisa, algo de color verde se había llegado hasta su lado y desaparecido con igual presteza, miró sus manos con extrañeza, estaba libre y la sombra destruida, podía volver a levantarse para admirar quien había sido su salvador. Tal vez su irreflexivo amante la siguió hasta allí, pero dudaba supiera actuar con tal exactitud, sus ojos confundidos constituían un grave dilema al elfo, aunque tal inconveniente no impedía su amor sincero por él.
Pudo percibir entonces no era su amado, sino una elfa enfundada en una hermosa armadura de color verde, a quien no podía seguir en sus movimientos, se precipitó entre el grupo de humanos y acabó con ellos con una par de filigranas, sus interiores estallaron, revelando las sombras quienes tras gemir su fin, desaparecieron.
Al terminar ese espectáculo a donde no quiso nunca acudir, ni como espectadora ni actuante, su rescatadora se detuvo y entonces pudo apreciarla en su verdadero esplendor. Era de una increíble hermosura, su forma de moverse femenina y coqueta, marcial y segura, todo a un mismo tiempo, la dejaron sin palabras. La elfa morena abrió la boca, expectante ante aquella presentación, no parecía pertenecer al mundo, era una entidad fuera de lugar en aquel entorno.
-No deberías meterte en peleas que no puedes ganar -dijo la elfa de largo pelo gris mientras se acercaba a la sorprendida mujer.
-¿Quién eres? -preguntó con una sorpresa evidente. Estaba aturdida y confundida ante semejante aparición.
-Ah, es verdad. No nos hemos presentado. Me llamo Hurtadillas, estaba de paso por la zona y vi que tenías problemas. Decidí intervenir, aunque mi ayuda va a tener un precio.
-!Un precio! Como te atreves, nadie se atrevería a pedirle algo así a Nanaencarnada.
-Yo me atrevo -concluyó como si fuese lo más natural del mundo- me lo debes, te he salvado la vida.
Nanaencarnada calló, tal vez aquella mujer de incomprensible belleza tenia razón. Estaba dispuesta a dárselo, pero le parecía que tenía una actitud demasiado descarada y ella jamás se mordía la lengua.
-¿Que quieres? -respondió con tono seco.
-Esta yegua que tan valiente se ha comportado, la llamare Bellandante, me parece un bonito nombre.
-Si, es un buen nombre, pero se la tenía reservada a mi prometido. No le va a gustar que una elfa desconocida se la lleve sin mas.
-No te preocupes. Ves esa yegua de allí, yo se la regalaría, cuando tenga descendencia podrá portar el caballo elfico más imponente que jamás haya existido. Le servira bien, te lo prometo.
-Si tan segura estas, es tuya. ¿Eso es todo?
-Bueno, querría algo más -la elfa tocó con la mano su pelo negro y la miró con aquellos intensos ojos verdes tan especiales. Nanaencantada se sintió estremecer.
-Creo estas bien pagada. No tengo nada más de valor para entregarte.
-He visto tus caderas, son muy atrayentes y las noches en estos bosques son tan frías. Me gustaría compartir contigo el calor de nuestras presencias.
Nanaencarnada estaba turbada, aquella insinuación la había dejado sin defensa alguna. Estaba herida de deseo y cumpliría con su trato. No creía aquello molestase a Bizcomiro, no le era infiel con ningún elfo y le seguía queriendo como siempre, un poco de cariño junto a esa beldad le reconfortaría las penurias pasadas. Se lo merecía, le salvó la vida y ella pagaba siempre sus deudas.
Bellandante miró a las dos mujeres, acertaba a comprender que entre ambas, la mejor elección era la hermosa guerrera que les había salvado. Como animal élfico supo enseguida de quien se trataba, todo lo vivo era deudor en su presencia y aquel nombre de Hurtadillas, poco le decía. En realidad, ella la conocía como la Dama Verde y así la honraría en su mente. Se sintió afortunada, pues sabía su vida cambiaría de ahora en adelante.
Bellandante miró a las dos mujeres, acertaba a comprender que entre ambas, la mejor elección era la hermosa guerrera que les había salvado. Como animal élfico supo enseguida de quien se trataba, todo lo vivo era deudor en su presencia y aquel nombre de Hurtadillas, poco le decía. En realidad, ella la conocía como la Dama Verde y así la honraría en su mente. Se sintió afortunada, pues sabía su vida cambiaría de ahora en adelante.
Todo esto ocurrió antes de la aparición de Los Cuatro, antes de conocer Hurtadillas a la archimaga de Tamtasia, a Maljeta y a Castalinda. Una época donde la elfa de insuperables ojos verdes se movía en el sigilo, después de turbadoras vivencias, que tal vez algún otro día tengan a bien contarnos. Así viene registrado en la Biblioteca de Nueva Capital, en el mundo de Tamtasia.
Ahora es cuando, por vuestro bien, debéis de cerrar vuestros ojos...
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