jueves, 7 de febrero de 2013

SIN (4ª PARTE)



Diez años, pudieran parecer un tiempo largo y de hecho lo son, más bajo los cuidados de Dedofacil, no significan nada. Aunque los huesos rotos, rasgaduras y magulladuras en todas las partes del cuerpo sugieran un maltrato, supusieron un entrenamiento diestro y acertado. La elfa sabía no debía demostrar debilidad alguna, ni salvar los malos golpes, ni los cortes de advertencia. Evitar las mortales estocadas o los daños demasiado graves, constituian un gran esfuerzo de atención. Ello agilizó las capacidades, las cuales nunca fueron innatas, de Largasiesta.

Diez años de besar el suelo y llenarlo con su sangre, de rozar la gravilla a cuerpo desnudo; de que la elfa lo increpase por su torpeza y le obligase a repetir, una y otra vez, los ejercicios de lucha. Aprendió a manejar mandobles, sables, espadas largas y cortas; dagas, hachas, mazas y alabardas; lanzas y escudos, arcos de todas clases; incluso su propio cuerpo, como arma.

Le enseño a defenderse cuando parecía indefenso, a fingir debilidad para bajar la guardia de su contrincante, a esconderse utilizando el más insospechado agujero. Le enseño a sobrevivir, a distinguir lo que podía comerse de lo que no lo era, a comportarse gentil con quien lo mereciera y arrogante ante sus enemigos. Estos nunca debían verlo débil, ni dubitativo, eso sería su fin.

Sobre todo le enseño a amar, por encima de todas las cosas, a las personas. Debería de entregarse por amor, una palabra que solo empezó a atisbar su significado y cuando descubrió sus secretos matices, quedo maravillado. Esa fue su más dura enseñanza, aunque Dedofacil le advirtió que apenas había escarbado en ese poder y por más que lo intentase nunca alcanzaría su cenit.

La elfa se convirtió en su compañera, en el lecho compartían su cariño, sus angustias y los deseos. No se recriminaban el daño que pudieran hacerse, como amantes disfrutaban del calor de sus cuerpos y como compañeros, de una confianza inquebrantable el uno en el otro. Aunque todo el dolor se lo llevaba el muchacho, la mujer lo cuidaba con reverencia de cada una de sus incidencias. Eran un solo cuerpo, dividido en dos mitades.

La Primer caballero no les recriminaba su evidente afecto es más, lo fomentaba. Supo que esta también amaba de un modo personal a Puercoespino, viendo en ellos la encarnación de sus ideales. Ella, la noble Soloconbrasas, lo había perdido todo por sus visiones y el deseo de entregar cuanto tenia a quienes de veras lo necesitaban. La tacharon de loca, encerrándola en una abadía alejada de Gran Capital, en el lejano norte. Allí la maltrataban e injuriaban, se veía sometida a las labores más ingratas e incluso intentaron abusar de su persona.

Una mujer de aquel lugar se apiadó de tan ingrata existencia, acogiéndola bajo su cuidado. Esto le granjeó enemigos, quienes no dudaron en matarla para quitarle su custodia. Soloconbrasas pudo huir, pues antes del fatal desenlace, su protectora le donó una considerable cantidad de dinero y la oportunidad de empezar una nueva vida.

Después de llorarla durante días, la valiente mujer comenzó una caminata hacia ninguna parte. Estaba sola en el mundo y no tenía aspiración alguna, ni deseo de seguir viviendo. Entonces conoció a alguien extraordinario, cuyo nombre no quiso revelar a Largasiesta, pues si era necesario algún día sabría de su existencia. Se creó la Orden de Hierrocolado y quienes en ella se integraban siempre la trataban con su rango despojado, la duquesa Soloconbrasas. La Primer Caballero.

-Antes que yo, hubo otros dos Primer Caballero. El fundador de cuyo nombre nada diré y mi antecesor Guardapalma, una bellísima persona que murió cumpliendo con valentía los mejores designios de la Orden. Quiera donde este, descanse en paz auténtica –dijo la mujer mientras intentaba explicarle los orígenes de la Orden al joven muchacho.

Estaban en el comedor anexo a la cocina. RamdelNorte, un enano que también pertenecía a Hierrocolado lo miraba con atención. Bajo como todos los de su raza y ancho como un tonel, tenía unos ojos desapasionados, oscuros y fríos, casi como muertos.

-Muchacho, tienes mucho que aprender aún. Vives en un mundo idílico donde todo es bueno y amable, pero no lo es. Si rasgas un poco en el envoltorio, no descubrirás sino miseria, amargura y codicia, mucha codicia. –Soloconbrasas le miró. En su rostro se encontraba desaprobación en cuanto había hablado el enano y este pareció comprender su falta- Y algo de bondad, no mucha ni suficientemente repartida, pero algo si que hay.

Aquello pareció complacer a la mujer del mechón blanco quien le caía rebelde por su cara.- No hagas mucho caso de RamdelNorte, es buena persona, pero es enano. Y como tal, refunfuña y desgañita sobre cualquier cosa que no sea piedra y su contenido. Pero si es cierto te queda un duro camino por recorrer, todos te ayudaremos a ese propósito. Formamos una unidad, aunque dividida en dieciséis partes, el cómputo total de nuestras fuerzas. –El muchacho le miró con sorpresa, no sabía eran tan pocos. La mayoría de las Órdenes tenían más de trescientos miembros e incluso algunas podían sobrepasar el millar.

Se colocó de nuevo el mechón en su sitio, aunque guardaba un precario equilibrio y no tardaría en caer sobre la serena cara. Puercoespino estaba a su lado y decidió ser él quien continuaría hablando, aprovechando la pequeña muestra de coquetería que se permitía su amada.

-Somos pocos, muy pocos. Nunca hemos pasado de la veintena, pues nuestra selección es muy rigurosa. Nadie que no contemple la luz de la flor del montículo puede entrar, aunque puede ser nuestro aliado, si vemos en este su disposición a ayudarnos, pero nunca como miembro. Es peligroso y desafortunado –concluyó con rotundidad, como si con ello afirmase la equivocación de esa decisión en algún momento pasado.

-¿Pero que es este símbolo? ¿Qué es la flor del montículo? –siempre lo había deseado preguntar. Su luz le iluminó la primera vez que la vio y desde entonces no volvió a verla. Se miró su sobrevesta que ahora vestía como miembro de Hierrocolado y tan solo era un trozo de tela inanimado. No comprendía el valor ni el significado de esa enseña.

-No hay mayor honor para un ser viviente que verla. Has sido agraciado con su visión y eso es suficiente, el recuerdo de algo mayor a nosotros y mucho más trascendente. De algo perdido y que no podemos recordar, o no lo deseamos –en este punto, Soloconbrasas calló, intentaba comprender el significado de sus propias palabras-, la flor de montículo no es un símbolo, es algo real. Aunque no podamos alcanzarla, ella nos conforta y auxilia frente a horrores que no puedes ni imaginar. Nada más se, solo una férrea confianza en nuestra enseña, pues nos protege de aquello que nunca desearíamos ver ni conocer. –Se llevó la mano a su pecho, donde la flor se encontraba, era como si desease que esta se presentase ante ellos y ratificase su pequeño discurso, pero solo un silencio reverente sacudió aquel lugar.

Portetieso, quien había llegado al lugar hacía pocos días junto con el enano, entró en la habitación. Portaba con destreza unas grandes bandejas con comida, todos los celebraron, a excepción de Dedofacil, los demás eran pésimos cocineros y el recién llegado había sido antes de entrar en la Orden, un excelente mesonero de reconocida fama. Sus exquisitos guisados inundaron el lugar con su aroma. Dispuso los platos a todos: la elfa y el muchacho quienes estaban juntos, la Primer Caballero y Puercoespino; Tiernocorte, Meloquedo y Parterapido, con RamdelNorte.

Trastoviejo, quien se sentó al lado de Puercoespino, entró poco después, dirigiéndose a Soloconbrasas:– Ahora viene el resto, acaban de llegar y se están lavando del polvo del camino, no tardaran. Lo justo para que no se enfrié este apetitoso guiso. –Dijo mientras partía el pan y entregaba trozos a todos quienes allí se encontraban. 

Habían dispuestos seis platos más y Largasiesta miraba con expectación la entrada. Deseaba ver a esos compañeros, de los cuales no había oído hablar e ignoraba su aspecto. La puerta se abrió, una pareja de gemelos entró con un desparpajo evidente, eran Ojomuerto y Unamuerte, era imposible saber cuál de los dos era uno u otro. Se presentaron con buen humor, sentándose a devorar los platos sin ninguna cortesía.

Luego llegó Uñapartida, un hombre grande, musculoso como Puercoespino y con gesto serio. Saludó a todos y miró con curiosidad al muchacho, pero luego prestó atención a su plato. Después entraron Tiesamano y Liadaparda, eran dos mujeres, una greñuda y hosca; la otra con aspecto dulce de no haber roto un plato en toda su vida. Saludaron y se dispusieron a comer.

Por último entró Trapopiel, todos callaron. Este no dijo nada, solo movió con brusquedad su cabeza como toda contestación y se sentó en la mesa, los demás le correspondieron con ademanes igualmente silenciosos. Parecía de origen noble, altivo en su porte, pero sus ojos delataban un profundo dolor y la tristeza enmarcaba toda su cara. Al mirarlo Largasiesta sintió un escalofrió que con ningún otro pudo percibir, así que evito su mirada durante toda aquella animada reunión. Trapopiel no dijo nada ni nadie le hizo mención de hablarle, aunque le acercaban la comida como a cualquier otro y llenaban su copa cuando esta lo necesitaba.

Luego todos se retiraron y el muchacho quedo solo con Soloconbrasas. Tenía que decirle algo importante, este estaba intranquilo y al ver su indecisión, le animó a sentarse junto con ella al lado del generoso fuego de la chimenea.

-Ha llegado la hora, Largasiesta. Hoy nos hemos reunido al completo para ayudarte a superar tu primer encuentro, –se detuvo, le costaba encontrar un modo amable de decirle que su vida iba a estar en grave peligro- deberás enfrentarte a tu primer “sin”. Los demás trataremos de que sobrevivas, pero es solo tu arrojo quien te evitará un trágico final. No es fácil luchar contra ellos, ni agradable. No habrá escritos contando tus hazañas ni tus pesares y si algún día mueres, solo los pocos miembros de la Orden honraran tu memoria. Has vivido tus mejores días, diez años de tranquilidad que nunca recuperaras, pues el horror de tus encuentros te hará perder el sueño y tener siempre a mano arma para combatirlos. Dedofacil jamás ira de pareja contigo, os pondríais en peligro entre ambos y no te acompañará, solo podrás verla cuando sea necesario un descanso y eso será en contadas ocasiones. Ella siempre lo ha sabido y aunque te quiere, sabe cuál es el camino correcto, nunca negará su afecto por ti, ni ninguno de nosotros os impediremos amaros.

-¿Cuándo será? –preguntó con voz emocionada el joven iniciado.

-Mañana. Ahora deberías ir a dormir, debes descansar –dijo la Primer Caballero. Después de eso retornó a su habitación, allí estaba la elfa esperándolo. No se dijeron nada, ella apartó las gruesas mantas y se acurrucó al lado, noto el calor de su cuerpo, eso le devolvió un poco de confianza en si mismo, luego se durmió. Dedofacil no lo hizo, quedándose en vela durante toda la noche y mirando el rostro de su querido amante y compañero. Tal vez, nunca volvería a verlo en igual condición o su jornada de mañana, sería la última.

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