lunes, 4 de febrero de 2013

EL DESEO (+18 FUERTE)



Abrió los ojos, hoy se encontraba extraña, necesitada de sentir una emoción fuerte. Hacía mucho tiempo que no tenía ningún tipo de relación y era como estar desamparada. A veces, aún cuando dormía en muy escasas ocasiones, le gustaba cerrar los parpados y reposar tumbada en una buena cama o donde le placiese, siempre que dicho lugar fuese cómodo y discreto.

Miró a cuanto la rodeaba. Era una confortable habitación, aunque la veía boca abajo, la cabeza se desprendía por un lateral de la cama y una frondosa cabellera yacia desparramada por el suelo en esa difícil posición. Le gustaba aquella forma de ver, “el mundo al revés” pensaba con una invisible sonrisa.

Sentía los pechos erguidos desafiar la fuerza de gravedad, estaba desnuda y no sentía ningún pudor por ello, con las piernas abiertas y toda su exuberancia natural al descubierto. Era una mañana fría, pero no parecía afectarle, el fuego de la chimenea estaba sin encender y no le importaba. Un pequeño hálito de vaho salía por su boca entreabierta, durante la noche había helado y el exterior estaría cubierto por una gruesa capa de nieve.

Los dientes relucían, perfectos guardianes de aquella rosada lengua que tras ellos se encontraba, de vez en cuando salía gozosa y relamía los labios en busca de perdidas sensaciones, mientras los brazos en cruz se cernían en la linde del lecho, los largos dedos asiendo las sabanas con dulzura proporcionándole el deleite de suavidad al tocarlas.

Deseaba sentir un contacto humano, un roce, una caricia cualesquiera e incluso algún azote más amoroso. Sentía ansia de esa forma de comunicación, de esa integración entre dos cuerpos tan perfecta diseñada por la naturaleza. Ella era ante todo la fiel representación de ese fenómeno, su mejor defensora y aliada.

Levantó la hermosa cabeza arrastrando la mata de cabello en el esfuerzo. Las largas orejas estaban rojas, fruto de su pasión y el fuego del interior amenazaba con que se consolase a sí misma. La mirada hoy era triste, llevaba mucho tiempo sin conocer a nadie con quien realmente valiese la pena yacer. Eso la desconsolaba, el mundo estaba perdiendo su inocencia, la oscura presencia cernía unas garras cada vez más fuertes y atenazaba la verdadera alegría. Incluso sentía en ese momento su crecimiento.

Con un inesperado movimiento se puso en pie. Una sencilla cabriola entre las sabanas levantó la magnífica persona, el suelo estaba frío como toda aquella casa. Se asomó a la ventana, medio cubierta por la ventisca que aún seguía azotando la zona. La luz débil iluminaba el exterior, nubes blancas cubrían el antaño cielo azul y descargaban su blanco manto sin compasión. Si lo desease, la inclemencia se detendría y el sol saldría pletórico, pero no deseaba interferir, no era necesario, solo un capricho suyo. 

De entre muchos que la conocían de relatos e historias, hablaban de una elfa de increíbles proporciones y extremadamente bella. Se decía era fogosa y dejaba llevarse por el ardor de sus necesidades a la menor ocasión, calificándola de ninfómana y viciosa, más otras palabras mucho menos agradables al oído. Eso le dolía, pero jamás daría muestras de sentirse afectada en público, su autocontrol en ese sentido era estricto y confiable. 

No la comprendían, ni sabían quién era en realidad. Eso los disculpaba de sufrir el severo castigo por difamarla, solo deseaba amar, entregarse a quien lo merecía y eran tan pocos los merecedores de su cariño, muy pocos para ese deseo ardiente.

Hoy la tristeza la acunaba, aferrada a los recuerdos de sus amantes, alguno de ellos de rostro grato, otros menos agraciados y también sobre ellas, variadas también en su aspecto. Todos ellos la merecieron, entregándose sin dilación a sus antojos amorosos. Su existencia era larga y esos recuerdos se difuminaban en la inmensa lista de los días vividos, aunque su memoria era excelente, le dolía hacer uso de esa cualidad, pues ya habían muerto casi todos y esos cuerpos estarían convertidos en polvo y escasos huesos.

Una de sus manos bajó hasta la unión de sus piernas, para acariciarse y descubrir el estado de excitación. Estaba muy húmeda y un sonido viscoso de los dedos tocándose la hacía proferir pequeños gemidos. Decidió tumbarse de nuevo y darse placer, conocía su cuerpo mejor que nadie, sabría disfrutar de aquel momento, entregándose sin ningún tabú al cumplimiento de la propia satisfacción.

Abrió las piernas, con el sexo hinchado y la caricia suave de los largos dedos. Lo rodeaba y tocaba calmada, aunque la respiración empezaba a acelerarse. La otra mano se dirigió a un pecho, lo bordeó siguiendo la sinuosa curva, remontándose hasta su cima, donde un impetuoso pezón destacaba alzándose duro en el experimentado toque, hizo girar la yema de sus dedos en torno suyo, lo apretaba y rozaba. Al mismo tiempo, la mano que abajo se encontraba, perdió alguno de los dedos al entrar estos en la cueva humedecida. Un sonido de succión líquida se podía escuchar entre los ahora más sonoros gemidos.

Tenía los ojos cerrados e imaginaba alguno de sus queridos compañeros tomarla, en sus fantasías la embestían con rudeza y sentía la calidez del miembro duro dentro. Los labios mojados, por las sacudidas vigorosas de la lengua exultante, se abrieron como pétalos de una flor ante el vespertino amanecer, para gritar de placer.

Llegaba al clímax y el cuerpo ardía, consumiéndose en feroces envites. Sintió estremecer todo su ser, convulsionándose y moviendo la cama en repetidos golpes, levantaba las caderas y bajaba, víctima de esa renovada insistencia, con tres dedos de la mano lubricados en profundidad por tan extrema entrega. 

Gritó. Fue un sonido liberador que sacudió la habitación, una onda expansiva la cual tiró cuanto en ella se encontraba. Quedó como muerta, sofocada por su entusiasmo y satisfecha de haber calmado su deseo en aquel día.

Las plantas de los pies le dolieron. Fue un dolor breve, producto de la energía que había disipado en aquel esfuerzo de complacencia. Se acarició el pelo, lo tenía muy revuelto en torno a al rostro, las hebras grises la cubrían, en las partes mojadas de su frente pegaron algunos mechones que liberó, con sus ahora también disponibles manos. Una de ellas impregnada con los efluvios del propio cuerpo, lamiéndola con gula para limpiarla del todo.

Se encontraba mejor, aquel manto de desesperanza que amenazaba cubrirla había desaparecido. Los ojos estaban más vivaces, el increíble verde brillante que eran pupilas e iris, escudriñaba el desastre que su voz hubo provocado. 

Chispa estaba inquieto al lado de la cama y Hurtadillas se levantó para calmarlo, las suaves manos lo acariciaron con delicadeza. El metamorfo, ese ser con forma de objeto que se comportaba como un ser vivo, volvió a una posición ronroneante y siguió siendo el arcón inofensivo que siempre parecía.

-Me he dejado llevar con demasiado entusiasmo -se dijo entre dientes. Saldría a lavarse en el helado río que cerca discurría, aquella cabaña acondicionada era uno de sus refugios secretos, con una portilla a donde podía acceder a gran cantidad de material celosamente guardado y que nadie podría encontrar sin su permiso.

Cuando abrió la puerta, la nieve cesó de caer y el sol apareció tímido en el cielo. Las nubes se apartaron respetuosas para que iluminase a la elfa y transmitiese el calor sin ninguna interferencia. Hurtadillas se inclinó como señal de agradecimiento y desnuda se dirigió al río congelado. El hielo se quebró solo para permitirle acariciar sus aguas y complacientes, calentaron solas para evitarle la desagradable sensación helada. 

Se sumergió por completo y cuando reapareció majestuosa, la pálida carne gris azulada parecía iluminarse por si misma. Un ligero viento muy cálido sopló, secándola en breves instantes. El pelo brilló como plata recién batida al agitarse por la brisa, cubriéndole los desnudos hombros con su densa masa. 

El hielo volvió a cubrir la zona donde la mujer dio su baño, el viento se detuvo y el sol desapareció cuando se introdujo de nuevo en la casa. La nieve volvía a caer con fuerza.

Se acercó a un espejo de cuerpo completo y miró sus orejas. Habían perdido la encendida pasión y ello la tranquilizaba. Se dirigió a poner orden en el pequeño caos que había provocado y cuando hubo acabado acudió hasta el arcón viviente. De allí sacó ropa de abrigo, unas largas medias de lana de la mejor calidad cubrieron las piernas. Delicada ropa interior que atusaron los pechos y escondieron el ya satisfecho sexo, mientras otras prendas de lana taparon su torso y quedaron rematadas por un jubón grueso. Una falda larga de invierno ocultó sus piernas y se guarnecieron con unas largas botas del mejor cuero. Toda aquella vestimenta en el color amado, el verde, cómo toda ropa que siempre vestía.

Volvió al espejo, estaba magnífica, esplendorosa como siempre y con  ánimo reforzado para afrontar las nuevas vicisitudes a las cuales tendría que plantar cara.

Un sentimiento extraño la abordo. Sentía deseos de ir a Nueva Capital, algo en aquel sitio la llamaba a su presencia. Allí un poder inmenso se presagiaba y tal vez, aunque le pareciese increible, la promesa de un amor como nunca habría sentido hasta ese momento. Un amor autentico, sin limitación alguna, profundo e insondable, como el que ella había manifestado hasta entonces con todas sus entregas.

Acudió al establo bien acondicionado adyacente a esa pequeña casa oculta. La hermosa yegua Bellandante pacía tranquila del alimento que su dueña le dispuso, la miró y supo era el momento de retomar los caminos y conducirla a donde dispusiera.

Con un estimable cariño, Hurtadillas acomodó la silla y los demás arreos a la montura. Eran una pareja perfecta y su mejor compañía en aquellos momentos solitarios. Después de haber recogido cuanto necesitaba, incluido el fiel metamorfo Chispa, montó y emprendió el duro camino hasta aquella lejana ciudad.

El viento azotaba con fuerza, sería un inclemente viaje, pero la inestimable caballería sabría llevarla por los mejores sitios y con la mayor comodidad. No deseaba interferir hoy con la naturaleza, a pesar del inhóspito día, deseaba sentir su furia, sentir su crudeza.

Notó, aún con el experto trote de Bellandante, la dureza del terreno que atravesaba. Pensó en sus habitantes y en cuan dura debía ser la vida en esta zona. Las orejas volvían a hincharse y el color rojo de su sangre caliente a llenarlas. Deseaba colmar su amor y le costaba encontrar alguien a quien corresponderle con inmenso aprecio. No deseaba pensar más y entregándose de nuevo al tránsito, cerró los ojos.

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