Abrió los ojos, hoy se encontraba extraña,
necesitada de sentir una emoción fuerte. Hacía mucho tiempo que no tenía ningún
tipo de relación y era como estar desamparada. A veces, aún cuando dormía en
muy escasas ocasiones, le gustaba cerrar los parpados y reposar tumbada en una
buena cama o donde le placiese, siempre que dicho lugar fuese cómodo y discreto.
Miró a cuanto la rodeaba. Era una confortable
habitación, aunque la veía boca abajo, la cabeza se desprendía por un lateral
de la cama y una frondosa cabellera yacia desparramada por el suelo en esa
difícil posición. Le gustaba aquella forma de ver, “el mundo al revés” pensaba
con una invisible sonrisa.
Sentía los pechos erguidos desafiar la fuerza de gravedad,
estaba desnuda y no sentía ningún pudor por ello, con las piernas abiertas y
toda su exuberancia natural al descubierto. Era una mañana fría, pero no
parecía afectarle, el fuego de la chimenea estaba sin encender y no le
importaba. Un pequeño hálito de vaho salía por su boca entreabierta, durante la noche
había helado y el exterior estaría cubierto por una gruesa capa de nieve.
Los dientes relucían, perfectos guardianes de
aquella rosada lengua que tras ellos se encontraba, de vez en cuando salía gozosa
y relamía los labios en busca de perdidas sensaciones, mientras los brazos en
cruz se cernían en la linde del lecho, los largos dedos asiendo las sabanas con
dulzura proporcionándole el deleite de suavidad al tocarlas.
Deseaba sentir un contacto humano, un roce, una
caricia cualesquiera e incluso algún azote más amoroso. Sentía ansia de esa
forma de comunicación, de esa integración entre dos cuerpos tan perfecta
diseñada por la naturaleza. Ella era ante todo la fiel representación de ese fenómeno,
su mejor defensora y aliada.
Levantó la hermosa cabeza arrastrando la mata de
cabello en el esfuerzo. Las largas orejas estaban rojas, fruto de su pasión y
el fuego del interior amenazaba con que se consolase a sí misma. La mirada
hoy era triste, llevaba mucho tiempo sin conocer a nadie con quien realmente
valiese la pena yacer. Eso la desconsolaba, el mundo estaba perdiendo su
inocencia, la oscura presencia cernía unas garras cada vez más fuertes y
atenazaba la verdadera alegría. Incluso sentía en ese momento su
crecimiento.
Con un inesperado movimiento se puso en pie. Una
sencilla cabriola entre las sabanas levantó la magnífica persona, el suelo
estaba frío como toda aquella casa. Se asomó a la ventana, medio cubierta por
la ventisca que aún seguía azotando la zona. La luz débil iluminaba el exterior,
nubes blancas cubrían el antaño cielo azul y descargaban su blanco manto sin
compasión. Si lo desease, la inclemencia se detendría y el sol saldría pletórico,
pero no deseaba interferir, no era necesario, solo un capricho suyo.
De entre muchos que la conocían de relatos e
historias, hablaban de una elfa de increíbles proporciones y
extremadamente bella. Se decía era fogosa y dejaba llevarse por el ardor de sus necesidades a la menor ocasión, calificándola de ninfómana y viciosa, más
otras palabras mucho menos agradables al oído. Eso le dolía, pero jamás daría muestras
de sentirse afectada en público, su autocontrol en ese sentido era
estricto y confiable.
No la comprendían, ni sabían quién era en
realidad. Eso los disculpaba de sufrir el severo castigo por difamarla, solo deseaba amar, entregarse a quien lo merecía y eran tan pocos los
merecedores de su cariño, muy pocos para ese deseo ardiente.
Hoy la tristeza la acunaba, aferrada a los
recuerdos de sus amantes, alguno de ellos de rostro grato, otros menos
agraciados y también sobre ellas, variadas también en su aspecto. Todos ellos
la merecieron, entregándose sin dilación a sus antojos amorosos. Su existencia
era larga y esos recuerdos se difuminaban en la inmensa lista de los días vividos,
aunque su memoria era excelente, le dolía hacer uso de esa cualidad, pues ya habían
muerto casi todos y esos cuerpos estarían convertidos en polvo y escasos huesos.
Una de sus manos bajó hasta la unión de sus
piernas, para acariciarse y descubrir el estado de excitación. Estaba muy húmeda
y un sonido viscoso de los dedos tocándose la hacía proferir pequeños gemidos.
Decidió tumbarse de nuevo y darse placer, conocía su cuerpo mejor que
nadie, sabría disfrutar de aquel momento, entregándose sin ningún tabú al
cumplimiento de la propia satisfacción.
Abrió las piernas, con el sexo hinchado y la
caricia suave de los largos dedos. Lo rodeaba y tocaba calmada, aunque la respiración empezaba a acelerarse. La otra mano se dirigió a un pecho, lo
bordeó siguiendo la sinuosa curva, remontándose hasta su cima, donde un
impetuoso pezón destacaba alzándose duro en el experimentado toque, hizo girar
la yema de sus dedos en torno suyo, lo apretaba y rozaba. Al mismo tiempo, la mano que
abajo se encontraba, perdió alguno de los dedos al entrar estos en la cueva humedecida.
Un sonido de succión líquida se podía escuchar entre los ahora más sonoros
gemidos.
Tenía los ojos cerrados e imaginaba alguno de
sus queridos compañeros tomarla, en sus fantasías la embestían con rudeza y
sentía la calidez del miembro duro dentro. Los labios mojados, por las
sacudidas vigorosas de la lengua exultante, se abrieron como pétalos de una
flor ante el vespertino amanecer, para gritar de placer.
Llegaba al clímax y el cuerpo ardía, consumiéndose
en feroces envites. Sintió estremecer todo su ser, convulsionándose y moviendo
la cama en repetidos golpes, levantaba las caderas y bajaba, víctima de esa renovada insistencia, con tres dedos de la
mano lubricados en profundidad por tan extrema entrega.
Gritó. Fue un sonido liberador que sacudió la
habitación, una onda expansiva la cual tiró cuanto en ella se encontraba. Quedó como muerta, sofocada por su entusiasmo y satisfecha de haber calmado su
deseo en aquel día.
Las plantas de los pies le dolieron. Fue un dolor
breve, producto de la energía que había disipado en aquel esfuerzo de
complacencia. Se acarició el pelo, lo tenía muy revuelto en torno a al rostro,
las hebras grises la cubrían, en las partes mojadas de su frente pegaron
algunos mechones que liberó, con sus ahora también disponibles manos. Una de
ellas impregnada con los efluvios del propio cuerpo, lamiéndola con gula
para limpiarla del todo.
Se encontraba mejor, aquel manto de desesperanza
que amenazaba cubrirla había desaparecido. Los ojos estaban más vivaces, el increíble
verde brillante que eran pupilas e iris, escudriñaba el desastre que su voz hubo provocado.
Chispa estaba inquieto al lado de la cama y
Hurtadillas se levantó para calmarlo, las suaves manos lo acariciaron con
delicadeza. El metamorfo, ese ser con forma de objeto que se comportaba como un ser vivo, volvió a una posición ronroneante y siguió siendo el arcón
inofensivo que siempre parecía.
-Me he dejado llevar con demasiado entusiasmo
-se dijo entre dientes. Saldría a lavarse en el helado río que cerca discurría,
aquella cabaña acondicionada era uno de sus refugios secretos, con una portilla
a donde podía acceder a gran cantidad de material celosamente guardado y que
nadie podría encontrar sin su permiso.
Cuando abrió la puerta, la nieve cesó de caer y
el sol apareció tímido en el cielo. Las nubes se apartaron respetuosas para que iluminase a la elfa y transmitiese el calor sin ninguna interferencia.
Hurtadillas se inclinó como señal de agradecimiento y desnuda se dirigió al río
congelado. El hielo se quebró solo para permitirle acariciar sus aguas y complacientes, calentaron solas para evitarle la desagradable sensación helada.
Se sumergió por completo y cuando reapareció
majestuosa, la pálida carne gris azulada parecía iluminarse por si misma. Un ligero viento muy
cálido sopló, secándola en breves instantes. El pelo brilló como plata recién batida
al agitarse por la brisa, cubriéndole los desnudos hombros con su densa
masa.
El hielo volvió a cubrir la zona donde la mujer
dio su baño, el viento se detuvo y el sol desapareció cuando se introdujo
de nuevo en la casa. La nieve volvía a caer con fuerza.
Se acercó a un espejo de cuerpo completo y miró
sus orejas. Habían perdido la encendida pasión y ello la tranquilizaba.
Se dirigió a poner orden en el pequeño caos que había provocado y cuando hubo acabado acudió hasta el
arcón viviente. De allí sacó ropa de abrigo, unas largas medias de lana de la mejor
calidad cubrieron las piernas. Delicada ropa interior que atusaron los pechos y
escondieron el ya satisfecho sexo, mientras otras prendas de lana taparon su
torso y quedaron rematadas por un jubón grueso. Una falda larga de
invierno ocultó sus piernas y se guarnecieron con unas largas botas del mejor
cuero. Toda aquella vestimenta en el color amado, el verde, cómo toda ropa que
siempre vestía.
Volvió al espejo, estaba magnífica, esplendorosa
como siempre y con ánimo reforzado para afrontar las nuevas vicisitudes a las
cuales tendría que plantar cara.
Un sentimiento extraño la abordo. Sentía deseos
de ir a Nueva Capital, algo en aquel sitio la llamaba a su presencia. Allí un
poder inmenso se presagiaba y tal vez, aunque le pareciese increible, la promesa
de un amor como nunca habría sentido hasta ese momento. Un amor autentico, sin
limitación alguna, profundo e insondable, como el que ella había manifestado
hasta entonces con todas sus entregas.
Acudió al establo bien acondicionado adyacente a
esa pequeña casa oculta. La hermosa yegua Bellandante pacía tranquila del alimento
que su dueña le dispuso, la miró y supo era el momento de retomar los
caminos y conducirla a donde dispusiera.
Con un estimable cariño, Hurtadillas acomodó la
silla y los demás arreos a la montura. Eran una pareja perfecta y su mejor compañía
en aquellos momentos solitarios. Después de haber recogido cuanto necesitaba,
incluido el fiel metamorfo Chispa, montó y emprendió el duro
camino hasta aquella lejana ciudad.
El viento azotaba con fuerza, sería un inclemente
viaje, pero la inestimable caballería sabría llevarla por los mejores sitios y
con la mayor comodidad. No deseaba interferir hoy con la naturaleza, a pesar
del inhóspito día, deseaba sentir su furia, sentir su crudeza.
Notó, aún con el experto trote de Bellandante, la
dureza del terreno que atravesaba. Pensó en sus habitantes y en cuan dura debía
ser la vida en esta zona. Las orejas volvían a hincharse y el color rojo de su
sangre caliente a llenarlas. Deseaba colmar su amor y le costaba encontrar
alguien a quien corresponderle con inmenso aprecio. No deseaba pensar más y entregándose
de nuevo al tránsito, cerró los ojos.
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