Abrió los ojos, esos ojos hermosos con los cuales
los hombres quedaban cautivados. Unos iris grandes enmarcaban la pertinaz
retina, esta ojeaba con cautela cuanto a su alcance ponía. Símbolos que
formaban palabras y estas una frase, la frase se constituía en párrafos y los
párrafos en capítulos, estos a su vez acababan con un título, con el cual se
enunciaba todo el conjunto.
“Artes de magia elemental” leyó en la tapa de
cuero en la cual se contenía. “Diantres, menudo libro aburrido, aburrido y
aburrido. Prefiero deletrear los compuestos y luego las enumeraciones
lingüísticas. Sería mucho más entretenido”. Cogió este volviendo a dejarlo en
una de las enormes estanterías que conformaban la biblioteca de Nosonlastantas.
“Si esto continua así, no necesitaran acabar
conmigo. Me moriré antes de puro tedio” pensó consternada. Llevaba meses
enteros investigando las salas a las cuales nunca hubo prestado atención y
ahora sabía bien la razón, eran una reunión de absurdas interpretaciones y malas
teorías, disparatadas divagaciones y callejones sin salida. No le extrañaba el
nivel de muchos de aquellos con los cuales compartía su rango, leyendo esos
libros nunca llegarían a nada.
Incluso sin recurrir a estudio alguno sabia
existían dos clases de ramas mágicas: la elemental y la espiritual. La
elemental comprendía tal como decía los elementos, agua, fuego, aire y tierra;
su dominio era complejo y llevaba muchos años el poder conseguir una influencia
mínima sobre estos. La espiritual, aún suponía mucho más esfuerzo, pues el
dominio de lo inmaterial no estaba aún definido, en ella se encontraban la
adivinación y la sanación, entre otras muchas. Era una enseñanza muy
restringida y solo los mejores accedían a rascar un poco su superficie.
Luego estaba “compendia”, la gran magia, quien
reunía ambas clases en una sola. Era un secreto callado, un murmullo entre
quienes debatían sobre los misterios de ese poder, un silencio que clamaba ser
terminado. Testadurra podía presumir de conocer los dos primeros, pero se
encontraba impotente en la unión de los dos. Era arriesgado y lo sabía, podía
poner en peligro la misma Tamtasia si algo salía mal, tal era su enigmático
poder.
Pero su anhelo era conocer, nada la atraía más
que su capacidad de intentar comprender y asimilar la magia, Su instinto
natural le empujaba y animaba a seguir tras ello, aún cuando supusiera un
enorme esfuerzo sin clara recompensa. “Compendia” sería el mayor triunfo y se
constituía en su máxima aspiración, por ello debía acceder algún día a la
biblioteca del archimago. Era el único lugar donde podría satisfacer su sed
insaciable.
Alejó esos asuntos de su pensamiento y cogió otro
libro: “Movimientos de conjuración” se titulaba, abrió sus páginas mirando su contenido.
Lo cerró de golpe, tan fuerte que casi estuvo a punto de atraparse sus propios
dedos. Cuanto vio le dio risa, era absurdo intentar hacer comprender a alguien
los sutiles movimientos con unos gráficos tan burdos. Las carcajadas le
salieron solas, cuanto más pensaba en la estupidez que había supuesto el
esfuerzo de constituir un libro como aquel, más risa le daba, parecía una poseída
y la gente a su alrededor la miraba con preocupación.
Se dio cuenta del silencio formado junto a ella,
compuso su figura de nuevo con disciplina y en un acto de educada elegancia
depositó el risible libro en la estantería.
“Basta, no he hecho sino perder mi valioso
tiempo. Aquí no encontraré respuestas, necesito acceso a la auténtica
biblioteca, no esta payasada”. Luego pensó en los payasos, siempre le habían
hecho reír, lo suyo era un arte y no era justo compararlos con aquellos
nefastos escritos, se arrepintió de ese pensamiento al instante. “No, es un
agravio para esa noble gente, los payasos me gustan. Sencillamente deberían de
quemarlos, con tapas y todo. Al menos, durante un rato darían calor en una
noche invernal. Son para lo único que sirven estos estúpidos libros.”
Mañana había Consejo y ella como miembro del
mismo, podría formular su petición. Era algo sencillo en teoría, solo debía expresar
su deseo de acceder al cargo de archimago y se procedería a concretar una fecha
para tal prueba, pero en la práctica sabia o por lo menos esperaba, le pondrían
gran cantidad de trabas. Sabía que temían ese momento desde el primer momento
en el cual conocieron su innegable capacidad.
Volvió a sus habitaciones, esas espléndidas
estancias a quienes pudo acceder por su propio esfuerzo, siempre que entraba en
ellas recorría estas con el agrado de un conquistador en su
territorio. Llegó a donde se encontraba la confortable cama y se desnudó, hoy dormiría
en cueros. No quería sentir ropa alguna, le agobiaba alrededor de su cuerpo, necesitaba
sentir el contacto fresco de aquellas sábanas de buena tela envolviéndola, como
una capa protectora, cual si fuese una larva que fuese a sufrir su metamorfosis
para transformarse en una maravillosa mariposa.
Se removió inquieta, no
lograba conciliar el sueño. Sentía la observaban, pero no era una sensación
desconocida, era una vieja acompañante, como si desde la infancia alguien la
controlase en sus movimientos y a pesar de todos los esfuerzos por descubrir a
ese mirón, se había burlado de todas sus defensas y artimañas. Era alguien a
quien debería de conocer, pues una habilidad así no la había encontrado en toda
la escuela y temía ese encuentro. Notaba esos ojos escrutándola, cuando en la
tranquilidad de este refugio propio, escapaba de las miradas insidiosas del
resto del mundo.
“No podrían detenerla, no podrían”. Su
pensamiento no hacía sino reforzar su mayor deseo, se acurrucó en un esfuerzo
por defenderse, aunque fuera inconscientemente, de cuantos enemigos la
rodeaban. Se sentía sola, siempre se encontraba sola, las manos agarraron las
sabanas con fuerza, una chispa refulgió entre la espesa melena leonina.
Sus ojos permanecían cerrados, la expresión de la
cara se tornó agreste y malhumorada, quedándose quieta. El pelo se movía en una
inquietante brisa, con luminosos destellos estallando entre los mechones que se
mecían. Había perdido su lisa estructura y se curvaba en múltiples rizos,
quienes golpeaban entre si en una lucha por dominar a su contrincante. El aire
mismo se lleno de una espesa electricidad, se volvió denso y los sonidos se transmitían
en esa sustancia como impropios de aquel lugar.
Los objetos empezaron a vibrar, aquellos con una
punta metálica brillaron como si fuesen cabos de una vela recién encendida. Los
demás crujían ante tamaña presión, amenazando con estallar si continuaba ese
fenómeno.
Testadurra tenía el gesto torvo, seguía con sus
ojos cerrados y las manos apretando las sábanas, le parecía fuese a caer por un
agujero profundo del cual no podría ser rescatada.
La vibración aumentó en intensidad. Una copa de
cristal con agua se fracturó y el líquido cayó por la mesilla, pero no llego a
caer al suelo, simplemente hirvió, transformándose en un espeso vapor. La maga
sudaba, goterones le resbalaban por su hermosa frente y se deshacían al entrar
en contacto con la tela que la envolvía protectora.
Sentía necesidad de chillar, de descargar toda la
tensión que en su interior se acumulaba. Si lo hacía, su brutal impacto
destrozaría cuanto a su alcance se encontrase. Las paredes mismas saltarían hechas
pedazos e incluso el ala entera del edificio podría amenazar con venirse abajo.
Si gritaba, toda la escuela sería destruida, pulverizada por una onda de poder
tal, que nadie podría prevenirla ni detenerla.
Su mente fue más lejos. La propia Gran Capital se
convulsionaria, los edificios romperían como si fuesen de arena y sus trozos impactarían
en leguas a la redonda, pero supo que esto no acabaría allí. Vio como la tierra
misma de Tamtasia abría sus fauces, los ríos vaporizaban sus contenidos, cuando
el magma del interior bullía en su esfuerzo por salir al exterior. El mismo mar
ardía. Aquella fue una visión espantosa.
Su cabello era una tormenta incontenible. Rayos
emanaron de este, golpeando la pared y quemándola en donde hacían contacto, la
luz misma amenazaba con volverse insoportable. Su faz ahora era fiera, una
mueca de furia despierta, de deseos de venganza, de aniquilación y muerte.
Una mano se posó en su frente. Palabras de cariño
que no escuchaba llegaron hasta su interior, le susurraban no estaba sola, ni
temiera estarlo. Alguien la quería de veras y la protegería siempre, sus miedos
eran infundados y debía calmarse.
El pelo se ensombreció, adquiriendo de nuevo
aquella textura lisa que tanto se esforzaba Testadurra por conservar. La luz
disminuyó hasta desaparecer, el aire recuperó su textura habitual y todo volvió
a la normalidad.
Despertó con una insospechada ansiedad. Se desprendió
de aquellas telas que la rodeaban, estaba sudorosa y tenía sed. Fue a beber,
descubriendo la fina copa de cristal rota, debería de ir a buscar una botella
que guardaba en un armario de esa misma habitación. Se arrojó de la cama y
abrió la puerta de la alacena, cogió la botella, estaba caliente como si la
hubiese puesto a calentar. Bebió un sorbo, pero le quemaba su contacto y tuvo
que escupirla para no abrasarse la boca.
Entonces vio la marca en la pared. Una línea de
abrasadora marca había ennegrecido el delicado papel con la cual se decoraba,
lo tocó y la ceniza impregnó sus dedos. No recordaba nada de todo aquello, solo
el recuerdo de un mal sueño, una pesadilla de la cual no tenía ahora constancia
de su contenido.
Se sentó, desnuda como estaba para contemplar el
resto de su habitación. No observaba ningún otro indicio, salvo un inusitado
calor, como el de una sauna quien la rodeaba. Decidió abrir las ventanas,
afuera el fresco de la noche de invierno aliviaría esa desconcertante
temperatura.
Unas hojas sueltas de su escritorio habían caído al
suelo, se fijó en algo inusual. Una marca de una pisada en una de estas, parecía
de una bota por sus contornos bien delimitados. Ella jamás usaba botas, le
había resultado imposible llevarlas, a pesar de que tenía varios pares en su
bien nutrido ropero, le resultaban agobiantes, prefería un tipo de calzado
mucho más abierto.
La miró con gran interés. Alguien había entrado
mientras dormía y la despertó. Por el aspecto del recinto fue por su propio
bien, algo escapó a su control. Algo que ella no recordaba, salvo escasos
matices. Se había sentido sola y luego sintió no lo estaba. Estaba confusa,
mañana con la luz del sol indagaría la realidad de esa noche. Ahora necesitaba
descansar, dormir de veras.
Volvió a la cama, enredándose con las sabanas y
disponiendo encima suyo, una gruesa manta. Dejó una de las ventanas entreabierta,
le agradaba aquel frío intenso y permitiría recuperar su sueño de nuevo.
“¿Quién eres? ¿Qué pretendes?” Las preguntas le
dominaban y no tenía respuestas. El cansancio venció y sin darse cuenta, cerró
sus ojos.
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