jueves, 21 de febrero de 2013

EL COLOR DE LAS VICTIMAS



“Abrió los ojos, eran unos orbes dominados por el miedo, por el terror de quien sabe no hay vuelta atrás. Había llegado hasta él, ahora dominaba su cuerpo y nunca mas este volvería a ser el mismo.

Tierra de oscuridad, tierra negra cual tizón de madera al fuego, con brasas como venas recorriendo los tramos iluminados por su fulgor. Crujiente y espantosa al pisarla, gime como si doliesen los pasos sobre ella, se rompe y quiebra al tocarla, cual cascarilla sometida a superior voluntad. Los habitantes que la pueblan no pesan, nada hay en ellos para hacerse sentir, están huecos, vacios de toda expresión y contenido. Solo algo les llena, una amarga desolación unida a la certeza de una existencia infinita.

Briznas y chispas saltan vigorosas entre su caminar, se deleitan en quemar en su escaso devenir, esos cuerpos que nada sienten. Destellan al chocar e inflaman en un fugaz destello, un humo acre asciende hacia la nada, envolviéndose en una capa aun mayor en su cúspide. Un negro cielo, arriba en su dominio, lo observa todo. Las fumarolas de quienes se abrasan en su deambular la iluminan un instante, es una forma oscura, que se mueve como si millones de seres reptaran en su interior, se agita y conmueve con esos vanos intentos de iluminarla.

Los chillidos y gritos de voces que no se escuchan, en ese silencio eterno. Una capa de lenguas cortadas, donde nada nace y nada crece, gesticulan en el intento de formar palabras, estas se pierden, corrompidas en su inicio y convertidas en germen de otras que nunca serán pronunciadas. Un sibilante sonido es cuanto puede llegar a escucharse, el cual si fuera oído por alguien cabal, enloquecería de inmediato. No son lenguajes de ser viviente quienes nombran entre alaridos un último deseo, pues este nunca es saciado y desesperan. Intentan quejarse aún más alto, pero sus bocas no pueden hablar y ninguna expresión en aquel lugar, tener salida por sus maltrechas cavernas llenas de dentaduras, quienes ansían probar si aún pueden ser usadas.

Dientes afilados en sus extremos, como agujas resplandecientes llenas de restos de su propia existencia anterior, pululan en esas oquedades. Tan quebradizas como el suelo que pisan, chocan entre si y desprenden partes pútridas, devoradas por una garganta destrozada, cuya conjunción solo se mantiene por el brutal deseo de seguir existiendo, aunque no quieran reconocer esa propia creencia es incoherente con su estado.

Esos rostros carecen de cualquier expresión, sometidos a donde están, no hay ningún sentimiento. Son inamovibles y terribles en su único gesto, transmitiendo el dolor que no logran comprender, en esa última mascara. Tienen sus ojos vacios, devorados por cuanto quisieron ver y no soportaron, cuencas yermas, pozos sin fondo de antiguas ilusiones, insoportables hoyos donde se expresa su desamparada situación.

Esa tierra sufre con su contacto, arrastran sus pies en una cansada marcha, ansían llegar a un sitio donde puedan reposar su tormento. Desean paz y se la niegan en su continuo devenir por ese lugar maldito.

Allí no hay luz alguna, no obstante ven. Una débil luminiscencia, fría como aquel sitio e incapaz de definir los perfiles. Una iluminación azul que cambia en sus tonalidades, a ratos más hiriente, muestra cuanto ellos no desean ver y castiga con el conocimiento de verse reflejados en cuantos se encuentran.

Entonces agachan sus cabezas y miran a sus pies la ruina de cuanto pisan, e incluso aquellos apéndices en los cuales se sostienen, cuando nada debería de mantenerlos erguidos, les producen horror y pena.

No es una pena, ni un horror como el de un ser lúcido. Ellos carecen de cualquier sentimiento, es el recuerdo de haber perdido algo en el camino que no logran recordar y en esta búsqueda desfallecen constantemente. El vaho helado asciende de entre las ruinosas formas de una ciudad aniquilada, lo contemplan con sus tristes y vacías miradas e incapaces de comprender, agitan la cabeza en busca de lo que antaño tuvieron.

Pero solo hay vacio. Un vacio pleno quien pugna por seguir existiendo, cuando todos sus habitantes lo llenan con sus dudas. Vive de ellos, se mantiene consciente por ellos y en su único deseo, está en poblar ese mar de desdicha y gozar con su desespero.

No hay llama para calentar tal lugar, las brasas que arden no la confortan ni le dan color alguno a cuanto rodean. No existe calma en este manifiesto lugar de quebranto, ni descanso para quienes lo habitan y aunque el silencio es evidente, quien pudiera escucharlo y soportarlo, conocería piden ser liberados de esa prisión. Pero no hay nadie capaz de tal hazaña y el vacio es cada vez más manifiesto.
 
A nada pueden aspirar en sus trémulos pasos, ni ninguno que quiera escucharlos. Llevan su aflicción como pesadas cargas en sus hombros desnudos, sin cadenas que los aten, ni grilletes, ni guardianes vigilando para evitar su huida. Son sus propios vigilantes, atados a su propia negación e incapaces de liberarse.

Paredes de construcciones arrasadas los encaminan en una determinada dirección. Poco a poco, las ingentes masas acuden a un único punto, sin saberlo se acercan adonde una fuerza mayor dará un objetivo, podrán gozar del privilegio de tener un propósito.

Una figura destaca en lo alto de la parte derrumbada que antes fue una majestuosa torre. Es como todos ellos y diferente, los espera para acoger bajo su cuidado. Habla sin emitir un sonido, los demás escuchan, por primera vez sienten ser comprendidos.

Nace en ellos una nueva resolución, extenderán el vacio que conocen, lo expandirán por cuanto conocieron y darán una forma definida a su conflicto. Ahora disponen de una nueva guía, aun cuando nada ha cambiado en su interior, siguen vacios de todo contenido.

Se entregaran a esta encomienda con total dedicación. No importa el tiempo, ni el lugar, toda la eternidad les pertenece y como tal, harán que los demás la conozcan. Su única motivación, dar cumplimiento al sueño de su recién nombrado mando, con él cual no dudan tienen asegurada su victoria.

Nada hay ahí afuera capaz de detenerlos, pues su número es innombrable y la entrega en su tarea, incomprensible para quien no habita en tal sitio. Cuando han de dominar es extenso, lo llenaran con silencio y abatirán la luz vana, arrasaran las orgullosas civilizaciones e implantaran la suya, pues no hay mayor honor que desfallecer por el vacio perpetuo y entregarse a este, para siempre.

Los ojos abatidos a tal grandeza, jamás se cerrarían…”

“Aburrido, aburrido y aburrido” pensó la archimaga mientras cerraba el libro y bostezaba con gesto taciturno. “No sé porque me empeño en llevar este tonto escrito de Lavamasblanco. Ese hombre está loco, tiene su cerebro como un hormiguero, lleno de agujeritos. Pero me viene bien cuando el sueño no me acompaña, me ayuda a dormir.”

Dejó el pesado tomo dentro de la mochila, estaba en la tienda que la elfa le hubo preparado. No podía negar se había esmerado en hacerla confortable, aunque la rubia orejuda prefería dormir fuera. Pero era mejor así, no se fiaba de tenerla cerca, ya había sufrido bastante acoso, la semana en la cual convivio en Gran Capital con la tórrida mujer. Y ambas acabaron en una desagradable tina helada.

Sintió escalofríos al pensar en esa fría agua, pero había sido lo mejor, incluso Hurtadillas lo reconoció. Le negaba toda clase de libido, a ambas. Sonrió, aun con todo los problemas que le ocasionaba, era una buena compañía. Hábil, valiente y muy inteligente, quizás demasiado; además, su hermosura era inclasificable.

Se apretó en las mantas que la envolvían, ahora tenía otras preocupaciones, volviéndose hacía donde guardó aquel libro inquietante, lo había sacado de la propia biblioteca particular de archimago, le sorprendió aquello tuviera tanta estima en su antecesor, como para tenerlo junto a otros de incalculable valor. Si debía creer cuanto en aquel volumen había descrito, enloquecería sin dudarlo, debería encontrar antes a ese monje loco, tal vez le resolvería dudas que tan hondamente le calaban, eso si seguia vivo, su antigüedad era manifiesta y no podía haberlo escrito la misma persona que ella conoció. Era imposible.

El sueño empezaba a dominarla, dejaría todas esas preocupaciones para el día posterior. Sus ojos, sin pretenderlo, se cerraron solos.

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