Rió, rió como nunca con la expresión del
muchacho. Los ojos de este estaban congestionados, enrojecidos como las brasas
de una hoguera moribunda; el resto de la cara era un poema de difícil
composición, con la lengua fuera escupiendo cuanto quedase en su boca, para
desprenderse de aquel sabor inaudito.
-Es asquerosa –dijo con desagrado, no recordaba
haber bebido algo así en toda su vida. Era la peor agua del mundo.
-Jovenzuelo, tu conocimiento es nulo acerca del
mar. ¿Tu madre no te ha enseñado nada? –expresó aquel hombre con la cara
curtida por una larga existencia a la intemperie y esa mirada dura, pero
tierna, de quien comprende y no juzga.
Había enviado al único hijo con el último de sus
parientes vivos. Un hermano de su abuelo, rudo e intempestivo, como aquella
extensión de agua a la cual saldría cada día con él a pescar.
-Es agua salada, la sangre de la tierra llevada
por los ríos desemboca aquí y el agua dulce se transforma en esta inmensidad, a
la cual has de respetar y amar, aún cuando ella siempre intenta arrastrarte y
ser tu perdición. No debe ser bebida, pues lleva a la locura y la muerte. Así
es el mar, agua para no beber; superficie, para no ser cruzada; cielo que
cambia, cual humor de hombres, para desesperarlos. Pero si la comprendes, te lo
dará todo, comida y riquezas, pues atesora muchas más de las cuales te puedes
imaginar.
-Es horrible y además me marea ir en esta pequeña
barca. Tengo arcadas y mucha más sed aún –el tío abuelo ceso en su sonrisa y
alargó la mano para darle la cantimplora.
-Bebe anda, ser de sangre dulce, si no fueras
hijo de mi escasa parentela te arrojaría por la borda en este mismo momento. La
debieron engañar cuanto te parió… no sé si mereces te cuente el secreto de
estas vacaciones conmigo –dijo mirándolo con la barbilla elevada. Robusta y con
una cicatriz que la recorría perpendicular, impidiendo en aquel trozo asomase
la entrecana barba.
-¿Qué secreto? –la sed pareció desaparecer de
inmediato y los ojos, antes inflamados, chispearon con el deseo de la aventura.
-Necesito ayuda de unas manos fuertes. Debajo de
nosotros, en algún lugar de este mar, hay una ciudad sumergida y en ella… –se
detuvo, como si esa revelación pudiera suponer un gran esfuerzo para él- …en
ella, algo de notable interés para una amiga mía, si lo recupero me ha
prometido colmarme de riquezas o algo parecido –no recordaba con exactitud ese
pacto, pero sin duda era algo bueno por lo cual esforzarse.
-¡Un tesoro! ¿Tienes un mapa del tesoro?
-No. Solo tengo esto, la Dama Verde siempre es un
poco rácana en esos aspectos, Dijo que así me divertiría más –le enseño un
pequeño objeto. Una cápsula de cristal, de extraños colores, en cuyo interior
pequeños destellos la iluminaban.
-¿Y eso que es? Es bonito, pero no veo la
utilidad de ese regalo –lo cogió entre sus manos, era pequeño más transmitía
una sensación cálida al tocarlo, como si poseyese energía propia.
-Aún no lo sé. Pero la Dama Verde no miente nunca
y me dijo funcionaria cuando llegase al lugar exacto –se calló. En su
pensamiento vinieron los más de cincuenta años intentando averiguar cuál era
ese sitio.
-¿Quién es esa Dama Verde? ¿La conozco? No será
amiga de mama, son todas unas cotorras de cuidado y solo cuentan mentiras.
Muchas y todas seguidas.
-Ama al mar, aunque su amor se reparte por cuanto
existe. Si te oyese hablar tan mal de su amiga líquida te cogería de las orejas
y… -la melancolía le invadió, no la había vuelto a ver desde la entrega de ese
artefacto. Era hermosa, la criatura más maravillosa la cual sus pobres ojos habían contemplado.-
Mañana empezaremos su búsqueda, es hora de volver, se avecina tormenta. Ya
veras, será un buen día.
El agua agitó la barca, amenazándola con oleaje
cada vez más fuerte. Nubes negras asomaban en el horizonte y un viento
inquietante les azotaba. Parecía contradecirle la bondad de aquel elemento,
pero lo conocía como su propio cuerpo y sin temor alguno llego a la orilla y
saco al maltrecho chico. Había vuelto a marearse, su cara desencajada le
sugería nunca sería un lobo de mar como él. Nunca gozaría del favor de la Dama
Verde.
Lejos de ellos, una figura los observaba. Una
mujer de cabellos dorados y unos intensos ojos verdes, como toda su ropa. Ojos
de verde mar.
Al día siguiente la fuerte tormenta ya había
pasado, los restos del feroz viento y la lluvia se encontraban dispersos por la
arena de la playa, justo al lado del fondeadero, donde la gente de aquel pueblo
pequeño tenía a buen recaudo las preciadas barcas. Eran gentes de pesca,
sencilla en todas sus actividades y para ellos, el mayor tesoro eran aquellas pequeñas
embarcaciones.
El hombre de pelo cano se afanaba en arreglar el
pequeño desbarajuste del vendaval. Con las redes revueltas no podría faenar en
las generosas aguas y conseguir el sustento del día y un poco más para
comerciar con sus vecinos. Nunca venía mal ahorrar un capital por si el mar no
se mostraba tan generoso.
-Ayúdame con las redes –dijo al jovenzuelo que
miraba ese enredo con particular diversión-. No te quedes mirando como un
pasmarote, si no me ayudas estaremos toda la mañana aquí. ¿Y no querrás
perderte la búsqueda del tesoro?
Entre los dos pudieron hacerlo en muy poco
tiempo. Con todo arreglado, lanzaron el bote al agua y navegaron hacia el
interior. Llegado al sitio adecuado, le enseño a tirar las redes, estas acabaron
sumergidas en las profundas aguas y se dispusieron a mirar una carta de
navegación, que como todos los mapas de Tamtasia, poca información disponía.
-No se para que lo llevo. Pero me gusta mirarlo,
solo hago uso de la intuición, en este mar traicionero es necesaria, más de lo
que podrías imaginarte.
-¿No sirve la carta? Entonces qué sentido tiene
llevarla –preguntó el muchacho intentando desentrañar la maraña de signos y
apuntes inscritos por su dueño.
-Por seguridad, supongo. Aún careciendo de una
guía, todo el mundo sabe ir a su casa, o al pueblo vecino e incluso más lejos,
si es necesario. Es hora de sacar el cristal y veremos si tenemos suerte-. Lo
saco de un pequeño bolsillo que llevaba en su pantalón, depositándolo en la
mano, le dio varios golpecitos y esperó.
Al principio nada pasó. Una pequeña llama emergió
del interior, sugiriendo una dirección concreta, esta se repetía, como la luz
de un faro, con intermitencias entre los breves destellos. La volvió a guardar,
miró hacia aquel sitio y empezó a recoger las redes.
-Pero… hace un momento las hemos echado y ya la
retiras. Así no vamos a tener nada…
-Coge por aquí, pesa demasiado y no sé si podré
con ella yo solo -le interrumpió a sabiendas de que cualquier explicación sería inútil. Llevaba años repitiendo esa escena y nunca necesitaba más de un cerrar y abrir los párpados para tenerlas llenas. Sospechaba esta era una forma de agradecer sus esfuerzos, por parte de la enigmática Dama Verde.
El chico la cogió, la red estaba tirante,
necesitando de ambas manos para poder izarla. Llena a rebosar, no comprendía en
un momento esta estuviera en aquellas condiciones.
-El mar es generoso, muy generoso hoy, chico. Se
ve acoge con agrado tu presencia. Aunque esa propensión al mareo no es una gran
ayuda -Había percibido el aumento del malestar de este en sus ojos. No decía
nada, pero los cerraba con frecuencia, intentando de esta manera eliminar su
mal.
Con los pies llenos de peces y asegurado el pan
de aquel día, no les quedaba otra sino entregar todos los esfuerzos a buscar
aquel misterio que envolvía el pequeño cristal. Colocaron un pequeño mástil y
una vela de cangrejo se hincho con favorable viento, era hora de partir hacia
lo desconocido.
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