La onda expansiva
se transmitió en la lejanía, lanzando la nieve como una ola gigantesca que
barrió cuanto se encontraba en su camino. Luego el intenso calor la derritió,
expulsando la negra tierra y el vapor de agua en todas las direcciones,
arrancando los árboles muertos, las rocas y lo que se interpuso a su paso.
Unas figuras
estaban encogidas, habían aguantado ambos impactos gracias a sus poderosos
escudos biológicos y energéticos, una combinación que las hacía casi indestructibles.
Unas máquinas de guerra devastadoras, cuyo odio humano aguardaba en su
interior, dispuesto para ser liberado contra sus enemigos.
Alia, Naima,
Roxana, Mitzi y Alondra, bajo el mando de Dariana, eran uno de los muchos
escuadrones de terminales, seres idénticos a la raza humana que los había
creado en un intento de evitar su extinción, cuya mente estaba conectada a un
único individuo. Una hembra como ellas, cuya capacidad analítica y de
aprendizaje no tenía parangón.
Alma, la
inteligencia artificial cuyo éxito aún estaba por demostrar, se esforzaba por
dar coherencia a sus dos partes: la humana y la implantada. Ambas deseaban
imponerse la una a la otra y solo su aprendizaje, su dominio sobre la
complicada existencia y sus ambigüedades, le permitía sobrevivir.
Era una tarea
titánica, propia para un ser de leyenda. Y Alma no distaba de serlo.
—¿Estáis bien?
—el enlace mental era un recurso eficiente, las distorsiones electromagnéticas
no tenían ningún efecto sobre él y permitía estuviera siempre disponible para
su uso.
La voz de Alma
resonó como un yunque en sus cabezas, tenía un atisbo de preocupación y
ansiedad que las terminales acusaron. Lo agradecieron, eso significaba que le
importaba su supervivencia.
—Todo en
orden. El enemigo está usando los antiguos arsenales contra nosotras. Los
escudos resistieron, solo tenemos un fuerte picor en la piel y algo de
desorientación —contestó Dariana como oficial a cargo de la escuadra.
—Mil
doscientas siete escuadras están atacando los silos, no tardaran en caer en nuestro
poder. Seguid conteniendo a sus asesinos, la ayuda va en camino —la poderosa
inteligencia evaluaba la información del picor de piel y el estado general de
esas terminales con las cuales estaba contactando. Todas, salvo Alia, parecían
encontrarse en óptimas condiciones.
El primer
impacto le había arrancado uno de sus brazos, aunque el potente sistema
genético se había puesto en marcha y estaba rehaciendo su feo muñón, la
terminal presentaba un alto índice de estrés. Su armadura metálica también
disponía de una inteligencia propia, volviendo a cubrir su zona expuesta. Lo
que le preocupaba era el análisis de Dariana, no había hecho mención de ese
incidente, cómo si no lo considerase importante.
La líder del
escuadrón se dio cuenta de su omisión cuando se supo escrutada por esa suprema inteligencia
que las comandaba, era la característica propia de Alia como flanqueadora, la
que le había hecho obviar su peor estado.
Estableció
conexión visual con ella. Ambas se miraron a los ojos, no era necesario, pero lo
hicieron. Como sus creadores, querían ser dignos de ellos y obrar como unos
humanos cualesquiera lo hubiesen hecho.
Alia estaba
rabiosa, impaciente de vengar ese daño que había sufrido. Como flanqueadora
poseía la capacidad de dominar el espacio tiempo, de moverse a velocidades que
ninguna de sus compañeras podría igualar. Dos espadas de energía, capaces de
cortar incluso el diamante, eran sus instrumentos de destrucción y deseaba
darles uso.
Su constante
estado de cambio entre fases temporales, entre ese delicado entramado por el
cual se movía, provocaba que fuese difícil verla de cuerpo entero en una
batalla. Eso provocó que Dariana no se hubiese percatado de su percance. No
volvería a pasar.
—Estoy bien.
Dolorida y furiosa, mi efectividad solo ha disminuido un quince por ciento y en
pocos instantes la recobraré —habló Alia mediante contacto mental, mientras
bajaba su vista hacía el brazo que ya casi había recuperado su forma.
—No vas a
tardar mucho en demostrarlo —Dariana miró a sus compañeras, sentía como los
problemas se dirigían hacia ellas.
—Aguantad.
Martillos hacia vuestra posición —fueron las últimas palabras de Alma. Alia
había recuperado su total funcionalidad y confiaba en su destreza. Soportarían
la lucha que se avecinaba como se esperaba de tan excepcionales combatientes.
Un impacto
nuclear era algo benigno comparado con las artimañas de sus adversarios. Y el
terreno, después de una sacudida como aquella, aún ardiente, con trozos
cristalizados y el ambiente lleno de radiación, no era el mejor de los
escenarios.
Una esfera
llegó rodando hasta ellas, no tenía fisuras ni signo alguno de abertura. Se
detuvo de repente, quebrándose como si fuera un huevo que hubiesen aplastado
sin misericordia. Pero no había nada vivo en su interior, nada que pudiese
tener sentido.
Algo fuera de
la naturaleza, del orden normal de las cosas. Un ser de otra parte, o de
ninguna. Una fiera sin razón o inteligente, daba lo mismo. Su morfología era a
momentos reconocible y al instante siguiente variaba, mutando, cambiando a
aspectos inconexos, a probabilidades insospechadas.
Para las
mentes de las terminales era algo irracional, sinsentido. Para Alma, sin
embargo, era la cotidiana realidad a la que debía enfrentarse. Existían dos
clases de enemigos: los que aparentaban una próxima humanidad y aquellos que se
hundían en las raíces desgarradoras de la locura. Lo impensable, tomaba forma y
caminaba donde nunca lo podría haber hecho.
—Doble
triangulo —ordenó Dariana. Era una posición de ataque y defensa que conocían
muy bien.
Alia y
Alondra, que también era una flanqueadora, desaparecieron del tejido temporal,
mientras Roxana, la laceradora, potenciaba su habilidad escudo, convirtiendo
sus manos en dos poderosos puños repletos de pequeños aguijones. Naima y Mitzi
desplegaron su arsenal de armas, preparando miles de proyectiles listos para
ser disparados. Dariana tan solo observaba, como una torre vigía, los posibles
movimientos de su enemigo recién llegado. Intentaba descubrir un patrón, algo
que pudiese utilizar en contra de quien deseaba abatirlas.
Su mente,
unida a la de quien las controlaba muy lejos de allí, analizaba cada aspecto de
esa cosa. Sus variables, sus movimientos aleatorios, las posibles amenazas que
pudiera desplegar ante ellas, pasaron como una tormenta de luz, una vibrante
racha de viento, instruyéndola y preparando su posible contraataque.
El enemigo
atacó, lo hizo a todas ellas y al mismo tiempo. Su intento erró al buscar a las
flanqueadoras, perdidas en el laberinto de fases intemporales de frágil
consistencia.
Roxana falló
al intentar impactar un negro tentáculo que la golpeó con violencia. Salió
volando, cayendo con estrépito varios cientos de metros atrás.
Naima y Mitzi
dispararon. Los múltiples objetivos aparecieron con claridad en sus ojos cuyas
retinas tenían capacidad de asimilar cientos de puntos de mira, fijando y siguiendo
hasta alcanzarlos. Las bocas de sus armas destellaban con feroz determinación,
mientras retenían e intentaban retrasar unas agudas puntas que se dirigían
hacía Dariana.
Unas
inesperadas masas las golpearon, y al igual que Roxana salieron despedidas,
aunque su mayor peso hizo que cayeran unos metros atrás de quien deseaban
proteger con esmero.
Las puntas,
afiladas hasta el extremo de ser unas delicadas agujas, tenían el camino libre
hasta su presa. Avanzaron decididas hasta ella, seguras de que nada podría
detenerlas.
Un escudo
vibró con fuerza, una distorsión apareció a ambos lados de Dariana, Alia y
Alondra salieron de la nada, empuñando sus mortíferas espadas y cortando con
calculados tajos esas peligrosas amenazas. Rodaron sobre si mismas, y a cada
vuelta de un nuevo corte, como un molino enloquecido, se acercaban hacía su
osado enemigo.
Pero a su vez
aquel ser disponía de sus propias defensas, las rechazó con un duelo de
afiladas cuchillas, impidiendo que se aproximasen a lo que consideraban su
punto vital. Si es que esa cosa lo tenía. Dariana así lo había calculado y
comunicado a sus compañeras. Debían golpear el centro de esa masa informe, de
un esqueleto sin huesos, de una locura sin nombre.
Roxana se
había incorporado, echando a correr y a una velocidad inigualable, atacó a su
vez con sus puños por delante. Aquella cosa lo acusó, los poderosos
guanteletes, erizados con aguijones de pura energía, se abrieron paso a través
de una mezcla de gelatina y niebla.
No hubo
quejido alguno, ningún lamento ante ese daño. Nada que indicase la tenacidad de
la terminal hubiera tenido un éxito ponderable.
Fue sacudida,
rechazada en su intento, al igual que sus hermanas Alia y Alondra. Todas
salieron volando por el aire, para caer lejos de allí, sobre la tierra
ennegrecida y los restos calcinados por la explosión nuclear.
Alondra tenía
las piernas quebradas, mientras Alia había vuelto a perder la mano que tanto
esfuerzo le costó reponer. Roxana era la más desafortunada, tenía la espalda
rota.
Tardarían
cinco preciosos segundos en reponer sus daños.
Mitzi disparó
de nuevo. A su lado Naima se unió a esa demostración de fuerza. Sacudieron con
una avalancha de proyectiles de todo tipo aquel monstruo que había dañado a sus
compañeras.
Sabían que eso
solo lo retendría dos segundos, los recargadores de munición requerirían un
tiempo excesivo hasta poder ser utilizados de nuevo.
Disponía de
tres para destruirlas a todas.
El ser, o
aquello que no lo era, parecía exultante. Creció en forma y altura, satisfecho
de su triunfo.
Dariana estaba
preparada para entregar su existencia, al igual que sus compañeras de escuadrón.
Sacó su pequeña arma. Parecía una pistola inofensiva con la cual apuntó con una
calma resuelta hacía su decidido blanco.
—No estés tan
convencido —le dijo desafiante mientras su arma disparaba un único proyectil.
Le impactó de
lleno, haciéndole temblar y retroceder a su vez, lo suficiente para ganar un
par de segundos.
Quedaba un
segundo. Uno tan solo y las terminales estarían preparadas de nuevo para presentar
batalla. Pero ese tiempo significaba demasiado en ese enfrentamiento.
Dariana, la
controladora, no disponía de nadie que la defendiese. Era la más débil de
ellas, pero su mente era capaz de coordinar los movimientos de sus compañeras
con una exactitud estremecedora. Estaba calmada, retándolo.
La bestia, el
informe atacante, se abalanzó sobre ella.
Justo antes de
alcanzarla, un rayo blanco rodeado de pequeñas centellas de un hermoso azul
eléctrico le dieron de pleno.
Esta vez sí
hubo un chillido, espeluznante y agónico. Aquella cosa se vaporizó al instante.
Una martillo
había llegado justo a tiempo. Una terminal cuya arma y mochila pesaban cerca de
siete toneladas. Un cañón inverso. Un arma definitiva.
—Por poco
—habló la martillo, satisfecha de su hazaña.
—Has tardado
trescientas cuarenta y cuatro milésimas más de lo esperado —protestó Dariana
recargando su demoledora arma con un nuevo y único proyectil. El contacto
mental hacia que sus palabras, las de todas las terminales, fuesen
instantáneas.
La mochila de
Lorna vibró al reponerse de su excesivo gasto, la martillo no dijo nada sobre
la reprimenda de la controladora. Si ella lo decía, tendría razón.
Todas vieron
un nuevo proyectil surcando el cielo. Una ojiva se dirigía cerca de donde se
encontraban. La toma de los silos debía de ser complicada, pero no dudaban que
al final tendrían éxito en su empresa.
Vengarían a la
humanidad, costase lo que costase.
Otro blanco
resplandor. Un muro de presión azotándolas y luego, el intenso calor, la
abrasión, el fuego radiactivo sobre sus cuerpos.
—Maldita sea,
Alia. Otra vez. —Dariana recriminó a la flanqueadora, siempre se retrasaba en
armar su escudo. Como consecuencia había perdido varios dedos de su castigada
mano derecha.
Alia
refunfuñó, los dedos no le preocupaban, pero el picor sobre la piel era la
mayor dificultad a la que se enfrentaban. Se rascaría con fuerza si supiera que
eso la aliviaría de ese mal momento.
Dariana miró
al grupo, ahora incrementando con dos martillos. Lala, la compañera de Lorna,
también había llegado hasta ellas. Nada las detendría.
—Adelante
—dijo satisfecha la eficiente oficial mientras avanzaba por la tierra quemada.
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