lunes, 22 de febrero de 2016

NIEVE ARDIENTE



La onda expansiva se transmitió en la lejanía, lanzando la nieve como una ola gigantesca que barrió cuanto se encontraba en su camino. Luego el intenso calor la derritió, expulsando la negra tierra y el vapor de agua en todas las direcciones, arrancando los árboles muertos, las rocas y lo que se interpuso a su paso.

Unas figuras estaban encogidas, habían aguantado ambos impactos gracias a sus poderosos escudos biológicos y energéticos, una combinación que las hacía casi indestructibles. Unas máquinas de guerra devastadoras, cuyo odio humano aguardaba en su interior, dispuesto para ser liberado contra sus enemigos.

Alia, Naima, Roxana, Mitzi y Alondra, bajo el mando de Dariana, eran uno de los muchos escuadrones de terminales, seres idénticos a la raza humana que los había creado en un intento de evitar su extinción, cuya mente estaba conectada a un único individuo. Una hembra como ellas, cuya capacidad analítica y de aprendizaje no tenía parangón.

Alma, la inteligencia artificial cuyo éxito aún estaba por demostrar, se esforzaba por dar coherencia a sus dos partes: la humana y la implantada. Ambas deseaban imponerse la una a la otra y solo su aprendizaje, su dominio sobre la complicada existencia y sus ambigüedades, le permitía sobrevivir.

Era una tarea titánica, propia para un ser de leyenda. Y Alma no distaba de serlo.

—¿Estáis bien? —el enlace mental era un recurso eficiente, las distorsiones electromagnéticas no tenían ningún efecto sobre él y permitía estuviera siempre disponible para su uso.

La voz de Alma resonó como un yunque en sus cabezas, tenía un atisbo de preocupación y ansiedad que las terminales acusaron. Lo agradecieron, eso significaba que le importaba su supervivencia.

—Todo en orden. El enemigo está usando los antiguos arsenales contra nosotras. Los escudos resistieron, solo tenemos un fuerte picor en la piel y algo de desorientación —contestó Dariana como oficial a cargo de la escuadra.

—Mil doscientas siete escuadras están atacando los silos, no tardaran en caer en nuestro poder. Seguid conteniendo a sus asesinos, la ayuda va en camino —la poderosa inteligencia evaluaba la información del picor de piel y el estado general de esas terminales con las cuales estaba contactando. Todas, salvo Alia, parecían encontrarse en óptimas condiciones.

El primer impacto le había arrancado uno de sus brazos, aunque el potente sistema genético se había puesto en marcha y estaba rehaciendo su feo muñón, la terminal presentaba un alto índice de estrés. Su armadura metálica también disponía de una inteligencia propia, volviendo a cubrir su zona expuesta. Lo que le preocupaba era el análisis de Dariana, no había hecho mención de ese incidente, cómo si no lo considerase importante.

La líder del escuadrón se dio cuenta de su omisión cuando se supo escrutada por esa suprema inteligencia que las comandaba, era la característica propia de Alia como flanqueadora, la que le había hecho obviar su peor estado.

Estableció conexión visual con ella. Ambas se miraron a los ojos, no era necesario, pero lo hicieron. Como sus creadores, querían ser dignos de ellos y obrar como unos humanos cualesquiera lo hubiesen hecho.

Alia estaba rabiosa, impaciente de vengar ese daño que había sufrido. Como flanqueadora poseía la capacidad de dominar el espacio tiempo, de moverse a velocidades que ninguna de sus compañeras podría igualar. Dos espadas de energía, capaces de cortar incluso el diamante, eran sus instrumentos de destrucción y deseaba darles uso.

Su constante estado de cambio entre fases temporales, entre ese delicado entramado por el cual se movía, provocaba que fuese difícil verla de cuerpo entero en una batalla. Eso provocó que Dariana no se hubiese percatado de su percance. No volvería a pasar.

—Estoy bien. Dolorida y furiosa, mi efectividad solo ha disminuido un quince por ciento y en pocos instantes la recobraré —habló Alia mediante contacto mental, mientras bajaba su vista hacía el brazo que ya casi había recuperado su forma.

—No vas a tardar mucho en demostrarlo —Dariana miró a sus compañeras, sentía como los problemas se dirigían hacia ellas.

—Aguantad. Martillos hacia vuestra posición —fueron las últimas palabras de Alma. Alia había recuperado su total funcionalidad y confiaba en su destreza. Soportarían la lucha que se avecinaba como se esperaba de tan excepcionales combatientes.

Un impacto nuclear era algo benigno comparado con las artimañas de sus adversarios. Y el terreno, después de una sacudida como aquella, aún ardiente, con trozos cristalizados y el ambiente lleno de radiación, no era el mejor de los escenarios.

Una esfera llegó rodando hasta ellas, no tenía fisuras ni signo alguno de abertura. Se detuvo de repente, quebrándose como si fuera un huevo que hubiesen aplastado sin misericordia. Pero no había nada vivo en su interior, nada que pudiese tener sentido. 

Algo fuera de la naturaleza, del orden normal de las cosas. Un ser de otra parte, o de ninguna. Una fiera sin razón o inteligente, daba lo mismo. Su morfología era a momentos reconocible y al instante siguiente variaba, mutando, cambiando a aspectos inconexos, a probabilidades insospechadas.

Para las mentes de las terminales era algo irracional, sinsentido. Para Alma, sin embargo, era la cotidiana realidad a la que debía enfrentarse. Existían dos clases de enemigos: los que aparentaban una próxima humanidad y aquellos que se hundían en las raíces desgarradoras de la locura. Lo impensable, tomaba forma y caminaba donde nunca lo podría haber hecho.

—Doble triangulo —ordenó Dariana. Era una posición de ataque y defensa que conocían muy bien.

Alia y Alondra, que también era una flanqueadora, desaparecieron del tejido temporal, mientras Roxana, la laceradora, potenciaba su habilidad escudo, convirtiendo sus manos en dos poderosos puños repletos de pequeños aguijones. Naima y Mitzi desplegaron su arsenal de armas, preparando miles de proyectiles listos para ser disparados. Dariana tan solo observaba, como una torre vigía, los posibles movimientos de su enemigo recién llegado. Intentaba descubrir un patrón, algo que pudiese utilizar en contra de quien deseaba abatirlas.

Su mente, unida a la de quien las controlaba muy lejos de allí, analizaba cada aspecto de esa cosa. Sus variables, sus movimientos aleatorios, las posibles amenazas que pudiera desplegar ante ellas, pasaron como una tormenta de luz, una vibrante racha de viento, instruyéndola y preparando su posible contraataque. 

El enemigo atacó, lo hizo a todas ellas y al mismo tiempo. Su intento erró al buscar a las flanqueadoras, perdidas en el laberinto de fases intemporales de frágil consistencia.

Roxana falló al intentar impactar un negro tentáculo que la golpeó con violencia. Salió volando, cayendo con estrépito varios cientos de metros atrás.

Naima y Mitzi dispararon. Los múltiples objetivos aparecieron con claridad en sus ojos cuyas retinas tenían capacidad de asimilar cientos de puntos de mira, fijando y siguiendo hasta alcanzarlos. Las bocas de sus armas destellaban con feroz determinación, mientras retenían e intentaban retrasar unas agudas puntas que se dirigían hacía Dariana.

Unas inesperadas masas las golpearon, y al igual que Roxana salieron despedidas, aunque su mayor peso hizo que cayeran unos metros atrás de quien deseaban proteger con esmero.

Las puntas, afiladas hasta el extremo de ser unas delicadas agujas, tenían el camino libre hasta su presa. Avanzaron decididas hasta ella, seguras de que nada podría detenerlas.

Un escudo vibró con fuerza, una distorsión apareció a ambos lados de Dariana, Alia y Alondra salieron de la nada, empuñando sus mortíferas espadas y cortando con calculados tajos esas peligrosas amenazas. Rodaron sobre si mismas, y a cada vuelta de un nuevo corte, como un molino enloquecido, se acercaban hacía su osado enemigo.

Pero a su vez aquel ser disponía de sus propias defensas, las rechazó con un duelo de afiladas cuchillas, impidiendo que se aproximasen a lo que consideraban su punto vital. Si es que esa cosa lo tenía. Dariana así lo había calculado y comunicado a sus compañeras. Debían golpear el centro de esa masa informe, de un esqueleto sin huesos, de una locura sin nombre.

Roxana se había incorporado, echando a correr y a una velocidad inigualable, atacó a su vez con sus puños por delante. Aquella cosa lo acusó, los poderosos guanteletes, erizados con aguijones de pura energía, se abrieron paso a través de una mezcla de gelatina y niebla.

No hubo quejido alguno, ningún lamento ante ese daño. Nada que indicase la tenacidad de la terminal hubiera tenido un éxito ponderable.

Fue sacudida, rechazada en su intento, al igual que sus hermanas Alia y Alondra. Todas salieron volando por el aire, para caer lejos de allí, sobre la tierra ennegrecida y los restos calcinados por la explosión nuclear.

Alondra tenía las piernas quebradas, mientras Alia había vuelto a perder la mano que tanto esfuerzo le costó reponer. Roxana era la más desafortunada, tenía la espalda rota.

Tardarían cinco preciosos segundos en reponer sus daños.

Mitzi disparó de nuevo. A su lado Naima se unió a esa demostración de fuerza. Sacudieron con una avalancha de proyectiles de todo tipo aquel monstruo que había dañado a sus compañeras.

Sabían que eso solo lo retendría dos segundos, los recargadores de munición requerirían un tiempo excesivo hasta poder ser utilizados de nuevo.

Disponía de tres para destruirlas a todas.

El ser, o aquello que no lo era, parecía exultante. Creció en forma y altura, satisfecho de su triunfo. 

Dariana estaba preparada para entregar su existencia, al igual que sus compañeras de escuadrón. Sacó su pequeña arma. Parecía una pistola inofensiva con la cual apuntó con una calma resuelta hacía su decidido blanco.

—No estés tan convencido —le dijo desafiante mientras su arma disparaba un único proyectil.

Le impactó de lleno, haciéndole temblar y retroceder a su vez, lo suficiente para ganar un par de segundos.

Quedaba un segundo. Uno tan solo y las terminales estarían preparadas de nuevo para presentar batalla. Pero ese tiempo significaba demasiado en ese enfrentamiento.

Dariana, la controladora, no disponía de nadie que la defendiese. Era la más débil de ellas, pero su mente era capaz de coordinar los movimientos de sus compañeras con una exactitud estremecedora. Estaba calmada, retándolo.

La bestia, el informe atacante, se abalanzó sobre ella.

Justo antes de alcanzarla, un rayo blanco rodeado de pequeñas centellas de un hermoso azul eléctrico le dieron de pleno.

Esta vez sí hubo un chillido, espeluznante y agónico. Aquella cosa se vaporizó al instante.

Una martillo había llegado justo a tiempo. Una terminal cuya arma y mochila pesaban cerca de siete toneladas. Un cañón inverso. Un arma definitiva.

—Por poco —habló la martillo, satisfecha de su hazaña.

—Has tardado trescientas cuarenta y cuatro milésimas más de lo esperado —protestó Dariana recargando su demoledora arma con un nuevo y único proyectil. El contacto mental hacia que sus palabras, las de todas las terminales, fuesen instantáneas.

La mochila de Lorna vibró al reponerse de su excesivo gasto, la martillo no dijo nada sobre la reprimenda de la controladora. Si ella lo decía, tendría razón.

Todas vieron un nuevo proyectil surcando el cielo. Una ojiva se dirigía cerca de donde se encontraban. La toma de los silos debía de ser complicada, pero no dudaban que al final tendrían éxito en su empresa.

Vengarían a la humanidad, costase lo que costase.

Otro blanco resplandor. Un muro de presión azotándolas y luego, el intenso calor, la abrasión, el fuego radiactivo sobre sus cuerpos. 

—Maldita sea, Alia. Otra vez. —Dariana recriminó a la flanqueadora, siempre se retrasaba en armar su escudo. Como consecuencia había perdido varios dedos de su castigada mano derecha.

Alia refunfuñó, los dedos no le preocupaban, pero el picor sobre la piel era la mayor dificultad a la que se enfrentaban. Se rascaría con fuerza si supiera que eso la aliviaría de ese mal momento.

Dariana miró al grupo, ahora incrementando con dos martillos. Lala, la compañera de Lorna, también había llegado hasta ellas. Nada las detendría.

—Adelante —dijo satisfecha la eficiente oficial mientras avanzaba por la tierra quemada.

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