“Sol negro, luz oscura. Vida
muerta, aunque todo debe morir.
Ese es el mayor misterio, la más
incomprensible de las verdades y el terror de todos los pensadores. Cuánto hay
de cierto en las apreciaciones de los sentidos y cuánto escapa a nuestra
comprensión, tanto intelectual como sensorial, de nuestro entorno.
Ni el más grande de los señores
ni el más humilde de los seres, logran burlar ese pensamiento. Todos lo temen y
les aterroriza ahondar en descubrir sobre esta gran inquietud. Decía el gran
sabio Demosplazo: “todo aquello con forma ya nace deformado” Nosotros no lo
ponemos en duda, ni tan siquiera nos los cuestionamos. Es la realidad de
nuestro tiempo y hemos de vivir con ella.”
Maljeta cerró el libro, lo
sostuvo en sus manos con procelosa reverencia, era una copia única de un apócrifo
con miles de años de antigüedad. Una joya de la literatura que conservaba con
el mayor cuidado, evitándole los males que aquejaban a tan delicadas
expresiones del arte que tanto amaba y había visto deshacerse ante sus ojos.
Siempre que lo leía sentía esa
inquietud, ese malestar tan evidente de una existencia forzada y una realidad
negada, como si un velo lo cubriese todo y solo, en un instante de lucidez,
pudiese descorrerlo y apreciar con claridad cuanto al otro lado se encontrase.
Sentía ese miedo, una angustia
vital a revelar algo que se negaba reconocer. La vida era tan frágil y sin
sentido, en algunos momentos parecía ser el juego forzado de un ser
todopoderoso que se divertía con sus creaciones y en otros, una insondable
maravilla a la cual había de reverenciar con todo su corazón.
Llevó una de sus manos al pecho. Un corazón muerto, que llevaba
sin latir tantos siglos como podía recordar edades en su mundo. Un trozo de
carne al cual suponía unos sentimientos que sabía no se encontraban allí, sino
en otro lugar, mucho más lejano y recóndito. Una zona oscura en la que la luz
de la esperanza intentaba iluminar con desespero un camino olvidado y una nueva
existencia, mucho más grata a sus pensamientos.
Ella era la única sangrante que a
la Orden de Hierrocolado le estaba negado destruir. Las palabras de Hurtadillas
habían sido expresadas de una forma tajante, rotunda, sin dar lugar a ninguna
otra interpretación. No debía ser tocada ni molestada, jamás. Si se encontraban
ante su presencia, saludarla cortésmente y pasar a su lado, como otra persona
más, como un ser viviente cualquiera.
Aunque sabía la miraban con
desprecio e incredulidad, nunca se atreverían a contradecir a quien era la
principal razón de su existencia. Por otra parte, tenía a la elfa como una gran
amiga y protectora, comprendía que aunque su corazón no latiese, no significaba
estuviera muerta ni perdida para el resto de los mortales. Algo prevalecía siempre
en perpetua lucha, ignorando las sombras que amenazaban con destruirla y
venciendo, día tras día, a la locura de la oscuridad.
Era de noche, la noche eterna que
siempre vivía con el deseo de cumplir en un futuro su sueño más deseado,
plantarse cara a cara al sol, verlo con sus propios ojos y recibir calor en
su helada piel. Una noche cerrada, de las pocas al año donde las dos lunas
gemelas negaban su pálida luz y transmitian la ilusión de sentir a un falso sol
iluminarla. En momentos así, se sentía más sola que nunca, aunque todos en
aquel grupo la respetasen por mandato y permitiesen se amparase al lado de una
hoguera de cuyo calor no obtenía consuelo alguno.
-¿De qué va el libro? –preguntó con
curiosidad la maestre de Hierrocolado, quien a su lado se encontraba reclinada
en el suelo y comiendo ávida un pedazo de carne.
Maljeta la miró con unos ojos
azules tan claros que casi se difuminaban. Una mirada hipnótica, como la de
todos los sangrantes, pero desprovista de la ferocidad y el peligro que a los
otros caracterizaba.
-Va de los misterios de la vida.
Me gusta releerlo de vez en cuando, aunque me lo sé de memoria –contestó, envolviéndolo
en un paño suave para protegerlo.
-La vida no tiene misterios…
salvo alguno en especial –dijo haciendo hincapié en aludirla como ese misterio
en concreto. Una débil sonrisa mostraba la forzada cortesía de aquella guerrera
implacable con las aberraciones de la oscuridad. No dudaba Maljeta que si no
fuese por Hurtadillas habría tenido serios problemas en enfrentarse contra
cualquiera de los miembros de Hierrocolado. Aquellos no eran humanos
corrientes, lo podía apreciar con solo estar a su lado, un aura de poder
parecía envolverles, sutil y manifiestamente indetectable para quien no poseyese
un cierto talento de observación.
La flor que llevaban grabada en
telas y armaduras era singular, a pesar de ser toda una erudita por el
conocimiento adquirido con todas sus lecturas, no lograba reconocerla. Parecía
fuese todas y ninguna, cuanto más la observaba más juraría cambiaba su forma,
aquello la tenía perpleja, creía haberlo visto todo y comprender la inmensa mayoría
de cuanto la rodeaba, pero no podía estar en mayor desacuerdo con la sentencia
de Soloconbrasas. La vida si tenía misterios y estaba frente a uno de ellos.
Castalinda, la enorme clérigo y
amiga inseparable de la sangrante, le acercó una jarra con su cena. El líquido
humeaba en el fresco de la noche y se encontraba en condiciones óptimas para
ser ingerido.
No quiso mirar a quienes la
rodeaban. Sabia sin duda alguna mostrarían muecas de desagrado ante aquel
espectáculo, a decir verdad hasta a ella le repugnaba tener que alimentarse
así, pero no podía eludir su condición ni permitirse caer en el hambre,
donde el control de sus sentimientos y dominio sobre si misma se vería
seriamente perjudicado.
Apuró la sangre de vaca con ansia,
era la única manera de entrar en calor. El único modo de sentir un confort en
su helada carcasa, que ni el más grande de los fuegos podía consolar.
-Gracias, “Casta” –alargó la mano
y la paciente clérigo la recogió para lavarla y ser utilizada de nuevo en la
noche siguiente. Su gran amiga, en todos los sentidos, pues su enorme corpachón
no podía ser ignorado, era su mayor y grato descubrimiento. Siempre había
necesitado una compañía que la comprendiese y aquella desamparada huérfana,
gran curandera y cocinera a partes iguales, era su mejor apoyo en el mundo de
los vivos. Nunca le pedía explicaciones y siempre trataba de que sus noches
fuesen más cortas y agradables.
Se fijó entonces en la férrea
mirada de unos de los miembros de la Orden. El enano RamdelNorte no le quitaba
ojo, sabía por experiencia no podía ser por su innegable atractivo físico sino
por el evidente odio que no podía reprimir por su presencia. Aquel hombrecillo,
bajo y rechoncho no dudaría en descuartizarla con su terrible hacha si fuese
menester y no dudaba le satisfaría hacerlo en cualquier momento.
Los demás procuraban ignorarla y
salvo la maestre, no le dirigían la palabra. Consentían su presencia, nada más.
No deseaban sino verla partir cuanto antes, perderla de vista y con ello,
olvidarla. No era grato sentirse contemplada como una bestia que no merecía vivir.
Se levantó, no tardaría en volver
a salir el sol. Ya sentía la inquietud de tener que ponerse a refugio en la
confortable carreta que usaba para sus desplazamientos y su fiel amiga llevaba
por los caminos, siempre buscando monstruos o engendros que aniquilar,
aberraciones que no obtendrían gracia alguna. Compartían esa misma afición y
les era grato ayudarse mutuamente.
Se introdujo en la carreta,
escuchando el grupo se animaba en nuevas conversaciones con su desaparición e incluso,
algunas risas resonaban, alzándose en el murmullo y declarando la alegría de la
vida.
Tuvo deseos de salir al exterior
y proclamar un largo discurso sobre quién era y sus intenciones. Explicarles
que no era como las otras oscuridades, tenía sentimientos y ansiaba el calor de
aquella hoguera más que su propia existencia. Ella deseaba vivir y no existir
en penumbras, como una paría. Nunca quiso tener ese legado.
-Yo también quiero muchas cosas,
pero he de aceptar lo que tengo –escuchó de entre las sombras, donde un débil
candil iluminaba una sección de su bien guardada colección de libros.
La archimaga estaba revolviendo
en las estanterías, buscando y sorprendiéndose por la valiosa recopilación.
Cada libro que cogía era una joya, y el siguiente merecía una atención mayor al
anterior. Se detuvo, consciente de que la dueña de aquellos volúmenes la
contemplaba con evidente disgusto.
-Te felicito, tienes un gusto
exquisito –dijo con su voz telépata a la enfurecida sangrante.
-Podías haberme pedido permiso,
para variar –gruñó Maljeta acercándose y volviendo a colocar las preciadas
obras en su sitio.
-Soy la archimaga de Tamtasia y…
-Eso no te da ningún derecho a
hurgar en las cosas de los demás –hubiera deseado sacarla a patadas de allí,
pero debía reconocer que Testadurra era un rival imposible de afrontar, la
había visto en acción y su poder desafiaba a cualquier razonamiento. Solo la
soportaba porque Hurtadillas le había hecho prometer que no entraría en
conflicto con ella y no quería agraviar a la elfa, la respetaba demasiado para
discutir con aquella arrogante mujer.
La maga alzó una de sus cejas,
comprimiendo la otra en un gesto de animadversión que no podía ocultar. No se tenían
ninguna simpatía y aún no comprendía la razón por la cual no se había deshecho de
esa molesta sangrante, pero debía reconocer tenía una biblioteca maravillosa
y solo por ello, pues sabía ocultaba muchos más libros, sería paciente y una
vez descubiertos sus lugares secretos, tendrían una última y calurosa
discusión.
De mala gana salió del carromato.
No se miraron a los ojos al cruzarse ni se despidieron con palabras, no eran
necesarias, no entre ellas.
Maljeta se relajó, tocándose su
larga melena pelirroja, acariciándola como su madre solía hacerlo para intentar
eliminar toda tensión en su cuerpo. Recogió los demás libros que había
esparcido la anterior visitante y se decidió a recoger el que llevaba entre sus
manos. Pero antes quitó el paño y volvió a leer el título: Oxímoron.
“Muy apropiado para esa belicosa
morena. Luz y sombras conviven, veremos quién prevalece en su interior. Es como
yo y ni siquiera se ha dado cuenta aún”.
Se metió en su confortable encierro con
varios libros elegidos al azar y cerró la tapa. No quería saber nada más del
mundo exterior, hasta la noche siguiente.
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