domingo, 2 de marzo de 2014

OXÍMORON



“Sol negro, luz oscura. Vida muerta, aunque todo debe morir.

Ese es el mayor misterio, la más incomprensible de las verdades y el terror de todos los pensadores. Cuánto hay de cierto en las apreciaciones de los sentidos y cuánto escapa a nuestra comprensión, tanto intelectual como sensorial, de nuestro entorno.

Ni el más grande de los señores ni el más humilde de los seres, logran burlar ese pensamiento. Todos lo temen y les aterroriza ahondar en descubrir sobre esta gran inquietud. Decía el gran sabio Demosplazo: “todo aquello con forma ya nace deformado” Nosotros no lo ponemos en duda, ni tan siquiera nos los cuestionamos. Es la realidad de nuestro tiempo y hemos de vivir con ella.”

Maljeta cerró el libro, lo sostuvo en sus manos con procelosa reverencia, era una copia única de un apócrifo con miles de años de antigüedad. Una joya de la literatura que conservaba con el mayor cuidado, evitándole los males que aquejaban a tan delicadas expresiones del arte que tanto amaba y había visto deshacerse ante sus ojos.

Siempre que lo leía sentía esa inquietud, ese malestar tan evidente de una existencia forzada y una realidad negada, como si un velo lo cubriese todo y solo, en un instante de lucidez, pudiese descorrerlo y apreciar con claridad cuanto al otro lado se encontrase.

Sentía ese miedo, una angustia vital a revelar algo que se negaba reconocer. La vida era tan frágil y sin sentido, en algunos momentos parecía ser el juego forzado de un ser todopoderoso que se divertía con sus creaciones y en otros, una insondable maravilla a la cual había de reverenciar con todo su corazón.

Llevó una de sus manos al pecho. Un corazón muerto, que llevaba sin latir tantos siglos como podía recordar edades en su mundo. Un trozo de carne al cual suponía unos sentimientos que sabía no se encontraban allí, sino en otro lugar, mucho más lejano y recóndito. Una zona oscura en la que la luz de la esperanza intentaba iluminar con desespero un camino olvidado y una nueva existencia, mucho más grata a sus pensamientos.

Ella era la única sangrante que a la Orden de Hierrocolado le estaba negado destruir. Las palabras de Hurtadillas habían sido expresadas de una forma tajante, rotunda, sin dar lugar a ninguna otra interpretación. No debía ser tocada ni molestada, jamás. Si se encontraban ante su presencia, saludarla cortésmente y pasar a su lado, como otra persona más, como un ser viviente cualquiera.

Aunque sabía la miraban con desprecio e incredulidad, nunca se atreverían a contradecir a quien era la principal razón de su existencia. Por otra parte, tenía a la elfa como una gran amiga y protectora, comprendía que aunque su corazón no latiese, no significaba estuviera muerta ni perdida para el resto de los mortales. Algo prevalecía siempre en perpetua lucha, ignorando las sombras que amenazaban con destruirla y venciendo, día tras día, a la locura de la oscuridad.

Era de noche, la noche eterna que siempre vivía con el deseo de cumplir en un futuro su sueño más deseado, plantarse cara a cara al sol, verlo con sus propios ojos y recibir calor en su helada piel. Una noche cerrada, de las pocas al año donde las dos lunas gemelas negaban su pálida luz y transmitian la ilusión de sentir a un falso sol iluminarla. En momentos así, se sentía más sola que nunca, aunque todos en aquel grupo la respetasen por mandato y permitiesen se amparase al lado de una hoguera de cuyo calor no obtenía consuelo alguno.

-¿De qué va el libro? –preguntó con curiosidad la maestre de Hierrocolado, quien a su lado se encontraba reclinada en el suelo y comiendo ávida un pedazo de carne.

Maljeta la miró con unos ojos azules tan claros que casi se difuminaban. Una mirada hipnótica, como la de todos los sangrantes, pero desprovista de la ferocidad y el peligro que a los otros caracterizaba.

-Va de los misterios de la vida. Me gusta releerlo de vez en cuando, aunque me lo sé de memoria –contestó, envolviéndolo en un paño suave para protegerlo.

-La vida no tiene misterios… salvo alguno en especial –dijo haciendo hincapié en aludirla como ese misterio en concreto. Una débil sonrisa mostraba la forzada cortesía de aquella guerrera implacable con las aberraciones de la oscuridad. No dudaba Maljeta que si no fuese por Hurtadillas habría tenido serios problemas en enfrentarse contra cualquiera de los miembros de Hierrocolado. Aquellos no eran humanos corrientes, lo podía apreciar con solo estar a su lado, un aura de poder parecía envolverles, sutil y manifiestamente indetectable para quien no poseyese un cierto talento de observación.

La flor que llevaban grabada en telas y armaduras era singular, a pesar de ser toda una erudita por el conocimiento adquirido con todas sus lecturas, no lograba reconocerla. Parecía fuese todas y ninguna, cuanto más la observaba más juraría cambiaba su forma, aquello la tenía perpleja, creía haberlo visto todo y comprender la inmensa mayoría de cuanto la rodeaba, pero no podía estar en mayor desacuerdo con la sentencia de Soloconbrasas. La vida si tenía misterios y estaba frente a uno de ellos. 

Castalinda, la enorme clérigo y amiga inseparable de la sangrante, le acercó una jarra con su cena. El líquido humeaba en el fresco de la noche y se encontraba en condiciones óptimas para ser ingerido.

No quiso mirar a quienes la rodeaban. Sabia sin duda alguna mostrarían muecas de desagrado ante aquel espectáculo, a decir verdad hasta a ella le repugnaba tener que alimentarse así, pero no podía eludir su condición ni permitirse caer en el hambre, donde el control de sus sentimientos y dominio sobre si misma se vería seriamente perjudicado.

Apuró la sangre de vaca con ansia, era la única manera de entrar en calor. El único modo de sentir un confort en su helada carcasa, que ni el más grande de los fuegos podía consolar.

-Gracias, “Casta” –alargó la mano y la paciente clérigo la recogió para lavarla y ser utilizada de nuevo en la noche siguiente. Su gran amiga, en todos los sentidos, pues su enorme corpachón no podía ser ignorado, era su mayor y grato descubrimiento. Siempre había necesitado una compañía que la comprendiese y aquella desamparada huérfana, gran curandera y cocinera a partes iguales, era su mejor apoyo en el mundo de los vivos. Nunca le pedía explicaciones y siempre trataba de que sus noches fuesen más cortas y agradables. 

Se fijó entonces en la férrea mirada de unos de los miembros de la Orden. El enano RamdelNorte no le quitaba ojo, sabía por experiencia no podía ser por su innegable atractivo físico sino por el evidente odio que no podía reprimir por su presencia. Aquel hombrecillo, bajo y rechoncho no dudaría en descuartizarla con su terrible hacha si fuese menester y no dudaba le satisfaría hacerlo en cualquier momento.

Los demás procuraban ignorarla y salvo la maestre, no le dirigían la palabra. Consentían su presencia, nada más. No deseaban sino verla partir cuanto antes, perderla de vista y con ello, olvidarla. No era grato sentirse contemplada como una bestia que no merecía vivir.

Se levantó, no tardaría en volver a salir el sol. Ya sentía la inquietud de tener que ponerse a refugio en la confortable carreta que usaba para sus desplazamientos y su fiel amiga llevaba por los caminos, siempre buscando monstruos o engendros que aniquilar, aberraciones que no obtendrían gracia alguna. Compartían esa misma afición y les era grato ayudarse mutuamente.

Se introdujo en la carreta, escuchando el grupo se animaba en nuevas conversaciones con su desaparición e incluso, algunas risas resonaban, alzándose en el murmullo y declarando la alegría de la vida.

Tuvo deseos de salir al exterior y proclamar un largo discurso sobre quién era y sus intenciones. Explicarles que no era como las otras oscuridades, tenía sentimientos y ansiaba el calor de aquella hoguera más que su propia existencia. Ella deseaba vivir y no existir en penumbras, como una paría. Nunca quiso tener ese legado.

-Yo también quiero muchas cosas, pero he de aceptar lo que tengo –escuchó de entre las sombras, donde un débil candil iluminaba una sección de su bien guardada colección de libros.

La archimaga estaba revolviendo en las estanterías, buscando y sorprendiéndose por la valiosa recopilación. Cada libro que cogía era una joya, y el siguiente merecía una atención mayor al anterior. Se detuvo, consciente de que la dueña de aquellos volúmenes la contemplaba con evidente disgusto.

-Te felicito, tienes un gusto exquisito –dijo con su voz telépata a la enfurecida sangrante.

-Podías haberme pedido permiso, para variar –gruñó Maljeta acercándose y volviendo a colocar las preciadas obras en su sitio.

-Soy la archimaga de Tamtasia y…

-Eso no te da ningún derecho a hurgar en las cosas de los demás –hubiera deseado sacarla a patadas de allí, pero debía reconocer que Testadurra era un rival imposible de afrontar, la había visto en acción y su poder desafiaba a cualquier razonamiento. Solo la soportaba porque Hurtadillas le había hecho prometer que no entraría en conflicto con ella y no quería agraviar a la elfa, la respetaba demasiado para discutir con aquella arrogante mujer.

La maga alzó una de sus cejas, comprimiendo la otra en un gesto de animadversión que no podía ocultar. No se tenían ninguna simpatía y aún no comprendía la razón por la cual no se había deshecho de esa molesta sangrante, pero debía reconocer tenía una biblioteca maravillosa y solo por ello, pues sabía ocultaba muchos más libros, sería paciente y una vez descubiertos sus lugares secretos, tendrían una última y calurosa discusión.

De mala gana salió del carromato. No se miraron a los ojos al cruzarse ni se despidieron con palabras, no eran necesarias, no entre ellas.

Maljeta se relajó, tocándose su larga melena pelirroja, acariciándola como su madre solía hacerlo para intentar eliminar toda tensión en su cuerpo. Recogió los demás libros que había esparcido la anterior visitante y se decidió a recoger el que llevaba entre sus manos. Pero antes quitó el paño y volvió a leer el título: Oxímoron.

“Muy apropiado para esa belicosa morena. Luz y sombras conviven, veremos quién prevalece en su interior. Es como yo y ni siquiera se ha dado cuenta aún”.

Se metió en su confortable encierro con varios libros elegidos al azar y cerró la tapa. No quería saber nada más del mundo exterior, hasta la noche siguiente.


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