Era uno de sus pocos consuelos,
un instante de tranquilidad entre la atormentada existencia de pertenecer al
Consejo de Magia. Caminaba por entre las líneas perfectas de los cuidados
caminos que formaban el parque más extenso de la ciudad de Nueva Capital. Un lugar
del cual nunca nadie recordaba su nombre, pues por voz popular llamaban “Parque
Grande”, con ello todos los ciudadanos sabían a qué se referían y nadie dudaba
de su localización.
Observaba a las familias pasear
como ella, con los niños correteando a su alrededor y rompiendo esa paz que
tanto anhelaba, con su griteríos y juegos misteriosos. Se introdujo por una
parte cubierta por unas enormes encinas alineadas a lo largo del sendero,
quienes procuraban una amplia sombra a los viandantes. El día era caluroso y se
agradecía esa protección, se había obligado a vestir uno de sus trajes más
finos y delicados, debía por lo tanto tener cuidado por donde iba o arruinaría
el caro vestido.
Había caminado un largo trecho
cuando deseó sentarse en un solitario banco. La sombra en aquel lugar era
espesa e incluso se notaba un agradable frescor, pues una brisa acariciaba el
sitio convirtiéndolo en un preciado tesoro.
Se acercó a su asiento y vio con
disgusto la causa de su abandonada quietud. Estaba completamente lleno de
excrementos de pájaros, los cuales dormitaban entre aquellos fornidos árboles y no
apreciaban respeto alguno por las estructuras humanas.
“No es ningún problema” pensó con
decisión. Cogió un papel grueso caído en el suelo y se dispuso a limpiarlo. Al
momento recapacitó, hacía mucho calor para andar frotando y dejar limpia una
superficie aceptable. Por decreto imperial, la magia estaba prohibida fuera de
los recintos designados y era necesario un permiso especial para ejercerla
fuera de ellos.
“Al cuerno con los decretos y los
chupatintas que los hacen” movió levemente uno de sus dedos y el banco
resplandeció como nuevo. Miró hacia los lados para comprobar nadie había sido
testigo de su delito, salvo los pequeños animales que la sobrevolaban.
“Perfecto” pensó de nuevo, sentándose con ninguna delicadeza y esperanzador
alivio para sus delicados pies.
Fue a tirar el papel que había
recogido cuando se dio cuenta que era el periódico de mayor difusión de la
ciudad y casualidades de la vida, del anterior día. Alguien se había
deshecho del mismo y abandonado en aquel sitio, lo cual ya suponía una seria
infracción de las ordenanzas de limpieza que ella estaba dispuesta a
incumplir, no le apetecía nada portar aquel pedazo de papel hasta un contenedor
apropiado.
Aquella forma de difundir rumores
o certezas era muy reciente, hasta hace poco los heraldos autorizados la
transmitían de viva voz, repitiéndola a lo largo de unos trayectos acordados,
donde la gente las esperaba y luego se movían, de boca en boca, para conocimiento
de todos.
Una noticia encabezaba la
portada. Letras grandes, desmesuradas que transportaban un intranquilizador
mensaje para la mayoría de los habitantes de la aglomerada ciudad: Una mujer,
archimaga de Nosonlastantas.
“Maldito panfleto, a todo le
sacan cosquillas. Acaso les importa sea una mujer y encima joven, bonita e
inteligente. Si estuviera de mi mano a este periodicucho con una buena fogata
pondría fin a sus desvaríos. Mi esfuerzo me ha costado, aunque con semejante
panda de haraganes y buscavidas de mis compañeros magos, no me supuso ningún
sacrificio. Son un conjunto de predecibles, inútiles e insoportables
aprovechados, no entienden ni saben nada de la verdadera magia. No la aprecian
como yo, ni la comprenderán nunca. Creen sirve a sus intereses propios y no al
bien de la comunidad. Pero yo habré de hacerles cambiar de opinión, contra
viento y marea, habrán de saber quién manda. Aunque me cueste años, aunque deba
de luchar contra todos ellos, incluso deba oponerme al propio Emperador. Habrán
de aceptarme, cueste lo que cueste. Palabra de Testadurra Durradeverras”.
“Y a esto llaman progreso.
Sarta de víboras, no les basta vilipendiarme a escondidas y criticarme a todas
horas, debería…” su mente se detuvo. Una maquinación apareció, perversa y magnífica,
clara como los cuidados estanques de aquel inmejorable parque.
Se levantó, comprobando de nuevo
no hubiera presencias molestas que pudieran delatarla. Uno de sus dedos resplandeció, trazando una rápida serie de complejas líneas, uniéndose y
deshaciéndose a cada movimiento, manteniéndose en el propio aire en una
escritura fugaz que se iluminó y desapareció por completo. El papel del
periódico ardió y Testadurra sonrió malévolamente.
Al día siguiente, los heraldos recuperarían sus puestos de trabajo, no tenia duda de ello.
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