lunes, 24 de marzo de 2014

NO HAY LÍMITES



-¡No hay límites! –gritó enfurecida Test mientras alzaba su mano derecha y los dedos hacían presa en un poderoso haz de luz. Lo contuvo al mismo tiempo que en la izquierda forjaba un escudo envolviéndola, una fina y en apariencia débil pantalla con la cual pretendía defenderse del ataque de los marchitos rodeándola.

Quien hubiera observado sus ojos en aquellos momentos, habría visto un fogonazo en sus iris prendiéndolos desde el interior y unos minúsculos rayos eléctricos atravesando su melena negra, disolviéndose tan deprisa que hubiera parecido un acelerado sueño. Su bello rostro adquirió una superior beldad, brillando como si la furia interna que la dominaba transformase en otro ser muy diferente a la humana maga.

Debía defender a los indefensos hombres, cuyos cuerpos yacían extenuados en el suelo rodeándola en un intento vano de protegerla. Todo parecía en su contra, pero la archimaga de Tamtasia iba a demostrar el porqué de su bien merecido rango.

El tiempo se detuvo, mientras los haces de luz de su mano cerrada y amenazante, empezaron a desplazarse sinuosos y erráticos. Simples luminarias, no más intensas que la luz de un pobre candil, arrastrándose en todas direcciones como múltiples tentáculos intentando rodear a sus presas y eligiendo las posiciones donde fuesen más efectivos.

Los marchitos actuaron. De sus bocas vacías murieron palabras huecas, sonidos inexistentes terrores de la oscuridad, alcanzaron el plano de la realidad y en negra densidad se abalanzaron sobre la protección de Test. Llevaban la muerte, horrible y certera, contra toda vida. Eclipse de sol perpetuo, luna nueva sangrienta, la oscuridad más profunda donde no puede existir luz alguna ni la vida soporta. El fin de todo y la nada para siempre.

Golpearon la paupérrima carcasa, el fino hilo tejido en un instante por aquella humana desafiante y altanera que habían de castigar. El escudo pareció ceder, encogiéndose ante la presión de algo que no existía y clamaba ser. Pronto quebraría, atrapando en sus redes la vana llama de la viviente mujer y agotándola en un suspiro. Como cascarón hueco, nada de ella quedaría y desplomaría al suelo, siendo polvo y nada más.

Pero… la capa de luz, esfera perfecta que amparaba también a los caídos, no cedió. Los ojos de la mujer brillaron más intensos, iris oscuros más vivos que nunca con su esclerótica límpida, clara como la voluntad que tras ella se amparaba.

Sus manos férreas se movieron con decisión, abriendo la que atrapaba la luz serpenteante y cerrando la forjadora de su escudo. Una única palabra salió de sus labios, rojos y sugerentes, tan dichosos de ser contemplados como cualquier otra parte del inmaculado rostro. En boca de otro individuo nada significaría, en los de la archimaga, significaban la más brutal destrucción.
 
Luz, intensa y sin mesura; fuego ardiente, llama insuperable, resplandor sin fin.

Los marchitos atravesados por los brazos de la temible explosión se deshicieron, arrasados, pulverizados por la incontenible energía desatada. No podían comprender la intensidad de la emociones de la muchacha que se les oponía, confundidos y vencidos, los restantes decidieron huir, escapar de esa aniquilación segura que la mujer prometía concederles si la retaban a ello.

Había vencido. Orgullosa como siempre demostraba, apenas pudo tenerse en pie al momento siguiente. No deseaba mostrarse débil y desamparada, pero el brazo derecho le ardía con fuerza y sentía unas nauseas inapropiadas para poderse mantener en pie. 

Alguien la sostuvo mientras vomitaba sin pudor alguno, bilis de colores indefinidos y lo que era el producto de su última comida. El sabor acido le inundaba la garganta y solo una de las manos que la amparaba, sujetándola con fuerza en la frente, le evitaba perder el sentido y con ello, el orgullo que la mantenía alerta.

Esas manos sosteniéndola eran muy grandes y por cuanto podía observar en su malhadado estado, unos brazos mucho más poderosos las continuaban. Solo conocía alguien así, la confiada y bonachona clériga de la Orden Ordenada de Notedigo. 

-Debes administrar tu fuerza –escuchó en su dolorida cabeza, la reprimenda de esa verdadera amiga era acertada, demostrando su sabiduría callada y nada ostentosa.

-No, mi buena clériga. No hay límites, no debe haberlos en esta eterna guerra –habló con la tráquea ardiente, aunque ninguna palabra se escuchó, salvo en la mente de quien era su destino –no hay límites, cuando se trata de salvar vidas. Es la principal lección que me enseñaron y la he aprendido bien. Muy bien.

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