jueves, 7 de marzo de 2013

SIN (5ª PARTE)



-Deberías levantarte –dijo Dedofacil en voz baja. Lavaconprisas abrió los ojos con sorpresa, la elfa ya estaba vestida, pero no como otras veces. Ahora llevaba una armadura de combate, sin elementos superfluos, sin adornos, salvo el pequeño emblema de Hierrocolado en una de sus hombreras. Lo miró un momento, con aquellos hermosos luceros que tanto le cautivaban, en ellos un atisbo de preocupación se atisbaba. Se conocían desde hacía diez años y una simple expresión resumía cuanto podrían decirse.

-Ponte la armadura, la buena. Hoy la vas a necesitar –se acercó al expositor donde esta yacía. El día anterior la hubo examinado y comprobado todo estuviese bien. Esperó junto a esta a que él se levantara perezoso, daba muestras de comportamiento más indolente al de otros días y su ánimo vislumbraba no estaba para chanzas.

-¿Recuerdas el primer día? Si te sigues mostrando tan remolón habré de motivarte de igual manera –la elfa lo observaba, rígida y tensa. Tenía los puños cerrados, amenazadores y sabía que con esas garras metálicas no iba a ser generosa.

Reconocía una advertencia, aunque fuera de su amada. Se vistió presuroso con la ropa indicada para soportar ese peso extra, ya había combatido con ella y sabía el esfuerzo que suponía llevarla encima. Todos sus movimientos se volvían más torpes, lentos e inseguros.

Pero se acostumbró a ese impedimento. Día tras día de duro entrenamiento, le había obligado a comportarse como si fuera desnudo. Siempre acababa empapado por el esfuerzo y dolorido en sus miembros, pero cada vez su habilidad se incrementaba.

Dedofacil le advirtió sobre los peligros de enfrentarse a un “sin”. El olor y la presencia de uno de estos seres, era para un miembro de Hierrocolado, algo atroz. Otro no perteneciente a la Orden no percibiría esa repugnancia ni el desagrado provocado por estos. Ellos intuían la verdadera forma, el ser auténtico que tras esa mascara de falsa humanidad se escondía.

Hasta ahora le hubieron evitado ese pesar, pero era hora de conocerlo. Todos los integrantes habían pasado por aquello, no existía otra opción, ni podían huir de cuanto eran y representaban. Su naturaleza era propicia para exterminar esa amenaza.

Trastoviejo no hubo necesitado realizarla. Lavaconprisas supo que este hombre ya había combatido contra esos enemigos, tenia sobrada experiencia en aquel tema. Hace mucho tiempo se le ofreció integrarse en esa hermandad, rechazando dicho ofrecimiento por tener una familia a la cual atender y por quien se sentía responsable. Ahora ya nada quedaba para atarlo al mundo normal, solo el deseo de acabar con cuantos “sin” pudiera.

Pensaba en todo esto mientras la elfa le ajustaba las piezas de metal alrededor del cuerpo. Comprobaba, una y otra vez, cada una de estas con esmero profesional. Cruzaban las miradas, el cariño mutuo se manifestaba en los roces y en el débil tacto que en apariencia azaroso, tocaban sus manos.

-Ya esta –concluyo la mujer. Se acercó a donde la vaina con la espada reposaban y la cogió, ofreciéndosela para que la ciñese a su cintura. Luego le entrego una daga, una maza pequeña con tachuelas de duro metal puntiagudas, un hacha de grandes dimensiones y el mejor escudo. Todo ello lo acomodó, tal como la elfa le hubo enseñado, para no molestarle en sus movimientos.

-Es la hora –se dirigió a la puerta, más antes de abrirla abalanzó su cuerpo sobre Dedofacil. Se apretó tanto a este que amenazo con asfixiarlo, aún llevando la armadura puesta. Tenía una fuerza hercúlea.

-Me vas a matar. Yo también te quiero, pero necesito respirar.

-Calla, bobo. No rompas este momento con tus tontas palabras –dijo la castaña acosadora.

Le dio un beso furtivo al cual no tuvo ocasión de contestar. Se libró de él y abrió la puerta con decisión. Afuera les estaban esperando.

-¿Esta preparado? –dijo con voz marcial Puercoespino. Junto a este se encontraban también Tiernocorte, RamdelNorte y los gemelos, todos ellos con armaduras y gesto serio.

-Lo esta –contestó rauda separándose del candidato y colocándose detrás de los demás.

-Hermano Largasiesta, has recorrido el camino fácil. Ahora ha llegado el momento de saber el metal del cual estas forjado. Sígueme –Puercoespino empezó a caminar, el aspirante tras él y los demás en silencio les seguían.

Nadie le había comentado donde llevarían a cabo esa prueba. El esperaba saliesen en expedición a un sitio en el cual lucharía contra uno de esos monstruos, pero ninguno portaba mochilas o impedimenta para viaje alguno. También podrían estar todas las monturas afuera, ya preparadas con cuanto fuese necesario, eso lo tranquilizó, le daría más tiempo para relajarse y tener las ideas claras.

Se acercaron hasta cuando la pared finalizó, en el largo pasillo donde se encontraban la mayoría de las estancias en las cuales convivio aquellos años. Estaban de cara a un muro de piedra lavada y allí no había muestras de poder continuar en esa dirección.

Puercoespino levantó la mano y golpeó la piedra en unos lugares determinados. Nada pasó en un primer momento, más luego se escucho un crujido y una abertura del tamaño apropiado hizo aparición ante ellos.

Ninguno hizo un comentario, siguiendo por esta y descendiendo unas escaleras de caracol bien iluminadas. Tras bajar un buen trecho, accedieron a una sala enorme. Era una estancia descomunal, con grandes pilares que sostenían un techo rico en detalles, escenas que representaban pasajes indeterminados, se precedían en una línea continua hasta perderse en aquella vasta habitación.

Largasiesta se detuvo, extasiado por cuanto a sus ojos se ofrecía. Uno de los gemelos le empujo de forma benévola, reconociendo la falta de este por parar su marcha e incitándole a continuar.

Los demás aguardaban tras la Primer Caballero. Soloconbrasas miraba en callada reflexión como se acercaban hasta su posición. Tan solo Trastoviejo se encontraba apartado, al lado de una enorme caja llena de grabados que no pudo reconocer.

-Acércate, mi querido Largasiesta –habló con carácter informal la máxima autoridad de la Orden. El muchacho, pues aún era joven comparado con los demás, aproximó sus pasos hasta situarse ante ella.

-Aún dispones, de acuerdo a las leyes no escritas de nuestra Orden, de una oportunidad para volver atrás. Si así lo crees necesario, puedes irte. Tan solo se te exigirá la solemne promesa de no revelar dato alguno sobre nosotros, ni nuestra procedencia, ni nuestro número, ni nada que concierne a cuanto has conocido de Hierrocolado.

Observó el rostro de aquella mujer. Aquel día estaba más radiante, con su sempiterno mechón blanco cayendo indomable sobre la frente, con ojos brillándole en una emoción contenida por los acontecimientos que sobreviniesen. Había determinación en aquel gesto y la seguridad contenida de quien obra como debe.

-Yo tengo un deber que cumplir, aunque no sé si seré cuanto esperáis de mi. No quiero avergonzar a mi maestra, ni al resto de sus miembros que tan bien me han tratado –miro a Dedofacil, pero en ese momento todas las señales compartidas durante tan larga estancia no se reflejaron en la inamovible faz de la elfa. 

-No temas la vergüenza, si esta es sincera. No hay en ello humillación alguna, pero has de estar seguro de tu paso, ninguno podemos decidir en tal cuestión, eres dueño de tu vida. ¿Qué decides?

Pensó en su llegada, en la luz que le deslumbró y nunca más volvió a ver. En su origen y el significado de esta, no tenía respuestas y no se sentía capaz de conocer la pregunta adecuada para resolver ese enigma. Deseaba combatir por ella, nada más.

-Me enfrentaré a esa “cosa” cuando sea necesario –dijo con determinación.

Soloconbrasas no pudo evitar una fugaz sonrisa, más la severidad de aquella decisión se impuso-: Formad el círculo –gritó con decisión.

Todos se colocaron en las marcas sutilmente dispuestas en el suelo de aquel lugar. Era una esfera perfecta, rodeando la caja donde Trastoviejo aguardaba. Largasiesta quedó enfrente de esta en una marca preparada a tal efecto, llevaba el hacha asida con fuerza en la mano derecha y el escudo dispuesto para enfrentarse a lo que fuera contuviese la inusual caja.

“Ya no hay vuelta atrás, no la hay. A ver como te comportas ahora” pensó en aquel breve instante, mientras el aguerrido miembro de la Orden manipulaba la caja y se colocaba en su posición en el circulo.

-Es un duelo a muerte. Solo uno puede quedar, si no acaba con el “sin” e intenta huir, matadlo –Soloconbrasas fue estricta en sus palabras, se refería a él. Lo matarían, si dudaba en su cometido, serian capaces de acabar con su vida.

Las espadas salieron de los cintos, la enorme hacha de RamdelNorte giró en sus habilidosas manos, junto a las armas del resto de miembros de Hierrocolado. 

Cruzó una última mirada con Dedofacil. Reconoció en su gesto pesar y un sufrimiento que hasta entonces no había podido definir. Sufría, por él y por aquel contenido, el cual iba a revelarse.

La caja desapareció y el horror se presentó, cara a cara.

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