-Deberías levantarte –dijo Dedofacil en voz baja.
Lavaconprisas abrió los ojos con sorpresa, la elfa ya estaba vestida, pero no
como otras veces. Ahora llevaba una armadura de combate, sin elementos
superfluos, sin adornos, salvo el pequeño emblema de Hierrocolado en una de sus
hombreras. Lo miró un momento, con aquellos hermosos luceros que tanto le
cautivaban, en ellos un atisbo de preocupación se atisbaba. Se conocían desde
hacía diez años y una simple expresión resumía cuanto podrían decirse.
-Ponte la armadura, la buena. Hoy la vas a
necesitar –se acercó al expositor donde esta yacía. El día anterior la hubo
examinado y comprobado todo estuviese bien. Esperó junto a esta a que él se
levantara perezoso, daba muestras de comportamiento más indolente al de otros
días y su ánimo vislumbraba no estaba para chanzas.
-¿Recuerdas el primer día? Si te sigues mostrando
tan remolón habré de motivarte de igual manera –la elfa lo observaba, rígida y
tensa. Tenía los puños cerrados, amenazadores y sabía que con esas garras
metálicas no iba a ser generosa.
Reconocía una advertencia, aunque fuera de su
amada. Se vistió presuroso con la ropa indicada para soportar ese peso extra,
ya había combatido con ella y sabía el esfuerzo que suponía llevarla encima.
Todos sus movimientos se volvían más torpes, lentos e inseguros.
Pero se acostumbró a ese impedimento. Día tras
día de duro entrenamiento, le había obligado a comportarse como si fuera
desnudo. Siempre acababa empapado por el esfuerzo y dolorido en sus miembros,
pero cada vez su habilidad se incrementaba.
Dedofacil le advirtió sobre los peligros de
enfrentarse a un “sin”. El olor y la presencia de uno de estos seres, era para
un miembro de Hierrocolado, algo atroz. Otro no perteneciente a la Orden no
percibiría esa repugnancia ni el desagrado provocado por estos. Ellos intuían
la verdadera forma, el ser auténtico que tras esa mascara de falsa humanidad se
escondía.
Hasta ahora le hubieron evitado ese pesar, pero
era hora de conocerlo. Todos los integrantes habían pasado por aquello, no
existía otra opción, ni podían huir de cuanto eran y representaban. Su
naturaleza era propicia para exterminar esa amenaza.
Trastoviejo no hubo necesitado realizarla.
Lavaconprisas supo que este hombre ya había combatido contra esos enemigos,
tenia sobrada experiencia en aquel tema. Hace mucho tiempo se le ofreció
integrarse en esa hermandad, rechazando dicho ofrecimiento por tener una
familia a la cual atender y por quien se sentía responsable. Ahora ya nada quedaba
para atarlo al mundo normal, solo el deseo de acabar con cuantos “sin” pudiera.
Pensaba en todo esto mientras la elfa le ajustaba
las piezas de metal alrededor del cuerpo. Comprobaba, una y otra vez, cada una
de estas con esmero profesional. Cruzaban las miradas, el cariño mutuo se
manifestaba en los roces y en el débil tacto que en apariencia azaroso, tocaban
sus manos.
-Ya esta –concluyo la mujer. Se acercó a donde la
vaina con la espada reposaban y la cogió, ofreciéndosela para que la ciñese a
su cintura. Luego le entrego una daga, una maza pequeña con tachuelas de duro
metal puntiagudas, un hacha de grandes dimensiones y el mejor escudo. Todo ello
lo acomodó, tal como la elfa le hubo enseñado, para no molestarle en sus
movimientos.
-Es la hora –se dirigió a la puerta, más antes de
abrirla abalanzó su cuerpo sobre Dedofacil. Se apretó tanto a este que amenazo
con asfixiarlo, aún llevando la armadura puesta. Tenía una fuerza hercúlea.
-Me vas a matar. Yo también te quiero, pero
necesito respirar.
-Calla, bobo. No rompas este momento con tus
tontas palabras –dijo la castaña acosadora.
Le dio un beso furtivo al cual no tuvo ocasión de
contestar. Se libró de él y abrió la puerta con decisión. Afuera les estaban
esperando.
-¿Esta preparado? –dijo con voz marcial
Puercoespino. Junto a este se encontraban también Tiernocorte,
RamdelNorte y los gemelos, todos ellos con armaduras y gesto serio.
-Lo esta –contestó rauda separándose del
candidato y colocándose detrás de los demás.
-Hermano Largasiesta, has recorrido el camino
fácil. Ahora ha llegado el momento de saber el metal del cual estas forjado.
Sígueme –Puercoespino empezó a caminar, el aspirante tras él y los demás en
silencio les seguían.
Nadie le había comentado donde llevarían a cabo
esa prueba. El esperaba saliesen en expedición a un sitio en el cual lucharía
contra uno de esos monstruos, pero ninguno portaba mochilas o impedimenta para
viaje alguno. También podrían estar todas las monturas afuera, ya preparadas
con cuanto fuese necesario, eso lo tranquilizó, le daría más tiempo para
relajarse y tener las ideas claras.
Se acercaron hasta cuando la pared finalizó, en
el largo pasillo donde se encontraban la mayoría de las estancias en las cuales
convivio aquellos años. Estaban de cara a un muro de piedra lavada y allí no
había muestras de poder continuar en esa dirección.
Puercoespino levantó la mano y golpeó la piedra
en unos lugares determinados. Nada pasó en un primer momento, más luego se
escucho un crujido y una abertura del tamaño apropiado hizo aparición ante
ellos.
Ninguno hizo un comentario, siguiendo por esta y
descendiendo unas escaleras de caracol bien iluminadas. Tras bajar un buen
trecho, accedieron a una sala enorme. Era una estancia descomunal, con grandes
pilares que sostenían un techo rico en detalles, escenas que representaban
pasajes indeterminados, se precedían en una línea continua hasta perderse en
aquella vasta habitación.
Largasiesta se detuvo, extasiado por cuanto a sus
ojos se ofrecía. Uno de los gemelos le empujo de forma benévola, reconociendo
la falta de este por parar su marcha e incitándole a continuar.
Los demás aguardaban tras la Primer Caballero.
Soloconbrasas miraba en callada reflexión como se acercaban hasta su posición. Tan
solo Trastoviejo se encontraba apartado, al lado de una enorme caja llena de
grabados que no pudo reconocer.
-Acércate, mi querido Largasiesta –habló con
carácter informal la máxima autoridad de la Orden. El muchacho, pues aún era
joven comparado con los demás, aproximó sus pasos hasta situarse ante ella.
-Aún dispones, de acuerdo a las leyes no escritas
de nuestra Orden, de una oportunidad para volver atrás. Si así lo crees
necesario, puedes irte. Tan solo se te exigirá la solemne promesa de no revelar
dato alguno sobre nosotros, ni nuestra procedencia, ni nuestro número, ni nada
que concierne a cuanto has conocido de Hierrocolado.
Observó el rostro de aquella mujer. Aquel día
estaba más radiante, con su sempiterno mechón blanco cayendo indomable sobre la
frente, con ojos brillándole en una emoción contenida por los acontecimientos
que sobreviniesen. Había determinación en aquel gesto y la seguridad contenida
de quien obra como debe.
-Yo tengo un deber que cumplir, aunque no sé si
seré cuanto esperáis de mi. No quiero avergonzar a mi maestra, ni al resto de
sus miembros que tan bien me han tratado –miro a Dedofacil, pero en ese momento
todas las señales compartidas durante tan larga estancia no se reflejaron en la
inamovible faz de la elfa.
-No temas la vergüenza, si esta es sincera. No
hay en ello humillación alguna, pero has de estar seguro de tu paso, ninguno
podemos decidir en tal cuestión, eres dueño de tu vida. ¿Qué decides?
Pensó en su llegada, en la luz que le deslumbró y
nunca más volvió a ver. En su origen y el significado de esta, no tenía
respuestas y no se sentía capaz de conocer la pregunta adecuada para resolver
ese enigma. Deseaba combatir por ella, nada más.
-Me enfrentaré a esa “cosa” cuando sea necesario
–dijo con determinación.
Soloconbrasas no pudo evitar una fugaz sonrisa,
más la severidad de aquella decisión se impuso-: Formad el círculo –gritó con
decisión.
Todos se colocaron en las marcas sutilmente
dispuestas en el suelo de aquel lugar. Era una esfera perfecta, rodeando la
caja donde Trastoviejo aguardaba. Largasiesta quedó enfrente de esta en una
marca preparada a tal efecto, llevaba el hacha asida con fuerza en la mano
derecha y el escudo dispuesto para enfrentarse a lo que fuera contuviese la
inusual caja.
“Ya no hay vuelta atrás, no la hay. A ver como te
comportas ahora” pensó en aquel breve instante, mientras el aguerrido miembro
de la Orden manipulaba la caja y se colocaba en su posición en el circulo.
-Es un duelo a muerte. Solo uno puede quedar, si
no acaba con el “sin” e intenta huir, matadlo –Soloconbrasas fue estricta en sus
palabras, se refería a él. Lo matarían, si dudaba en su cometido, serian
capaces de acabar con su vida.
Las espadas salieron de los cintos, la enorme
hacha de RamdelNorte giró en sus habilidosas manos, junto a las armas del
resto de miembros de Hierrocolado.
Cruzó una última mirada con Dedofacil. Reconoció
en su gesto pesar y un sufrimiento que hasta entonces no había podido
definir. Sufría, por él y por aquel contenido, el cual iba a revelarse.
La caja desapareció y el horror se presentó, cara
a cara.
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