Nunca había
estado en un ascensor como aquel, ni recordaba el edificio en el cual se
encontraba, ni la hora que era, ni si había comido o debía hacerlo.
Solo tenía
ojos para la ascensorista.
Una mujer como
nunca había conocido. Alta, de larga cabellera negra, tan negra que parecía
pertenecer a la noche más cerrada, y brillante al mismo tiempo, igual que si
estuviera lacada. Con un tono azulado convertiéndola en la melena más sensual
y provocadora que pudiese recordar.
Tenía unos ojos
oscuros, redondos, enmarcados en un sutil maquillaje. Penetrantes igual que
cuchillas, intensos hasta hacer arder aquello sobre lo que sostuviesen su
mirada.
Era pura
pasión en su traje de cuero negro, muy ajustado, que nada dejaba a la
imaginación. Las curvas, sin ser excesivas, hablaban de su rotunda feminidad, con
unas líneas rojas, trazadas con sabía intuición, enmarcándola.
Quien había
hecho esa ropa sabía cómo cautivar a quien la mirase, sin ninguna necesidad de
enseñar, extraña mezcla entre la moda gótica y heavy metal.
Dibujos
concéntricos y pentagramas, runas y tachuelas de metal, la cubrían con
sugerente propuesta. Producía un brutal contraste, su piel tan blanca, casi
luminosa y la negrura de su ropa, con aquel rojo fuego que revelaba su perfecto
talle.
—¿Nunca habías
visto a una mujer? —dijo aquella joven, mientras prestaba atención al contador
del ascensor, cuyos números no parecían tener prisa en continuarse.
—Como tú,
jamás —contestó aquel hombre con una sinceridad que le sorprendió.
Le miró por
primera vez. Sintió que el corazón iba a estallarle, alguna parte de su cuerpo
empezaba a perder el control y a responder de una forma que lo incomodó.
Ella sonrió.
Una sonrisa que hubiera provocado en cualquier hombre o mujer, el deseo de
acercarse a esos labios y profanarlos con un beso. Pero se contuvo, sentía que
debía ser precavido.
—¿No te gusto?
—habló en cierta forma sorprendida por aquella contención, su vista bajó hasta
la entrepierna del hombre, generando una renovada sonrisa de satisfacción.
—Sí, pero debo ser un caballero —habló él sin
saber muy bien porqué lo decía.
—Un caballero.
Debes llevar encima el diccionario de los buenos modales. —La joven torció uno
de sus labios y lo mordió con sus blancos dientes. Aun así era de una belleza
estremecedora.
—Yo… —intentó
hablar el hombre.
Ella puso uno
de sus dedos en los labios masculinos.
—Ssss, mi
momento para tentarte ya ha pasado. —El rostro de la joven atenuó su poder,
mostrándose más mundana, aunque su hermosura seguía siendo imbatible.
Se volvió
hacía el contador del ascensor, estaban llegando al último piso. No había
apartado aquel dedo de los labios del hombre, que sentía iba a desmayarse con
aquel pedazo de carne tocando la suya.
El dedo
trasmitía un agradable calor y desprendía un olor como el de una materia
aromática que se estuviese incinerando.
—Ya estamos
donde debemos. Al menos, donde debes estar tú, mis relaciones con mi madre no
son del todo cordiales, pero he de reconocer que esta vez ha sabido elegir
bien, eres un ángel —habló la mujer
manteniendo una suave sonrisa al mirarlo. Apartó su dedo y juntó los brazos por
detrás de sus caderas.
La puerta se
abrió y una vigorosa luminosidad inundó la tibia iluminación del ascensor.
—Vamos, sal. O
habré de echarte a patadas de aquí, tontorrón. —Le señaló con la cabeza la
dirección que debía tomar.
El hombre
empezó a caminar, pero se detuvo justo a la salida del ascensor, girándose para
mirarla.
—¿Cómo te
llamas? —preguntó sin dar un paso más.
—“La portadora
de luz” o si prefieres mi nombre celestial: Lucifer —dijo con una sinceridad
aplastante.
—Creía que
eras una entidad masculina —habló aturdido el hombre.
—Todo el mundo
lo cree, y todo el mundo se equivoca. Y has de saber que tengo el mejor cuerpo…
bueno, el segundo mejor cuerpo de la creación. Mi madre ocupa el primer puesto
y es difícil competir con ella, siempre lleva las de ganar.
—¡Dios es una
Diosa! —exclamó aquel individuo con mayor asombro.
—Sois tan
ingenuos, por eso me va tan bien tentándoos. Vamos, largo de aquí. —Lo empujó
con suavidad, pero lo retuvo de repente por el brazo.
—Espera, sé
que esto es una traición a los pactos con mi madre, pero no puedo resistirme a
incumplirlos. —Se acercó hasta él y lo besó con pasión. Un beso intenso, largo
y ardiente.
—Eres un ángel
encantador —dijo, empujándolo hacía fuera y guiñando uno de sus hermosos ojos.
La puerta del
ascensor se cerró.
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