martes, 1 de marzo de 2016

TENTACIÓN




Nunca había estado en un ascensor como aquel, ni recordaba el edificio en el cual se encontraba, ni la hora que era, ni si había comido o debía hacerlo. 

Solo tenía ojos para la ascensorista.

Una mujer como nunca había conocido. Alta, de larga cabellera negra, tan negra que parecía pertenecer a la noche más cerrada, y brillante al mismo tiempo, igual que si estuviera lacada. Con un tono azulado convertiéndola en la melena más sensual y provocadora que pudiese recordar.

Tenía unos ojos oscuros, redondos, enmarcados en un sutil maquillaje. Penetrantes igual que cuchillas, intensos hasta hacer arder aquello sobre lo que sostuviesen su mirada.

Era pura pasión en su traje de cuero negro, muy ajustado, que nada dejaba a la imaginación. Las curvas, sin ser excesivas, hablaban de su rotunda feminidad, con unas líneas rojas, trazadas con sabía intuición, enmarcándola. 

Quien había hecho esa ropa sabía cómo cautivar a quien la mirase, sin ninguna necesidad de enseñar, extraña mezcla entre la moda gótica y heavy metal.

Dibujos concéntricos y pentagramas, runas y tachuelas de metal, la cubrían con sugerente propuesta. Producía un brutal contraste, su piel tan blanca, casi luminosa y la negrura de su ropa, con aquel rojo fuego que revelaba su perfecto talle.

—¿Nunca habías visto a una mujer? —dijo aquella joven, mientras prestaba atención al contador del ascensor, cuyos números no parecían tener prisa en continuarse.

—Como tú, jamás —contestó aquel hombre con una sinceridad que le sorprendió.

Le miró por primera vez. Sintió que el corazón iba a estallarle, alguna parte de su cuerpo empezaba a perder el control y a responder de una forma que lo incomodó.

Ella sonrió. Una sonrisa que hubiera provocado en cualquier hombre o mujer, el deseo de acercarse a esos labios y profanarlos con un beso. Pero se contuvo, sentía que debía ser precavido.

—¿No te gusto? —habló en cierta forma sorprendida por aquella contención, su vista bajó hasta la entrepierna del hombre, generando una renovada sonrisa de satisfacción.

—Sí,  pero debo ser un caballero —habló él sin saber muy bien porqué lo decía.

—Un caballero. Debes llevar encima el diccionario de los buenos modales. —La joven torció uno de sus labios y lo mordió con sus blancos dientes. Aun así era de una belleza estremecedora.

—Yo… —intentó hablar el hombre.

Ella puso uno de sus dedos en los labios masculinos.

—Ssss, mi momento para tentarte ya ha pasado. —El rostro de la joven atenuó su poder, mostrándose más mundana, aunque su hermosura seguía siendo imbatible.

Se volvió hacía el contador del ascensor, estaban llegando al último piso. No había apartado aquel dedo de los labios del hombre, que sentía iba a desmayarse con aquel pedazo de carne tocando la suya.

El dedo trasmitía un agradable calor y desprendía un olor como el de una materia aromática que se estuviese incinerando.

—Ya estamos donde debemos. Al menos, donde debes estar tú, mis relaciones con mi madre no son del todo cordiales, pero he de reconocer que esta vez ha sabido elegir bien, eres un ángel  —habló la mujer manteniendo una suave sonrisa al mirarlo. Apartó su dedo y juntó los brazos por detrás de sus caderas.

La puerta se abrió y una vigorosa luminosidad inundó la tibia iluminación del ascensor.

—Vamos, sal. O habré de echarte a patadas de aquí, tontorrón. —Le señaló con la cabeza la dirección que debía tomar.

El hombre empezó a caminar, pero se detuvo justo a la salida del ascensor, girándose para mirarla.

—¿Cómo te llamas? —preguntó sin dar un paso más.

—“La portadora de luz” o si prefieres mi nombre celestial: Lucifer —dijo con una sinceridad aplastante.

—Creía que eras una entidad masculina —habló aturdido el hombre.

—Todo el mundo lo cree, y todo el mundo se equivoca. Y has de saber que tengo el mejor cuerpo… bueno, el segundo mejor cuerpo de la creación. Mi madre ocupa el primer puesto y es difícil competir con ella, siempre lleva las de ganar.

—¡Dios es una Diosa! —exclamó aquel individuo con mayor asombro.

—Sois tan ingenuos, por eso me va tan bien tentándoos. Vamos, largo de aquí. —Lo empujó con suavidad, pero lo retuvo de repente por el brazo.

—Espera, sé que esto es una traición a los pactos con mi madre, pero no puedo resistirme a incumplirlos. —Se acercó hasta él y lo besó con pasión. Un beso intenso, largo y ardiente.

—Eres un ángel encantador —dijo, empujándolo hacía fuera y guiñando uno de sus hermosos ojos.

La puerta del ascensor se cerró.

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