miércoles, 2 de abril de 2014

DISCUSIÓN DE ALMENAS



-¡Protegeos! –gritó alguien ante la amenaza que sobre ellos se cernía.

La piedra oscura brillaba en el aire como un sol negro. Cruzaba el cielo ennegrecido por el humo de múltiples incendios que asolaban la rodeada ciudad, dando a las nubes de ceniza el aspecto de inflamarse en un fuego irreal, tan extraño como el sitio al cual tenían sometida la ilustre urbe.

Donde caía, caos y la desolación se extendían. Un fuego imparable lo devoraba todo y los desdichados que no podían huir, sufrían terribles quemaduras consumiendo su vida de una forma espantosa. No había tratamiento para tal fatalidad y las sanadoras, apenas podían sino dar un pobre consuelo a quienes padecían ese tormento.

La parte más poderosa de la muralla, la perteneciente a la magnífica estructura del castillo ducal, estaba aguantando en aquel momento una dura lucha. Los bravos mercenarios de las múltiples casas de contratación que en la ciudad se encontraban, habían decidido combatir sin paga alguna y empeñado en proteger aquel lugar a costa de sus propias vidas.

No es que de repente, se hubiesen vuelto tan gentiles y despreocupados como para renunciar a un salario y los placeres de gastarlo en la cosmopolita ciudad. Sabían que si perdían esa batalla y el enemigo flanqueaba los límites de las defensas, que durante tantos años habían servido para ampararla, de nada les serviría cobrarla. Todos morirían sin excepción y no sería de forma agradable, debían por tanto dar lo mejor de sí mismos y obligarse a vencer a toda costa.

-¿Dónde está esa maldita hechicera? –aulló el capitán de la compañía de los Manos Prestas, una de las muchas que luchaban junto a la guarnición de la ciudad, mientras miraba a su alrededor.

-¿Se refiere a la morena maciza? –el soldado y viejo conocido del aguerrido mercenario, se rascaba indiferente la oreja disparando una certera saeta. Un buen tiro, un enemigo cayó al suelo para no levantarse. 

-No, bobo. Esa otra estirada de pelo gris, la elfa. Debería estar aquí, para eso accedió a nuestra hermandad, me prometí no perderla de vista –levantó su espada y seccionó un miembro sin ningún miramiento- es una pendona de cuidado. No me fio nada de los elfos.

-Ayer la vi en la taberna del Ciervo Castrado, parecía estar pasándoselo muy bien. Bebía como seis hombres y no le hacía asco a nada que pudiera llevarse a la boca –otra saeta encontró su objetivo y el ballestero sonrió satisfecho.

-Ya te lo he dicho. Un pendón –movió su escudo y golpeó a lo que intentaba escalar el muro, arrojándolo al vacio.

Tuvo un presentimiento a sus espaldas y se volvió dispuesto a utilizar su arma con presteza. Una férrea mano la sujeto con firmeza, impidiéndole cometer una equivocación en su apresurada acción.

-Cuidado, este vulgar hierro sin filo podría hacer daño a alguien –dijo socarrona la mujer elfa, quien desenvainó su espada y demostró saber utilizarla contra quienes escalaban en aquel momento las altas almenas que los separaban del peligro.

-Estúpida elfa, ¿adónde vas con esa ropa de fiesta? –increpó furioso el capitán. Iba engalanada con un vestido que debía costar una fortuna, toda de verde con unos elegantes bordados de oro que contrastaban con la simpleza de los atuendos de los defensores.

-La elegancia no elimina mis artes de luchadora, ni mis habilidades de magia –recalcó con una insolencia que merecía ser contestada– además, no trabajo gratis.

-Eres una insensata o una chalada. El castillo ducal corre un grave peligro, si esta protección cae, la ciudad está perdida. 

La elfa ignoró ese comentario y lo arrastró, evitando que una zarpa enemiga le alcanzase, con gran maestría la mujer de pelo gris partió al contrincante, tirándolo sin dilación muralla abajo. 

-Bueno, tal vez pueda renunciar a una buena paga en oro, pero me gustaría que ambos compartiésemos esta noche -le guiñó un ojo con insólito descaro- muy juntos los dos.

-Yo… yo… -el capitán estaba atónito. La elfa era muy bella y el propósito de su intención estaba claro, pero no lograba sino tartamudear unas míseras palabras.

-Entonces, no hay nada más que hablar, estamos de acuerdo. Se acabó el juego –comentó con inusitada calma la elegante mujer, mientras subía a una de las almenas y desdeñando todos los peligros, miró al frente enemigo. Sus ojos refulgieron como dos nacientes constelaciones esmeraldas y en aquel momento, el máximo oficial de los Manos Prestas supo, sin duda alguna, la jornada acabaría con una victoria a su favor.




No hay comentarios:

Publicar un comentario